Ya me había acostumbrado a verlo en lo vinos:
bonitas cajas de madera, preparadas para regalo, que a mí me llegaban ya vacías
y que utilizaba para usos bien diversos.
Me sorprendió gratamente recibir en una boda una combinación
de latas de conserva de pescado. No eran latillas corrientes, de las que abundan
en los anaqueles de los super, sino selectas elaboraciones propias de gourmets.
La mía está ahora en la cocina, esperando ocasión propicia para consumir
cualquiera de los tres productos que la componen: sardinillas, mejillones y bonito
del norte. Una mañana te preparas un buen almuerzo, y te quedas como un señor, me soltó
un comensal durante el festín.
Espetellados los ojos se me han quedado esta mañana
cuando al abrir el ordenador lo primero que me encuentro es la biblia de
jerusalén “encajada” como si fuera vino selecto o conserva de alta gama.
No menos sorprendente es el contenido de la ficha explicativa: madera de bambú, forro interior de terciopelo, cruz metálica incrustada, canto dorado, cintas de seda… y sólo 100 ejemplares a la venta sólo por internet.
Estoy pensando adquirirla para mi parroquia. Pero una duda me corroe: ¿Qué he de exponer, la biblia o la hermosa caja?
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