Eres fumador escogido
de tabaco negro y fuerte. En picadura, emboquillado o pipa, te has metido en el
cuerpo a dosis controladas, lo que el mercado ofrece cada vez más
restringidamente, porque ahora se estila suave y rubio. De puros nada, en
absoluto, salvo en bodas y similares, y eso para no parecer descortés con el
padrino, que suele ser el padre, hermano o tío de la novia. Pero fiel a tus
principios de no rechazar nada que venga regalado, guardas a buen recaudo una
colección asaz completa de montecristos y similares para ocasiones especiales.
Estos momentos estelares acostumbran a tener lugar en plena naturaleza,
montaña, llano o valle. Ayer fue uno de ellos. Y tocaba un veracruz.
¿Veracruz? No te
suena. Aún recuerdas aquel cohiba resultón que medio fumaste en lo alto de
Vegabaño, siguiendo la corriente del Dobra. No lo terminaste porque, como le
ocurriera a la cigüeña, ¿o fuese zorra?, te quisiste pasar de guía
explicativo y en una de esas, mirando a las altas montañas, abriste al tiempo
la boca y los dedos, y se te escurrió al agua lo que te estaba sabiendo a teta.
Otros han caído gloriosamente en la plataforma de Gredos, camino de la laguna
de Peñalara, bajando de Fuentes Carrionas o llaneando por el páramo palentino.
El veracruz en
cuestión, largo como un día sin pan y gordo como un gamusino cebado, fue
tratado en la más pasiva ociosidad. Mirando cómo otros hacían cosas te lo
trasegaste sin vacilaciones. Lo apuraste hasta quemarte los dedos y los morros,
según tu costumbre de hacer las cosas. Y, el bigote embetunado y oloroso, te
sentaste a reposarlo, con Berto a tus pies y Gumi encima de tus piernas.
Al rato, un sudor frío
empezó a mojar tu camisa, bajaba por la espalda, goteaba por orejas y nariz, y
te ponía sobreaviso de lo que se avecinaba. Luego quisiste cerrar los ojos,
apoyarte en la tapia de piedra y dejar de pensar. Y más tarde ya no pretendías
nada, sólo que pasara lo que tuviera que pasar; y bajaste la cabeza.
La color debió
mudársete a cerúlea, porque enseguida el personal se alarmó. Y puesto que ni
hablabas ni gesticulabas, empezaron a maniobrar sobre tu persona; que si la
tensión baja, que si falta de azúcar, que si unas aceitunas o unos pepinillos;
incluso escuchaste llevarte a urgencias… Al olor de la vinagre pegaste un
respingo porque se te revolvieron los interiores. Dijiste no quiero más. Y te
levantaste de un salto.
Paseaste la modorra
por el prado, ante la vigilante mirada del jefe y del resto de espectadores. Y
cuando comprobaste que Carlota no te mostraba ningún afecto, decidiste que ya
estaba bien de dejarte avasallar por un simple puro, llámese veracruz o venga
sin vitola.
El percance no va a
llevarte a ningún decisión que luego lamentaras. Seguirás fumando en las dosis
que acostumbras; no tirarás a la basura la colección de puros de regalo que
atesoras; aprovecharás momentos exultantes para quemarlos a base de succiones y
aspiraciones; lo que ciertamente no volverás a repetir es hacerte el mirón con
un puro en la boca. Eso de parecer un señorito no va contigo. Ya lo sabes. Estás
avisado.
3 comentarios:
¡Juas, juas, juas, te tumbó!. Recuerdo una reacción igual en alguien cercano con un cohiba cubano - regalado por Fidel, de los de verdad-, también lo tumbó, se puso malísimo y además estaban tomando una copita de ron o vodka o algo también "suavecito". Lo pasó fatal porque estaba en casa de Santiago Carrillo y la invitación pretendía ser todo un agasajo, que lo fue, pero el puro lo tumbó. Así que te imagino con tu reacción vasovagal (por los síntomas tal parece que te ocurrió) y jurando no volver a caer en la tentación... aunque después rectifiques y persistas en tu cabezonada de fumártelos todos. Piénsatelo mejor, no es preciso que los tires con que vayas regalándolos a otros es suficiente.
Besos y a recuperarse.
De "vaso" sólo tinto de la tierra que trasegamos en la comida. Y de "vagal", que no hice nada productivo en toda la jornada. Si esa reacción que me arreó fue por el tabaco en sí o por la ideología de quien lo manipuló/transportó/regaló…
Sólo puedo decir que el tal puro pertenece a un lote de cinco que me han regalado hace poco y que tienen una vitola de una boda celebrada en el día 30/5/1987. Tal vez… Mejor no digo nada, y los contrayentes continúan felizmente casados.
Considero que la razón estuvo en mi actual muy escasa adicción al tabaco, que me ha “deshabilitado” para enfrentarme a un miura semejante. Estoy en baja forma tabaquil, qué se le va a hacer.
Anoto tu dictamen, y tomo precauciones para que no vuelva a repetirse. Al menos en público.
Por cierto, la recuperación fue instantánea. No ha dejado secuelas.
Besos, sin nicotina.
¿Es esa la foto de un cura? No me lo creo, pues mira la normas lo que dicen:(bueno, hay curas que se rien de las normas)
Importancia y obligatoriedad del traje eclesiástico
61. En una sociedad secularizada y tendencialmente materialista, donde tienden a desaparecer incluso los signos externos de las realidades sagradas y sobrenaturales, se siente particularmente la necesidad de que el presbítero —hombre de Dios, dispensador de Sus misterios— sea reconocible a los ojos de la comunidad, también por el vestido que lleva, como signo inequívoco de su dedicación y de la identidad de quien desempeña un ministerio público[247]. El presbítero debe ser reconocible sobre todo, por su comportamiento, pero también por un modo de vestir, que ponga de manifiesto de modo inmediatamente perceptible por todo fiel, más aún, por todo hombre[248], su identidad y su presencia a Dios y a la Iglesia.
El hábito talar es el signo exterior de una realidad interior: «de hecho, el sacerdote ya no se pertenece a sí mismo, sino que, por el carácter sacramental recibido (cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1563 y 1582), es “propiedad” de Dios. Este “ser de Otro” deben poder reconocerlo todos, gracias a un testimonio límpido. […] En el modo de pensar, de hablar, de juzgar los hechos del mundo, de servir y de amar, de relacionarse con las personas, incluso en el hábito, el sacerdote debe sacar fuerza profética de su pertenencia sacramental, de su ser profundo»[249].
Por esta razón, el sacerdote, como el diácono transeúnte, debe[250]:
a) llevar o el hábito talar o «un traje eclesiástico decoroso, según las normas establecidas por la Conferencia Episcopal y según las legitimas costumbres locales»[251]. El traje, cuando es distinto del talar, debe ser diverso de la manera de vestir de los laicos y conforme a la dignidad y sacralidad de su ministerio; la forma y el color deben ser establecidos por la Conferencia Episcopal, siempre en armonía con las disposiciones de derecho universal;
b) por su incoherencia con el espíritu de tal disciplina, las praxis contrarias no se pueden considerar legítimas costumbres[252] y deben ser removidas por la autoridad competente[253].
Exceptuando las situaciones del todo excepcionales, el no usar el traje eclesiástico por parte del clérigo puede manifestar un escaso sentido de la propia identidad de pastor, enteramente dedicado al servicio de la Iglesia[254].
Además, el hábito talar —también en la forma, el color y la dignidad— es especialmente oportuno, porque distingue claramente a los sacerdotes de los laicos y da a entender mejor el carácter sagrado de su ministerio, recordando al mismo presbítero que es siempre y en todo momento sacerdote, ordenado para servir, para enseñar, para guiar y para santificar las almas, principalmente mediante la celebración de los sacramentos y la predicación de la Palabra de Dios. Vestir el hábito clerical sirve asimismo como salvaguardia de la pobreza y la castidad.
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