¿Quién dice que las cenizas no valen para nada? Mi papá estaba
entusiasmado con una parcela que teníamos en una zona del pueblo conocida
como “los cenizales”. Debió ser un enterramiento en tiempos muy antiguos y su
tierra era mollar y fertilísima. Si la cosecha de aquella pieza era regular, el
año era malo; el resto no daría nada. Muchas sementeras, al hacer cálculos, los
cenizales salvaron la medida marcada en la panera. De modo que, cuando en
primavera, me llevaba para inspeccionar el campo, visita obligada era aquella
parte entre la colina donde estaba el cementerio y la curva del Valdeginate
antes de enfilar la recta donde se sitúa Castromocho. De cómo estuviera el
cereal de aquella tierra dependía volver de buen o mal humor.
Sí, las cenizas tienen valor. Acabo de leerlo en internet. Sirven, entre
otras cosas, para analizar la composición de los alimentos. En esto los
ingleses parece que llevan la delantera al resto, que vamos poco a poco poniéndonos
a su altura.
También lo sé porque veo CSI, donde miran las cenizas, primero con lupa,
y luego con unas máquinas en el laboratorio que dicen todo lo que los
investigadores quieren saber. Así resuelven todos los casos. Son unos machotes.
A mí la ceniza no me sirve para nada, de modo que suelo llevarla al contenedor
(de basura). Y he tirado mucha a lo largo de mi vida. Primero fue limpiando la
gloria, que a base de quemar paja te obligaba siquiera una vez a la semana a
sacar la ceniza para hacer hueco. Si quería tener calor, no podía descuidarme.
Luego fue la bilbaína. Aquí la ceniza era de ovoide. A diario, porque era una
cocina nº 0 y tan pequeña que había que meter los carbones de uno en uno. Y
cuando crecimos, me tocó limpiar una panzaburra de caldera L 40 que se tragaba
cien kilos de una tacada. Varios calderos salían de cenizas porque aquella mala
bestia no se conformaba a diario con una sola comilona.
Ahora, todo gas y energía eléctrica, no saco más ceniza que el producto
de la combustión de mis cigarros.
Ya he dicho a mi gente que llegará un miércoles de ceniza en que, o la traen
ellos, o nos quedamos compuestos y sin nada que ponernos.
Con esta broma, que me han perdonado sin mayor problema, hemos celebrado
por triplicado el rito que inaugura la Cuaresma. Y puedo asegurar, y aseguro,
que nadie se ha ido triste y meditabundo a pesar de llevarse la ceniza en la
cabeza.
¿Será porque consideran que han salido ganando?
En previsión de que la cosa no resultara gratificante, el lunes nos
fuimos de excursión al campo. Y nos trajimos estas fotos como recuerdo. Además
de patatas, cebollas, ajos y un queso que huele que alimenta. No hay fotos de
algunas chapucillas que allí quedaron, y que es de esperar que duren lo
suficiente.
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