Trabajo me ha costado tirarme de la
cama. No a mí sólo, también Moli lo ha pensado su tiempo antes de desenroscarse
y decirme ¡vamos! Noche clara y fría estrena diciembre, mañana con cinco grados
negativos y más que silencio, mudez. El pinar solitario hoy estaba más inhóspito
que nunca. Nada por ninguna parte da indicios que permitan abrigar una
esperanza, siquiera pequeñita, de que esto no va a ser para siempre, que sólo
es temporal y que de mal en menos aguantaremos lo que dure, para terminar en un
disfrute suficiente, porque no total.
Por si fuera poco hoy
comienza el adviento, y hay que hablar de la esperanza. ¡Qué sarcasmo! Así me
desayunaba pensando, qué diré hoy a mi gente, achuchada como está hasta la
asfixia. Cómo decir en el templo algo que en la calle está contradicho.
Esto es lo que he
rumiado durante el paseo pinariego, mientras mis acompañantes hablaban de unas
y otras cosas.
Ahora, fumando el
primer pitillo del día, dándole vueltas al ordenador y a la actualidad y a mi
correo, me encuentro con Dolores, que nunca me ha fallado. Ella sí que sabe
sacar del “arca” cosas nuevas y cosas usadas según vayan siendo necesarias.
Sí, tal vez no esté
todo perdido, y podamos permitirnos, como Dolores Aleixandre, sonreír a pesar
de todo, mantenernos enteros contra este frío, rescatar ilusiones del olvido,
mirar al frente a pesar de todo, y no echar de menos nuestro equipaje porque
con sólo un bolso de mano tengamos suficiente.
Sí, tal vez la fe en
la vida sea más fuerte que todas las teorías, sean del tipo que sean, y nos
ayude a romper este círculo vicioso, a hacer luminosa esta realidad opaca, a
salir de este pozo inmundo, a por lo menos hacernos más humano este despiadado
sistema que nos aplasta en lo económico, en lo político, en lo social y hasta
en lo “religioso”. No será la religión en este trance sino un mero opio, si no
nos hace salir hacia fuera de nosotros, a la búsqueda y espera de lo deseado y
posible.
Con cabreo, con
indignación, con frustración, sólo, no conseguiremos nada; como le ocurre al
albañil que tira la paleta, a la trucha que se abandona a la corriente, al
pajarillo que olvida su trinar.
Gracias, Dolores, por
este escrito tuyo que me alivia este comienzo de diciembre.
Sobre la inoportunidad del Adviento
Dolores Aleixandre
“Levantar los ojos”,
ir más allá de lo inmediato que nos ciega y atrapa en redes de deseos
insatisfechos, en obsesiones por retener modos de vida que
considerábamos definitivos, en temores que embotan nuestro corazón
impidiendo el fluir de la vida.
Sí,
inoportunidad, no me arrepiento del título, esa ha sido mi impresión
después de hacer una lectura seguida de los textos de Adviento. Vienen
cargados de tantas palabras resplandecientes: alegría, seguridad,
gloria, esplendor, paz, confianza, salvación…, que esa insistencia
luminosa resulta casi insultante en estos tiempos de tanta oscuridad.
Puestos a
elegir, preferiríamos otras promesas más cercanas a nuestra realidad: en
vez de colinas que se abajan y valles que se levantan, esperaríamos el
anuncio de que bajan las hipotecas, desciende la prima de riesgo y se
eleva la responsabilidad de los bancos que han dejado sin ahorros a
tantas familias.
Estupendo que
lo torcido se enderece, pero nos suena a música celestial mientras
continúen los métodos tortuosos de muchos empresarios para solicitar
EREs y mandar al paro a tanta gente.
Baruc nos
exhorta a envolvernos en el manto de la justicia de Dios y es una
magnífica cobertura pero ¿de qué les va a servir a los inmigrantes sin
papeles si se quedan sin la sanitaria?
La teología y
sus eruditos se defienden: “Se trata de una perspectiva escatológica”,
distinguen. Claro, pero sólo con eso no llego a fin de mes, piensa más
de uno.
Jesús, que
afortunadamente no era un erudito, propone otras salidas: da por sentada
la existencia de situaciones desastrosas que nos sacuden llenándonos de
ansiedad y preocupación pero, donde nosotros no vemos más que
catástrofes, él ve “señales”.
La condición para descubrirlas es “levantar los ojos”,
ir más allá de lo inmediato que nos ciega y atrapa en redes de deseos
insatisfechos, en obsesiones por retener modos de vida que
considerábamos definitivos, en temores que embotan nuestro corazón
impidiendo el fluir de la vida.
Y esas “señales” ¿dónde buscarlas?: en el desierto,
responde el evangelio de Lucas en el 2º Domingo, en esos lugares
marginales que nos obligan a afrontar sin distracciones esas preguntas
de las que tratamos de escapar, que nos inquietan más allá de lo
económico y que se enmascaran bajo pretextos de impotencias y desánimos.
Los personajes
políticos y religiosos nombrados (Poncio Pilato, Herodes, Anás,
Caifás….) quizá fueron peores que los que hoy nos gobiernan pero, a
pesar de sus poderes e intrigas, no consiguieron extinguir la esperanza
que convocaba la voz profética de Juan desde la periferia.
En la tercera semana las señales
se vuelven más concretas: hay que abrirse a la alteridad hasta llegar a
compartir con otros, hay que salir del estrecho círculo de “lo mío”
para que la esclavitud del poseer deje paso a la libertad de preferir el
bien mayor de la relación: la alegría de que una túnica sobrante
abrigue ahora el cuerpo aterido de un hermano.
Las señales de
la cuarta semana nos devuelven a la belleza de lo pequeño, a la
humildad de lo cotidiano: Dios elige como morada a Belén, un pueblo
insignificante; y un sencillo saludo, esa experiencia universal de
acogida del otro, desencadena un torrente de comunicación entre dos
mujeres embarazadas que se llenan de alegría, bendicen y se ríen juntas
mientras la vida crece en sus entrañas.
No son señales fáciles
ni evidentes porque el Evangelio es siempre un tesoro escondido, un don
exigente, una gracia cara. Después de todo, quizá el Adviento pueda
conducirnos “oportunamente” hacia ese júbilo que se atreve con tanto
descaro a prometer.
Homilética
No hay comentarios:
Publicar un comentario