No estuvo en mí nunca la idea de que este lugar terminara siendo un
homiliario, y sigue no estándolo; pero hay oportunidades que no pueden
desaprovecharse, lo que ocurre en este caso con las palabras que papa Francisco
ha dicho allá en México lindo, donde Samuel Ruiz fuera asumido como “Tatic”
(papá) por los chiapanemas, naturales de una perdida región selvática, dejada
de Dios y aprovechada por los de siempre para sus bastardos intereses.
Ponla, míguel, me han dicho; es la única manera de que nos enteremos. Y
he cedido gustoso, porque me petan estas palabras lindas dichas en lugar tan
remoto. Y hermoso, al decir de los que por allí han pasado y han tenido el
placer de venir a contárnoslo.
Es la homilía de Francisco en Chiapas, en la Eucaristía que celebró ayer,
lunes de la 1ª semana de cuaresma. Yo esperaba que aprovechara las dos lecturas
de la liturgia (Levítico 19,1-2.11-18 y Mateo 25,31-46) para arrear estera, que
se prestaban a ello. Él, sin embargo, se apoyó en el salmo (18) y el resultado
es este:
Li smantal
Kajvaltike toj lek – la ley del Señor es
perfecta del todo y reconforta el alma, así comenzaba el salmo que hemos
escuchado. La ley del Señor es perfecta; y el salmista se encarga de enumerar
todo lo que esa ley genera al que la escucha y la sigue: reconforta el alma,
hace sabio al sencillo, alegra el corazón, es luz para alumbrar el camino.
Esa es la ley que el Pueblo de Israel había recibido
de mano de Moisés, una ley que ayudaría al Pueblo de Dios a vivir en la
libertad a la que habían sido llamados. Ley que quería ser luz para sus pasos y
acompañar el peregrinar de su Pueblo. Un Pueblo que había experimentado la
esclavitud y el despotismo del Faraón, que había experimentado el sufrimiento y
el maltrato hasta que Dios dice basta, hasta que Dios dice: ¡No más! He visto
la aflicción, he oído el clamor, he conocido su angustia (cf. Ex 3,9). Y ahí se
manifiesta el rostro de nuestro Dios, el rostro del Padre que sufre ante el
dolor, el maltrato, la inequidad en la vida de sus hijos; y su Palabra, su ley,
se volvía símbolo de libertad, símbolo de alegría, de sabiduría y de luz.
Experiencia, realidad que encuentra eco en esa expresión que nace de la
sabiduría acunada en estas tierras desde tiempos lejanos, y que reza en el
Popol Vuh de la siguiente manera: El alba sobrevino sobre todas las tribus
juntas. La faz de la tierra fue enseguida saneada por el sol (33). El alba
sobrevino para los pueblos que una y otra vez han caminado en las distintas
tinieblas de la historia.
En esta expresión, hay un anhelo de vivir en
libertad, hay un anhelo que tiene sabor a tierra prometida donde la opresión,
el maltrato y la degradación no sean moneda corriente. En el corazón del hombre
y en la memoria de muchos de nuestros pueblos está inscrito el anhelo de una
tierra, de un tiempo donde la desvalorización sea superada por la fraternidad,
la injusticia sea vencida por la solidaridad y la violencia sea callada por la
paz.
Nuestro Padre no sólo comparte ese anhelo, Él mismo
lo ha estimulado y lo estimula al regalarnos a su hijo Jesucristo. En Él
encontramos la solidaridad del Padre caminando a nuestro lado. En Él vemos cómo
esa ley perfecta toma carne, toma rostro, toma la historia para acompañar y
sostener a su Pueblo; se hace Camino, se hace Verdad, se hace Vida, para que las
tinieblas no tengan la última palabra y el alba no deje de venir sobre la vida
de sus hijos.
De muchas maneras y de muchas formas se ha querido
silenciar y callar este anhelo, de muchas maneras han intentado anestesiarnos
el alma, de muchas formas han pretendido aletargar y adormecer la vida de
nuestros niños y jóvenes con la insinuación de que nada puede cambiar o de que
son sueños imposibles. Frente a estas formas, la creación también sabe levantar
su voz; «esta hermana clama por el daño que le provocamos a causa del uso
irresponsable y del abuso de los bienes que Dios ha puesto en ella. Hemos
crecido pensando que éramos sus propietarios y dominadores, autorizados a
expoliarla. La violencia que hay en el corazón humano, herido por el pecado,
también se manifiesta en los síntomas de enfermedad que advertimos en el suelo,
en el agua, en el aire y en los seres vivientes. Por eso, entre los pobres más
abandonados y maltratados, está nuestra oprimida y devastada tierra, que “gime y sufre dolores de parto” (Rm 8,22)»
(Laudato si’
2).
El desafío ambiental que vivimos, y sus raíces
humanas, nos impactan a todos (cf. Laudato si’,14) y nos interpelan. Ya no
podemos hacernos los sordos frente a una de las mayores crisis ambientales de
la historia.
En esto ustedes tienen mucho que enseñarnos, que
enseñar a la humanidad. Sus pueblos, como han reconocido los obispos de América
Latina, saben relacionarse armónicamente con la naturaleza, a la que respetan
como «fuente de alimento, casa común y
altar del compartir humano» (Aparecida, 472).
Sin embargo, muchas veces, de modo sistemático y
estructural, sus pueblos han sido incomprendidos y excluidos de la sociedad.
Algunos han considerado inferiores sus valores, sus culturas y sus tradiciones.
Otros, mareados por el poder, el dinero y las leyes del mercado, los han
despojado de sus tierras o han realizado acciones que las contaminaban. ¡Qué tristeza!
Qué bien nos haría a todos hacer un examen de conciencia y aprender a decir:
¡Perdón!, ¡perdón, hermanos! El mundo de hoy, despojado por la cultura del
descarte, los necesita.
Los jóvenes de hoy, expuestos a una cultura que
intenta suprimir todas las riquezas y características culturales en pos de un
mundo homogéneo, necesitan, estos jóvenes, que no se pierda la sabiduría de sus
ancianos.
El mundo de hoy, preso del pragmatismo, necesita
reaprender el valor de la gratuidad.
Estamos celebrando la certeza de que «el Creador no nos abandona, nunca hizo
marcha atrás en su proyecto de amor, (que) no se arrepiente de habernos creado»
(Laudato si’,
13). Celebramos que Jesucristo sigue muriendo y resucitando en cada gesto que
tengamos con el más pequeño de nuestros hermanos. Animémonos a seguir siendo
testigos de su Pasión, de su Resurrección haciendo carne Li smantal Kajvaltike toj lek – la ley del Señor que es perfecta
del todo y reconforta el alma.
Ellos, los
lacandones, podían haberle respondido de muy diferente manera y razones les
sobraban, sin embargo lo hicieron así de tiernamente:
Tatik Francisco: Todo el pueblo indígena de Chiapas, de México y de
Guatemala estamos muy agradecidos por tu visita aquí en nuestra diócesis de San
Cristóbal de Las Casas. Gracias por la confianza de estar con nosotros, por
aumentar nuestra fe en Dios, por la forma en que nos enseñas. Aunque muchas
personas nos desprecian, tú has querido visitarnos y nos has tomado en cuenta,
como la Virgen de Guadalupe a San Juan Dieguito.
Llévanos en tu corazón con nuestra cultura, también con nuestra alegría
y nuestros sufrimientos, con las injusticias que sufrimos, con el dolor de
nuestros enfermos, con nuestros niños, jóvenes y ancianos, y con nuestra
esperanza en Cristo resucitado.
Aunque vives lejos en Roma, te sentimos muy cerca de nosotros. Síguenos contagiando la alegría del Evangelio y sigue ayudándonos a cuidar la hermana y madre tierra, que Dios nos dio. Y que nos tengas en cuenta en tus oraciones, para que podamos realizar las obras de la misericordia.
Aunque vives lejos en Roma, te sentimos muy cerca de nosotros. Síguenos contagiando la alegría del Evangelio y sigue ayudándonos a cuidar la hermana y madre tierra, que Dios nos dio. Y que nos tengas en cuenta en tus oraciones, para que podamos realizar las obras de la misericordia.
Muchas gracias, Tatic, por autorizar nuevamente el cargo de diaconado
permanente indígena con su propia cultura, y haber aprobado el uso en la liturgia
de nuestros idiomas. Queremos escuchar a Dios y hablarle en nuestro propio
idioma.
Muchas gracias, Tatic, que has llegado a nuestra tierra, de
ascendencia maya. Estamos unidos con el Corazón del Cielo y Corazón de la
Tierra, como nuestros antepasados le llamaban a Dios, como dice el Popol Vuh,
con un solo corazón con los árboles, flores, animales, plantas silvestres, agua
y manantiales, porque creemos en un solo Padre y Madre Dios.
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