No me enteré de la
luna nueva porque además de no verse, el cielo ha estado estos días cubierto
incluso por la noche. Para más inri, el taco del calendario me ha llegado desde
el día uno al correo vacío, es decir, sin esos datos que me son tan necesarios
para saber en qué día estoy, qué santos se celebran, cuántas jornadas le quedan
vivas al año en curso y ¡las fases de la luna! Del sol no me preocupo, ya le
veo cuando entra y cuando sale.
El caso es que ya
estamos en cuarto creciente. Y el ánimo también se crece. Si no, ¿cómo
enfrentar la cuesta de enero?
Es momento de
recogida. Y aquí hay otro dato positivo. Mis miedos de diciembre no tuvieron
consecuencias. Ahí está el nacimiento africano, tal cual lo coloqué el pasado
día 22. Nada ni nadie lo ha puesto en peligro, ni ha amenazado con llevárselo,
menos aún deteriorarlo.
Cierto que el miedo
cuida de la hacienda, como de la propia salud y de otras cosas más o menos
importantes. Ser precavidos está bien, pero con medida.
No menos cierto es
que al miedo hay que torearlo para que él no te toree. Dejar de hacer es mal
consejo y llevarlo a cabo siempre es un perjuicio.
Una sociedad
atenazada no camina, regresa. Y volver para atrás significa ya una derrota en
toda línea.
Disfruté en la tarde
de los reyes paseando por mi ciudad. Multitudes llenaban paseos, calles y
plazas. A la vuelta, bien entrada la noche, volví a casa en el silencio y la
calma, exactamente como en los viejos tiempos. Para mí es una de las mejores
experiencias andar en la noche solitaria iluminada por las farolas y no tener
que estar mirando si en la próxima esquina o de aquel portal oscuro algo o
alguien puede sorprenderme con hacerme daño.
Esta noche mi calle está en tinieblas. No funciona ningún punto de luz del alumbrado público desde
que empezó 2014. Está avisado el servicio municipal. Parece que no corre prisa,
o es que tienen demasiado trabajo pendiente, o es que esta calle no cuenta como
especialmente peligrosa.
Es todo un consuelo,
y da paz.
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