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Trasteando en casa



Tentado estoy de poner un cartel que diga “el último, que ponga rollo nuevo”, pero como me da vergüenza ajena, no lo voy a hacer. Seguiré pasando y reponiendo, qué le vamos a hacer. Es mi primera obligación cada mañana.
Ocurre lo mismo con el mobiliario “móvil”, valga la redundancia, y con la luz, ésta ciertamente inmóvil. Sillas revueltas y luz a rebosar, marcan las salas que han estado ocupadas en reuniones y actividades. Es como si se dijera, sin decirlo expresamente, el que venga luego que se apañe como pueda.
No hay diferencia en cuanto a de quién o quiénes se trate: madres de familia en sus ocios, provectos vecinos de comunidades aplicados a sus negocios, niños y niñas de catequesis o personal en actividades diversas. Incluso en el templo se nota: bancos movidos, restos de clines por los bajos y cachos de las tapas de los cancioneros, todo ello a modo de –salvando la muchísima distancia que existe entre lo huno y lo hotro– posbotellón verbenero de findesemana.
Ciertamente es gratificante ver que las cosas se usan. No lo es tanto percibir cómo se descuidan. Si quien sale del retrete pensara en el siguiente que va a utilizarlo, posiblemente no dejaría el rulo de cartón exangüe. Afortunadamente ya nadie fuma en interiores, por eso no hay que preocuparse de ventilar las salas; pero sillas ordenadas y papeles recogidos sería un toque de distinción y un detalle hacia los que vengan.
Pues es el caso que a mi señor arzobispo, don Ricardo, ya le han puesto el cartel, para que sepa a qué atenerse. No es que esté el panorama falto de papel higiénico; pero la sillería del complejo tiene un cierto orden incierto, los papeles están colocados de modo y manera inadecuada y de luces, pues qué se yo, tal vez los colores sean de otra época y estén ya desfasados. Así que en cuanto abra la puerta para entrar, va a ver esas advertencias.
Cuando llegué al pueblo recién estrenado mi curato, Vicente –mi antecesor– me había dejado escritas unas cosillas que él no pudo concluir, con indicaciones sobre cómo mejor rematarlas. Se lo agradecí, porque la experiencia se tarda en conseguir, y él tenía para dar y tomar. Yo no pude repetir el gesto, porque mi sucesión se produjo de otro modo y no dejé cabos sueltos. Eso creo, al menos. Pasé sin penas ni glorias. Tampoco hubo fiesta ni funeral.
Ahora bien, si yo estuviera en el lugar de “el tal Blázquez”, no me preocuparía en absoluto. Principalmente porque él ya sabe de sobra cómo está el patio, no en balde es repetidor. Pero también hay que tener en cuenta cómo es el personal de esta casa; salvo una minoría recalcitrante, tanto en un lado como en el otro, que persiste y resiste, la mayoría es dúctil y da siempre la bienvenida y se pone “a su disposición”; no importa si antes estuvo allí o acá, pensó esto o lo otro, hizo así o asá.
Este clamor me sobrepasa. Tanta loa no puede indicar nada bueno. ¿También él va a estar todo el santo día apareciendo en los papeles? Con uno que lo haga, debería bastar. Digo yo.

¡Qué te ha dicho!



Cada semana pasábamos de uno en uno de consulta con el hermano director. Así era el convento. En el tú a tú, él te preguntaba y tú le respondías; él te aconsejaba y tú simplemente acatabas. Luego, en el seminario, ese cuerpo a cuerpo era con el padre espiritual, y lo mismo. El rector, en su sancta sanctorum, era inaccesible.
Así que, tras la escaramuza, unos a otros nos preguntábamos acerca de lo que había sido la entrevista. Cosas se contaban, y cosas nos callábamos. En sustancia, poca cosa transcendía. Sangre propiamente no sacaba sangre, y cada uno se volvía según: satisfecho, reprendido, aleccionado, preocupado, corregido, advertido; casi siempre, en la mayoría de los casos, aliviado. Uf, ya pasó.
Pero cuando se acercaba el momento de rendir cuentas o de recibir encomiendas, como un hormiguillo nos entraba por el cuerpo y la respiración se nos hacía densa; del corazón no hablo, que justo al asir el picaporte empezaba a desbocarse.
Hace mucho que dejé esas sensaciones. Y muy de tarde en tarde, cuando cae un encuentro fortuito con don Ricardo o con su vicario, un saludo afectuoso y unas amables palabras como ¿qué tal van las cosas? o “si algo necesitas ya sabes donde estoy o habla con Luis”, que nunca pasan a mayores, porque entre otras cosas no hace falta. Que ya somos mayorcitos, leñe.
A la vuelta, la pregunta de rigor ¿qué te ha dicho el arzobispo? va seguida de un nada en especial o ha estado muy simpático, que sin ser mentira tampoco es toda la verdad. Porque la pregunta no fue mera cortesía, la respuesta tampoco evasiva, y en realidad se trató de una auténtica preocupación mutua enmarcada en un escrupuloso respeto a la autonomía dentro de la responsabilidad correlativa y corporativa en que nos situamos. O sea, que reconociéndonos corresponsables, no hace falta echar mano de pueriles argucias.
¡Que se diviertan! parece que les ha dicho. Y como esperaban otra cosa, se han quedado fríos. ¿O fue él el congelado?
Aquí los cuentistas, quiero decir los informadores, no lo aclaran, pero tengo para mí que si fue lo que me ha llegado lo que allí le presentaron, ya pueden dar gracias a Dios de no haber recibido una colleja. Porque no reconozco mi país tal y como allí lo describieron.
Parece mentira que ochenta y tres personas con estudios y títulos en la mochila, viajen en tropa a Roma como lo han hecho. Si son rebaño, mal; si son pastores, peor. No me extraña que hayan recibido un papel en blanco quienes fueron creyendo ser la voz de su amo.
No estamos en clase de dictado; el que tenga que escribir, ahí tiene la hoja, que empiece.

Perdón, Señor, Perdón. Martes Santo


 

Hoy toca esto, es lo suyo. Y estoy arrepentido de todo el mal que he hecho, a sabiendas, claro; y también sin darme cuenta, que en ello igualmente soy culpable, bien por negligencia, despiste o querer hacerlo todo tan deprisa; que es que entro en cristalería ajena como Gumi juguetón cuando arremete contra mis pantuflas: queda todo destrozado.
Esto dicho, no vendría mal abrir un poco el abanico y decir desde este pequeño mundo, tan pequeño que ni se nota, que el mundo grande, el que sí se aprecia sin atizar a la lupa, necesita de arrepentimiento, que hay mucho mal suelto y mucho daño por reparar. No vendría mal un poco de mea culpa por aquí y por allá. Y no digo más.
De lo que sí quiero decir es de esto otro.
Acaban de tirar de las orejas a un señor, que es gallego, cura y teólogo. Lo han hecho otros señores que se tienen por maestros de la Santa Madre Iglesia. El señor se llama Andrés Torres Queiruga. Los señores, por su parte, constituyen la Comisión Episcopal para la Doctrina de la Fe, de la Conferencia Episcopal Española.
Tengo para mí que aquí lo que se cuece es una cuestión de prestigio, de autoridad mal digerida y peor gestionada, de poco aprecio hacia las ovejas del rebaño que debieran cuidar y apacentar.
Tengo también, por otra parte, la suerte de haberme formado, es un decir, a partir de otras personas, mucho más recias, que ni perseguían reconocimiento, ni pretendían vivir de las rentas, ni querían ser más que nadie, sino humildes y esforzados. Por eso me siento libre ante este señor y ante estos otros señores, para manifestarme ahora sin temor, aunque no sea digno de inmiscuirme en la parte intelectual que está en discusión. Quien lo entienda, que lo haga.
Sólo digo que el señor Torres Queiruga se merece un respeto, y, si se me apura, estar a su altura en conocimientos o callar. Y que los señores obispos en cuestión necesitan dejar los miedos que le tienen a la parte más oscura que existir vaya si existe dentro de la Iglesia, hacer gimnasia de mantenimiento para relajarse el cuello y solucionar la tortícolis que sufren, volver a estudiar para refrescarse la memoria y meditar sobre la parábola… pongamos por ejemplo, del criado despiadado. Esta tomo porque ya se han usado otras partes del evangelio con mejor o peor fortuna, que aquí cada quien usa las cosas a su modo.
Estos señores obispos no se han portado bien, no señor. Llevan tiempo haciendo ruido, demasiado. Han pecado de indiscretos. Han avisado con querer dar un escarmiento… y ha resultado cual pedo de vieja, dicho con todo los respetos para las ancianas. Ese es uno de sus pecados veniales.
Han quitado la fama gravemente. Han colocado al teólogo a la vista de todos, a modo de vituperio. Han dejado claro que opinan que sus ideas, sus libros, su pensamiento no merecen la atención, además de no ser correctos; aunque no hayan convencido. Han alimentado a las fieras vocingleras, en lugar de cortarlas el paso diciéndolas que esos modos no valen. Eso ya es pecado mortal.
En penitencia deberían ponerse pantalón y camisa de costaleros, y a cara descubierta caminar tras el paso del Cristo del Perdón.
Y luego en casa deberían copiar unas mil veces frases de arrepentimiento, las que ellos fueran capaces de hilvanar y de parir.
Pero antes de todo eso, es preciso que llamen al teólogo gallego y en una charla de café en torno a una mesa camilla disculparse, tranquilizarle y asegurarle que ya no van a volver a querer meterle un dedo en el ojo ni pisarle la sotana ni auparse de puntillas cuando se crucen con él.
Todos y todas lo entenderíamos. Al fin y al cabo también son humanos, los pobres.

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Al objeto de hacer este escrito menos indigerible, pongo a continuación estos enlaces para consultar, en caso de que interese, sin ánimo de pretender ser exhaustivo:

Veintitrés promesas en vano y una pretensión equivocada


Si hace años, cuando servidor se lo estaba barajando, llegan estas promesas, posiblemente hubiera dejado el asunto y se habría dedicado a otros menesteres. Pero tuve otra suerte, y no me llegaron promesas sino testimonios de personas sencillas y comprometidas, discretas y, también lo digo, por qué no habría de hacerlo, vestidas de otra manera.
Me han dado la comida los dos telediarios que he visionado; ambos lo han puesto en primera. Un video y unas frases entresacadas. Es la campaña para el día del Seminario. Encargo de la Conferencia Episcopal Española. Ya está en todas partes, de este lado y del otro del océano.
A los medios ha llegado. No sé si alcanzará a quienes en principio habrían de ser sus destinatarios. Si fuera así, debería alguien conceder un premio a quienes tuvieron la idea y la materializaron, a los que la encargaron y la pagaron, a quienes dieron su aprobación y ahora están tan satisfechos. En lo que presumo ese sería su único salario. Por el camino de ida han pegado una bofetada a demasiadas personas y a otras muchas las han puesto muy tristemente en el candelero. Que tengan cuidado en el camino de vuelta, puede haber más que palabras.
No me da la gana poner el vídeo. Está en cualquier rincón de Internet. Pasará de moda, y dejará de verse. O tal vez no, y esté yo equivocado.
Las palabras no pasan tan fácilmente. Aquí las tengo escritas, que yo soy más de leer que de visionar. La lectura exige atención y concentración. Anima a la reflexión y a la sintonía… Y en este caso a disentir.

¡Cuántas promesas te han hecho que no se han cumplido!


1. Yo no te prometo un gran sueldo, te prometo un trabajo fijo.
2. No te prometo que siempre sea como el primer día; te prometo que nunca te faltarán las fuerzas.
3. No te prometo que todos tus compañeros resistan; te prometo que se puede llegar hasta el final.
4. No te prometo personas importantes; te prometo personas que no saben cuánto valen.
5. No te prometo que vayan a hacer caso de lo que digas; te prometo que querrás repetirlo una y otra vez.
6. No te prometo la comprensión de los que te rodean; te prometo que sabrás que has hecho lo correcto.
7. No te prometo que te vayan a pedir ayuda; te prometo que te necesitarán.
8. No te prometo una decisión fácil; te prometo que nunca te arrepentirás.
9. No te prometo un trabajo perfecto; te prometo formar parte de un proyecto inolvidable.
10. No te prometo que siempre vayas a obtener resultados; te prometo que tu trabajo dará mucho fruto.
11. No te prometo que vayas a tener grandes lujos; te prometo que tu riqueza será eterna.
12. No te prometo que siempre vayas a poder ser valiente; te prometo que tu amor será más fuerte que el miedo.
13. No te prometo que puedas acabar con el dolor, el sufrimiento y la injusticia; te prometo que estés donde estés llevarás esperanza.
14. No te prometo el reconocimiento del mundo; te prometo una palabra eficaz.
15. No te prometo seguridades humanas; te prometo la certeza de que has sido elegido.
16. Y te prometo que alimentarás al mundo.
17. Unirás corazones.
18. Acompañarás a los que sufren.
19. Confirmarás a los que quieren ser fuertes.
20. Experimentarás con ellos la verdadera alegría.
21. Sumergirás a los hombres en la verdad.
22. Y serás sacerdote, testigo de Jesucristo.
23. No te prometo una vida de aventuras; te prometo una vida apasionante.

Desde aquel famoso “puedo prometer y prometo” que dijo quien entonces ocupaba la Presidencia del Gobierno de España no había vuelto a escuchar tanta promesa junta, ni siquiera en los mítines previos a las elecciones.
No conozco a estos “prometedores” personajes. Un hábito no es suficiente, para mí no. Y lo que prometen, además de no fascinarme, tampoco lo fundamentan. ¿En base a qué realizan su promesa?
Que me lo expliquen, por fa. O mejor no, sencillamente no me hace falta.

Los obispos españoles no sólo contra el mundo; también contra los fieles cristianos




Todos los medios informativos se han hecho eco de la voz de los obispos españoles, expresada por el portavoz de la CEE Martínez Camino.

Estaba claro que la doctrina oficial de la Iglesia Católica condena el aborto, como uno de los pecados más graves que se puedan cometer.

Estaba claro que la Iglesia, por medio de sus representantes, iba a dar la batalla en toda regla contra cualquier ley que permitiera, ampliara y/o facilitara la interrupción voluntaria del embarazo, fuera promovida por el gobierno que fuera, laico, religioso o mediopensionista.

Estaba, cómo no, clarísimo, que la Iglesia iba a amonestar muy seriamente a los miembros de la misma para que ni se les ocurriera dar su voto a aquellas opciones políticas que incluyeran en sus programas leyes permisivas del aborto.

Y también y finalmente, estaba más que claro que la Iglesia, por medio de sus maestros, iba a dar la cara contra el aborto con todas las armas que en su arsenal encontrase.

Sin embargo, acaba de aclararse, que no lo estaba: quién iba a utilizar esas armas y cómo se las iba a apañar.

Yo, modestamente, ni soy entendido en moral, ni especialista en bioética, ni puedo competir con quien además de obispo, ha sido profesor de esas materias en una alta universidad. Pero eso de salir a la plaza pública y amenazar y meter miedo a todo quisque con que si va a estar en pecado público si vota en el sentido que se teme, es demasiado tomate. Ya lo fue cuando se habló de asesinato, contra viento y marea de quienes saben de eso porque están en ello. Lo fue cuando salieron en comandita a manifestarse en la calle, donde sólo salían para procesionar en las festividades, ocupando lugares y horarios al personal. Lo sigue siendo ahora, cuando, en su arremeter fiero y obcecado no paran en buscar herramientas nuevas, o antiguas, para atacar a los fuera y para enervar a los dentro: no sólo pecado; además, pecado mortal; y a mayores, pecado público; y por si fuera poco, herejía.

Está por ver qué tendrán que buscar a partir de ahora para inducir a las ovejas de este redil, que les está quedado demasiado grande, los pobres…

Si callan éstos, hablarán hasta las piedras…

Hay momentos en que le entran a uno ganas de filosofar, de inventarse grandes palabras, quizás para tapar o, al menos, disimular el enorme vacío en que nos encontramos. Con frecuencia recurrimos al humor, negro-blanco-o-amarillo, para no mostrar ni reconocer nuestro llanto, para ocultar que nuestro estómago está vacío o que estamos más solos que la una.

No sólo estamos en crisis profunda en asuntos económicos; nuestra crisis es existencial, filosófica y religiosa. Por doquiera que se mire, salvo honrosas excepciones, se constata que esto es un auténtico erial: la pertinaz sequía climatológica se ha cebado también en la capacidad intelectiva del personal que debería ser, por su estatus social, político o religioso, luminarias para el resto de la colectividad humana.

Por ello mismo la mera existencia de quienes con su reflexión lúcida, trabajo infatigable, alargado testimonio personal y coherencia diáfana contra viento y marea, debería ser un valor, no sólo a conservar sino a hacer rentable por los que ostentan cualquier tipo de autoridad y poder.

Hace apenas unos días que surgió el rumor de que a un teólogo, además de buena persona prolífico escritor, de nombre Andrés Torres Queiruga se le estaba preparando, por parte de la Comisión para la Doctrina de la Fe de la Conferencia Episcopal Española, una reprobación por no expresar como mandan los cánones la doctrina oficial católica. Los foros y blogs especializados han hecho correr auténticos chorros virtuales de comentarios de todo tipo y pelaje.

Este testimonio, sin embargo, pescado en “Rumores de Ángeles”, de Religión Digital, debería ser más que suficiente para hacer recapacitar a esos sesudos cancerberos de la ortodoxia sobre la procedencia de su pretensión; y no digo, no, que también podría ser para ellos un serio toque de atención: ¿Quienes ostentan títulos y poderes de ordeno y mando son también y al mismo tiempo estímulo y ejemplo? A ver si al cabo de esta historia va a resultar que como en tantas otras ocasiones el alguacil termine (o debería terminar) siendo alguacilado.

Basta de rollo y seguid leyendo, que este testimonio bien merece la pena:

«Querido amigo: He leído estos días el intento de la C.E. de condenar tus escritos, algo que ya han intentado anteriormente. Quiero con estas líneas, manifestarte mi total apoyo y expresarte todo mi agradecimiento por los horizontes que has ayudado a abrir en mi vida a través de tu obra. Te digo esto ahora, en unos momentos en los que estoy atravesando una situación crítica que en unos días desembocará en la extracción de un riñón y ver la metástasis que se ha producido.

Mi carácter, siempre positivo, quiere luchar y apurar todas las posibilidades, sin perder de vista que es probable que esté iniciando el despegue hacia ese Dios Amor que me has ayudado a descubrir.

Desde que leí Recuperar la Creación, mi vida cambió; “caí en la cuenta” de lo que significaba la aceptación de esa imagen de ese Dios que crea única y exclusivamente por amor, que no busca gloria ni alabanza, que crea un mundo al que dota de autonomía, que no interviene caprichosamente y que nos crea como seres inteligentes, dotados de razón, capaces de relacionarnos entre nosotros y con todo el cosmos y con el gran regalo de la libertad y todo con el único fin de compartir su felicidad, sosteniendo, impulsando y promoviendo la Creación y con una intención ,desde el principio, de salvarnos de nuestra infinitud, limitaciones y resistencias culpables.

He comprendido que nada negativo o que signifique mal, puede venir de ese Dios. Ahora, en estos momentos difíciles, veo que también ha cambiado mi forma de orar. Muchas personas vienen a decirme que rezarán por mí y a parte de agradecerles su intención, les digo que en lugar de rezar “por mí” lo hagan “rezando conmigo”, pues mi oración sólo consiste en dar gracias por todo lo recibido.

Debo confesar que estoy atravesando una de las experiencias más hermosas de mi vida . El verme rodeado de mi mujer, de mis seis hijos, mis once nietos y de tantos amigos que se interesan por mí, me hace ver en cada uno de ellos, el rostro humano de ese Dios amor, de ese Dios que no impone, que no exige, que está totalmente entregado por amor, que nos lo ha dado todo y que es el fundamento de nuestra libertad. Un Dios que solo pide ser acogido y que nos dejemos amar y ser Él.

No hace mucho descubrí unos versos de un poeta que recuerdo su nombre, que me gustaron tanto que los he incorporado a mi conjunto de oraciones:

Desde que te conozco tengo en cuenta la muerte.

Pero lo que presiento no se parece en nada a la tristeza, sino a la certidumbre de que mis días en este mundo, me han permitido encontrarme contigo.

Tengo la impaciencia de los que aman y la urgencia de los enamorados.

El amor, es lo único que mi corazón sabe.

Medito estas cosas, pensando en la resurrección, cuando me alzaré sobre el tiempo y el espacio.

Sueño con el momento del abrazo y con el instante de mi fusión contigo.

Y espero la mañana en la que ya no habrá límites.

Un cordial abrazo

Juan Alemany Dezcallar»

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