Tal día como hoy, hace ya veinte años, fuimos testigos, unos en directo, otros in situ y muchos otros más a toro pasado y en la distancia, de la caída del mítico muro de Berlín, que dividía desde la segunda guerra mundial a Alemania en dos partes, en sentido casi vertical.
Fue un hecho histórico, que trajo como consecuencia, entre otras, el fin de la llamada guerra fría que enfrentaba al occidente "libre" y al oriente "prisionero".
Con tal circunstancia, muchos bloguers se han visto en la oportunidad de tocar este tema, y glosar el aniversario de las más diversas maneras.
Yo sólo he contactado con algunos, los que me son más cercanos. Pero seguro que si se busca con un poco de paciencia y de tesón, salen cientos de miles, que esto de Internet es lo que tiene, que algunos piensan y crean, y el resto copia y pega y en el mejor de los casos, también lee. He aquí algunas citas:
Yo no tengo una opinión propia y redonda que pueda ofrecer aquí; sólo unos apuntes, cogidos con alfileres y que aún he de madurar y completar. Y todo partiendo de que la realidad es poliédrica y puede verse e interpretarse de muchas maneras; y que nada es blanco-blanco o negro-negro, sino que nos tenemos que mover entre grises y claroscuros. Es nuestro sino.
Como apunta Pedro Miguel Lamet, si cayó este muro, otros muros se mantienen, incluso se refuerzan. Tal es lo que él piensa, tal vez lo tomó de Galeano, que ya lo dijo hace un tiempo, allá por 2006. A mí me lo ha recordado el Lanzador de botellas al mar, que está aquí justo al lado.
Él pone el vídeo, ahí lo podéis ver; yo pongo el texto para que leyéndolo despacio, se entienda mejor, tomado de este lugar:
Sección: Sáhara Occidental
Título: MUROS (Saharauis), por Eduardo Galeano en La Jornada, Mexico, 24-4-06 Texto del artículo:
El Muro de Berlín era la noticia de cada día. De la mañana a la noche
leíamos, veíamos, escuchábamos: el Muro de la Vergüenza, el Muro de la
Infamia, la Cortina de Hierro...
Por fin, ese muro, que merecía caer, cayó. Pero otros muros han brotado,
siguen brotando, en el mundo, y aunque son mucho más grandes que el de
Berlín, de ellos se habla poco o nada.
Poco se habla del muro que Estados Unidos está alzando en la frontera
mexicana, y poco se habla de las alambradas de Ceuta y Melilla.
Casi nada se habla del Muro de Cisjordania, que perpetúa la ocupación
israelí de tierras palestinas y de aquí a poco será 15 veces más largo que
el Muro de Berlín.
Y nada, nada de nada, se habla del Muro de Marruecos, que desde hace 20 años
perpetúa la ocupación marroquí del Sáhara occidental. Este muro, minado de
punta a punta y de punta a punta vigilado por miles de soldados, mide 60
veces más que el Muro de Berlín.
¿Por qué será que hay muros tan altisonantes y muros tan mudos? ¿Será por
los muros de la incomunicación, que los grandes medios de comunicación
construyen cada día?
En julio de 2004, la Corte Internacional de Justicia de La Haya sentenció
que el Muro de Cisjordania violaba el derecho internacional y mandó que se
demoliera. Hasta ahora, Israel no se ha enterado.
En octubre de 1975, la misma Corte había dictaminado: "No se establece la
existencia de vínculo alguno de soberanía entre el Sahara Occidental y
Marruecos". Nos quedamos cortos si decimos que Marruecos fue sordo. Fue
peor: al día siguiente de esta resolución desató la invasión, la llamada
Marcha verde, y poco después se apoderó a sangre y fuego de esas vastas
tierras ajenas y expulsó a la mayoría de la población.
Y ahí sigue.
Mil y una resoluciones de las Naciones Unidas han confirmado el derecho a la
autodeterminación del pueblo saharaui.
¿De qué han servido esas resoluciones? Se iba a hacer un plesbiscito, para
que la población decidiera su destino. Para asegurarse la victoria, el
monarca de Marruecos llenó de marroquíes el territorio invadido. Pero al
poco tiempo, ni siquiera los marroquíes fueron dignos de su confianza. Y el
rey, que había dicho sí, dijo que quién sabe. Y después dijo no, y ahora su
hijo, heredero del trono, también dice no. La negativa equivale a una
confesión. Negando el derecho de voto, Marruecos confiesa que ha robado un
país.
¿Lo seguiremos aceptando, como si tal cosa? ¿Aceptando que en la democracia
universal los súbditos sólo podemos ejercer el derecho de obediencia?
¿De qué han servido las mil y una resoluciones de las Naciones Unidas contra
la ocupación israelí de los territorios palestinos? ¿Y las mil y una
resoluciones contra el bloqueo de Cuba?
El viejo proverbio enseña:
La hipocresía es el impuesto que el vicio paga a la virtud.
El patriotismo es, hoy por hoy, un privilegio de las naciones dominantes.
Cuando lo practican las naciones dominadas, el patriotismo se hace
sospechoso de populismo o terrorismo, o simplemente no merece la menor
atención.
Los patriotas saharauis, que desde hace 30 años luchan por recuperar su
lugar en el mundo, han logrado el reconocimiento diplomático de 82 países.
Entre ellos, mi país, el Uruguay, que recientemente se ha sumado a la gran
mayoría de los países latinoamericanos y africanos.
Pero Europa, no. Ningún país europeo ha reconocido a la República Saharaui.
España, tampoco. Este es un grave caso de irresponsabilidad, o quizá de
amnesia, o al menos de desamor. Hasta hace 30 años el Sahara era colonia de
España, y España tenía el deber legal y moral de amparar su independencia.
¿Qué dejó allí el dominio imperial? Al cabo de un siglo, ¿a cuántos
universitarios formó? En total, tres: un médico, un abogado y un perito
mercantil. Eso dejó. Y dejó una traición. España sirvió en bandeja esa
tierra y esas gentes para que fueran devoradas por el reino de Marruecos.
Desde entonces, el Sahara es la última colonia del Africa. Le han usurpado
la independencia.
¿Por qué será que los ojos se niegan a ver lo que rompe los ojos?
¿Será porque los saharauis han sido una moneda de cambio, ofrecida por
empresas y países que compran a Marruecos lo que Marruecos vende aunque no
sea suyo?
Hace un par de años, Javier Corcuera entrevistó, en un hospital de Bagdad, a
una víctima de los bombardeos contra Irak. Una bomba le había destrozado un
brazo. Y ella, que tenía ocho años de edad y había sufrido once operaciones,
dijo:
-Ojalá no tuviéramos petróleo.
Quizás el pueblo del Sahara es culpable porque en sus largas costas reside
el mayor tesoro pesquero del océano Atlántico y porque bajo las inmensidades
de arena, que tan vacías parecen, yace la mayor reserva mundial de fosfatos
y quizá también hay petróleo, gas y uranio.
En el Corán podría estar, aunque no esté, esta profecía:
Las riquezas naturales serán la maldición de las gentes.
Los campamentos de refugiados, al sur de Argelia, están en el más desierto
de los desiertos. Es una vastísima nada, rodeada de nada, donde sólo crecen
las piedras. Y sin embargo, en esas arideces, y en las zonas liberadas, que
no son mucho mejores, los saharauis han sido capaces de crear la sociedad
más abierta, y la menos machista, de todo el mundo musulmán.
Este milagro de los saharauis, que son muy pobres y muy pocos, no sólo se
explica por su porfiada voluntad de ser libres, que eso sí que sobra en esos
lugares donde todo falta: también se explica, en gran medida, por la
solidaridad internacional.
Y la mayor parte de la ayuda proviene de los pueblos de España. Su energía
solidaria, memoria y fuente de dignidad, es mucho más poderosa que los
vaivenes de los gobiernos y los mezquinos cálculos de las empresas.
Digo solidaridad, no caridad. La caridad humilla. No se equivoca el
proverbio africano que dice: La mano que recibe está siempre debajo de la
mano que da.
Los saharauis esperan. Están condenados a pena de angustia perpetua y de
perpetua nostalgia. Los campamentos de refugiados llevan los nombres de sus
ciudades secuestradas, sus perdidos lugares de encuentro, sus querencias: El
Aaiún, Smara...
Ellos se llaman hijos de las nubes, porque desde siempre persiguen la
lluvia.
Desde hace más de 30 años persiguen, también, la justicia, que en el mundo
de nuestro tiempo parece más esquiva que el agua en el desierto.
Artículo de www.profesionalespcm.org insertado por: El administrador web - Fecha: 28/04/2006 - Modificar
Sería bueno, a partir de aquí, tomar otros hilos y tocar otros palillos, que, sin usar la palabreja, sí hacen alusión y referencia a muros, paredes, fronteras, que separan, dividen, incomunican, aíslan y encierran a millones de seres humanos, en este mundo de la comunicación y de la libertad.
Porque nuestras ciudades, al menos las que yo conozco, han evolucionado, han mejorado su estampa, y como consecuencia ya no hay lugares negros, al margen, a las afueras, mal iluminados y peor comunicados, donde de noche no se pueda caminar y de día, pichí-pichí. No, ya no hay líneas divisorias claras y precisas: la vía del tren, la circunvalación, el río que nos riega…
Pero barreras y muros sigue habiendo. No serán físicos, pero son reales y tan difíciles o más de atravesar que si lo fueran. Los que están tras ellos encerrados son invisibles, no llaman la atención, como si no existieran mismamente.
A veces nos asaltan desde las noticias, como surgidos de la nada. Y nos pegan un revolcón a los que vivimos placenteramente en esta Arcadia feliz de la modernidad. Luego, tras los deportes y el tiempo nos sacudimos la bata de estar en casa y seguimos con el café de sobremesa. ¡Qué susto!
Voces amigas nos hacen llegar continuamente información de allende el mar, y también de esta otra parte más cercana. A veces, esas voces, cuando hablan en público, se convierten en moscas cojoneras. Y sacan el color rubicundo a la cara encementada de los que hinchan los pulmones para decirnos que estamos fetén, y que todo está tan bajo control, que somos la hostia.
Os invito a dar un paseo por los lugares de gentes como, por ejemplo, Cáritas, Manos Unidas, Intermón, Médicos sin fronteras, Servicio Jesuita a refugiados, para estar un poco al día de esa miseria que aún sigue ahí bien viva, y que seguirá ahí por los siglos de los siglos…, salvo que, como ocurrió en Berlín hace sólo veinte años, y hartos de tantos muros y muretes, salgamos a la calle dispuestos a tirarlos, piedra a piedra, empujón tras empujón, con las manos desnudas y con los corazones decididos.
Porque nuestras ciudades, al menos las que yo conozco, han evolucionado, han mejorado su estampa, y como consecuencia ya no hay lugares negros, al margen, a las afueras, mal iluminados y peor comunicados, donde de noche no se pueda caminar y de día, pichí-pichí. No, ya no hay líneas divisorias claras y precisas: la vía del tren, la circunvalación, el río que nos riega…
Pero barreras y muros sigue habiendo. No serán físicos, pero son reales y tan difíciles o más de atravesar que si lo fueran. Los que están tras ellos encerrados son invisibles, no llaman la atención, como si no existieran mismamente.
A veces nos asaltan desde las noticias, como surgidos de la nada. Y nos pegan un revolcón a los que vivimos placenteramente en esta Arcadia feliz de la modernidad. Luego, tras los deportes y el tiempo nos sacudimos la bata de estar en casa y seguimos con el café de sobremesa. ¡Qué susto!
Voces amigas nos hacen llegar continuamente información de allende el mar, y también de esta otra parte más cercana. A veces, esas voces, cuando hablan en público, se convierten en moscas cojoneras. Y sacan el color rubicundo a la cara encementada de los que hinchan los pulmones para decirnos que estamos fetén, y que todo está tan bajo control, que somos la hostia.
Os invito a dar un paseo por los lugares de gentes como, por ejemplo, Cáritas, Manos Unidas, Intermón, Médicos sin fronteras, Servicio Jesuita a refugiados, para estar un poco al día de esa miseria que aún sigue ahí bien viva, y que seguirá ahí por los siglos de los siglos…, salvo que, como ocurrió en Berlín hace sólo veinte años, y hartos de tantos muros y muretes, salgamos a la calle dispuestos a tirarlos, piedra a piedra, empujón tras empujón, con las manos desnudas y con los corazones decididos.
8 comentarios:
Nadie haría mejor una síntesis y una recopilación como la que has hecho. Toda una autoridad en la materia. En ese tema que nunca pierde actualidad porque son muchos los muros que persisten y se mantienen porque los que podrían eliminarlos ponen cada noche nuevas filas de ladrillos u hormigón hasta romper por completo el horizonte. Cayó el de Berlín porque los poderosos acabaron derrumbándole e hicieron bien. Pero cuando se reunen felices en la Puerta de Brandenburgo a celebrar que Berlín simboliza lo que ellos quieren que simbolice, me imagino lo incómodos que se sentirían si alguien les habla de Cisjordania, del Sahara o de México. Dicen que eso es otra cosa, pero les costaría convencernos de que no son otra manifestación más de los muros que no cesan.
EL mas alto de los muros es la pobreza, el siguiente la injusticia; no hay que ir lejos, solo hay que abrir los ojos y ahí está presente, tan cerca que te ciega, y cuando la ves con el corazón abierto ya no hay marcha atras, o reaccionas o reaccionas, es imposible no ver, no sentir, no hacer.¡HAGAMOS !
La única muralla que debía estar en pie, poderosa, la única, está por los suelos, mientras todas las demás se apuestan y refuerzan como nunca. ¿Será el signo de su agonía?
Un abrazo.
Los más difíciles de erradicar son, como dices, los muros invisibles, porque no los hiere el martillo ni le tapan la vista a nadie.
Y, aparte del muro del Sáhara, se me viene a la mente la frontera exterior europea, cada vez más amurallada y más impenetrable, y esa no la tenemos allende los mares, es más, yo la tengo a tiro de piedra, pero no la tiro. Claro, se me olvidaba, es a otros a los que se le priva la libertad.
Gracias por citarme.
Un abrazo
En Venezuela el gobierno está levantando un muro entre sus ciudadanos ¿Es eso posible en el siglo 21?
Pongo en vuestro conocimiento que los muros siguen siendo asaltados, a pesar de la dura resistencia que ofrecen: http://www.diagonalperiodico.net/Activistas-derrumban-parte-del.html
Fernando,¿me habla de autoridad quien la tiene toda por las tierras recorridas, los pueblos visitados, las ideas expresadas y las reflexiones inducidas? ¡Va por usted, maestro!
Laura, fuiste rápida como Fernando en comentar, aún estaba la tinta fresca y ni me dejaste retocar algunos detalles del artículo. Pero está bien, que así salió y así queda.
Has de saber que algunas personas reaccionan negando, aunque sea evidente. ¿Será la táctica del avestruz, que dicen que mete la cabeza en la arena cuando se siente amenazado? Porque quien se parapeta tras los muros, más tarde o más temprano acaba siendo asaltado y derrotado. ¡Ay de los vencidos!
Juan, esa muralla me trae recuerdos… Es ya vieja pero, como el buen vino, con el tiempo se carga de razón.
Lanzador, era obligado, tú lo ofreciste; yo lo tomé, tenía que decir de dónde.
Veo que eres un entusiasta de la libertad, te admiro. No obstante la libertad necesita otras cosillas, no sé si antes o después o al mismo tiempo, es decir concomitantes: justicia, igualdad… Buscando por ahí he encontrado esto: http://www.latinamericanstudies.org/us-cuba/castro-discurso.htm
Ali Reyes, en el XXI y en todo tiempo quienes catan el poder,se empoderan de él. Empoderar, verbo en desuso en castellano, quizás porque suena demasiado y avergüenza. Digamos pues que se apoderan, que es como decir que lo encontraron por casualidad y simplemente se lo apropiaron.
¿Qué será eso del poder, que tantos lo ansían y atesoran?
¡Ojalán entraran en razón y descubrieran el auténtico poder: el servicio!
No lo hay mayor, proporciona la auténtica autoridad.
Menudo repaso, amigo Miguel Ángel. Un aluvión de enlaces y de información, por otra parte, nada que no sepamos ya, o sea, que la injusticia y la pobreza es el verdadero muro, y que los muros físicos sólo son realizaciones visibles y tangibles de los otros, de los que tenemos en las mentes. Porque al final, todos colaboramos a la existencia de muros, en algún sentido. Como tú dices, con nuestra bata de estar en casa y nuestro café, que es un decir, por cierto muy bien dicho, porque es la viva imagen de la comodidad. Y no digo nada de tus comentaristas, comenzando por Fernando, que siempre es rotundo en sus opiniones, y el lanzador de botellas, Laura, etc. En fin, que he decidido hacerme seguidora de este blog tan bueno. A ver si tiramos muros abajo.
Clares, no me cansaré de repetir que presencias como la tuya honran y enriquecen este lugar. Lugar que, por otra parte, poco o nada sería sin la ayuda estimada pero nunca suficientemente de personas de tan alto nivel y profundo calado.
Por supuesto que no se trata de nada nuevo, todo es tan viejo como la pana. Es una enorme, monstruosa muralla, es la negación de la propia humanidad. Acabar con ella exige cambio personal, pero es inevitablemente necesaria la transformación social. ¿Seremos capaces en este siglo de hacer ese harakiri? Los seres humanos necesitamos volver a nacer, re-nacer de nuestras podridas entrañas a sentimientos cordiales, incluso a sentir con las mismas tripas. Todo está reconocido y escrito con grandes caracteres: Los Derechos Humanos. Sólo hace falta, como dice Laura, ejercerlos y respetarlos.
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