La foto es muy mala, porque está sacada de una diapositiva, pero no tengo otra forma de ponerlo. Es el cedro que ahora ocupa el centro del jardín cuando apenas tendría un par de años. Así lucía en el verano del 86. No me diga nadie que no apuntaba ya maneras… Basta para verlo comparar esta foto con la foto que corona la columna derecha de este blog.
Arriba a la derecha, y no hablo de política sino del paisaje (no confundir con paisanaje), asoma una rama del albérchigo que hubo de talarse porque se fue inclinando, amenazando mi casa. Le dio guillotina el bueno de Felipe, que no me consintió ni una pequeña ayuda. Eso ocurrió en el verano del 99.
Y aquí, en primera fila también a la derecha -y van tres, pero no se piense nadie que vaya con segundas- se vislumbran las puntas aceradas de la yuca que no consentimos que creciera más; era un peligro puntiagudo para las fieras corrupias que por entonces, y por ahora, frecuentaban estos lugares.
El resto sigue tal como entonces. Bueno, sí, las parras aún eran jóvenes y de uvas, las justas.
Esto es lo que ha dado de sí una tarde solemnemente vacía, que es que ya al señor Santiago ni se le tiene en cuenta ni se le respeta.
No obstante he sacado algún beneficio de esta no fiesta, de lo cual rendiré cumplida cuenta en cuantito esté del todo rematado. Y será no tardando.
1 comentario:
Uno igual planté en la esquina de mi cuarto hogar, el primero de todos los demás, hace de ello años, en menos de ocho años sobrepasaba con creces la techumbre. Un saludo.
Publicar un comentario