Y yo creía que sí
sabía qué era buen pan. No en balde me nacieron en tierras de pan llevar. Trigo
duro, aragón, rojo basto, grano pequeño y corte cristalino; harina blanca, tanto que casi dolían los ojos al mirarla. Y fina,
finísima; sin asomo de granza. Tan pura e inmaculada que al meter las manos en
ella, salían cubiertas de un manto albo adherido como una segunda piel. Y el
olor, ah, ese olor…
Ir al molino, jugar
con el permiso del molinero entre aquel entramado de tubos y cangilones,
correas y tolvas, aspas y cribas, que giraban y se agitaban, que subían y
bajaban. Ahí no, porque es peligroso; y obedecía y me paraba ante el lugar más
secreto, las muelas, unas enormes piedras que a base de frotarse hacían polvo
aquellos granos tan dorados, tan duros, tan queridos y cuidados.
Sí, auténtico culto
al grano. Un sinigual, único, incomparable, de la tierra, el nuestro, el mío.
Candeal lo decían. Trigo, por supuesto.
Y luego al horno, sí,
con el carro cargado de enormes sacas de harina. Otro lugar con olores
familiares. Los sarmientos amontonados, en una parte del corral. La harina a
buen recaudo, lejos de humedades. La artesa de amasar, los rodillos de la
brega, la masa envuelta en fina tela reposando y fermentando. El fuego dentro,
tras la puerta de hierro que bajaba y subía accionada por una larga palanca
porque allí todo estaba caliente. La pala larga para meter y sacar los panes.
La enorme mesa ofreciendo el resultado, unos mullidos, crujientes,
resplandecientes panes de cuatro canteros, lechuguinos, o a cuadros. Panes que
al partirlos ofrecían a la vista lo mejor de lo mejor de esta tierra mía; y al
comerlos, un anticipo del cielo.
Pan con pan comida de
tontos. Pero también pan con vino y azúcar. Pan con media cebolla, o un tomate,
o un cacho de lechuga. Pan y lomo, pan y chorizo, pan en la sopa del cocido,
pan migado en la leche, pan para hundir en chocolate, pan para pringar los
huevos fritos, pan con lo que fuera. ¿También con melón? También.
Ahora me traen un pan
que qué sé yo qué parece. Es duro por fuera, y como si lo hubieran torturado de
retorcido y reseco que parece. Al partirlo no ofrece blancura. Y la miga está
hueca, como si en vez de harina fuera aire. O sea, nada*.
Causa furor. Se lo
quitan de las manos. Hacen cola y esperan aunque se enfríe el asado. Se rifan
las mesas para degustar. Es delicatessen. Tantos colores atraen. Es la moda.
Está hecho según un modelo francés. O alemán. Ya no es trigo. Centeno, cebada, maíz,
pasas, nueces, y hasta puro “salvao”… Y hierbas olorosas. Y masa madre…
La madre que los
parió. Ahora resulta que para pan también tenemos que mirar a Europa, y
copiarla.
Ya digo. Yo creía que
sabía lo que era el buen pan. Pero va a resultar que no. ¿Habré perdido el
tiempo y gastado en vano la vida?
* Acaban de salir en los papeles, un reportaje a dos páginas con fotos y todo detalle. Nos traen lo que no venden, una
o dos sacas, según. La gente viene corriendo y se lo lleva en cuanto les
avisamos. Berto y Gumi lo devoran. Pero yo soy incapaz de comerlo. ¿Tendré
remedio, doctora?
**Llamábamos en mi pueblo salvao al sobrante
de la molienda, que según el grosor de la granza recibía diversos nombres. Sólo
recuerdo este: “tercerilla”. Su destino era alimentar a los animales domésticos.
4 comentarios:
Leyéndote me ha llegado el olor de la cocina de mi madre en el pueblo y los panes iguales que los que cocía ella, mi madre los guardaba en un arca de madera entre paños blanquísimos.
Ella hacía unas sopas de ajo con ese pan que nunca mas he comido, dejaba los cuencos de barro a la orilla del fuego, para que los bordes estuvieran crujientes; otras veces nos untaba una rebanada de pan con la nata de la leche de nuestras vacas, previamente hervida durante 20 minutos y azúcar de la remolacha azucarera que se trabajaba en el invierno. ¡¡ Bueno y que decir de la torta de coscarones!!, no sigo, no sigo, qué me pierdo.
¡Ay Míguel ! si solo hubiera cambiado el pan, pero no. Dicen con alegría que ya somos europeos ¿ y qué es eso?.Mas milongas
Cuantos recuerdos y olores de infancia, mira que la nostalgia nos entra enseguida.
Muchos besos
Allí todo estaba caliente ? Todo ?
B. Días.
He leído tu artículo y me sorprende que hables del “Rojo Basto” de que pueblo eres?
Si curioseases por este blog lo descubrirías, porque lo digo, vaya que sí. Pero te lo voy a ahorrar. Soy de Castromocho, en Tierra de Campos, provincia de Palencia. España, por supuesto.
Publicar un comentario