Tras el funeral, en
el que fueron proclamadas las lecturas de la fiesta de la Transfiguración (un
acierto por parte de Don Ricardo, nuestro señor arzobispo que presidió el
acto), y después de los saludos e intercambio de expresiones con personas
amigas, conocidas y similares, me entraron ganas de acercarme al páramo, por
ver si aún existía el pozo que calmó nuestra sed y sirvió de alivio en
limpiezas corporales y fregoteos caceroniles, hace ya la pila de años, en que
nos dio por tirarnos al monte.
Es razonable que
ahora ni recuerde de quién nació la idea ni el motivo o circunstancia que lo
propició. En todo caso, benditos ambos.
Aproximadamente, a la
vista de las caras –y de los cuerpos– de las fotos, hará treinta años que nos
dio por pasar unos días juntos no lejos de casa y sin gastar una peseta.
Facundo propuso un lugar, y seguramente hubo alternativas; se aceptó la del
Facun. Así que a Cigales.
Con nuestras
bicicletas cargadas con lo imprescindible salimos para allá tal que después de
comer. En línea recta de Valladolid dista unos veinte kilómetros.
En el páramo, junto a
la carretera que desde Cigales conduce hasta Ampudia, hay manchones de encinas,
residuos del desmonte generalizado que la agricultura ha forzado por aquí, en
detrimento de la cabaña ganadera y de la industria del carbón vegetal.
Facundo había
escogido un apretado bosquecillo, como a cincuenta metros de la vía, y muy
próximo al mentado pozo.
Esther, Isabel,
Joaquín, Facundo, Pilar, la hermana del Foro y yo no hicimos otra cosa que
dormir, comer, jugar y reírnos todo lo que quisimos. Ese era el plan, y se
cumplió según peso y medida. Y por supuesto, comimos carne a la brasa, que en
la tienda del pueblo teníamos crédito ilimitado; no en balde el carnicero era
de la familia.
El pozo sigue
estando. Y el brocal. Faltan el arco con la polea, la cadena y el caldero. Agua
tiene, pero está en desuso. Milagro que el brocal, de piedra de una pieza, y
con la base labrada nadie haya tenido la mala idea de llevárselo. Otras
tropelías semejantes y mayores se han cometido en la más completa impunidad.
A falta de medios
para comprobarlo, me limité a levantar acta de que el nivel del agua estaba
bajo, como corresponde a esta sequía pertinaz, pero es más que suficiente como
para certificar que el pozo está vivo.
Como lo está el
Facun, a quien Miguel Ángel, el otro, despidió con un poema, y sobre cuyo ataúd
me pedí ser el primero en echar unas paladas de tierra. Quise que fuera mi
última acaricia.
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