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La Asunción de la Virgen, de Tiziano, en Santa María Gloriosa dei Frari. Venecia
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La dormición fue el
término que encontraron en la primera Iglesia para referirse a lo que le
sucedió a María, la de Jesús de Nazaret, al final de su vida. Murió, como ser
mortal que era; pero no pudo acabar ahí, ella no, que tuvo la gracia de ser
agraciada de Dios, que dejó llenarse de Vida para parirla en favor de toda vida
humana por el sí, EL SÍ, que dio desde lo más profundo de su ser al Ser que la
invitaba a colaborar siendo dócil arcilla en manos de tan hábil alfarero.
No supieron hacerlo
mejor por aquel entonces y los de “aluego” lo trataron de enmendar con lo de
“asumpta”, subida, izada, elevada… a lo alto de los cielos. Y lo dejaron casi
peor; pero siempre pensando en que estuviera todo atado y bien atado a base de
dogmas.
María no tuvo otra manera
que llegar al Padre que a través de la muerte. Como todo ser mortal. Pero la
vida del Resucitado también la llenó, como a todos los demás seres humanos, que
para eso están henchidos de divinidad. Lo que pasa es que decirlo con palabras
es tan difícil que resulta imposible; y no llegas, o te pasas. Creerlo es una
cosa, tratar de expresarlo, otra bien diferente.
San Pablo lo dice
también a su manera, cuando dice aquello de que visitó el séptimo cielo no
sabiendo si en el cuerpo o fuera del cuerpo. Y San Juan de la Cruz, cuando dice entréme donde no supe: y quedéme no sabiendo, toda ciencia transcendiendo. Pues eso, que María, que murió de
muerte muerta, no fue retenida por la muerte, y como su hijo, el Resucitado, y
como el resto de seres humanos cuando les toque, vive para siempre libre ya de toda atadura
terrena.
Por eso Karl Rahner, a
quien ya he traído al blog en otras ocasiones, se dirige a María en presente;
porque independientemente del lugar donde se encuentre, está tan viva y
coleante que se la puede hablar, hacer encargos y hasta peticiones.
María está con su hijo,
no puede ser de otra manera. Él dijo que donde él estuviera, estaríamos todos.
Así que la cosa está clarísima: Ella con Jesús, y nosotros con ella. Ni dormidos ni asumptos; vivos.
Una vez más me callo y
dejo la palabra a Rahner.
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La Asunción de la Virgen, de Murillo. El Escorial |
MARÍA
¡Virgen santa, verdadera madre del
Verbo eterno que ha venido a nuestra carne y a nuestro destino; mujer que has
concebido en la fe y en tu seno bendito la salvación de todos nosotros; madre,
pues, de todos los redimidos, siempre viviente en la vida de Dios, cercana a
nosotros, pues los unidos a Dios son los que nos están más próximos!
Con agradecimiento de redimidos
alabamos la eterna misericordia de Dios que te ha redimido. Cuando comenzaste a
existir ya te había prevenido la gracia santificante, y esa gracia que no tuvo
en ti que arrepentirse ya no te ha dejado de su mano. Tú has seguido el camino
de todos los hijos de esta tierra, los estrechos senderos que parecen
serpentear sin sentido fijo a través del tiempo, caminos de vulgaridad y de
dolores hasta la muerte. Pero caminos de Dios, senderos de la fe y del
incondicional «hágase en mí según tu palabra».
Y en un momento que ya no se borrará de
la historia, sino que permanece por toda la eternidad, tu palabra fue la
palabra de la humanidad y tu sí se convirtió en el amén de toda la creación al
sí decidido de Dios, y tú concebiste en la fe y en tu seno al que es al mismo
tiempo Dios y hombre, creador y criatura, felicidad inmutable y que no conoce
cambio y destino amargo, consagrado a la muerte, destino de esta tierra,
Jesucristo, nuestro Señor.
Por nuestra salvación has dicho el sí;
por nosotros has pronunciado tu «hágase»: como mujer de nuestra raza has
acogido para nosotros y cobijado en tu seno y en tu amor a aquel en cuyo solo
nombre hay salvación en el cielo y en la tierra. Tu sí ha permanecido siempre y
ya nunca ha vuelto atrás. Ni aun cuando se hizo patente en la historia de la
vida y de la muerte de tu Hijo quién era en realidad aquel a quien tú habías
concebido; el cordero de Dios, que tomó sobre sí los pecados del mundo; el hijo
del hombre, a quien el odio contra Dios de nuestra generación pecadora clavó en
la cruz y, siendo luz del mundo, arrojó a las tinieblas de la muerte, que era
nuestro propio y merecido destino.
De ti, Virgen santa, que como segunda
Eva y madre de los vivientes estabas de pie bajo la cruz del Salvador —árbol
verdadero del conocimiento del bien y del mal, verdadero árbol de vida—, se
mantenía en pie la humanidad redimida, la Iglesia, bajo la cruz del mundo y
allí concebía el fruto de la redención y de la salvación eterna.
He aquí reunida, Virgen y Madre, esta
comunidad de redimidos y bautizados; aquí precisamente, en esta comunidad, en
donde se hace visible y palpable la comunidad de todos los santos, imploramos
tu intercesión. Pues la comunión de los santos comprende a los de la tierra y a
los del cielo, y en ella nadie vive sólo para sí. Ni siquiera tú. Por eso
ruegas por todos los que en esta comunión están unidos a ti como hermanos y
hermanas en la redención. Y por eso mismo confiamos e imploramos tu poderosa
intercesión, que no niegas ni aun a los que no te conocen. Pide para nosotros
la gracia de ser verdaderamente cristianos: redimidos y bautizados, sumergidos
cada vez más en
la vida y en la muerte de nuestro Señor, viviendo en la Iglesia y en su
Espíritu, adoradores de Dios en espíritu y en verdad, testigos de la salvación
por toda nuestra vida y en todas las situaciones, hombres que pura y
disciplinadamente, y buscando sinceramente la verdad en todo, configuran su
vida con valentía y humildad, vida que es una vocación santa, una llamada santa
de Dios. Pide que seamos hijos de Dios que, según la palabra del apóstol, han
de lucir como estrellas en el seno de una generación corrompida y depravada
(Filip 2, 15) alegres y confiados, edificando sobre el Señor de todos los
tiempos, hoy y para siempre.
Nos consagramos a ti, santa Virgen y
Madre, porque ya te estamos consagrados. Como no estamos solamente
fundamentados sobre la piedra angular, Jesucristo, sino también sobre los
apóstoles y profetas, así también nuestras vidas y nuestra salvación dependen
permanentemente de tu sí, de tu fe y del fruto de tus entrañas. Así pues, al
decir que queremos consagrarnos a ti, no hacemos más que reconocer nuestra
voluntad de ser lo que ya somos, nuestra voluntad de acoger en espíritu, de
corazón y de hecho, en toda la realidad de! hombre interior y exterior, lo que
ya somos. Con una consagración semejante intentamos sólo acercarnos en la
historia de nuestra vida a la historia de la salvación que Dios ha efectuado y
en la que ya ha dispuesto de nosotros. Nos llegamos a ti porque en ti sucedió
nuestra salvación y tú la concebiste.
Ya que te estamos
consagrados y nos consagramos a ti, muéstranos a aquel que ha sido consagrado
en tu gracia, Jesús, el bendito fruto de tus entrañas; muéstranos a Jesús, el
señor y salvador, la luz de la verdad y advenimiento de Dios a nuestro tiempo;
muéstranos a Jesús, que ha padecido verdaderamente y verdaderamente ha
resucitado, hijo del Padre e hijo de la tierra, porque es tu hijo; muéstranos a
aquel en quien realmente somos liberados de las fuerzas y potencias que todavía
vagan bajo el cielo, liberados aun cuando el hombre de la tierra les permanezca
sumiso; muéstranos a Jesús ayer, hoy y por la eternidad. Dios te salve, María,
llena eres de gracia… Amén.
[Karl Rahner. Oraciones de
vida. Publicaciones Claretianas. Madrid 1986, págs. 175-178]
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La Asunción de la Virgen, de El Greco. Chicago Art Institute |