Los comentarios que se han hecho a mi último artículo me animan a volver al asunto de unas palabras nada admisibles, o sea IN-TO-LE-RA-BLES, que ha dirigido el alcalde de Valladolid a la nueva señora ministra de sanidad del gobierno español.
Conociéndome como me conozco, voy a contenerme para no empezar a escribir por el principio del principio, cuando en filosofía (es un decir) estudiábamos (otro decir) aquello de que el poder viene de Dios, que nos gobierna soberanamente por métodos particulares. Y que luego se dijo que no, que el poder Dios se lo dio al rey, porque el pueblo exigió uno en lugar jueces, que no era cuestión de no saber nunca a ciencia fija quién iba a dirigir las huestes propias contra las enemigas, que ya estaban asomando sus crestas por aquellas colinas. Y mucho luego después, llegó lo del pueblo que elige quién le ha de gobernar, votando animada o sumisamente, o quedándose a la orilla, no sabiendo o no contestando a la encuesta de marras.
Total, que cuando en el 78 en las elecciones municipales entraron en el gobierno de la ciudad las fuerzas populares, se hizo en nuestros barrios una señora fiesta. Salió un dibujo muy guay de toda la ciudad en plan naif, que aquello parecía mismamente el paraíso. Y recuerdo que cuando volví a entrar en el edificio del Ayuntamiento todas eran caras conocidas, y sonrisas, y gente dispuesta a hacerte la gestión que fuera; todo como si lo de antes hubiera sido historia de la caverna. Entras en tu casa, venían a decir, es la casa del pueblo.
Y así fue, o al menos lo pareció. Ahora ya no lo veo así, o lo valoro con otra medida. El cuerpo de funcionarios de la gestión municipal, en estos tiempos que habitamos, es todo de la cosa democrática, o sea que ya no hay que pensar en el pasado. Todo el mundo reciclado.
Como no vivo en Madrid, no visito el Congreso, lugar sacrosanto donde reside la soberanía del Pueblo. Aunque lo he puesto con letra mayor, soy un iconoclasta, que conste, y pienso que porque mucha gente piense y hable igual no por eso tiene razón, ni hay que dársela. Pero lo políticamente correcto es decir que sí.
Y como no estoy en Madrid, sólo me entero por la tele de cuando los señores y las señoras congresistas, en quienes se expresa la soberanía popular, se insultan, se sacan la lengua, se patalean y abuchean, se mienten, se acusan, se difaman, se ridiculizan exagerando esto o lo otro, se alían y se venden, reniegan del voto recibido o se lo acaparan antidemocráticamente, manipulan, trapichean y donde dije digo digo diego.
Pero volviendo a lo que vivo en mi cada día, mi ayuntamiento… pues, según. Hay personas que sí, y personas que no. Hay gente de partido y también hay gente que pertenece a un partido. Hay trato afable y buenas maneras, y cómo iba a faltar: trato zafio, altivez, prepotencia, gilipollez, pijerío, desprecio puro y duro, y lameculos que se acercan a solicitar el voto que ya están próximas las elecciones y qué os hace falta en el barrio que os lo damos cuanto antes.
Francisco Javier León de la Riva es un político que nos merecemos, que méritos hemos hecho más que de sobra. Que ofrece una imagen tan poco agradable de nosotros mismos que para no sentirnos avergonzados, miramos para otra parte o silbamos distraídos mientras él suelta de las suyas. Que ahora está en la picota porque ha hecho méritos suficientes. Y que a buen seguro, volverá a salir reelegido, para que purguemos los pecados que aún tenemos sin redimir.
Pero ello dicho, también digo que representa a toda la ciudad cuando está en un acto oficial. Y si no me pareció por educación que mi presidente de gobierno no se levantara para honrar una bandera de país amigo, a quien recibíamos en nuestra casa, tampoco me parece educado que una señora ministra del gobierno en curso se excuse de estar presente, cuando la ocasión así lo exige.
Y termino. Ahora sólo falta que dijera “lo cortés no quita lo valiente”. Lo he escrito, pero no lo digo. Lo dicen otros y otras. La machada de León de la Riva la aplauden en sus reductos partidiles los junos y los jotros, y así nos va. ¡Cómo no va a escapársele a este buen señor una pequeña parte de lo que rumian todo el día!
¡Qué falta nos hace a todos esa asignatura tan venturosa! Yo exigiría desde ya EPC en todas partes, en el autobús, en la calle, en casa y hasta en el Campo Grande. Y no te digo el otro día, en el campus de ciencias, donde dicen que hubo un macrobotellón…
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