No son propiamente “juguetes rotos”, como se titulaba cierta peli de mis años mozos, y es seguro (con toda seguridad) que no les convenga ni el sustantivo ni el calificativo, pero han llegado a mí como objetos en desuso. No tiene nada de extraordinario su presencia en este sitio, en el que casi la totalidad del contenido, además del propio continente, está en su segundo, tercer, o… enésimo uso. Todo es reciclado, todo rescatado del olvido, todo resignificado. Y algunas piezas muy concretas y particulares gozan de un destino privilegiado: estar en exposición permanente, sea para el culto, sea para la contemplación, sea sencillamente para ocupar ese espacio dignamente.
Su existencia me provoca cierta pena, algo de cabreo pero ningún gramo de nostalgia.
Se trata de símbolos religiosos que atendían sentimientos muy arraigados en los domicilios familiares y que, superada la generación que los mantuvo, sobran por falta de espacio, ausencia de sentido o nula sintonía con la ética y la estética que ahora se requiere.
Tengo algunas piezas colocadas aquí o allá, en lugares no públicos aunque no cerrados, y el resto aguarda almacenado en espera de otro emplazamiento o destino mejor. Se trata de imágenes del Niño Jesús en su cuna o sin ella, crucifijos desclavados de féretros que presidieron dormitorios y recuerdan a seres muy queridos pero ya olvidados, un cuadro de la Virgen de Guadalupe obsequio de la Asociación de Damas de Santa María de Guadalupe, un san Cristóbal, etc.
Pero uno, puede que tenga suerte y viaje hasta Galicia. Es una imagen en escayola, pero muy digna, de un Corazón de Jesús sedente, podríamos decir “entronizado”.
Como ya hay uno bien colocado, este otro aquí no tiene lugar, y será una suerte que viaje donde se le desea, en San Lourenzo de Oliveira.
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