Esta no me la estropean ni analistas políticos,
ni vaticanistas de medio pelo, ni
siquiera puntillosos tradicionalistas tonsurados. Que el Vaticano, o sea la
Iglesia Católica, termine dialogando y concordando con el gobierno de China es
lo mejor que podría ocurrir para bien de los católicos de aquel país asiático.
Pensar que Francisco Javier y Matteo Ricci están en
el origen inmediato de la fe de unos millones de habitantes del país más
hermético del planeta, cuando se navegaba a vela y los viajes duraban una
eternidad, y que por suspicacias hacia lo extranjero durante los últimos casi
setenta años se ha privado de libertad, perseguido y maltratado a un colectivo
cuya única pretensión es ser fiel a sus creencias, solamente con el nuevo acuerdo
establecido considero satisfecho todo el esfuerzo que durante decenios han
desarrollado los diplomáticos del papa.
Sin embargo, esto no acaba sino de empezar. Porque
toca ahora que las dos comunidades enfrentadas, la “patriótica” y la “romana”,
construyan la comunión entre sí, se perdonen y se acojan, reconstruyan o
edifiquen lo que mejor les convenga, no renuncien a nada por su fe sino que
sumen o multipliquen, y gocen de saberse abrazadas por el resto de iglesias de
tradición romana.
Ya estoy imaginando que llega cómo vivir el
Evangelio según el método chino*, y estoy convencido de que, como en los todo a
cien, muchas parroquias van a verse implementadas por ideas y modos nuevos que
no podremos desdeñar. No hará falta que ponga “made in China”, porque todos
adivinaremos de donde procede.
Nota
*En pleno renacimiento, hace quinientos años, los jesuitas
que evangelizaban en China se preocuparon por “inculturar” el Evangelio en
lugar de imponerlo. Difícil lo tuvieron con Roma, y sólo se les entendió con el
concilio Vaticano II.
Considero muy interesante la lectura de este enlace:
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