La presencia de Luna en el grupo no me animó lo suficiente como para
olvidar que Berto faltaba. Es verdad que ya no tenía que ir pendiente de si se
quedaba “clavado” con el morro contra el suelo, como acostumbraba, o si
desaparecía dentro de la primera mata de zarzas que nos topáramos, cosa que también
solía hacer. Gumi iba a su bola, pero ella nos seguía oliéndonos los pies, tan
junta que yo caminaba con precaución para no darla con mis talones en el morro.
El día era frío y desapacible, aunque no hacía viento. El sol se
adivinaba, pero no se descubría. Así, el recorrido resultó mucho más breve esta
vez, aunque fuera exactamente el mismo de siempre.
Sin nada que reseñar, al pasar bajo “la encina” tiré estas instantáneas sólo
por mostrar la huella de unas bellotas que tan ricas me supieron hace apenas
un mes. Ya no queda ninguna.
Al llegar, Luna se paró junto al corsa, y no quiso continuar hasta el
chiquero. Lo tenía decidido: ella se venía con nosotros. Ignoro si alguien se
lo dijo o simplemente lo adivinó. La noche antes, por teléfono, el jefe había dicho “os
lleváis a la Luna, que es muy buena”. ¿Sería ella la instigadora?
Ya está aquí. Ni es fotogénica, ni muestra interés por parecerlo.
Alegre, unas castañuelas. Pequeña, un retaco. Tímida, ni pizca. Tras unos
momentos de incertidumbre por la novedad, ya ha tomado posesión de todo lo que
ella ha considerado.
Luna no viene a ocupar el lugar de nadie. Ella va a crear su propio sitio. Al
tiempo.
2 comentarios:
¿Estás diciendo que tienes a Luna como nueva habitante de tu casa ?
Una alegria para ella.
Besos, Miguel Angel
Pues sí, Luna ya ha mostrado de lo que es capaz. Y no viene sola…
Ya iré contando.
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