Hoy es el día mundial del Sida, y no sé qué añadir a lo que ya se ha dicho y se está diciendo desde tantos lugares.
Como no sé hablar más que desde mí mismo, también sobre esto lo voy a hacer.
Recuerdo el año 1981, de triste recuerdo en aquella primavera por el síndrome del bichito que si se caía se mataba (así de exacto se expresó el entonces ministro de sanidad). El miedo se nos metió en el cuerpo, porque la mayoría de mi gente consumió aquel dichoso aceite que se vendía a pie de calle. Sin embargo antes de eso no se sospechaba de nada en concreto y por eso precisamente todo era sospechoso.
Estábamos por entonces preparando el campamento de verano. Como no se sabía de dónde venía el mal, no se permitía nada, si el agua, si el aire, si alimentos, si contacto con animales o con personas… En sanidad no sabían, tampoco respondían. Así que estuvimos meses en suspenso, hasta que se dio con la causa del asunto.
Hicimos sí el campamento, pero ya muchos de cerca y de lejos quedaron marcados para siempre en su cuerpo y también en su alma. Aquel aceite fue una peste moderna que sembró terror y destrucción. Y aún colea…
Con el sida pasó algo semejante. Saltó la noticia lejos, esa fue la diferencia. Se habló mucho y misteriosamente. Se comentó sobre el origen, la forma de transmitirse, las víctimas, los ambientes, las costumbres, se habló incluso de maldiciones divinas… Eso es lo peligroso: cuando no se sabe nada, se desbarra, se asusta al personal y terminamos mirándonos unos a otros con total desconfianza.
Para mí lo más escandaloso resultó ser lo que expresó más de uno y más de dos desde el ámbito de la Iglesia. Recordando épocas de penumbra y terror, se llegó a decir que si castigo divino… Es terrible cuando alguien se expresa así, usurpando el nombre de lo innombrable, revistiéndose de autoridad ajena, ya que de sí mismo sólo podría decirse que es una mierda. Es triste pero es así: el más mierda osa hablar con autoridad abusivamente apropiada.
Tardó la cosa del sida en entrar en normalidad, me refiero a lo de encontrar el origen, la forma de transmitirse, cómo combatirlo, cómo evitarlo, cómo convertirlo de muerte segura en enfermedad acotada y controlada.
Fue el sida una auténtica “peste silenciosa”, que aún sigue silenciosamente destruyendo a los que más debiéramos cuidar, porque son el futuro de nuestra humanidad: pueblos y personas de otros lugares, con menos cultura “moderna”, con menos medios materiales, con menos progreso altivo…, auténtico arsenal humano que está diezmado y amenazado de extinción, a pesar de ser nuestro verdadero tesoro y promesa de futuro, auténtica reserva de humanidad en este maltrecho hito histórico que es el siglo XXI en el que hay de todo, como siempre ha sido en nuestra historia, pero en el que abunda más lo más infernal.
Y ya que pongo “infernal”, no puedo sino dejar aquí mi protesta formal por el abuso que mi país, -mejor decir aquel gobierno infausto-, cometió permitiendo el paso de aviones con carga humana pestilente camino de otro infierno, que aún perdura y perdura…
No sólo por el permiso sino también por el asentimiento y la alianza en algo tan fraudulento, incivil, ilegal e inhumano, tengo que decir bien alto:
Como no sé hablar más que desde mí mismo, también sobre esto lo voy a hacer.
Recuerdo el año 1981, de triste recuerdo en aquella primavera por el síndrome del bichito que si se caía se mataba (así de exacto se expresó el entonces ministro de sanidad). El miedo se nos metió en el cuerpo, porque la mayoría de mi gente consumió aquel dichoso aceite que se vendía a pie de calle. Sin embargo antes de eso no se sospechaba de nada en concreto y por eso precisamente todo era sospechoso.
Estábamos por entonces preparando el campamento de verano. Como no se sabía de dónde venía el mal, no se permitía nada, si el agua, si el aire, si alimentos, si contacto con animales o con personas… En sanidad no sabían, tampoco respondían. Así que estuvimos meses en suspenso, hasta que se dio con la causa del asunto.
Hicimos sí el campamento, pero ya muchos de cerca y de lejos quedaron marcados para siempre en su cuerpo y también en su alma. Aquel aceite fue una peste moderna que sembró terror y destrucción. Y aún colea…
Con el sida pasó algo semejante. Saltó la noticia lejos, esa fue la diferencia. Se habló mucho y misteriosamente. Se comentó sobre el origen, la forma de transmitirse, las víctimas, los ambientes, las costumbres, se habló incluso de maldiciones divinas… Eso es lo peligroso: cuando no se sabe nada, se desbarra, se asusta al personal y terminamos mirándonos unos a otros con total desconfianza.
Para mí lo más escandaloso resultó ser lo que expresó más de uno y más de dos desde el ámbito de la Iglesia. Recordando épocas de penumbra y terror, se llegó a decir que si castigo divino… Es terrible cuando alguien se expresa así, usurpando el nombre de lo innombrable, revistiéndose de autoridad ajena, ya que de sí mismo sólo podría decirse que es una mierda. Es triste pero es así: el más mierda osa hablar con autoridad abusivamente apropiada.
Tardó la cosa del sida en entrar en normalidad, me refiero a lo de encontrar el origen, la forma de transmitirse, cómo combatirlo, cómo evitarlo, cómo convertirlo de muerte segura en enfermedad acotada y controlada.
Fue el sida una auténtica “peste silenciosa”, que aún sigue silenciosamente destruyendo a los que más debiéramos cuidar, porque son el futuro de nuestra humanidad: pueblos y personas de otros lugares, con menos cultura “moderna”, con menos medios materiales, con menos progreso altivo…, auténtico arsenal humano que está diezmado y amenazado de extinción, a pesar de ser nuestro verdadero tesoro y promesa de futuro, auténtica reserva de humanidad en este maltrecho hito histórico que es el siglo XXI en el que hay de todo, como siempre ha sido en nuestra historia, pero en el que abunda más lo más infernal.
Y ya que pongo “infernal”, no puedo sino dejar aquí mi protesta formal por el abuso que mi país, -mejor decir aquel gobierno infausto-, cometió permitiendo el paso de aviones con carga humana pestilente camino de otro infierno, que aún perdura y perdura…
No sólo por el permiso sino también por el asentimiento y la alianza en algo tan fraudulento, incivil, ilegal e inhumano, tengo que decir bien alto:
1 comentario:
Gracias por tu solidaridad en la lucha contra el flagelo del sida.
Pero quería comentarte acerca de la entrada acerca del crucifijo en lugares públicos. estoy de acuerdo contigo...Si Cristo no está en el corazón, de nada vale que esté guindado en un portal público. Además, criticamos (y con razón) a los musulmanes de haber creado unos estados "teocráticos" que se han convertido en el más espantoso totalitarismo debido su fobia a todo lo que sea laico. Así que nosotros no debemos caer en esa tentación. prediquemos el Reino de Dios, pero el de los corazones, no el de las formas externas.
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