Así ha sido el paso
de un mes a otro. Mi ciudad ha comenzado sus fiestas patronales de septiembre
con el pregón y traca inicial en agosto. El resto continúa ahora.
No es novedad.
También el futból comenzó antes de tiempo y todos tan contentos.
Y no digamos nada de
la gota fría. También se adelantó y remojó donde debía, aunque se encontrara en
su camino con casas, puentes y almacenes.
Sin embargo tengo una
sensación extraña. No importa que esté, de hecho, acabado el verano; y mañana haya
que volver al tajo; el que tenga la suerte de tenerlo, claro. En derecho
propiamente, el verano continúa hasta que los astrónomos lo digan.
Menos aún
interesa que anoche cerraran la piscina de El Matadero hasta el próximo
octubre; otras habrá a las que acudir. Y sí que importa que dentro de ná los
peques vuelvan al cole y los papás a hacer piruetas con los libros, los
horarios, las actividades extraescolares; y los abuelos y abuelas a ayudar
donde y como puedan.
No. No es nada de eso
que se supone ocurre cuando acaba un mes, como agosto, y entramos en
septiembre.
Es que no recuerdo
ningún otro verano, -junio, julio y agosto- tan plano como este de ahora. Y
septiembre avisa que va a ser más de lo mismo.
Si eso significara
- que las uvas van a
madurar aunque tarde y la vendimia será un éxito…
- que todo lo que hemos
estado escuchando durante estos últimos tres meses sobre negocios turbios y
corrupciones, en su momento o cuando la justicia considere, van a quedar
cerrados con el castigo de sus culpables…
- que esta crisis cuyo
fin vienen anunciando desde el gobierno para ya, algún día acabe, no importa si
es el año que viene o en 2020…
- que no se va a atacar
a Siria, porque van a entrar en razón todos, absolutamente todos, de forma que
los refugiados van a volver a sus casas, y los que buscan ganancias renuncian a
ellas; y a los muertos se les deja en paz…
- que…
Bueno esto no es una
carta a los reyes, porque aún falta mucho y por medio está el otoño y parte del
invierno. Pero sí podría ser como un golpe en la mesa de quien está harto de
escuchar promesas sin recibir resultados concretos.
No porque acabe un
mes y empiece otro las cosas han de cambiar, necesariamente; pero algo,
siquiera un poquito, sería motivo más que suficiente para, con los brazos
extendidos y la puerta abierta, gritar:
¡Bienvenido,
septiembre!
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