Comimos y sesteamos durante la tarde del domingo en Torozos. ¿Qué mejor sitio y qué mejor compañía? Maribel y Jesús nos acogieron como siempre, con cariño. La casa fresquita y la tranquilidad de un pueblo que se niega a ser contaminado devuelve la paz al ánimo inquieto del urbanita.
Un paseo por las calles, una charla corta y amable con vecinos, una salida breve al valle con Moli y Pancho retozando, la potrica ya crecida y lustrosa (¡cómo se cría la condenada!) y la gran casona vacía y desangelada por los que ya no están. Un poco de todo, alegría, nostalgia, recuerdos vivos, sombras y silencio…, vamos la vida misma.
De vuelta a la ciudad, paralizada por el partido de España con Italia, uno se siente vivo y, sin ánimo de hacer mala trascendencia, enganchado a muchos por el cariño y la necesidad.
Un domingo más, que no se desperdicia, sino que te entona para seguir discurriendo por la vida.
Como es habitual, una noche sosegada y un sueño profundo y reparador.
El Cabo de Gata
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No está en el fin del mundo, pero lo parece. Llegar hasta allá supone
atravesar valles y desiertos, llanuras y perdidos, pasar pueblos y rodear
montañas...
Hace 10 años
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