Hoy tocaba esta
canción, pero me lo he tenido que pensar si procedía, habida cuenta de la
experiencia que han vivido algunos integrantes de la catequesis en sus propias
casas.
Esto es que en el
barrio de Santa Ana han entrado los ladrones. No lo han hecho en vacío,
esperando que sus moradores estuvieran ausentes. Por la noche, mientras
dormían. Al levantarse han descubierto todo revuelto y su hogar profanado.
No tengo que decir
aquí lo impresionados que están, los peques y sobre todo los mayores.
No ha habido que
lamentar más males que la sustracción de pequeñas cantidades de dinero y lo
insano de saber que han hollado sus cosas, manoseado sus ropas y puestas patas
arriba algunas dependencias.
Ahora están pensando
qué podría haber sucedido si los cacos llegan a ser sorprendidos in fraganti. Y
es normal que el miedo haya anidado en la generalidad de la urbanización.
Así que me he puesto
a cavilar antes de entrar a cantar con ellos, y ver de qué manera puedo
explicarles que una cosa es cómo nos gustaría vivir, y otra cómo nos vemos
forzados a hacerlo. Que entre la realidad y los deseos hay una diferencia y una
distancia que tal vez entre todos y alguna vez conseguiremos reducir hasta
anular.
La canción de marras
es ésta, de mi amigo Sabo:
Mi
casa es la tuya
Yo
quiero que las casas estén abiertas,
que
nadie tenga miedo de los demás.
Que
no haya cerraduras, que no haya timbres,
que
nadie necesite ir a robar.
1
Esta es tu casa, haz lo que quieras
ponla
a tu gusto y en libertad;
si
necesitas salir de noche,
toma
la llave, ya volverás.
2
Este aposento lo compartimos:
ésa
es tu cama, yo duermo allá.
Cuando
despiertes, ven a ayudarnos;
serán,
en casa, como uno más.
3
Este es tu plato, que no está usado.
Puedes
lavarlo. Siéntate acá.
No
tengas miedo, que ésta es tu casa.
Duerme
tranquilo con los demás.
4
Puedes quedarte toda la noche,
lo
nuestro es tuyo, no hay que pagar.
Sólo
una cosa es obligada:
que
te sonrías al despertar.
Puestos ya a ello,
resultó que sólo uno vive allí, y que ni entraron en su casa ni estaba enterado
del asunto. Sus papás se ve que no le han querido meter presión. No saber, no
sufrir, no temer.
Bien. El caso es que
me he explicado como buenamente he sabido. Ellos se han enterado y no le han
dado mayor importancia. Y hemos cantado. Les ha gustado, y eso es lo
importante.
No está el asunto
para andar sin cerradura en las puertas. Pero si empezamos por quitar la del
propio corazón, tal vez, acaso, ojala, algún día consideremos que ya no hacen
falta en ningún sitio. Y que las cosas, siendo propias, también pueden ser
ajenas, porque al compartirlas las estamos convirtiendo en nuestras.
Otro gallo cantaría
si tal cosa ocurriera.
Resulta que Sabo se
inspiró en Bertolt Brecht y en un escrito suyo:
Cuatro
invitaciones a un hombre
llegadas
desde distintos sitios
en
tiempos distintos
1
Ésta
es tu casa.
Puedes
poner aquí tus cosas.
Coloca
los muebles a tu gusto.
Pide
lo que necesites.
Ahí
está la llave. Quédate aquí.
2
Éste
es el aposento para todos nosotros.
Para
ti hay un cuarto con una cama.
Puedes
echarnos una mano en los campos.
Tendrás
tu propio plato.
Quédate
con nosotros.
3
Aquí
puedes dormir.
La
cama aún está fresca,
sólo
la ocupó un hombre.
Si
eres delicado,
enjuaga
la cuchara de estaño en ese cubo
y quedará
como nueva.
Quédate
confiado con nosotros.
4
Éste
es el cuarto.
Date
prisa; si quieres, puedes quedarte
toda
la noche, pero se paga aparte.
Yo
no te molestaré
y,
además, no estoy enferma.
Aquí
estás tan a salvo como en cualquier otro sitio.
Puedes
quedarte aquí, por lo tanto.
(1926, del Libro de lectura para los
habitantes de las ciudades)
Pero consiguió
empalmarlo con el evangelio, en concreto Lucas 9,58 (Las zorras tienen
madrigueras y las aves del cielo nidos, pero el hijo del hombre no tiene donde
reclinar la cabeza)
y Juan 1,35-39 (Maestro ¿dónde vives? Venid y lo veréis), y completándolo con una plegaria
de nuestro amigo común José Manuel Calzada, elaboró una preciosa catequesis en
la que resulta muy difícil no entender que, si somos una sola familia, la casa
propia no puede estar cerrada, ni porque los demás estorben, ni porque les
sirva de humillación, ni en razón a que exista gente con derecho y gente sin
derecho a tener… techo.
Ah, sí, que me
olvidaba; la oración de Calzada dice así:
Te damos gracias, Padre nuestro,
porque todos tenemos una casa
donde podemos jugar, estudiar,
hablar con nuestros padres,
y compartir con ellos nuestra vida.
Te damos las gracias también
porque nos has invitado a tu casa
en la que cabemos todos los hombres.
Te pedimos ahora
que nos ayudes a imitarte:
que sepamos tener nuestra casa
abierta siempre a todos,
y que todos los niños y todas las familias
puedan tener un techo y un hogar dignos,
para que todos podamos vivir como hermanos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario