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La conversión de San Pablo


San Pablo. El Greco, Saint Louis, Missouri, United States

 
Sucedió que, yendo de camino, cuando estaba cerca de Damasco, de repente le rodeó una luz venida del cielo, cayó en tierra y oyó una voz que le decía:
-«Saúl, Saúl, ¿por qué me persigues?».
Él respondió:
-«¿Quién eres, Señor?».
Y él:
-«Yo soy Jesús, a quien tú persigues. Pero levántate, entra en la ciudad y se te dirá lo que debes hacer».
Los hombres que iban con él se habían detenido mudos de espanto; oían la voz, pero no veían a nadie. Saulo se levantó del suelo, y, aunque tenía los ojos abiertos, no veía nada. Le llevaron de la mano y le hicieron entrar en Damasco. Pasó tres días sin ver, sin comer y sin beber.
Había en Damasco un discípulo llamado Ananías. El Señor le dijo en una visión:
-«Ananías».
Él respondió:
-«Aquí estoy, Señor».
Y el Señor:
-«Levántate y vete a la calle Recta y pregunta en casa de Judas por uno de Tarso llamado Saulo; mira, está en oración y ha visto que un hombre llamado Ananías entraba y le imponía las manos para devolverle la vista».
Respondió Ananías:
-«Señor, he oído a muchos hablar de ese hombre y de los muchos males que ha causado a tus santos en Jerusalén y que está aquí con poderes de los sumos sacerdotes para apresar a todos los que invocan tu nombre».
El Señor le contestó:
-«Vete, pues, éste me es un instrumento de elección que lleve mi nombre ante los gentiles, los reyes y los hijos de Israel. 16Yo le mostraré todo lo que tendrá que padecer por mi nombre».
Fue Ananías, entró en la casa, le impuso las manos y le dijo:
-«Saúl, hermano, me ha enviado a ti el Señor Jesús, el que se te apareció en el camino por donde venías, para que recobres la vista y seas lleno del Espíritu Santo».
Al instante cayeron de sus ojos unas como escamas, y recobró la vista; se levantó y fue bautizado. 19Tomó alimento y recobró las fuerzas. (Hech 9, 3-18)

Este texto relata el hecho que hoy se celebra en la Iglesia Católica: la conversión de San Pablo. Curiosamente no hubo caballo, ni jinete descabalgado que festejar. Se trata de un añadido que la tradición ha hecho llegar hasta nosotros, un dato más de los que contribuyen a hacer de Saulo de Tarso un personaje controvertido, un manipulador del evangelio y el inventor de la estructura que hoy conocemos como Iglesia.
San Pedro y San Pablo. Pablo Rabiella y Díez de Aux (s. XVII), Museo de Zaragoza

Pablo sin embargo es lo que está bien simbolizado en tantas portadas de iglesias, en retablos y en la imaginería religiosa en general: el par de Pedro, la otra columna, el vector del todo necesario para hacer de algo surgido en un lugar de límites muy estrechos y encorsetado por normas religiosas rígidas hasta lo imposible, un mensaje abierto y dirigido a toda la humanidad de entonces y de siempre.
San Pablo merece todo reconocimiento, y verse libre de cualquier sospecha, duda o tergiversación.
Este largo texto que añado, de Xabier Pikaza Ibarrondo, tomado de su blog, expone sin pasión y con claridad quién fue el Apóstol Pablo y su trayectoria vital, creyente y misionera.
Pablo es el hombre mejor conocido de la iglesia (y quizá de toda la historia judía y romana, entre el 30 y 64 d. C.). Se llamaba Saúl o Saulo, como el primer rey israelita; pero más tarde tomó un sobrenombre latino «Pablo» (Paulus, el Pequeño) con el que se le conoce. Algunos le toman como un impostor fanático, inventor del cristianismo organizado con una iglesia propia, en línea de poder (en contra de Jesús). Otros le oponen a Pedro y a los representantes de la iglesia jerárquica romana, tomándole como defensor de una libertad puramente individual e interior (en línea con el subjetivismo moderno). Pero él no fue ni una cosa ni otra, sino que fue un judío radical que siguió siendo radical al hacerse cristiano. Fue un judío fariseo (Flp 3, 5) y así conoció y persiguió la misión de los cristianos helenistas de Damasco que, a su juicio, destruían la cohesión "nacional" (legal) del pueblo y negaban la autoridad de Dios, al identificar a su Hijo-Mesías con un crucificado. Convertido en testigo/apóstol del Dios de Jesús y de su gracia salvadora, Pablo irá fundando por oriente comunidades de cristianos mesiánicos y apocalípticos, enraizados en la tradición de las promesas de Israel, pero separados de la autoridad legal del judaísmo, como indicaremos. Fue un creador de Iglesia, pero se mantuvo siempre en comunión con Pedro y Santiago. Estos son los diez momentos básicos de su vida cristiana.
(1) Hasta el año 33. Cristiano antes de serlo. El problema de Pablo: identidad judía, universalidad humana. Pablo era, al mismo tiempo, un judío helenista (de cultura griega) y muy nacionalista (de línea farisea). Había nacido en Tarso de Cilicia y vivía en Damasco, donde conoció y persiguió a la comunidad cristiana helenista que allí había surgido. Su conocimiento de los cristianos debió ser personal y profundo, de primera mano. Sólo así se entiende el hecho de perseguirles. «Yo podría confiar en la carne. Si alguno cree tener de qué confiar en la carne, yo más: circuncidado al octavo día, del linaje de Israel, de la tribu de Benjamín, hebreo de hebreos; en cuanto a la ley, fariseo; en cuanto al celo, perseguidor de la iglesia; en cuanto a la justicia de la ley, irreprensible». (Flp 3, 4-6). No parecía tener problemas de conciencia, podía haberse mantenido en el judaísmo, cuya «carne» (ley nacional) había querido defender al perseguir a los cristianos. Pero en el fondo de esa seguridad se escondía una inseguridad más grande, que se expresaba en la misma violencia con que perseguía a la iglesia. ¿Por qué perseguía a los cristianos? Porque pensaba que ellos rompían la identidad judía, al mezclar desde un oscuro Jesús crucificado a judíos y gentiles. Tenía miedo de perder la identidad judía.
(2) Año 33. Encuentro con Jesús, experiencia pascual. Probablemente persiguió a Jesús porque había en él (y en los cristianos) algo que le atraía: Cómo ser judío siendo universal. Perseguía a los cristianos porque había en ellos algo que le faltaba: Ser universal siendo judío, abrirse a todos los hombres desde la propia tradición de su pueblo. El problema no tenía “solución racional”, en un plano de pura discusión filosófica, política o religiosa. Hacía falta una “revelación” más alta. Ese fue su descubrimiento del “evangelio”, de la buena noticia de la fraternidad universal: «Quiero que sepáis, hermanos, que mi evangelio no es de origen humano. Pues no lo recibí de humanos…, sino por revelación de Jesucristo. Porque habéis oído mi conducta antigua en el judaísmo… Pero cuando el Dios, que me eligió desde el vientre de mi madre… quiso revelarme a su Hijo para que lo anuncie a los gentiles…» (cf. Gal 1, 11-15). Pablo perseguía a los cristianos “helenistas” de Damasco, porque ellos habían “abierto” el judaísmo a los gentiles. Perseguía, en el fondo, su “misión”, su apertura mesiánica, que rompía los confines de la Ley del judaísmo fariseo que él quería defender. En ese sentido, el problema de la “misión”, es decir, de la apertura de Israel a los gentiles y de amplitud universal del mensaje bíblico se encuentra presente en la vida de Pablo antes de su conversión y de su misión posterior cristiana. En su conversión hay dos aspectos básicos:
(a) La visión del Cristo crucificado (un Cristo rechazado por el Israel oficial, un Cristo maldito por la Ley).
(b) La superación de un Israel de la “carne”, es decir, de la Ley Revelación. Pablo no es apóstol por «mandato eclesial», sino directamente por llamada y decisión de Cristo (cf Gal 1, 1). Este elemento de inmediatez forma parte de toda vocación y ministerio: sólo puede ser ministro de la iglesia alguien que «ha visto a Jesús» y ha recibido su tarea. En su origen cristiano, Pablo se sabe y siente directamente avalado y enviado por Cristo a quien ha conocido “directamente” (el Cristo a quien él perseguía) a través de su experiencia de Damasco. «Pero las cosas que para mí eran ganancia, las he considerado pérdida a causa de Cristo. Y aun más: Considero como pérdida todas las cosas, en comparación con lo incomparable que es conocer a Cristo Jesús mi Señor. Por su causa lo he perdido todo y lo tengo por basura, a fin de ganar a Cristo y ser hallado en él; sin pretender una justicia mía, derivada de la ley, sino la que es por la fe en Cristo, la justicia que proviene de Dios por la fe» (Flp 3, 7-9).
(3) Años 33-35. Primera misión. El “mundo árabe”. Pablo conocía bien el cristianismo de los helenistas: lo conocía como un riesgo para el judaísmo legal de la rama farisea. Según eso, él sabía quien era Jesús, desde la perspectiva de los misioneros helenistas a quienes él perseguía. Por eso, tras convertirse, no tiene que ir a “aprender” quién es Jesús y qué es la Iglesia, porque ya lo conoce. En ese contexto se sitúan los tres años de lo que podemos llamar su misión árabe. «Pero cuando el Dios, que me eligió desde el vientre de mi madre… quiso revelarme a su Hijo para que lo anuncie entre los gentiles, no consulté con carne y sangre, ni subí a Jerusalén a los que eran apóstoles antes que yo, sino que fui a Arabia, y regresé otra vez a Damasco» (Gal 1, 17). Todo nos permite suponer que actúa como miembro de la Iglesia de Damasco y que realiza una misión en la Siria nabatea (Arabia). Los tres primeros años de Pablo como cristiano están vinculados a esa “misión en Arabia”, centrada en la Damasco nabateo-helenista… o en su entorno, en la zona que va de la Decápolis a Palmira. No debió tener mucho éxito. Acabó con la huida de Damasco. «En Damasco, el gobernador bajo el rey Aretas guardaba la ciudad de los damascenos para prenderme; pero fui descolgado del muro por una ventana en una canasta, y escapé de sus manos» (2 Cor 11, 32-33). Deberíamos conocer mejor lo que significa esa “misión en Arabia”, que terminó con una huída sin retorno. ¿Fue una especie de vuelta al desierto, como quisieron algunas tradiciones proféticas, que hablan del nuevo Israel que nace del desierto (Oseas)? ¿Una esperanza apocalíptica? (Juan Bautista empezó en el desierto, lo mismo que Jesús: ¿puede situarse en esa línea el primer evangelio de Pablo?)
(4) Año 35. Primera subida a Jerusalén. «Sólo en un segundo momento, pasados tres años, subí a Jerusalén para conversar con Cefas y estuve con él quince días. Pero no vi a ningún otro de los apóstoles, sino a Santiago, el hermano del Señor» (Gal 1, 18-19). Ha empezado su misión desde Damasco, quizá en la zona de Oriente, pero, en un momento dado ciertamente quiere contrastar su experiencia con Cefas (=Pedro, Piedra), referencia central de la iglesia; pero no pide que le ordenen (que le hagan presbítero u obispo, en el sentido posterior de la palabra), sino que le acepten en la comunión de los que viven y anuncian el evangelio, lo mismo que a Pedro, lo mismo que a Santiago. No va para someterse, ni siquiera para «encontrar la raíz de la Iglesia en Jerusalén» (lugar de Pascua). Va para “conversar” (historêsai), para situar su visión de la Iglesia a lado de la visión y camino de Pedro y Santiago. Ya desde aquí se entiende la Iglesia en forma de comunión de iglesias y de comunión de “líderes”.
(5) Años 35-48. Segunda misión, desde Antioquía, con Bernabé. Pablo ha ido a Jerusalén para “conversar” con Pedro (y con Santiago), pero no queda allí. ¿Por qué? Quizá porque aquella no es su “iglesia”. No forma parte de la misión de la costa (como Pedro) ni de Samaría (como Felipe), sino que se hace miembro de la Iglesia de Antioquía, de la que se siente solidario. Ésta es la “segunda misión”, de la que Pablo no nos habla nada… Son para él catorce años de silencio misionero, que ha sido “cubierto” por el libro de los Hechos 13-14. En este tiempo, Pablo asume la misión de los “helenistas”, tal como ha sido aceptada también por Bernabé, otro “helenista” de Chipre, afincado primero en Jerusalén y luego en Antioquía. Éste es el tiempo de misión desde Antioquía, la primera iglesia “cristiana” en el sentido posterior de la palabra. Ésta es por tanto la “misión de Bernabé y de Pablo”, ambos actúan como apóstoles de la Iglesia de Antioquía, desde una perspectiva de cristianismo helenista, creando Iglesias universales, desde el judaísmo, pero “liberadas de la ley judía”, abiertas a judíos y gentiles.
(6) Años 48/49. “Concilio de Jerusalén”, comunión discutida. «Después, tras catorce años, subí otra vez a Jerusalén con Bernabé, llevando también a Tito. Subí por revelación y les presenté el evangelio que predico entre los gentiles, pero en privado a los que tenían reputación, para cerciorarme de que no corría ni había corrido en vano… por unos falsos hermanos que se habían introducido para vigilar nuestra libertad en Cristo Jesús… Y al reconocer la gracia que se me había dado, Santiago, Cefas y Juan, considerados columnas, nos dieron a mí y a Bernabé la derecha, en señal de comunión, para que nosotros (fuéramos) a los gentiles y ellos a los circuncisos; sólo que recordáramos a los pobres, cosa que nos apresuramos a cumplir» (Gal 2, 1-10; cf. Hech 15). Pablo y Bernabé se reúnen en Jerusalén con Santiago (líder de aquella Iglesia) y con Pedro (que había dejado aquella iglesia en torno al año 44 y que debe haber vuelto por un tiempo o para la reunión). Bernabé y Pablo aparecen unidos como representantes de la “misión a los gentiles”. Frente a ellos y con ella está el “trío” de las iglesias más vinculadas a la ley judía: la de Santiago, la de Pedro y la de Juan, las tras columnas…. Se trata de una comunión discutida. El problema de la unidad y diversidad de las iglesias no se resuelve desde arriba, con un tipo de imposiciones jerárquicas, ni de Pedro (ni de Santiago, que aparece como la autoridad más alta, el primer “papa”), sino a través de un ejercicio de diálogo laborioso, paciente. Este es el gesto básico de la comunión: darse la mano, reconociendo juntos a Cristo, reconociéndose unidos en la gran tarea.
(7) Años 48/49. Disputa no resuelta. Iglesia petrina, iglesia paulina. Tras el llamado Concilio “los problemas siguen”. Bernabé y Pablo vuelven a Antioquía… Pero un tiempo después, entre el 49/50 d. C. viene también Pedro, como representante de la iglesia originaria. «Pero cuando Cefas vino a Antioquía, le resistí a la cara, porque era censurable. Pues antes de venir algunos de Santiago, comía con los gentiles, pero cuando vinieron, empezó a retraerse y apartarse, pues temía a los circuncisos. Y el resto de los judíos se unieron en su hipocresía, incluso Bernabé… Pero cuando vi que no andaban con rectitud según la verdad del evangelio, dije a Pedro ante todos: Si tú, judío, vives como gentil ¿cómo obligas a los gentiles a judaizar?» (Gal 2, 11-14). De manera ejemplar, el fin del relato no es un “idilio” de iglesia que tiene resueltos sus problemas, sino un camino abierto con nuevas disputas: la unidad eclesial no es algo que se logra por la fuerza o que se impone desde arriba, sino un camino paciente y creador, en medio de las dificultades de un camino donde unos y otros parecen tener la razón. Por un momento, queda a un lado Santiago (en Jerusalén). Pedro y Pablo salen y se encuentran en Antioquía, centro y foco de la primera gran misión cristiana. Ambos mantienen sus diferencias, sin perder la comunión de base, como supone Pablo (cf. 1 Cor 1, 12; 3, 22; 9, 5) y el proceso ulterior de la iglesia. Todos (Pablo, Pedro-Bernabé, el mismo Santiago) aceptan la misión a los gentiles, sin necesidad de circuncidar a convertidos, pero se distinguen en la forma de expresar y realizar la comunión entre cristianos de origen judío y gentil. En este contexto, junto a la “experiencia judeocristiana estricta” de Santiago (que despliega una iglesia estrictamente judía, en Jerusalén), podemos hablar de dos misiones: de una misión paulina (con unidad plena entre judíos y paganos, sin obligación de ley judía) y otra petrina, que conserva ciertos elementos de la ley judía, en ritos de unidad y comida.
(8) Años 49-57. La tercera misión de Pablo, misión universal. Éstos son los años de la misión paulina propiamente dicha. Ocho o nueve años que van a cambiar la historia de la iglesia. (1) Pedro queda en Antioquía, asumiendo la misión anterior de los helenistas y del mismo Pablo y Bernabé, haciendo un camino de iglesia “más prudente”: quiere mantener ciertos ritos de los judeo-cristianos, un tipo de vinculación con el judaísmo de la ley; desde ese fondo avanzará gran parte de la iglesia posterior, como suponen Mc y Mt, Jn y el mismo Apocalipsis. (2) Pablo rompe incluso con el mismo Bernabé, que ha sido hasta ahora su hermano mayor y compañero, de manera que siguen caminos diferentes (cf. Hech 15, 36-41, aunque las “razones” que aquí se dan no son las definitivas). Pablo asume y realiza su misión él sólo, con los suyos… Estos son los años de su madurez, años en los que va creando su grandes iglesias, desde Éfeso hasta Corinto, pasando por Galacia y Tesalónica. Son los años de sus cartas auténticas: 1 Tes, 1 y 2 Cor, Gal, Flp, Rom… Ésta es su tercera misión, su misión definitiva, la única que conocemos de verdad. Pablo va creando comunidades… esperando que llegue el final de los tiempos; pues bien, desde la experiencia de la llegada de ese fin (para todos los hombres), él va creando las comunidades en las que se vinculan ya judíos y gentiles. La misma experiencia de la llegada del fin de los tiempos abre un espacio de “universalidad”, una nueva experiencia de humanidad.
(9) Años 57-59. Pablo Preso. Tercera subida a Jerusalén. En torno al año 57 Pablo decide venir a Roma, para pasar al occidente, para que de esa forma el Evangelio se extienda por todo el mundo conocido. Había comenzando en Arabia (oriente); quiere llegar a Hispania (occidente), para que así pueda llegar el Cristo. Pero antes quiere volver a Jerusalén por tercera vez, llevando la “colecta” que ha recogido en todo el oriente, para mantener de esa manera su unidad con la primera iglesia. El tema de esta “colecta” y de su anuncio de la subida a Jerusalén, para reconocer el origen “judío” concreto de la Iglesia está presente en todas las últimas cartas de Pablo, desde Gal 2, 10 hasta 2 Cor 8-9 y Rom 15-16. Sabemos que subió a Jerusalén, con dinero para la iglesia madre, pero ya no conocemos de primera mano lo que allí sucedió, sólo lo que cuenta Hechos (Hech 21-26). Todo nos permite suponer que el encuentro final de Pablo con Santiago pudo ser “dramático”. El caso es que a Pablo le hacen prisionero precisamente en Jerusalén, como a Jesús, por querer mantener la raíz jerosolimitana de su evangelio universal.
(10) Años 60-63. Prisión en Roma, martirio. No sabemos exactamente como fueron las cosas. El relato de Hech 27-28 resulta en principio fiable. Pablo fue llevado prisionero a Roma, para ser juzgado. Es muy posible que fuera juzgado y condenado… Es posible que en su condena intervinieran no sólo las autoridades romanas y las acusaciones de algunos “judíos de Jerusalén”… sino también los celos y divisiones de otros grupos cristianos de Roma (como parece suponer 1 Clemente). No parece que pudiera cumplir su sueño de llegar al occidente (Hispania), como dice en Rom 15. Había cumplido su misión, había llegado su hora. Posiblemente fue martirizado en Roma en los mismos años que Pedro, que también llegó a la capital del imperio. En esos mismos años asesinaron a Santiago, en Jerusalén. Había terminado la primera etapa de la vida de la iglesia.














Un escándalo que martillea en mi cabeza

 


No me libra ni santa Bárbara bendita, patrona protectora en las tormentas, de escuchar una vez al año por lo menos un texto de San Pablo que, más que por lo que dice, por cómo se ha interpretado siempre, me hace hasta daño. Se trata de estos párrafos de su carta de los Efesios:
Sed sumisos unos a otros con respeto cristiano.
Las mujeres, que se sometan a sus maridos como al Señor; porque el marido es cabeza de la mujer, así como Cristo es cabeza de la Iglesia; él, que es el salvador del cuerpo. Pues como la Iglesia se somete a Cristo, así también las mujeres a sus maridos en todo.
Maridos, amad a vuestras mujeres como Cristo amó a su Iglesia.
Él se entregó a sí mismo por ella, para consagrarla, purificándola con el baño del agua y la palabra, y para colocarla ante sí gloriosa, la Iglesia sin mancha ni arruga ni nada semejante, sino santa e inmaculada. Así deben también los maridos amar a sus mujeres, como cuerpos suyos que son.
Amar a su mujer es amarse a sí mismo. Pues nadie jamás ha odiado su propia carne, sino que le da alimento y calor, como Cristo hace con la Iglesia, porque somos miembros de su cuerpo.
«Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne».
Es éste un gran misterio: y yo lo refiero a Cristo y a la Iglesia. (Ef 5, 21-32)

Sé que entraña una más que posible interpretación misógina, y que el mismo Pablo comprende que se ha hecho un lío; por eso termina con esa última frase, que, en lugar de aclarar, lo lía aún más. Pero su pensamiento en muy otro, justamente en la línea de Jesús y del Evangelio: ya no hay diferencia entre las personas, no es admisible una segregación o distinción por razón de raza, sexo o condición; todos y todas somos iguales; y si hay alguna jerarquía entre los seres humanos, sea la del servicio. O sea, a los pies de la otra persona, una jofaina y una toalla.
Por eso, cada vez que estoy en condiciones de hacerlo y se utiliza este texto de San Pablo, digo algunas palabras para poner algún punto sobre alguna i, que no me gusta dar la callada por respuesta. Si la asamblea, al terminar su lectura, ha de responder con el ritual “Palabra de Dios”, no puede ser que se diga como una rutina más o, que también ocurre, que alguien musite, eso sí muy por lo bajo, “Esto no es Palabra de Dios”.
Y es que ayer lo pude experimentar. Terminada la lectura, percibí que bastantes caras no movían los labios, y en más de una que lo que recitaban era algo más largo que las simples tres palabras del ritual. Así que al terminar la Eucaristía me permití una explicación. Y fue más o menos así: No me escandaliza que tras esta lectura de San Pablo algunas personas no abran la boca para proclamar la alabanza a la Palabra escuchada; tampoco que otras decidan abrirla para expresar su rechazo o no reconocimiento. Entiendo que se sientan heridas por una mala explicación o catequesis sobre el pensamiento cristiano de San Pablo. Lo que sí me escandaliza es que tras más de dos mil años de historia eclesial siga habiendo no sólo falta de una buena aclaración sobre este particular, sino actitudes y maneras de pensar abiertamente a favor de un machismo y una misoginia que no sólo no están en el Evangelio, sino que aparecen claramente erradicados en el comportamiento de Jesús y en su predicación. No pertenecen al pensamiento cristiano. Ese machismo no sólo se debe a quien lo ejerce, sino también a quien no lo combate. Aquí quien calla, sí otorga.
En fin, no fueron estas las palabras exactamente, porque las quiero recordar ahora tras decirlas ayer por la mañana de manera improvisada, y no lo consigo. El caso es que al salir va y me dice alguien si te habrán o no entendido. Me encogí de hombros y dije ni me importa ni me preocupa. Pero una tercera persona terció diciendo de sobra se te ha entendido… quien lo haya querido por supuesto; quien no, seguirá igual que siempre.
Y es que hay mucho machismo en nuestra Iglesia. También en la sociedad, a pesar de los logros y avances. De modo que no vale eso de mirar a un lugar más que a otro. Y ese machismo no está sólo en los varones, también hay mujeres que lo mantienen e incluso lo alimentan.
San Pablo no lo es, machista, ni su pensamiento lo delata, ni tampoco sus escritos. Hay textos suyos confusos o farragosos que han dado pie, es cierto. Pero nada que una buena catequesis no pueda aclarar.
Coincide en esto mismo un teólogo serio, que tiene un blog y trata de ello: Xabier Pikaza Ibarrondo. Se puede leer su largo comentario y discurso explicatorio. A mí me vale con poner un comentario que le hace una tal Emilita, que vale su peso en oro. Es éste, y lo copio sin pedir permiso, que yo en aquel foro no intervengo activamente, sólo como simple lector:


Las metáforas las carga el diablo, dice la sabiduría popular. Y este es un ejemplo ejemplar. Cuando un texto (sea del orden que sea) necesita tanta explicación, tanto cambio de gafas, tanta interpretación para ser entendido, y aún así no llegamos a un consenso...es que algo no funciona, ni siquiera en la mente del que lo produce. Hay aspectos en el Cristianismo que más parecen paulinos que "cristianos" con lo que esta afirmación conlleva. La exégesis y la catequesis se han inclinado descaradamente a lo largo de 2000 años de historia por los aspectos más patriarcales y sexistas, más machistas y dolorosamente desiguales del texto y ¡aquí estamos!, con la mejor voluntad del mundo queriendo cambiar el sentido del texto, cierto, pero terminando siempre en el mismo punto: la asignación de un papel salvífico. Lo peor del texto, con mucho, es que para darle desde nosotros un sentido de igualdad, hemos de retorcerlo (invertirlo, en palabras de Xabier) y a la vista está lo difícil que resulta, dado el tiempo que ha durado la primera interpretación.
Es más, el lamento de Graciela, sobre el "desbarre" que en sus comentarios han hecho los varones intervinientes, sólo muestra la incapacidad y trivialización casi jocosa con la que algunos hombres se acercan al texto, preciosa y documentalmente tratado por Xabier. Me conduelo contigo, Graciela, pero no tanto por la ausencia de féminas en estos comentarios, sino por el modo como los varones del siglo XXI hablan y disertan del tema (yo misma hubiera pasado missin por una tertulia tan superficial y casi casi insultante). Pero entiendo que en este punto la teología cristiana que sale de Roma no ha superado aún las viejas lecturas. Es más, creo que como dice Xabier no lee bien el Evangelio. Si eso hiciera, al identificar al Varón con Cristo, habría situado al hombre arrodillado ante la mujer, lavándole los pies en gesto de servicio amoroso.
Y eso, querida mía, es "demasiado" para una sociedad donde a cardenales, obispos y Papas hay que besarles el anillo e inclinar la cabeza.
Creo que ya en sus inicios quedó abortada aquella bendita y maravillosa actitud de un Cristo que se rodeaba de mujeres y dándoles la mano las levantaba a los ojos de todos para hacer de ellas discípulos del Evangelio. No se distingue nuestra Iglesia romana precisamente por el sentido de igualdad entre hombre y mujer. Hemos tenido que esperar a que la fuerza de un feminismo secular haya sacudido los cimientos de la sociedad contemporánea, para conseguir al menos acceder a la cultura, la política, las finanzas...mientras se nos sigue resistiendo el aspecto religioso, fundamental, porque tiene en sí el "sentido" de todos los demás. Y corto y cierro, porque de lo escrito aquí por los varones ilustres que intervienen, no merece la pena hablar. Para hablar de sexo, están los programas de la tele.

La Iglesia tiene muchos defectos, y muchos demasiado gordos. Pero el mal no está en sus principios, sino en su desarrollo, que para eso está encarnada en la humanidad de sus miembros. Que a nadie se le ocurra decir para ese viaje no se necesitan semejantes alforjas, porque la mochila se la hemos colocado entre todos a la acémila, y ya de paso a lo largo de la historia, y hoy también, en su interior hemos ido introduciendo piedras que de nada sirven y pesan mucho, demasiado.
En fin, que terminé mi perorata cambiando la pregunta clave del evangelio del domingo «¿También vosotros queréis marcharos?» por esta otra que me pareció que quedaba bien y no era mentira aunque no conste que Jesús la pronunciara: “¿Por qué seguís aún aquí si tergiversáis de tal manera mis palabras?”
Pero bien pudo ocurrir que yo no me explicara, o que no se me entendiera.

En el camino nos encontramos…

 
Uno de los textos del Nuevo Testamento con los que más disfruto es el relato evangélico que narra la experiencia que dos discípulos de Jesús, que volvían a casa con todas sus banderas rotas, vivieron por el camino. Iban a una aldea llamada Emaús. Hoy, precisamente, se proclama este texto, Lucas 24,13-35.
Algún camino he recorrido en mi vida, y puede que en algo se hayan parecido al que recorrieron estos dos buenos elementos. Ahora ya soy más sedentario, aunque mis botas para caminar están siempre listas y a mano.
Pero mira tú por cuanto este cuadro me observa desde la pared cuando duermo, cuando leo en la cama, cuando sueño despierto o cuando dormido, pienso.
"Los peregrinos de Emaús". LEON LHERMITTE. (French 1844-1925)


Esto de los relatos tiene su qué. Casi todo lo que sé lo he oído, lo he escuchado, lo he leído, lo he rumiado, lo he aprendido. Pero algunas cosas, pocas es verdad, ya no las tengo por recibidas; las he tomado directamente, he tenido esa suerte de encontrármelas, y han hecho que el relato perdiera su primacía.
Es el caso, por ejemplo, de aquello que le pasó a un tal Saulo, cuando dicen que le tiraron del caballo. Si le ocurrió o no, para mí ya no es problema. A mí sí me han tirado, y con eso ya me basta.
Parafraseando a Andrés Torres Queiruga, también yo me pegaría unos pases de valé si alguien viniera diciendo que se ha encontrado una tumba del siglo I y en ella están los huesos de Jesús. Para estar vivo y ser el Viviente, no necesita llevarse encima tanta morralla. ¡Qué falta le hace a Quien da vida llevar en el bolsillo reliquias muertas! Si dijo «Ésta es mi sangre derramada por vosotros» ¡cómo va a esperar que nosotros la embotellemos esperando se licúe ante nuestros ojos! 
¡Qué importante es estar en camino, o al menos dispuesto a volver a él! Salirse del camino, dejar de caminar, es como renunciar; suena a derrota.
No seré yo quien diga que echar raíces paraliza; pero cuántas veces ambas cosas van juntas, y la una lleva a la otra, de forma recíproca y por perifrástica. Conozco quien lo ha hecho, enraizarse y seguir en activo, y de forma paradigmática; pero no abunda.
Aquí dejo el relato apañado por estos hermanos, María y José Ignacio López Vigil, copiado del libro con el que vengo mareando desde hace una temporada:
Un tal Jesús». José Ignacio y María López Vigil. Salamanca 1982. Volumen 2, págs. 1012-1019]




POR EL CAMINO DE EMAÚS

Aquel primer día de la semana, los vecinos de Jerusalén, a pesar de la fiesta del Sábado, se despertaron tristes, perplejos, sin terminar de creerse lo que había ocurrido el viernes en la colina del Gólgota. En casi todas las casas de la ciudad se hablaba aún de aquello y de la suerte mala de Jesús, el profeta de Nazaret, asesinado por los gobernantes de la capital. Nosotros estábamos escondidos por miedo a los guardias que seguían vigilando las calles. Desde la primera hora, nuestro sobresalto fue mayor cuando Pedro y las mujeres llegaron diciendo que el sepulcro estaba vacío y que habían visto a Jesús.

Marcos - Bueno, acabemos de una vez. ¿Ustedes piensan regresar a Galilea o se van a quedar aquí?
Santiago - No sabemos, Marcos.
Pedro - ¡Sí sabemos, Santiago! Nos quedamos. Aquí están pasando cosas muy raras. ¡Hasta que no se aclaren, de aquí no se mueve nadie!
Marcos - Pedro, óyeme bien lo que te digo: ¡tranquilízate!
Pedro - Te oigo, Marcos, y estoy tranquilo. Digo lo que he visto. ¡Y aunque me arranques la lengua, los dientes y el galillo lo seguiré diciendo: ¡Jesús está vivo! Pero, ¿es que no comprenden lo que ha pasado, cabezas de alcornoque? ¡Los de arriba no se salieron con la suya! ¡Dios ya le dio la vuelta a la torta! Era lo prometido: los pobres, que éramos siempre los últimos, somos los primeros, ¡y los muertos están vivos! ¡Ya llegó el Reino de Dios! ¡Yo lo he visto!
Marcos - Bueno, bueno, bueno. Siento lo que te pasa, tirapiedras, de veras. Parece que no hay remedio.
Magdalena - Y doña María y yo tampoco tenemos remedio, ¿eh? ¡Vamos, ábranse el coco de una vez! ¡No estamos diciendo mentiras!
Santiago - ¡No! ¡Están diciendo locuras, que es peor! ¡Y si seguimos así, todos acabaremos viendo angelitos!
Marcos - Está bien, no se vayan a Galilea. Hagan lo que quieran, pero aquí ya queda poco que comer. Voy a comprarles algo. A ver si con un buen plato de garbanzos la cabeza se les pone otra vez sobre los hombros. ¡Vuelvo pronto! ¡Tranquen bien la puerta y no le abran a nadie!

Cerca del acueducto, junto al mercado chico, Marcos se encontró con Cleofás, un viejo amigo suyo. Cleofás era médico.(1) Su nariz ganchuda se doblaba sobre el bigote y un turbante de muchos colores le cubría la calva. En el barrio de Ofel eran muy famosas sus hábiles manos de curandero.

Cleofás - ¿Qué es de tu vida, Marcos, granuja? ¡Cuánto tiempo sin verte el pelo!
Marcos - ¡Caramba, Cleofás, matasanos, digo yo lo mismo! Pero, con lo de estos días… Supiste, ¿no?
Cleofás - Querrás decir lo de Jesús.
Marcos - ¿Y qué más? Ya sabes que soy un buen amigo de los que andaban con él. Esto ha sido muy duro, la verdad.
Cleofás - Parece como si Dios se hubiera olvidado de nosotros. Por acá, la gente está que no levanta cabeza, no hablan de otra cosa.
Marcos - Pues si vieras a los amigos de Jesús…
Cleofás - Destrozados, ¿verdad?
Marcos - No. Locos. Tres de ellos, de remate. La madre, una muchacha de Magdala y Pedro, el que yo más conozco. Trastornados. Imagínate, dicen que lo han visto esta mañana y que han hablado con él.
Cleofás - Pobre gente. Con un golpe así…
Marcos - Deberías venir a casa, Cleofás. Tú sabes de yerbas y de emplastos. Están muy mal, créeme. Eso, ¿por qué no vienes hoy a comer con nosotros?

Cleofás aceptó enseguida la invitación. A media mañana, Marcos se apareció con su amigo, el médico, que se sentó a la mesa con nosotros.

Cleofás - Muy sabrosos estos garbanzos… ¡Hum!
Magdalena - Las cocineras estamos aquí, doctor Cleofás. Doña María y yo los preparamos. Los demás lloriqueando y nosotros ¡tralará, tralarí! ¡Y ya ve qué buenos quedaron!
Marcos - ¿Te das cuenta? Las dos más animadas que un par de cascabeles. ¿Qué te parece? ¿Completamente locas, verdad?
Cleofás - Un poco exaltadas, sí. Creo que lo mejor sería un cocimiento de belladona en ayunas y después dormir mucho.
Marcos - Y a Pedro, ¿1o mismo?
Pedro - ¡Yo no necesito nada, Marcos! ¡Te estoy oyendo! Trajiste a Cleofás para que nos curara, pero ninguno de nosotros tres está loco. ¡Tengo la cabeza en su sitio! ¡Y los ojos y las orejas también! ¡Hemos visto a Jesús! Hablamos con él. Sí, sí, yo no sé cómo Dios habrá hecho una cosa así, ¡pero la hizo! ¿Por qué no lo quieren creer?
Magdalena - Déjalos, narizón. Ya tendrán que limpiarse los mocos y tragarse las lágrimas cuando ellos mismos lo vean. Déjalos, déjalos…
Cleofás - Bueno, amigos, me alegro de haberlos conocido. Pero, ahora, se hace tarde y tengo que irme.
Marcos - Pero, ¿cómo? ¿Tan pronto? ¿A dónde diablos vas tú ahora?
Cleofás - Aquí cerquita, a la aldea de Emaús.(2) Tengo que resolver un asunto.
Marcos - Pues no te vayas solo y resuelves dos. ¿No está en Emaús la fuente esa de las aguas que hierven? Dicen que esa agua lo mismo te cura los granos que las fiebres negras. ¿Por qué no te llevas contigo a Pedro? A ver si se le pasa este empecinamiento.
Pedro - ¡Déjame en paz, Marcos! Yo he dicho que no pongo un pie fuera de esta casa. Vete tú y échate de cabeza a la fuente, a ver si se te ablanda, ¡descreído!
Marcos - Pues mira, que no es mala idea. Si, sí, me voy. Te acompaño, Cleofás. Tanta penumbra y tanta historia me tienen ya mareado. Por el camino me despejaré un poco. Anda, vámonos.

Cuando Marcos y su amigo Cleofás salieron, cerramos la puerta con tres cerrojos. Terminando de comer, Pedro y las mujeres volvieron a contarnos lo que habían visto, lo que habían oído. Nosotros, aburridos del mismo cuento, no nos creíamos nada de aquello.

Pasaron varias horas. Era ya oscuro y habíamos encendido un par de lamparitas cuando la puerta del sótano se vino abajo por los golpes.

Cleofás - ¡Eh, eh, ábrannos! ¡Ábrannos!
Marcos - ¡Pedro! ¡Juan! ¡Abran la puerta!
Santiago - ¡Recuernos, quién viene a estas horas!
Magdalena - Parece la voz de Marcos, ¿no oyes?
Pedro - Abre tú, Santiago. Con cuidado. Puede ser una trampa.

Cuando mi hermano abrió la puerta, Marcos y Cleofás, empujándola, entraron como un torbellino. Venían empapados en sudor y saltando de alegría.

Marcos - ¡Tenían razón ustedes! ¡Lo hemos visto! ¡Lo hemos visto éste y yo!
Pedro - ¡Ajajá! Ahora, ¿verdad? ¡Tráeles la belladona a estos dos, María!
Santiago - Pero, ¿qué cosa es esto? ¿Una jaula de locos? ¿Cómo es posible que un doctor como usted…?
Magdalena - Cállate la boca, Santiago, que hablen ellos. A ver, ¿cómo fue? ¿Dónde fue? ¡Digan!
Cleofás - ¡Escuchen! Nosotros salimos para Emaús por el camino de Jaffa. Íbamos conversando. Como no teníamos prisa…

Cleofás - Es terrible, Marcos. Pobre gente, pero no es para menos. En toda mi vida he visto yo una injusticia mayor que el juicio que le hicieron al nazareno. Es para volverse locos y más.
Marcos - ¿Sabes? Yo conocía a Jesús hacía ya más de un año. Qué tipo, Cleofás. De ésos que los catas a la primera. Un hombre de una pieza. Yo le decía a Pedro: si no es el Mesías, está muy cerca.(3) Dios estaba con él, Cleofás. Y los pobres de este país también. Era de los nuestros.
Cleofás - No tenía que haber muerto. Ya ves, lo que son las cosas: la hierba mala no se muere y a los que sirven, nos los quitan enseguida.
Marcos - Este pueblo está dejado de la mano de Dios. No se puede esperanzar uno con nada, caramba.

Marcos - Y así, conversando y conversando, llegamos a la altura de Gabaón. Y en una de las vueltas del sendero, vemos a un paisano que también iba con su bastón de camino.
Cleofás - Se nos arrimó y enseguida se metió en la conversación. Dice el paisano: Van ustedes con cara tristona. ¿Qué? ¿Les pasa algo? Yo me dije para mí: Maldita sea, ¿y este curioso de dónde sale ahora? ¿Quién le manda meterse donde no lo llaman?
Marcos - Le dije que íbamos hablando de Jesús. Y el paisano, así como lo oyen, que no sabía nada de lo que había pasado aquí el viernes.

Marcos - Pues serás tú el único peregrino que ha estado en Jerusalén y no se ha enterado.
Cleofás - Sí, hombre, lo de Jesús. ¿Cómo no vas a saberlo? Si desde el día del alboroto en el templo no se ha hablado de otra cosa en la ciudad.
Marcos - Era un profeta. O más que profeta, uno ya no sabe bien ni lo que era. Hizo cosas grandes y habló bien duro. Sin pelos en la lengua, ¿comprendes? El galileo se enfrentaba lo mismo con Pilato que con el gordo Caifás. ¡Y les cantaba hasta los catorce improperios! Nosotros creíamos que Dios iba a hacer justicia por su mano, esperábamos que él iba a liberar a Israel de todos estos pillos que nos gobiernan.
Cleofás - Pero las cosas salieron al revés. Ni llegó el Reino de Dios ni pasó nada. Lo mataron como a todos los que dicen la verdad. Y ahora, a seguir tirando con el yugo en la nuca. ¡Siempre es lo mismo!

Marcos - Y el paisano aquel callado, escuchándonos con interés. Parecía buena persona. El caso es que por contar, le contamos hasta lo del zipizape de ustedes las mujeres esta mañana y lo de Pedro, todo eso… Y que nosotros no nos creíamos nada, como es natural.
Cleofás - Y entonces fue cuando nos dijo que éramos unos idiotas, con la cabeza más dura que un callo. La verdad, yo me molesté bastante. Me dije: Pero, ¡qué tipo más atrevido! ¡Que vaya a meterse con su suegra si quiere!
Marcos - Y ahí mismo el paisano se destapó y toda la saliva que había guardado escuchándonos, se la gastó hablando de una ensarta de cosas de las Escrituras. Se las sabía al derecho y al revés.
Cleofás - Amigos, nos dijo cosas grandes, de ésas que no se olvidan. Nos dijo que los que luchan por la justicia mueren, pero que su muerte Dios no la echa en saco roto, que ellos son como semillas que se hunden en la tierra y nacen de nuevo, llenas de frutos. Nos repetía que no estuviéramos tristes porque jamás ni nunca la muerte tiene la última palabra.
Marcos - Y decía también que todo esto había sido como la Pascua en Egipto, cuando Moisés. Que el Mesías había tenido que atravesar el Mar Rojo de la sangre para poder entrar en la tierra prometida. Que nos secáramos las lágrimas, que el Reino de Dios ya había empezado. Bueno, yo no sé repetírselas, pero aquel paisano decía las cosas de una manera que te ponía la carne de gallina.
Cleofás - Eran palabras que te entraban para adentro como brasas.
Marcos - Pero lo mejor viene ahora. Resulta que cuando llegamos a Emaús…

Cleofás - Oye, tú, ¿te vas ya?
Marcos - Podías quedarte con nosotros. Fíjate, ya se está haciendo tarde, es casi de noche. Quédate aquí, hombre, hay sitio para los tres.

Cleofás - ¡Qué ganas teníamos de que se quedara! Y se quedó. Y nos sentamos a cenar allá, en la taberna de Samuel. Nosotros cada vez más entusiasmados con la conversación…
Marcos - Y entonces, cuando estamos comiendo, el paisano agarra un pan, hace la bendición, lo parte y nos da un pedazo a cada uno.(4) Compañeros, igualito que el jueves por la noche, cuando cenamos la Pascua juntos aquí mismo, igualito, igualito. ¡Era él! ¡Era Jesús! ¡Estoy seguro, compañeros!
Magdalena - ¿Lo ven? Es lo que yo digo, ¡que el moreno está vivo! ¡Que no se lo tragó la tierra!
Cleofás - ¡Sí, amigos, parece mentira, pero es la purísima verdad, la purisísima! ¡Jesús está vivo! ¡Sí, lo hemos visto! ¡Y esto hay que gritarlo a los cuatro vientos! ¡Que lo sepan todos! ¡Que se entere todo el mundo! ¡Que Jesús está vivo!

¡Súbete a un alto monte, alegre mensajero para Sión!
¡Grita con voz fuerte, alegre mensajero para Jerusalén!
¡Grita sin miedo,
di a las ciudades de Judá: !Ahí está nuestro Dios!
¡Ya viene para consolar a todos los que lloran,
para cambiar nuestra ceniza en corona,
el traje de luto en vestido de fiesta,
nuestro desaliento en cantos de victoria!



Marcos 15,12-13; Lucas 24,13-35.


Comentarios

1. En Jerusalén, como en todas las ciudades y aldeas de Israel, había médicos. Eran considerados artesanos. Se ocupaban sobre todo de medicina externa: vendajes, emplastos, ungüentos. Los conocimientos sobre el funcionamiento del cuerpo eran mínimos. Como la medicina tenía aún mucho que ver con remedios mágicos, a veces se tenía cierta prevención contra los médicos, considerándolos charlatanes o gente interesada en aprovecharse de los demás.

2. Emaús era un aldea a unos 30 kilómetros de Jerusalén, en la Sefelá, extensión amplia de terreno llano, situada entre los montes de Judá y las llanuras costeras. Durante la guerrilla de Judas Macabeo fue lugar de acampada de los israelitas (1 Macabeos 3, 57). Actualmente no se sabe con exactitud dónde estuvo la Emaús del evangelio. En una pequeña aldea árabe, El-Qubeibeh, hay una iglesia que recuerda el relato de Emaús. En la aldea se conservan restos de una calzada romana del tiempo de Jesús.

3. La esperanza del Mesías que durante siglos había alentado al pueblo de Israel fue concretándose de distintas maneras con el tiempo. Después de la resurrección de Jesús, los discípulos reconocieron en él al Mesías esperado. La vida y la muerte de Jesús les mostró que él se identificaba con el Siervo de la Justicia del que ya había hablado el profeta Isaías (Isaías 42, 1-4; 49, 1-6; 50, 4-9; 53, 1-12), más que con el rey triunfador, el personaje celestial misterioso o el profeta vengativo que otros habían imaginado. Cuando las primeras comunidades cristianas reconocieron en Jesús al Mesías, comenzaron a llamarlo también “Cristo”, es decir, el Ungido de Dios, su Enviado, su Bendito. De los cuatro evangelios, es el de Mateo el que más marca el carácter mesiánico de Jesús, por ser un texto dirigido especialmente a los lectores judíos.

4. En varias ocasiones los discípulos reconocieron a Jesús al partir el pan. En Israel nunca se partía el pan con cuchillo. Y todas las comidas se iniciaban con el gesto de partir el pan, que hacía el que presidía la mesa. Jesús debió haber tenido una forma particular de hacerlo cuando comía con sus compañeros, por la que ellos lo identificaban y reconocían.

El fuego y yo. Tres


A lo largo de mi vida he visto que el fuego, ese elemento primordial que junto con el agua, el aire y la tierra constituye la realidad que habito y vivo, también puede ser destructor y matar toda vida y sentido.

No han sido numerosos, pero significativos.

1. Un monumento

http://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/7/76/Fachada_de_la_iglesia_conventual_de_San_Pablo_%28Valladolid%29.jpg

     El 9 de septiembre de 1968 un incendio destruye por completo la cubierta de la emblemática iglesia de San Pablo, de Valladolid.

     Fui testigo privilegiado. Desde la ventana de la habitación individual que ocupaba el último año de mi estancia en el Seminario Mayor de Valladolid, contemplé, desolado como la totalidad de la población vallisoletana, cómo el empinado tejado de pizarra de la iglesia de San Pablo desaparecía entre llamas y humo. Los enormes troncos que componían su estructura fueron comida fácil para un fuego que se inició, al parecer, por un cortocircuito en los viejos cables eléctricos, que más que viejos estaban aviejados por la desidia humana, la falta de dinero y la labor callada de ratones.
     A pesar del tiempo transcurrido, en mis ojos aún están aquellas imágenes. Tenía yo 20 años, y creo que lloré de rabia, de pena y de impotencia.
     A partir de aquel día y durante todo un curso mi primera imagen del día, al abrir los cuarterones, era un edificio chamuscado, pelón y desolado.
     Ahora luce este templo con todo esplendor. Tejado nuevo y más plano. Protección contra alimañas (llegué a contar en su tejado más de treinta nidos de cigüeña). Medidas antiincendio. Protección antihumedades. Una fachada limpia y hermosa. En fin, una gozada. Pero el susto fue mayúsculo.

2. Una casa

http://commondatastorage.googleapis.com/static.panoramio.com/photos/original/21588403.jpg
     Año 1977, arde una impresionante casona en un perdido pueblo de Castilla: Palacios de Campos.

     No recuerdo bien, pero creo que fue un lunes, ya no sé de qué mes ni semana. Me despiertan y me avisan de un incendio en el otro pueblo que llevo, que yo soy el señor párroco.
     Me visto corriendo y sin más allí me presento. No es la iglesia, no, es la casa de Jesús. Jesús y Maribel son un matrimonio ya mayor pero todavía en buen uso. Trabajan para un señor importante que es profesor por Valencia, donde ocupa cátedra y honores. Aquí tiene labranza y ellos son los cachicanes. Ocupan una parte pequeña de una gran casa solariega. Viven con una hija, que el hijo está fuera.
     Se despertaron asustados, envueltos en humo, y salieron a la noche tal como estaban. Y así seguían, porque todo se lo llevó el fuego. Nunca había visto yo arder hasta la tierra. Pues allí se dio, salía humo de las paredes, lo único que quedó en pie.
     La casa era de tapial, pero del bueno. Una casa para durar mil años, siempre y cuando estuviera bien de tejado, y no probada por el fuego. El agua no la había tocado hasta entonces, que sus sucesivos amos se cuidaron de ello. Pero con el fuego accidental y decisivo, llegó también el agua necesaria del parque móvil de bomberos, y terminaron con ella.
     En la calle quedó aquella familia. Por la tarde, Jesús va y me dice que ahí tengo la cartilla con los dineros de la cogida de palomas, que está bien y no se quemó. Pues tienes firma en ella, dije yo, vete a Rioseco y compra lo que necesites. No señor, que es dinero del cura. Pues precisamente por eso, razón de más para que hagas lo que te digo. No quise hacerle más razonamiento, habida cuenta de que no le iba a convencer de que aquel dinero era más suyo que mío, y por supuesto tanto como de la parroquia.
     Al año, más o menos, el señorito construyó otra vivienda más apañada y moderna, y allí los dejé habitando cuando fui a despedirme.


3. Una belleza de la creación

     1991, devorador incendio en el Desfiladero de Las Cambras, entrada natural al Cañón de Añisclo, en el Parque Nacional de Monte Perdido, Huesca.

     Si en el 88 descubrí los Pirineos, en el 89 visité Pineta. Y de paso me inventé, vaya pegote el mío, el desfiladero de las Cambras. Es paso obligado para entrar en el Valle de Añisclo, también llamado cañón. Todo ello es una preciosidad, pero la entrada, o sea Las Cambras, lo mejor. Es verdad que era complicado moverse por su interior, con una carretera muy estrecha, de doble dirección, con continuas paradas para dejar paso, y de muy lento pasear.
     Creo que fue ese año, o tal vez el siguiente, que, rebosando entusiasmo, me lo recorrí diecisiete veces. Y sólo estuve por allí quince días.
     A la misma entrada, junto al río Bellós, o Vellós, a la izquierda existe un merendero de icona donde hay bancos y barbacoas para usar libremente. El diablo quiso que en un día de 1991 unos domingueros fueran unos descuidados o unos temerarios, vaya usted a saber, y dejaran que el fuego se expandiera. El resultado fue una quema brutal de aquel bosque de pino pirenaico. Imposible explicar cómo quedó todo aquello.
     He vuelto a pasar por allí, ya con menos ganas, pero obligado por recorrer los andurriales de Las Sestrales, la Fon Blanca, el Bosque de Hayas Jóvenes, el Collado de Añisclo, y la ermita de San Urbez.
     Ahora la cosa está más controlada. Sólo para entrar, que la salida es por otra parte. Ni hablar de hacer fuego. Y por supuesto, la vigilancia vigila. Ya era hora.

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