Este año estoy seguro de que no os habríais venido y lo hubiéramos
celebrado vía telefónica, aunque ya sabes que a mí me gustaba mucho más la
carta, larga y pormenorizada, tanto que papá se quejaba de que escribíamos
demasiado. Un verano largo y un otoño suavecito a buen seguro os retendría por
allá al menos hasta reyes. Ni la gota fría os habría devuelto antes.
A ti te estimulaba el calor. A mí es el frío el que me espolea. Por eso
llevo esta temporada tan floja. Tal vez con la Inmaculada las heladas y las
nieblas me pongan a tono. El caso es que Santa Bibiana amanece cálido, tengo mi
motor a bajas revoluciones y no se me ocurren cosas que decirte. Esto pienso
mientras paseo, ahora solo con Gumi tirando de mí, callejeando por el barrio,
que empieza a despertar lentamente.
Los acontecimientos de estos últimos días no me dejan ver con claridad,
y tengo la vista empañada, o es la realidad la que no consiente ser bien
enfocada, no lo sé.
En una esquina, unos niños esperan a otros para ir juntos al instituto.
¿Dónde está Berto? Ya no está. Y empezamos a charlar sobre los gatos salvajes
que empiezan a ser ya plaga, y alguien ha decidirlo exterminarlos. Tiran comida
envenenada. No vayáis por ahí, ni por allá, ni por aquella otra parte, terminan
aconsejando. Y nos vamos en la única dirección que no desaconsejan.
Seguimos caminando por aceras, cubiertas de hojas que a saber qué
disimilan. Tal vez la apatía del servicio municipal o la desidia de los
residentes, o la indiferencia de que ya da todo igual, porque al fin y al cabo
qué importa eso si lo otro anda como anda y nadie se preocupa por lo más
importante, las personas, que pueden hasta morir a la vista del gentío que,
horrorizado sí, es incapaz de parar una tropelía.
Si ya nadie barre su portada, ni pinta sus rejas; si ni siquiera se
asoma a la ventana para no saludar al que pasa… Si vamos todos corriendo, no
importa lo cerca que estemos, para sin bajarnos del coche hacer la gestión vía
ventanilla, es que habitamos un mundo inhóspito y el prójimo no es afín. Ni
flores en la puerta, ni corros en la acera, ni perros que te ladren, ni
canarios colgados de las ventanas…
Cantaba ayer en catequesis “un barrio sin flores no es un barrio de
verdad”. Esto ya no es barrio, es urbanización. Puro desierto, con hermosos
jardines públicos que provee el ayuntamiento. Los particulares están vedados
tras altos muros y cierres bajo llave.
Ya siento, mamá, tener estos pensamientos en este tu día de cumpleaños. Espero
que no me duren demasiado.
Ya sabes, besos para ti y besos para papá.
1 comentario:
Ánimo, Míguel. Si ves que tal... vente conmigo para allá, al levante que tanto gustaba a tu mamá. Aunque ya sé que tienes unos días muy de trabajo para un cura. Si decides ponerte el mundo por montera el jueves en el Ave de las 11 menos poco me encontrarás.
Besos, amigo.
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