Allá me fui con la comida en la boca y muy despierto
sin haber disfrutado de mi siesta. La necesidad lo requería. La mañana entera
pasé tratando de imprimir un papel que había que presentar ineludiblemente en
el registro municipal, y cuando por fin lo conseguí cogí el teléfono y llamé a
la central appel: mi mac daba problemas. Muy atentísima, una persona desde
Barcelona fue indicándome los pasos de comprobación escritos en las ordenanzas,
sin conseguir que el aparato respondiese convenientemente. Tras no querer
explicarse acerca de lo que allí ocurre, —¿qué quiere que le diga?—, se declaró incapaz de resolverme el
problema y me remitió solícita al taller; ella no podía hacer más. Media hora
de telefonía inútil, pero agradable.
Llegué a la novedosa tienda con la lengua fuera y
sudando por todos mis poros. El sol era inclemente y no había forma de aparcar
el auto; había allí más gente que en la calle en semana santa. Y el viejo(?)
mac pesa lo suyo.
Me salió a recibir un encargado tableta en mano. No
tiene cita… Pues no, pero me urge; no salgo de aquí si no es con esto arreglado
o una máquina nueva, respondí. Bien… lo anoto y en cuanto haya un hueco le
avisamos. De aquí no me muevo, espero lo que sea, tengo de límite hasta las 7
de la tarde. Eran las 3 y cinco. Le avisamos al móvil. De acuerdo, pero no me
voy a ninguna parte, ahí me siento. Y me senté.
Podía optar entre mirar al personal repartido entre
los diversos mostradores, unos recibiendo información, otros planteando dudas,
aquel que si móvil no se qué, la de más allá que si su portátil no hacía no sé
cuánto… Y también podía abstraerme del ambiente y relajarme hacia dentro. Y a
través del iphone enlacé con el rezo de la horas y empecé nona.
No llegué a terminarla. Alguien vino a atenderme.
Todo lo demás fue de corrido. La vieja(?) máquina —diez añitos justos— había
hecho crack y había de ser sustituida.
Y lo fue. Ahora estoy tratando de organizarme con la
nueva, que, para empezar, utiliza un teclado diferente y cada golpe de tecla
supone borrar y volver a escribir.
Pero tengo por delante toda una vida. Con este
trasto me jubilo.
PD. La modernidad ha traído muchas consecuencias.
Una, y no menos importante, es que ahora un clérigo puede estar con el
breviario en la mano en un lugar público y pasar totalmente desapercibido entre
la multitud.
Esto con toda seguridad molestará a muchos. A otros,
sin embargo, les parecerá de perlas.
A mí ni me va ni me viene. Es cómodo y práctico,
sencillamente.
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