O eso al menos me gustaría. Poder reírme de todo, incluso de mi propia
sombra. Carecer de ese pudor tonto que prohíbe tomar a broma cualquier cosa,
incluso las propias creencias.
Pero no me sale. Cuantas veces lo he intentado, se me ha quedado la
sonrisa fría, los labios rígidos y apenas si he esbozado una mueca.
Dicen que hay que ser inteligente para tomarse así las cosas, sin
tremendismos. O tener seguridad. Yo añadiría, ser temerario. Sin embargo, a mí
me da por pensar que poner en solfa algo serio requiere una porción de idiotez
y otra incluso de crueldad.
Cayo era buena gente. Y tenía miedo de las culebras. Tal vez por eso
siempre se las encontraba. Fuera donde fuera, incluso paseando la ciudad. ¡Qué
cosas! Nos hacía gracia y le hacíamos sufrir de vez en cuando. Pero él nunca se
enfadaba. Lo recuerdo ahora, que va a hacer un año que se fue.
Hay quien se dedica a embromar, a poner en la picota lo que para otros
es intocable. He tenido compañeros así; ponían motes y conseguían resaltar los
defectos ajenos. Hacían corro a su alrededor, y eran jaleadas sus proclamas.
Pero ellos eran intocables so pena de sufrir ataques despiadados y conseguir
estar en nómina a perpetuidad de su mirada. Era preferible pasar
silenciosamente, no destacar, mucho menos enfrentarlos.
Yo también querría ser Charlie, pero ese tiro despiadado que he visto
por la tele me ha dejado el alma petrificada. Y ya que tenía pocas ganas, ahora
tengo menos de hacer chirigota. Reirse no siempre beneficia la salud.
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