Hace tiempo que tengo en mi poder el documento que recoge las
conclusiones de la primera parte del sínodo sobre la familia, que tuvo lugar
hace unos meses. Lo leí por encima, y lo
aparqué para acometerlo cuando me vinieran las ganas. No me han llegado
aún, pero sí tengo sobre mi mesa el requerimiento de mi señor arcipreste para que
proceda a ello, porque en la próxima reunión hemos de tratarlo.
Así que, sin demasiado entusiasmo y más por obediencia, me he puesto a
la tarea. Estoy a punto de terminarla, dejándola incompleta, pero cerrada.
Consta dicho documento, de 35 páginas, de una primera parte expositiva, –lo
que el sínodo aprobó por una mayoría cualificada–, y una segunda parte
interrogativa, –las 46 preguntas múltiples que se formulan para palpar la
opinión del personal.
Leída la primera en su totalidad, respondo a sólo una porción de la
segunda. No tengo respuesta para casi nada.
Y no es porque no tenga opinión sobre la materia; más bien porque ¿qué
se me está preguntando si ya se tiene lo que hay que tener? Hay una forma de
interrogar que no busca la verdad, sino afianzar la doctrina.
Cuando se parte de un principio inamovible, sobra todo lo demás.
He tirado por la línea del medio, no por la tangente. Y he decidido
responder sin atenerme a la requisitoria. Y, para empezar, he indicado que ese
lenguaje que utiliza, muy propio de instancias clericales, no sólo no es
actual, es que está demasiado alejado de la gente y resulta difícil de
entender.
Lo malo es que si las palabras resultan trasnochadas, los contenidos a
los que se refieren ya no dicen nada, si es que alguna vez tuvieron
significado concreto y atendible.
Aquí viene bien lo de “a vino nuevo, odres nuevos”. Para empezar, por
ejemplo, dejar de entender el matrimonio como contrato, y por tanto olvidar
términos como vínculo, yugo o compromiso, y tomar otros que expresen el proceso
que comenzó un día y está abierto hacia su consumación “y fin de un camino: estrechándose los cuerpos y abrazándose los
ánimos, intentando las personas crecer juntas hacia la meta de convertir la
promesa renovada en lazo irrompible”.
La consumación sería así la meta deseada, y no el principio, sino el
compromiso a alcanzar.
1 comentario:
Muy sabio tú, amigo mío. Al ir leyendo tu entrada y cuando dices: He tirado por la línea del medio, no por la tangente... me he acordado de Sheldon Cooper y su amigo Leonard (The big bag theory) contestando éste a un cuestionario de aquél que, harto ya de sus exquisiteces y puntillosas requisitorias, decide contestar siguiendo una pauta fija, salga lo que salga de tal aleatoria manera. Y es que cuando pretenden como muy acertadamente dices afianzar la doctrina en lugar de buscar la verdad se merecen contestaciones tal aleatorias como el cuestionario de Sheldon Cooper.
Felicidades a tu jefe que hoy le han otorgado (¿se dice así?) el birrete y el anillo cardenalicios.
Besos
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