Acabo de leer algo
que me ha tranquilizado. Casi habían logrado convencerme de que tengo la culpa,
en cuanto que varón, del machismo de antes y de ahora. No sólo yo, es verdad. Y
ya me veía purgando en la parte alícuota que me correspondiera. De eso, de
purgar mis culpas, no me libra nadie, ya lo tengo claro. Pero cuando la culpa
se comparte, también se diluye la penitencia. No, sin embargo, el propósito de
la enmienda, que en mi lote va completo; ahí no me salva ni el sursuncorda.
Esto es que acabo de
leer a la Forcades
un texto con el que no sólo coincido; es que vengo diciendo lo mismo desde hace
mucho tiempo, aunque casi nadie de las que me lo echaban, y siguen echándomelo,
en cara, lo del machismo, parecía estar conforme.
Sus palabras son, tal
y como me han llegado, no sé si en modo literal o al poco más o menos:
“La mujer (con
su miedo a la soledad, que le impulsa a la sumisión) y el varón (con su miedo a
la dependencia que le impulsa a dominar a su compañera) son corresponsables del
orden injusto del mundo, y son corresponsables del origen y mantenimiento del
patriarcado”.
¡Equilicuá! Eso mismo
sostengo. Porque vamos a ver… ¿Cómo, si no, vamos a ser como somos si desde
pequeñitos nuestras mamás y nuestras abuelas no nos hubieran dicho, enseñado,
insuflado, e imbuido las formas y maneras como un varoncito o una mujercita
debe comportarse?
En el hogar, en su
mayoría, los abuelos y los padres estaban desaparecidos porque lo suyo era
traer el parné a casa; y luego después, jugar la partida, ir al partido, salir
de caza, ir a pescar, hablar de política, hacerla en su caso, salir de vinos,
tomar unos pinchitos, etc. etc. etc.
Así que eran las
féminas quienes más estaban con nosotros, y a sus pechos nos alimentaron. Con
su leche nos nutrimos, crecimos y engordamos. Y también, habrá que reconocerlo,
nos mal formamos, o deformamos pudiera decirse, respecto de la óptima
formación. También en esto, sí señoras y señores, la historia enseña.
De sus manos salimos
dulces doncellas y aguerridos varones, salvo excepciones que no sé cómo
cuantificar. Cada individualidad podrá narrar su experiencia. La mía es la que
es.
Afortunadamente la
obra final no tiene necesariamente que responder a las manos alfareras que
intentaron darla forma. Por eso mismo, no hay que buscar una única causa del
desaguisado. En unos casos salieron fieles reproducciones, en otros al poco más
o menos y en el resto lo que el destino dispuso.
A mi mamá la
machacaron desde el principio, porque su destino fue marcado por su sexo, y los
planes sobre ella era ampliar la herencia y establecer relaciones de interés.
Pero surgió el genio y arrampló con aquello. Salió rana el asunto. En otros
casos no fue así, cosas de la naturaleza.
Ahora cuando me
encuentro con compañeros de vivencias infantiles, tras largo tiempo de no
vernos ni saber nada unos de otros, veo qué distantes nos encontramos y qué
distintos.
Tengo que agradecer a
la monja de San Benet de Monserrat sus palabras, porque ya estaba perdiendo
toda esperanza de considerarme también víctima. Cada vez que me encuentro con
algún espécimen femenino dotado de la agresividad y furor competitivo que por
principio no le debería corresponder, me pregunto si es que conmigo se
equivocaron, o yo me torcí en algún momento, o simple y correlativamente debo
aplicarme ese dicho popular que sentencia dime con quién andas y te diré quién
eres.
No es cierto que
quien pudiera ser “bendito entre todas las mujeres” necesariamente sea un
sultán pertrechado de harén y mando en plaza.
[Reflexiones solitarias de un machito que no
encaja bien en los parámetros al uso, realizadas de noche y cuando un mes cede
a otro la agenda, el espacio, los días y las horas, porque se va y ya nunca
volverá.]