No lo dijo, pero Gumi
lo entendió con toda claridad. Berto tardó un poco en enterarse, –el pobre es
lento–, y también se unió a él en los ladridos.
Estuvo ahí,
mirándonos, hasta que llegó su rancho. Entonces desapareció.
Berto y Gumi volvieron
a tumbarse al sol y yo continué mi siesta.
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