San Agustín en su estudio. Sandro Boticelli, 1840 |
Agustín de Hipona no
se cayó de ningún caballo. Fue su santa madre, Mónica, quien lo devolvió al
sentido de la vida. Y no es que él estuviera fuera, que vivió a tope lo que le
dio la gana y cuanto pudo. Él mismo lo cuenta, fue un vividor. Se quiso
emborrachar de vida; incluso, al decir de sus hagiógrafos, aún viendo que
aquello no le llevaba a ninguna parte, atrasó todo lo que pudo asesar. Y
aguantó así hasta que ya sus fuerzas se agotaron y se dejó hacer.
A partir de ese
momento fue otra persona, al menos eso es lo que dicen. Y ya fue todo de
corrido.
Hoy, que es su día,
me permito recordar alguna cosilla suya, no por merecer; sino por gusto, por
puro placer.
¡Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nueva,
tarde te amé! Y ves que tú estabas dentro de mí y yo fuera, y por fuera te
buscaba; y deforme como era, me lanzaba sobre estas cosas hermosas que tú
creaste. Tú estabas conmigo mas yo no lo estaba contigo. Me retenían lejos de
ti aquellas cosas que, si no estuviesen en ti, no serían. Llamaste y clamaste,
y rompiste mi sordera: Brillaste y resplandeciste, y fugaste mi ceguera;
exhalaste tu perfume y respiré, y suspiro por ti; gusté de ti, y siento hambre
y sed; me tocaste y me abrasé en tu paz.
(Confesiones X, 38)
* * *
Nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón está
inquieto hasta que descanse en ti.
(Confesiones I, 1)
* * *
Tú, Señor, eres lo más interior de lo más íntimo
mío y lo más superior de lo más supremo mío.
(Confesiones VII, 11)
* * *
Entonces, un precepto breve: Ama y haz lo que
quieras; si te callas, hazlo por amor; si gritas, también hazlo por amor; si
corriges, también por amor; si te abstienes, por amor. Que la raíz del amor
esté dentro de ti y nada puede salir sino lo que es bueno.
(Homilía VII, párrafo 8; Carta de San Juan)
* * *
En lo esencial, unidad; en lo dudoso, libertad; en
todo, caridad.
(La cita Juan XXIII en su Encíclica “Ad Petri Cathedram”, de 29 de junio de 1959, como atribuida a varios autores, si bien de
inspiración agustiniana. No se encuentra literalmente en
sus escritos. Lo que más se aproxima a esta frase es esta otra:
Homines bonos imitare, malos tolera, omnes ama,
Catequesis a los principiantes 27, 55)
* * *
Dios no manda cosas imposibles, sino que, al mandar
lo que manda, te invita a hacer lo que puedas y pedir lo que no puedas y te
ayuda para que puedas.
(De natura et gratia 43, 50)
* * *
En esta vida somos caminantes. ¿Me preguntáis qué
es caminar? Avanzar siempre, debes estar siempre descontento de lo que eres, si
quieres llegar a ser lo que no eres. Si te complaces en lo que eres, ya te has
detenido allí. Y si te dices: “Ya basta”, estás perdido. Vete siempre sumando,
camina siempre, avanza siempre, no quieras quedarte en el camino, no vuelvas
atrás, no te desvíes. Se detiene el que no adelanta, vuelve atrás el que
retorna a las cosas que ya dejó; se desvía el que pierde la fe. Más seguro anda
el cojo en el buen camino que el corredor fuera de él.
(Sermón 169, 18)
* * *
Los hombres salen a hacer
turismo para admirar las crestas de los montes, el oleaje proceloso de los
mares, el fácil y copioso curso de los ríos, las revoluciones y los giros de
los astros. Y, sin embargo, se pasan de largo a sí mismos.
(Confesiones X, 15)
* * *
Reza como si todo dependiera de Dios. Trabaja como
si todo dependiera de ti.
(Me ha sido imposible confirmar esta cita,
repetida hasta la saciedad, pero sin referir el lugar donde la pudiera haber dejado escrita San
Agustín. He encontrado esta otra frase, bastante semejante, que al parecer
pertenece a San Ignacio de Loyola,
Actuar como si todo dependiera del hombre, confiar
como si todo dependiera de Dios.
Este principio no aparece en los escritos de
San Ignacio. Es de tradición oral y procede de una colección de máximas
ignacianas publicada por un jesuita húngaro, Gabriel Hevenesi, en 1705, con el
título de Scintillae Ignatianae, según comenta Luis González-Carvajal Santabárbara en Esta es nuestra fe: Teología
para Universitarios. Benedicto XVI también lo cita en el Ángelus del 17 de
junio de 2012 tomándolo de Pedro de Ribadeneira [Toledo, 1526 -
Madrid, 1611], Vida de San Ignacio de Loyola)
Personalmente me
gusta más el Agustín de la primera hora, el joven casquivano y juerguista,
jaranero y viajador. Que luego se volvió un poco muermo y llegó a santo porque
no tenía alternativa; rodeado de tantos santos, tuvo que llegar él también a la
santidad. Trató con San Ambrosio, con San Jerónimo, con San Marcelino, con San
Alipio, con San Simpliciano y con San Posidio, además de con Santa Mónica, su
madre. Y su hijo Adeodato y su hermano Navigio no lo son porque vaya usted a
saber qué examen no pasaron. En la segunda etapa de su vida se volvió demasiado
serio, y en disputas con Pelagio nos encasquetó el pecado original y el
bautismo a los infantes, y habló mucho de la concupiscencia; y de todo lo demás
tanto y tanto, pero de una manera tal, que hoy no podemos seguirle en todo por
más santo que sea, que lo es.
Hay una frase suya
que me gusta especialmente:
«En la aurora de mi juventud, te había yo pedido la
castidad, pero sólo a medias, porque soy un miserable. Te decía yo, pues:
'Concédeme la gracia de la castidad, pero todavía no'; porque tenía yo miedo de
que me escuchases demasiado pronto y me librases de esa enfermedad y lo que yo
quería era que mi lujuria se viese satisfecha y no extinguida.» (Confesiones VIII, 17)
Muy bueno me parece
ese “todavía no” en plan plegaria.
Eso es fe, y lo demás
son zarandajas. Y espero que esto a nadie moleste, que son al fin y al cabo mis
modestas y personales opiniones.
Consideraciones posteriores a su publicación.
A San Agustín me tocó
estudiarlo, como a Santo Tomás. Son, no dos pilares, sino los dos pilares de la
ciencia occidental a través de los cuales nos ha llegado todo desde los
orígenes. En el principio del saber están, por un lado Aristóteles, por el otro
Platón. Ellos, el de Aquino y el de Hipona, aprovecharon esa ciencia para
intelectualizar la fe cristiana, hacerla razonable, interpretándola de manera
que no se quedara en fideísmo. Creer pide entender, exige razonar, consiente y
estimula buscar e investigar. Y eso hicieron ellos y nos lo transmitieron,
dando lugar a dos corrientes distintas pero no enfrentadas, rivales pero no
enemigas: la escolástica y el agustinismo.
De San Agustín
aprendí que antes hay que ser cocinero que fraile, para no hablar de lo que sea
sin antes haberlo comido, rumiado y digerido. Así que eso es un punto a su
favor. Pero tiene otras cosas que…
mejor no nombro.
En fin, que San
Agustín es mucho; por eso, mejor tomarlo de pocos a pocos.
Te he buscado según mis fuerzas
y anhelé ver con mi inteligencia,
lo que creía con la fe.
Disputé y me afané.
Óyeme, Dios mío,
única esperanza mía,
para que no sucumba al desaliento
y deje de buscarte.
Tú que hiciste que te encontrara
y me has dado esperanzas
de un conocimiento más perfecto.
Ante Ti está mi firmeza y mi debilidad;
sana ésta, conserva aquélla.
Ante ti está mi ciencia y mi ignorancia;
si me abres, recibe al que entra;
si me cierras, abre al que llama.
Haz que me acuerde de Ti;
te comprenda y te ame.
Acrecienta en mí estos dones
hasta mi conversión completa.
(La Trinidad 15, 28, 51)
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