Y en un serio
aprieto. Porque en tanto que tomaba medidas de las piezas en hueco españa, el
yeso se pasaba de rosca, y tenía que tirarlo. Iba ya… por la cuarta o quinta
intentona, cuando apareció Derio a decirme no sé qué y me vio con tales artes
que fue y dijo quita, quita, manazas. Y en un verbo tapó aquellas dos ventanas.
Mi dormitorio, o sea
la habitación interior que había destinado para pasar la noche tumbado, tenía
cuatro huecos y ninguna puerta. Me explico. Era una alcoba de las llamadas
italianas, del siglo pasado o del anterior; el acceso era del tipo arco de
medio punto, con otros dos huecos a cada lado tipo ventana pero sin ventana,
donde se solía colocar unas cortinas con puntillitas y sobre la base qué sé yo,
un jarrocinto, por ejemplo. Daban a la habitación anterior, que es exterior a
la calle. El otro hueco era un cuadrado, más o menos a la altura de las partes
pudendas (en la foto aparece al fondo, junto a una mesa camilla que nos hacía de andamio), que por más que discurrí no conseguí atisbar para qué podía servir.
Luego, mucho más tarde, el mismo que lo hizo me lo explicó. (Se llama Arturo
y pasó de esta casa y de cuidar vacas al taller de enfrente a sujetar hierros y
cargar/descargar lo que mandaran). La cocina era muy pequeña (además tenía despensa y un retrete, como puede verse en una foto de las de abajo), eran cuatro de familia, y la
tele no cabía. La tenían en aquella habitación y ellos la veían desde junto al calor de la bilbaína, precisamente por esa oquedad.
¡Cosas!
Ahora que estoy
tratando de hacer bien lo que hace tanto tiempo malhicimos –por falta de medios
y de conocimiento, por las prisas y porque, total aquí da lo mismo que lo que
importa es lo demás, pintamos sobre colamina o cal, blanco sobre azul o verde, sin tapar
defectos y de cualquier manera–, moviendo armarios, cama, mesilla y zapatero,
me encuentro con que donde tengo colgada la guitarra antes hubo un hueco, y justo
al otro lado tras la estantería aquella hubo otro que ahora no aparece. Están enterrados
en ladrillo bajo el yeso que yo pretendía dar, pero que Derio me lo enjaretó con su maestría de
albañil de toda la vida.
Y es así que estoy ahora trasteando y en cada palmo de esta casa se me vienen los recuerdos. Y ya
puesto a recordar, voy y cuelgo alguna foto más de entonces, de cuando esto era
lo que fue, hace más de treinta años. Así me la encontré:
Si me da, cuando
termine y quede guay, pongo alguna panorámica de esta casa mía, que también es
la suya de usted.
1 comentario:
Estás más o menos como yo, aunque creo que te gano en incomodidad porque no es lo mismo un piso que una casa a ras de calle pero con todo patas arriba. Que te sea leve - y a mi también-. ¡Ya falta menos!
Besos
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