Un 2 de diciembre


Este año estoy seguro de que no os habríais venido y lo hubiéramos celebrado vía telefónica, aunque ya sabes que a mí me gustaba mucho más la carta, larga y pormenorizada, tanto que papá se quejaba de que escribíamos demasiado. Un verano largo y un otoño suavecito a buen seguro os retendría por allá al menos hasta reyes. Ni la gota fría os habría devuelto antes.
A ti te estimulaba el calor. A mí es el frío el que me espolea. Por eso llevo esta temporada tan floja. Tal vez con la Inmaculada las heladas y las nieblas me pongan a tono. El caso es que Santa Bibiana amanece cálido, tengo mi motor a bajas revoluciones y no se me ocurren cosas que decirte. Esto pienso mientras paseo, ahora solo con Gumi tirando de mí, callejeando por el barrio, que empieza a despertar lentamente.
Los acontecimientos de estos últimos días no me dejan ver con claridad, y tengo la vista empañada, o es la realidad la que no consiente ser bien enfocada, no lo sé.
En una esquina, unos niños esperan a otros para ir juntos al instituto. ¿Dónde está Berto? Ya no está. Y empezamos a charlar sobre los gatos salvajes que empiezan a ser ya plaga, y alguien ha decidirlo exterminarlos. Tiran comida envenenada. No vayáis por ahí, ni por allá, ni por aquella otra parte, terminan aconsejando. Y nos vamos en la única dirección que no desaconsejan.
Seguimos caminando por aceras, cubiertas de hojas que a saber qué disimilan. Tal vez la apatía del servicio municipal o la desidia de los residentes, o la indiferencia de que ya da todo igual, porque al fin y al cabo qué importa eso si lo otro anda como anda y nadie se preocupa por lo más importante, las personas, que pueden hasta morir a la vista del gentío que, horrorizado sí, es incapaz de parar una tropelía.
Si ya nadie barre su portada, ni pinta sus rejas; si ni siquiera se asoma a la ventana para no saludar al que pasa… Si vamos todos corriendo, no importa lo cerca que estemos, para sin bajarnos del coche hacer la gestión vía ventanilla, es que habitamos un mundo inhóspito y el prójimo no es afín. Ni flores en la puerta, ni corros en la acera, ni perros que te ladren, ni canarios colgados de las ventanas…
Cantaba ayer en catequesis “un barrio sin flores no es un barrio de verdad”. Esto ya no es barrio, es urbanización. Puro desierto, con hermosos jardines públicos que provee el ayuntamiento. Los particulares están vedados tras altos muros y cierres bajo llave.
Ya siento, mamá, tener estos pensamientos en este tu día de cumpleaños. Espero que no me duren demasiado.
Ya sabes, besos para ti y besos para papá.

1 comentario:

  1. Ánimo, Míguel. Si ves que tal... vente conmigo para allá, al levante que tanto gustaba a tu mamá. Aunque ya sé que tienes unos días muy de trabajo para un cura. Si decides ponerte el mundo por montera el jueves en el Ave de las 11 menos poco me encontrarás.

    Besos, amigo.

    ResponderEliminar