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Mejor que los venenos



El otro día cuando hablé de los topillos, esta fotografía me llamó la atención. ¡Vaya caja! me dije. Tengo que investigar…
Y ya lo he hecho, claro que con un poquito de ayuda.
Del cuaderno de una bióloga he tomado estas imágenes que explican cómo se usan:
Cajas sin montar y cebo: pan untado en aceite
Cajas montadas con el cebo colocado en su interior
Para ver más en detalle sus características, me han proporcionado estas otras imágenes:






Como en el toreo sin muerte o en la captura y suelta, no se trata de acabar con una vida; este aparato no es trampa mortal, sino cepo temporal para el estudio y control de esos animalillos que pululan por el campo.
Ya me imagino al pobrecillo, luego de pasar inocentemente por esta clausura no buscada, respirar aliviado diciendo "de buena me he librado".
Tengo que preguntar a Bienve si él se siente prisionero en su jaula. Para mí que no, que más parece caballero en su castillo, castellano que dijera don Quijote. Cada vez que me aproximo, y ahora mismo acabo de hacerlo para reponerle el mijo que devora ansioso, arremete contra mi mano pico en ristre. Ya conozco y sé de sus caricias. Por lo demás, nos llevamos bien. Incluso me saluda jubiloso desde su atalaya cuando aparezco por la mañana en la cocina.
Esto de los cepos, inevitables al parecer, los sufrimos todos los animales, no importa qué plumaje gastemos; la libertad es peligrosa y no nos conviene en demasía. Por eso también los bípedos implumes pasamos controles y sufrimos redadas, nos cachean y documentan, nos someten bajo el arco o sencillamente nos espetan sin consideraciones ¡circulen!
Siempre podremos rebelarnos en nuestra intimidad, en el reducto inexpugnable donde a solas con nosotros mismos da igual que lloremos, pataleemos o gritemos. Yo ahí prefiero confiarme, ya que buena gana de morir antes de tiempo. Y sería perder la vida, olvidar toda esperanza.
Aprovecho para colocar aquí el salmo 124, –y puede que no venga a cuento– que dice:


Si Yahvéh no hubiera estado por nosotros,
     —que lo diga Israel—
2si Yahvéh no hubiera estado por nosotros,
     cuando contra nosotros alzáronse los hombres,
3vivos entonces nos habrían tragado
     en el fuego de su cólera.

4Entonces las aguas nos habrían anegado,
     habría pasado sobre nosotros un torrente,
5habrían pasado entonces sobre nuestra alma
     aguas voraginosas.

6¡Bendito sea Yahvéh que no nos hizo
     presa de sus dientes!
7Nuestra alma como un pájaro escapó
     del lazo de los cazadores.

El lazo se rompió
     y nosotros escapamos;
8nuestro socorro en el nombre de Yahvéh,
     que hizo cielos y tierra.

Y estaban jugando en plena calle



¡Hola Míguel! me gritaron sobre sus patinetes. Yo, que iba atado a Berto y Gumi, desde la otra acera les grité también: ¡Hola! ¡Cómo os lo pasáis!
Eran una panda de niños y niñas, algunos con patines, otros en sus tablas, algunos sobre su bici y el resto con pelotas, que para mi sorpresa hoy jugaban al atardecer fuera de sus parcelas y sin miedo de que nadie les pusiera en peligro.
Ya no se ven niños jugando. Sólo en los parques ad hoc, vigilados de cerca por padres, abuelos y vecinos, y en el interior de las urbanizaciones.
Pero he tenido esta visión, nada fantasmal ni imaginada. Ha sido pura realidad.
Ojala se generalice, y se llenen nuestras calles, adornadas a uno y otro lado de casas exactitas, cual murallas que encierran en su interior la piscina, el césped y los artilugios que se ahora se estilan para solaz del público infantil, de alegres y bullangueros gritos como los que escuchaba cuando pequeño y jugábamos al marro, a civiles y ladrones, a saltar a la cuerda, a la tanga o a las canicas.
Podría entonces pensar que algo nuevo estaba sucediendo.


¿Esto mismo y lo contrario?

 
Como soy pastor de mi redil, desconozco qué ocurre en otros rediles y qué hagan o digan sus pastores. Noticias sí me llegan, pero siempre a través de. Me gustaría poder tener esa información en vivo y en directo, pero no me es posible.
Sin embargo, puesto que el río suena, algo de verdad sí que debe haber. Y puede que en tanto estos digan y hagan una cosa, aquellos hagan y digan otra muy distinta.
Me acabo de enterar de que a una profesora de Estudios Católicos en la Universidad de Roehampton (Reino Unido) y conocida por su trabajo en cuestiones éticas contemporáneas y visión católica del feminismo, Tina Beattie, le han retirado la invitación a una estancia en el Centro de Cultura y Pensamiento Católicos “Frances G. Harpst”, dependiente de la Universidad de San Diego, por decisión de la dirección académica, ante las críticas y quejas de algunos de sus patrocinadores. El director del Centro, Gerard Mannion, se ha mostrado perplejo y altamente disgustado por ello y avisa que habrá protestas. La razón, que Tina Beattie firmó recientemente una carta dirigida al diario The Times, en la que defendía que es perfectamente lícito para un católico, haciendo uso de su libertad de conciencia, apoyar la extensión legal del matrimonio civil a las parejas del mismo sexo.
Por otra parte, un párroco, Richard T. Lawrence, de la iglesia de San Vicente de Paul, en Baltimore, tras leer una carta de su arzobispo llamando a votar contra el matrimonio entre personas del mismo sexo en el referéndum que se celebrará el próximo martes en Maryland, añadió de su propia cosecha: “A mí me parece que incluso si creemos que la iglesia no debe permitir el matrimonio gay, podríamos convivir con una norma que permita el matrimonio civil de las parejas de gays y lesbianas. Yo personalmente, sin embargo, iría incluso más lejos; podríamos reconocer la total, exclusiva y permanente unión de las parejas de gays y lesbianas como parte del sacramento del matrimonio”. Lawrence reconoció que esta no era, en la actualidad, la doctrina de la iglesia, pero añadió que “personalmente creo que esta es una posible línea de desarrollo teológico en el futuro, y quizá al final forme parte de la enseñanza de la iglesia. ¿Y si esto es posible, por qué no debemos considerar que el matrimonio civil de las parejas de gays y lesbianas debería estar permitido?
Esto dicho, en la Iglesia Católica caben, como en banasta, tanto sardinas como arenques, chicharros, langostinos, quisquillas y todo tipo de animalitos marinos o terrestres. Y esto, por más que se pretenda dar imagen de uniformidad y de que quien saque los pies de las alforjas, cuidadín que se los cortan.
Para nada. Disciplina sí, y unidad también; más importante ésta que aquella, por supuesto. Pero libertad en las cosas que son opinables y defendibles desde los presupuestos fundamentales de la fe. Porque nuestra Iglesia no se transparenta en la solidez y rotundidad de las piedras de San Pedro del Vaticano, sino en la presencia siempre viva y vivificadora del Espíritu de Jesús de Nazaret, el Cristo.
No es pues extraño que en una parroquia se diga y dialogue de una manera y justo en la de al lado, de otra diferente.
Mi opinión personal, que también la tengo, -no va a ser sólo R.T. Lawrence quien haga uso de ella-, es lo que he vivido y de lo que puedo hablar. Nunca he recibido directrices de estricto cumplimiento, jamás se me ha pedido, menos obligado, a adoctrinar al personal de una determinada manera. Si se me ha llamado para responder de algunas quejas, ha sido más por deferencia que otra cosa. Y como aquí los patrocinadores somos quienes formamos la parroquia…
Siempre hay y habrá quien/quienes, creyéndose cancerberos de lo que consideran la sana y única doctrina, sospechen, husmeen, critiquen y hasta acusen, denunciando. Más les valiera dejarse de monsergas y respiraran los vientos del Espíritu.

En libertad

 


—La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre: por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida; y, por el contrario, el cautiverio es el mayor mal que puede venir a los hombres. Digo esto, Sancho, porque bien has visto el regalo, la abundancia que en este castillo que dejamos hemos tenido; pues en metad de aquellos banquetes sazonados y de aquellas bebidas de nieve, me parecía a mí que estaba metido entre las estrechezas de la hambre, porque no lo gozaba con la libertad que lo gozara si fueran míos; que las obligaciones de las recompensas de los beneficios y mercedes recebidas son ataduras que no dejan campear al ánimo libre. ¡Venturoso aquel a quien el cielo dio un pedazo de pan, sin que le quede obligación de agradecerlo a otro que al mismo cielo!
(El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, 2ª Parte, Capítulo LVIII, Espasa Calpe 1982, pág. 716)

¿Ilegal el mercadillo de Fuente Dorada?



¡Anda que si me pasé la infancia toda contraviniendo los derechos de la propiedad intelectual! Porque eso es lo que hice, ir a Cantarranas a cambiar tebeos y novelas leídos por tebeos y novelas sin leer. A pelo. Igual que cromos, de las más diversas colecciones. Y mi hermano, sellos.
¿De qué, si no, iba yo a poder haberme instruido en la vida de personajes de la talla de El Llanero Solitario, Superman, Capitán Trueno, El Jabato, Rompetechos, Zipi y Zape, y haber husmeado en los dimes y diretes del vecindario de la Rua del Percebe, por ejemplo? ¿Quién me enseñó, sino Pepe y Otilio, a meter mano en la electricidad, subirme a los tejados a buscar goteras, inventar en la cocina y armarlas como amancio?
Si en Internet ya no se pueden trocar cosas, al más viejo estilo mercantil de una economía de supervivencia que se precie, si hay que pagar en contante y sonante por cualquier cosa que ya exista y que alguien pueda reclamar como suya propia y de nadie más, servidor, por ejemplo, que ha nacido en hora tan tardía en la larga historia humana, ¿también habré de preguntar si el aire que respiro está ya registrado como exclusivo de alguien, con copiraig y todo lo demás?
O sea, para entenderme: Que si no soy capaz de alguna idea genial, nunca antes pensada, sólo me queda pagar… y callar.
Tengo que volver a leer Los grandes inventos del TBO del profesor Franz de Copenhague, y estudiármelos. Puede que no tenga otra que renunciar a hacer chapuzas, seguro que ya están registradas.
Sí, el mercadillo que ahora se hace en la Fuente Dorada puede ser el próximo objetivo del FBI.

San Esteban, protomártir




La parroquia de mi pueblo está dedicada a San Esteban, el primer cristiano mártir.  Con todo respeto hacia los demás pueblos y sus santos, no puedo dejar de indicar la importancia de tener a este ser humano como titular. Podría aducir muchas razones, pero como no soy dado al apabulle del contrario, sólo aportaré dos:
1. Fue elegido democráticamente.
2. Su elocuencia fue tal, que está recogido su último, y al parecer único, discurso en el Libro de los Hechos de los Apóstoles que, lejos de limitarse a citarle, le dedica casi tres capítulos enteros.
Palabra que digo la verdad. Hela aquí:
6 1Por aquellos días, al multiplicarse los discípulos, hubo quejas de los helenistas contra los hebreos, porque sus viudas eran desatendidas en la asistencia cotidiana. 2Los Doce convocaron la asamblea de los discípulos y dijeron:
-«No parece bien que nosotros abandonemos la Palabra de Dios por servir a las mesas. 3Por tanto, hermanos, buscad de entre vosotros a siete hombres, de buena fama, llenos de Espíritu y de sabiduría, y los nombraremos para este cargo; 4mientras que nosotros nos dedicaremos a la oración y al ministerio de la Palabra».
5Pareció bien la propuesta a toda la asamblea y escogieron a Esteban, hombre lleno de fe y de Espíritu Santo, a Felipe, a Prócoro, a Nicanor, a Timón, a Pármenas y a Nicolás, prosélito de Antioquía; 6los presentaron a los apóstoles, e hicieron oración y les impusieron las manos.
7La Palabra de Dios iba creciendo; en Jerusalén se multiplicó considerablemente el número de los discípulos, y multitud de sacerdotes iban aceptando la fe.
8Esteban, lleno de gracia y de poder, realizaba entre el pueblo grandes prodigios y señales. 9Se levantaron unos de la sinagoga llamada de los Libertos, cirenenses y alejandrinos, y otros de Cilicia y Asia, y se pusieron a disputar con Esteban; 10pero no podían resistir a la sabiduría y al Espíritu con que hablaba. 11Entonces instigaron a unos hombres que dijeran: «Nosotros hemos oído a éste pronunciar palabras blasfemas contra Moisés y contra Dios». 12De esta forma amotinaron al pueblo, a los ancianos y escribas; vinieron de improviso, le prendieron y le condujeron al Sanedrín. 13Presentaron entonces testigos falsos que declararon:
-«Este hombre no para de hablar contra el Lugar Santo y de la Ley; 14pues le hemos oído decir que Jesús, ese Nazareno, destruiría este Lugar y cambiaría las costumbres que Moisés nos ha transmitido».
15Fijando en él la mirada todos los que estaban sentados en el Sanedrín, vieron su rostro como el rostro de un ángel.
7 1El Sumo Sacerdote preguntó:
-«¿Es así?».
2Esteban respondió:
-«Hermanos y padres, escuchad. El Dios de la gloria se apareció a nuestro padre Abrahán cuando estaba en Mesopotamia, antes de que se estableciese en Jarán 3y le dijo: Sal de tu tierra y de tu parentela y vete a la tierra que yo te muestre. 4Entonces salió de la tierra de los caldeos y se estableció en Jarán. Y después de morir su padre, Dios le hizo emigrar de allí a esta tierra que vosotros habitáis ahora. 5Y no le dio en ella en heredad ni la medida de la planta del pie; sino que prometió dársela en posesión a él y a su descendencia después de él, aunque no tenía ningún hijo. 6Dios habló así: Tus descendientes residirán como forasteros en tierra extraña y les esclavizarán y les maltratarán durante cuatrocientos años. 7Pero yo juzgaré -dijo Dios- a la nación a la que sirvan como esclavos, y después saldrán y me darán culto en este lugar. 8Le dio, además, la alianza de la circuncisión; y así, al engendrar a Isaac, Abrahán le circuncidó el octavo día, y lo mismo Isaac a Jacob, y Jacob a los doce patriarcas.
9Los patriarcas, envidiosos de José, le vendieron con destino a Egipto. Pero Dios estaba con él 10y lo libró de todas sus tribulaciones y le dio gracia y sabiduría ante Faraón, rey de Egipto, quien le nombró gobernador de Egipto y de toda su casa. 11Sobrevino entonces en todo Egipto y Canaán hambre y gran tribulación; nuestros padres no encontraban víveres. 12Pero al oír Jacob que había trigo en Egipto, envió a nuestros padres una primera vez; 13la segunda vez José se dio a conocer a sus hermanos y conoció Faraón el linaje de José. 14José envió a buscar a su padre Jacob y a toda su parentela que se componía de setenta y cinco personas. 15Jacob bajó a Egipto donde murió él y también nuestros padres; 16y fueron trasladados a Siquem y depositados en el sepulcro que compró Abrahán a precio de plata a los hijos de Jamor, padre de Siquem.
17Conforme se iba acercando el tiempo de la promesa que Dios había hecho a Abrahán, creció el pueblo y se multiplicó en Egipto, 18hasta que se alzó un nuevo rey en Egipto que no se acordó de José. 19Obrando astutamente contra nuestro linaje, este rey maltrató a nuestros padres hasta obligarles a exponer sus niños, para que no vivieran. 20En esta coyuntura nació Moisés, que era hermoso a los ojos de Dios. Durante tres meses fue criado en la casa de su padre; 21después fue expuesto y le recogió la hija de Faraón, quien le crió como hijo suyo. 22Moisés fue educado en toda la sabiduría de los egipcios y fue poderoso en sus palabras y en sus obras.
23Cuando cumplió la edad de cuarenta años, se le ocurrió la idea de visitar a sus hermanos, los hijos de Israel. 24Y al ver que uno de ellos era maltratado, tomó su defensa y vengó al oprimido matando al egipcio. 25Pensaba él que sus hermanos comprenderían que Dios les daría la salvación por su mano; pero ellos no lo comprendieron. 26Al día siguiente se les presentó mientras estaban peleándose y trataba de ponerles en paz diciendo: “Amigos, que sois hermanos, ¿por qué os maltratáis uno al otro?” 27Pero el que maltrataba a su compañero le rechazó diciendo: “¿Quién te ha nombrado jefe y juez sobre nosotros? 28¿Es que quieres matarme a mí como mataste ayer al egipcio?” 29Al oír esto Moisés huyó y vivió como forastero en la tierra de Madián, donde tuvo dos hijos.
30Al cabo de cuarenta años se le apareció un ángel en el desierto del monte Sinaí, sobre la llama de una zarza ardiendo. 31Moisés se maravilló al ver la visión, y al acercarse a mirarla, se dejó oír la voz del Señor: 32“Yo soy el Dios de tus padres, el Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob”. Moisés temblaba y no se atrevía a mirar. 33El Señor le dijo: “Quítate las sandalias de los pies, pues el lugar donde estás es tierra santa. 34Bien vista tengo la opresión de mi pueblo que está en Egipto y he oído sus gemidos y he bajado a librarles. Y ahora ven, que te enviaré a Egipto.
35A este Moisés, de quien renegaron diciéndole: ¿quién te ha nombrado jefe y juez?, a éste envió Dios como jefe y redentor por mano del ángel que se le apareció en la zarza. 36Éste les sacó, realizando prodigios y señales en la tierra de Egipto, en el mar Rojo y en el desierto por cuarenta años. 37Este es el Moisés que dijo a los israelitas: Dios os suscitará un profeta como yo de entre vuestros hermanos. 38Este es el que, en la asamblea del desierto, estuvo con el ángel que le hablaba en el monte Sinaí, y con nuestros padres; el que recibió palabras de vida para comunicárnoslas; 39este es aquel a quien no quisieron obedecer nuestros padres, sino que le rechazaron para volver su corazón hacia Egipto, 40y dijeron a Aarón: “Haznos dioses que vayan delante de nosotros; porque este Moisés que nos sacó de la tierra de Egipto no sabemos qué ha sido de él. 41E hicieron aquellos días un becerro y ofrecieron un sacrificio al ídolo e hicieron una fiesta a las obras de sus manos. 42Entonces Dios se apartó de ellos y los entregó al culto del ejército del cielo, como está escrito en el libro de los Profetas:
¿Es que me ofrecisteis víctimas y sacrificios
durante cuarenta años en el desierto, casa de Israel?
43Os llevasteis la tienda de Moloc
y la estrella del dios Refán,
las imágenes que hicisteis para adorarlas;
pues yo os llevará más allá de Babilonia.
44Nuestros padres tenían en el desierto la Tienda del Testimonio, como mandó el que dijo a Moisés que la hiciera según el modelo que había visto. 45Nuestros padres que les sucedieron la recibieron y la introdujeron bajo el mando de Josué en el país ocupado por los gentiles, a los que Dios expulsó delante de nuestros padres, hasta los días de David, 46que halló gracia ante Dios y pidió encontrar una Morada para la casa de Jacob. 47Pero fue Salomón el que le edificó Casa, 48aunque el Altísimo no habita en casas hechas por mano de hombre como dice el profeta:
49El cielo es mi trono
y la tierra el escabel de mis pies.
Dice el Señor: ¿Qué Casa me edificaréis?
O ¿cuál será el lugar de mi descanso?
50¿Es que no ha hecho mi mano todas estas cosas?
51¡Duros de cerviz, incircuncisos de corazón y de oídos! ¡Vosotros siempre resistís al Espíritu Santo! ¡Como fueron vuestros padres así sois vosotros! 52¿A qué profeta no persiguieron vuestros padres? Ellos mataron a los que anunciaban de antemano la venida del Justo, de aquel a quien vosotros ahora habéis traicionado y asesinado; 53vosotros que recibisteis la Ley por mediación de ángeles y no la habéis guardado».
54Al oír esto, sus corazones se consumían de rabia y rechinaban sus dientes contra él.
55Pero él, lleno del Espíritu Santo, miró fijamente al cielo y vio la gloria de Dios y a Jesús que estaba en pie a la diestra de Dios; 56y dijo:
-«Estoy viendo los cielos abiertos y al Hijo del hombre que está en pie a la diestra de Dios.
57Entonces, gritando fuertemente, se taparon sus oídos y se precipitaron todos a una sobre él; 58le echaron fuera de la ciudad y empezaron a apedrearle. Los testigos pusieron sus vestidos a los pies de un joven llamado Saulo. 59Mientras le apedreaban, Esteban hacía esta invocación:
-«Señor Jesús, recibe mi espíritu».
60Después dobló las rodillas y dijo con fuerte voz:
-«Señor, no les tengas en cuenta este pecado».
Y diciendo esto, se durmió.
8 1Saulo aprobaba su muerte. Aquel día se desató una gran persecución contra la Iglesia de Jerusalén. Todos, a excepción de los apóstoles, se dispersaron por las regiones de Judea y Samaría. 2Unos hombres piadosos sepultaron a Esteban e hicieron gran duelo por él. 3Entretanto Saulo hacía estragos en la Iglesia; entraba por las casas, se llevaba por la fuerza hombres y mujeres, y los metía en la cárcel. (Hechos 6-8, 3)

El caso es que a mí no me bautizaron en la parroquia, porque tuve bula y se me concedió que fuera en la iglesia de la Virgen de los Ángeles, situada justo a la otra parte del pueblo, y también casi en los límites del caserío.
No me hubiera importado absolutamente nada que no me hubieran concedido este privilegio, porque el templo parroquial es cuasi catedralicio. Cierto que es algo más moderna, pero su consistencia no ofrece la menor duda: esa es la parroquia. Puede consultarse http://www.castromocho.com/san_esteban.html y comprobar lo que estoy diciendo.
Le traigo a colación porque hoy, 26 de diciembre, es su fiesta. Y si el santoral sitúa a San Esteban al día siguiente de Navidad, digo yo que algo querrá indicarnos.
Aprovecho la ocasión que me brinda San Esteban para echar un “speech” de mi cosecha. Corren tiempos en que muchos largan a sus anchas lo primero que se les ocurre, o lo que han reflexionado largamente, que también; y lo hacen en el ejercicio de su correspondiente derecho a expresarse libremente. Digan lo que digan, no suele pasar a continuación nada de nada, salvo que alguien se sienta injuriado y entable la consiguiente querella. Pero no suele ser así, salvo en las cosas esas de los cotilleos de la tele y demás.
Normalmente cuando se larga de esa forma, la cara se le pone a uno de cemento, y ni se inmuta ni se desdice cuando se le indica o sugiere que miente o que fantasea o que está injuriando…
San Esteban sabía muy bien que se la estaba jugando, a vida o muerte. Y apostó, echándole bemoles al asunto. Le mataron, por supuesto, pero él hizo lo que tenía que hacer, y dijo lo que había que decir.
Ahora recordamos a Esteban, desconocemos los nombres de sus asesinos y a un tal Saulo se le tiene en cuenta sólo y únicamente porque fue capaz de aprender algo de todo aquel asunto.

¿Casualidad u oportunismo?


Que sea precisamente hoy, veinte de noviembre, el día en que estamos convocados a las urnas, tiene su qué. No he tenido tiempo ni ganas de ver lo que se ha dicho por la red sobre este particular, pero tengo para mí que se habrán sacado comentarios de todo tipo.
Es verdad que para casi la mitad del electorado esta fecha carece de especial significado. Pero para la otra casi mitad lo tiene, para bien y para mal.
Para mí no es un día baladí. Cierto que un día es un día, y hay trescientos sesenta y cinco dentro de un año, y todos duran lo mismo y hasta parecen iguales. Podría haberse escogido el domingo pasado, o el que viene. Pero, no; ha sido precisamente éste.
Tiene su gracia. Es como para resucitar huesos de muerto en su tumba que hoy vayamos a ejercer en libertad nuestro derecho a elegir quién queremos que gobierne este país. Porque no podemos olvidar, ni debemos, que no hace más que treinta y seis años aquí se miraba hacia afuera para descubrir cuánto de malo existía y pacía a su placer donde había democracia, y libertad que era libertinaje, donde existía el divorcio, y las costumbres frívolas y dislocantes, que no conducían al ser humano hacia una unidad de destino en lo universal.
Se diría que estamos contaminados del todo, y que ese mal nos ha invadido, porque no sólo llegó el divorcio, también el libre pensamiento, y el sinsentido de poder ocupar la calle manifestando y el disloque de igual justicia para todos y el estado de derecho, y el engendro del matrimonio antinatural, y partidos políticos que es como decir que estamos divididos y hasta enfrentados a muerte.
Pero también se podría afirmar que hemos alcanzado la mayoría de edad, y que votar es tan natural ya para nosotros como leer el periódico, ir o no a misa, volver a visitar la vieja casa familiar, o programar la jornada laboral.
Si el hecho de hacerlo hoy es casualidad, no pasa nada. Si se ha pretendido aprovechar el posible tirón de una fecha que ya no dice, o lo dice todo, quien lo haya decidido tengo para mí que anda un poquito despistado. Un patinazo como éste le invalidaría para otras cuestiones más trascendentales.
Acabo de descubrir un rayo de sol que se ha colado entre las nubes. No va a ser mal día.

La viña de mi amigo



Hay un texto muy hermoso que, cada vez que lo escucho o lo leo, me habla de lo que soy, de en qué manos me encuentro y de lo poco que doy de mí. Es un poema bíblico y se encuentra en el Libro del Profeta Isaías, y que suelen titular como

La Canción de la Viña

Voy a cantar a mi amigo
la canción de su amor por su viña.

Una viña tenía mi amigo
en un fértil otero.
La cavó y despedregó,
y la plantó de cepa exquisita.
Edificó una torre en medio de ella,
y además excavó en ella un lagar.
Y esperó que diese uvas,
pero dio agraces.

Ahora, pues, habitantes de Jerusalén
y hombres de Judá,
venid a juzgar entre mi viña y yo:
¿Qué más se puede hacer ya a mi viña,
que no se lo haya hecho yo?
Yo esperaba que diese uvas.
¿Por qué ha dado agraces?

Ahora, pues, voy a haceros saber,
lo que hago yo a mi viña:
quitar su seto, y será quemada;
desportillar su cerca, y será pisoteada.
Haré de ella un erial que ni se pode ni se escarde,
crecerá la zarza y el espino,
y a las nubes prohibiré
llover sobre ella.
Pues bien, viña de Yahvéh Sebaot
es la Casa de Israel,
y los hombres de Judá
son su plantío exquisito.
Esperaba de ellos justicia, y hay asesinatos;
honradez, y hay alaridos.
(5, 1-7)

Llevo todo el domingo dándole vueltas a un texto que hay colgado en el blog Mesa camilla en Madrid, que presumo obra de su dueño, Juan Navarro; original, pues.

Su grito “¡Basta!” me recuerda, salvando todas las distancias que hubieren de ser salvadas, aquella frase de Isaías (7, 10ss)
“Oíd, pues, casa de David:
¿Os parece poco cansar a los hombres,
que cansáis también a mi Dios?
Pues bien, el Señor mismo
va a daros una señal…”
cuando el profeta se vio hostigado por la pusilanimidad del rey Ajaz, que tras despreciar la profecía que se le dirige, pone su reino totalmente bajo la influencia asiria, haciendo lo contrario a la voluntad de Yahvé.

Y abundando, las palabras de Jesús en el evangelio de hoy, domingo, a propósito de la parábola de la viña (Mateo 21, 33-43)
“Cuando vuelva el dueño de la viña, ¿qué hará con aquellos labradores?”
tras relatar a los senadores del pueblo de Israel y a la sacerdotes del Templo de Jerusalén su propia historia de codicia, asesinatos y abandono de pueblo a ellos encomendado.

El “¡basta!” que Juan Navarro grita, y propone como condición y exigencia para recobrar nuestra libertad, o para afirmarla y hacerla consciente, no es sólo de este ahora, por más que ya lo previniera antesdeayer con un doliente poema de Blas de Otero. No corre ahora la sangre más que en otros tiempos; no está la libertad encadenada ni la palabra amordazada tanto que se nos haga imposible sentirnos vivos y dignos.
Es justo al revés. Gozamos de la asepsia clínica, del don de ser autónomos, y somos dueños de expresarnos como nunca ha ocurrido en la historia humana.
Otras generaciones penaron más que ésta. Se han dado crisis de todo tipo, mucho más profundas y duraderas. Siglos enteros fueron ocupados por guerras y trifulcas, que ahora duermen olvidados en los cantares de gesta en nuestras (?) bibliotecas. Bien alto se gritó ¡basta! en muchos momentos, desde la antigüedad más remota hasta este de ahora que estoy comentando, pasando por la rebelión de los esclavos o el asalto a la Bastilla.
¿Cuál sería, pues, la particularidad de lo de ahora?
La respuesta que ofrezco es sólo mía, y es muy simple: Quien hoy está diciendo ¡basta! en las calles y en las plazas de España y del mundo disfrutan de un bienestar que les ha sido dado y por el que no han tenido que luchar, ni echar una manita, simplemente nacieron y se lo encontraron. Como nunca, han podido alegar en su favor derechos amparados por las leyes, que este ordenamiento democrático ya había prefijado.
No es demérito, qué va, lo que les estoy echando en cara. No me sorprende que lo hagan.  Me alegra y hasta les animo. Es simplemente que me siento perplejo. Y me gustaría que se me ayudara a salir de ahí, porque solo no sé, no puedo.
Ya adelanto una razón: la culpa la tiene Hessel, él tiene la culpa; sí, Stéphane Hessel y su manifiesto ¡Indígnate!

Miedo a la libertad


En los últimos días he tenido acceso a reflexiones, opiniones, comentarios y otro tipo de expresiones acerca del papanatismo y borreguismo de una parte de seres humanos y de todo lo contrario de otra parte de la humanidad. Incluso he llegado a leer que es el miedo a la libertad lo que distingue a un grupo del otro, que como es natural gozaría de lo que se conoce como “libre albedrío” con toda plenitud y en sana compañía.
Desde que Erich Fromm escribió su libro “El miedo a la libertad”, como igualmente desde que Daniel Goleman escribió “Emotional Intelligence”, suelo encontrarme por doquiera que transito afirmaciones rotundas que, más que citas eruditas, o argumentaciones de autoridad, o incluso complementos cultos en una amistosa conversación, parecen escupitajos en la cara. Aún recuerdo que alguien me abrumó citando una obra de Fernando Savater de cuyo título no quiero hacer publicidad, para hacerme ver que le había tratado malamente en el despacho parroquial, negándome a sus requerimientos.
Miedo, ese es el asunto. ¿Existe el miedo? ¡Claro! ¡Yo tengo miedo! Es una cosa que no he conseguido superar, a pesar de mi avanzada edad. Desde que recuerdo, lo he sentido. Pero no me importa, porque puedo decir que he vivido a pesar del miedo. Y lo mismo que yo, creo que la inmensa mayoría de la gente.
¿La libertad da miedo? Pues… no sabría qué responder. En mi caso tanto miedo podría tener a ser libre como a vivir en dependencia.
Pero lo que sí puede asegurar es que cada vez que he tenido que tomar un decisión importante, durante el tiempo que lo he estado dando vueltas, el miedo ha sido compañero inseparable; pero llegado el momento, el salto lo he dado “totalmente” libre y sin mirar atrás. Ejem, digamos que más bien “medianamente libre” y con el rabillo del ojo echando una mirada a ciertas cosas.
Un consejo, desde mi propia experiencia: cuanto más se dilate en el tiempo, cuántas más opiniones se consulten, a mayor cantidad de razones en pro y en contra que se ajunten para hacer un juicio ponderado, a demasiadas opciones contempladas, mayor será el sufrimiento y hasta es posible que más débil sea la propia voluntad. ¡Ay, el discernimiento! ¡Qué difícil! Aquí sí que vale lo de “in medio virtus”: ni pasarse, ni quedarse corto…
Y por cierto, la fe no suele estar ajena en mi toma de decisiones; fe en mí mismo, fe en las personas en quienes confío; y, por supuesto, fe en Abbá. Facilitar, facilitar, no lo facilita. Pero ayuda, vaya que sí.

Muros, tradiciones, el mito del eterno retorno y otras consideraciones


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     Una pared puede tener muchos usos y aplicaciones. Generalmente sirve para cerrar un espacio. Vale tanto para impedir que entren como para imposibilitar salir. A veces se utiliza para sujetar algo, por ejemplo mi casa, que está hecha hace tiempo y tiene paredes que son muros de carga, en expresión albañileril. Hoy día se construye de otra manera, y las paredes son como de adorno, y hasta se mueven sin te apoyas en ellas. Se pueden pintar y adornar, consienten que cuelgues estanterías y cuadros, incluso te dan la seguridad de estar protegido. No te fíes; puede que al otro lado alguien escuche tus pensamientos y trame algo gordo contra ti. No duermas tranquilo, esa pared es de papel o similar.

     Un muro refiere a otra cosa. A mí, por ejemplo, me recuerda el de Berlín, que viví desde mi infancia. Ahora el de Gaza, que es otra monstruosidad consentida urbi et orbe. Vergüenza de vergüenza, se nos tenía que caer la cara a trozos…

     Muros los hay que no tienen piedra, ni cemento, ni siquiera adobes. Son reales, pero no tienen apariencia física. Reciben diversos nombres, según cómo estén pergeñados: del silencio, de la indiferencia, de la exclusión… que dan lugar a separaciones en la sociedad y en las ciudades. Son barreras muchas veces más difíciles de evitar que las físicos porque no les vale ni el pico y la pala, sino un cambio de mentalidad, sí, cabeza y corazón. Y eso es harto complicado y exige mucho tiempo, demasiado.

     Mi lugar, por ejemplo, antes era todo muy semejante, con casas entre huertas y tierras de cultivo. Cosas había, por supuesto, que separaban, pero también que unían. Ahora han venido urbanizaciones, con parcela y piscina propias, o sea particular. No entrar. Tampoco hace falta que lo digan, con tener la puerta cerrada es suficiente. Y lo está. Tienes que llamar para pasar al otro lado de lo que antes eran todo campo.

     No hace tanto, apenas diez años, iba yo un día atravesando a través, por linderas y senderos, pasando de una finca a otra finca, de un poblado a otro poblado. Era lo habitual. Sin embargo aquel día me salió un seguridad que me dio el alto diciendo ¡dónde va usted! Perplejo le dije que como siempre caminando hacia mi barrio. Y él va y dice que la tierra que piso es propiedad privada. Ya lo sé, le contesté, pero eso no quita para que pueda pasar, que ni valla ni ná me lo impide. El otro con cara seria me dijo que eso se terminó, que aquella tierra ahora era de una gran constructora y que el libre paso se acabó. Pocos días después todo aquello quedó encerrado con una alambrada. Ahora ya no es alambre, es pared, eso sí, disimulada por la hiedra.

     ¿Dijo alguien alguna vez que no se le podían poner puertas al campo? Pues se equivocó. 

     También una pared sirve para adosar algo sobre ella o junto a ella. Por ejemplo, unas tomateras. Así lo ha hecho en su huerta mariajesús paradela.

     Hay muros que obstaculizan. Hay tradiciones que imposibilitan hacer cosa distinta a lo que es usual y recibido de los mayores.

     Hay una filosofía que habla de que todo da vueltas y vueltas, para volver siempre al mismo lugar, o sea, al principio. Los griegos pensaban así, eso dicen. No había salida, todo estaba encerrado en un fatídico e infernal círculo, y por más giros que se dieran, siempre se estaba empezando… y acabando. Eso se llama círculo cerrado. Una obviedad, porque si estuviera abierto ya sería otra cosa. Otros lo llaman círculo vicioso, y no sé por qué, pero es así. Tal vez porque si un niño pregunta por qué no puede hacer eso que quiere la respuesta fuera simplemente porque no. Y ante su insistencia recibiera como única explicación, porque ni tu padre, ni tu abuelo, ni tu tatarabuelo lo hicieron, no vas a ser tú más que ellos. También le podrían decir, yo lo he oído, porque si haces eso la gente te mirará raro, eso no se hace, nunca nadie lo ha hecho.

     Otra cosa era lo que vivían los judíos, ese pueblo milenario que sufrió mil avatares, aventuras sin cuento, aunque lo parezcan, que haciendo eses, subiendo y bajando, dando dos pasos para alante y uno para atrás, fue progresando en la búsqueda de una tierra de promisión, donde serían felices y comerían perdices. Y las comieron, vaya si las comieron, pero de felicidad no creo que alcanzaran mucha, más que nada a juzgar por lo que cuentan en sus anales. Pero eso sí, miraban para adelante con uno de sus ojos, aunque con el otro echaran en falta muchas veces lo que dejaban a la espalda. Pero ellos concebían su historia como una línea, abierta al futuro, susceptible de infinitud. Esto, ya lo descubrieron los matemáticos, que dijeron que una línea no tiene ni principio ni fin; cosa distinta es el segmento, que es un trozo de línea acotada por ambos extremos. Y ojito que me estoy refiriendo a la línea recta; que si fuera otro tipo de línea ya no saldrían las cuentas.

     Matemáticas, historia o filosofía, los judíos no deben saber demasiado, yo creo que más bien poco. A la vista está lo poco que han aprendido de sí mismos, que ahora están repitiendo, por activa por supuesto, lo que antes vivieron por pasiva. Les echaron de aquí, pues ellos echan de allá. Les arrinconaron en ghetos, pues ahora ellos encierran entre muros. Les privaron de suministros, pues ellos también dejan pasar con cuentagotas víveres y medicinas. Les masacraron con gas, pues ahora ellos aplastan con tanques. Y ojito, que no se muevan, que tienen energía nuclear. Y eso son palabra mayores.

     Dejemos las matemáticas y la historia y hasta la filosofía. Yo sé de personas que se dejan encerrar entre paredes. Y también conozco gente que ni emparedándola la encarcelan. Toure y Yankhoba son dos ejemplos que me sirven. Son hermanos por parte de padre, que por allá hay muchas madres aunque no cuenten, y nacidos en Senegal, África, el continente de abajo.

     El mayor vino a España hace ya ni se sabe, puede que más de quince años. Logró salir de allá, nadie sabe cómo, y llegó hasta acá. Y el arrojo que mostró viniendo lo perdería por el camino, porque aquí vive encerrado en sus limitaciones personales y en la pequeñez que se le ofrece. No hace sino mercadillo, aunque tenga que alimentar allá muchas bocas. No sé si es que no sabe hacer otra cosa, o no puede, o no le dejan. Y así está. Comparte casa con otros en la misma situación; aún no ha conseguido sacarse el carnet, y su español es tan deficiente que malamente se le entiende. Malvive, no puedo decir más.

     Yankhoba, su hermano, le pidió venir. Como fuera, entre todos le tragimos. En cuanto llegó se puso en movimiento: aprender el español, estudiar el código de la circulación, conocer geografía e historia del país, leer libros de acá… Es verdad que mucho le ayudamos, pero él se propuso dejarse ayudar, y puso de su parte toda su carne sobre el asador.

     Hace de esto cinco años. En tan poco tiempo ahora conduce por Europa un carísimo camión, contrajo matrimonio con su novia de toda la vida a la que se trajo para acá; compró casa nueva, aunque con hipoteca alta; hizo dos preciosos hijos y tiene frente a sí un futuro, si no seguro -quién lo tiene ahora-, bastante asegurado. Y Astou Pilar e Hibrahim, ya españoles de hecho y por derecho, no tienen por qué repetir historias que otros vivieron, sino que tendrán vida propia, decidiendo lo que tengan que decidir.

     Y es que hay muros que separan y muros que unen; hay personas que se esconden tras los muros y personas que se sienten encerradas entre ellos; y hay seres humanos que por altos que sean los muros con que se topen, saltan por encima de ellos, escarban bajo sus cimientos o recorren medio mundo para darles la vuelta, y lo que pretendía ser obstáculo se convierte para ellos en ocasión de nuevas oportunidades.
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     mariajesús paradela ha limpiado primorosamente sus tomateras. El muro está ahí, pero es ayuda para crecer no barrera que limita. Apoyados en su firmeza los tomates no vencerán a la planta, engordarán y enrojecerán hasta reventar y se hará con ellos una ensalada festiva, que espero de su amabilidad, de mariajesús por supuesto, que nos haga partícipes a cuantos visitamos su lugar y nos deleitamos con sus peripecias junto a caballos, ranas, perros y demás parentela.
     ¡Si aquello parece el arca de Noé…!

Pido la palabra. Jose Arregi, 17-Junio-2010


      Hace siete meses, en la víspera de Nochebuena, me quedé sin palabra como Zacarías. Y me vuelve a la memoria la historia de aquel sacerdote de Jerusalén temporalmente mudo, padre del profeta precursor de Jesús. Nació su hijo tan deseado y nadie sabía cómo llamarlo, salvo su madre Isabel, pues las madres saben siempre el nombre sagrado y único de cada hijo. “Se llamará Juan”, decía ella, es decir: “Dios consuela” (¿cómo podía llamarse si no?). Pero nadie le hacía caso. ¿Y qué decía el padre de la criatura? Poco podía decir estando como estaba transitoriamente mudo, pero quería ratificar la decisión de su sabia y resuelta mujer. Entonces, pidió por señas una tablilla, y en ella escribió: “Juan es su nombre. Dios es consuelo”. Y luego siguió hablando.

     ¡Bien por Zacarías! Yo no llego ni a los flecos de su túnica sacerdotal, pero es la hora de decidir. Ya pasó el invierno, pasó la flor cuaresmal del laurel, la blanca flor del espino blanco también pasó, y las golondrinas volvieron (¡qué pena que este año hayan venido tan pocas!). Todo está tan verde en Arantzazu que hasta la peña blanca parece verde. No es una hora fácil, pero está llena de Dios. Me siento en paz y sin rencor, pero he de resolverme.

     Monseñor Munilla, obispo de San Sebastián desde hace seis meses, ya se ha resuelto. Hace diez días citó al superior provincial –junto con el vicario– de esta provincia franciscana a la que pertenezco, para transmitirles órdenes tajantes: “Debéis callar del todo a José Arregi. Yo no puedo, hasta dentro de dos años [hasta que haya  tomado las riendas de la diócesis], adoptar directamente esta medida contra él. Pero ahora debéis actuar vosotros. Os exijo que lo hagáis”. Y pidió a mi provincial y vicario provincial que me destinen a América a trabajar con los pobres, y ello –les dijo– como “como medida de gracia”, como “ocasión de gracia”. Soy – les dijo también – “agua sucia que contamina a todos, a los de fuera de la Iglesia al igual que a los de dentro”. O irme a América o callar del todo: he ahí la alternativa.

     Soy consciente de la gravedad de la hora y de la gravedad de mi decisión, pero me siento en el deber de decir: NO. No puedo acatar estas órdenes del obispo. Y creo que no debo acatarlas, en nombre de lo que más creo: en nombre de la dignidad y de la palabra, en nombre del evangelio y de la esperanza, en nombre de la Iglesia y de la humanidad que sueña. En nombre de Jesús de Nazaret, a quien amo, a quien oro, a quien quiero seguir. En nombre de Jesús, que nos enseñó a decir sí y a decir no. En nombre del Misterio de compasión y de libertad que el bendito Jesús anunció y practicó con riesgo de su vida. No callaré.

     Me consta que el gobierno de mi provincia franciscana se opone en conciencia a ejecutar las órdenes del obispo, pero doy por seguro que tarde o temprano se verán forzados a hacerlo, pues los tentáculos de la jerarquía eclesiástica son extensos y poderosos. Pero quiero dejarlo muy claro: el gobierno de mi provincia franciscana no tendrá ninguna responsabilidad en las medidas que se vayan a tomar. El obispo y sus curias superiores serán los únicos responsables.

     ¿Y cuáles son las razones del obispo? Es muy probable que la razón de fondo sea aquel asunto de la carpeta, cuya existencia y cuyo nombre (“mafia”) ha reconocido Monseñor Munilla ante mí mismo y ante muchos sacerdotes de la diócesis, aunque, eso sí, explicando el contenido a su manera. Pero no es ésa, evidentemente, la razón que ahora aduce. El obispo me atribuye numerosos errores y herejías teológicas. He mantenido con él varias conversaciones que en realidad han sido severos interrogatorios con el Catecismo de la Iglesia Católica en la mano. No aprobé el examen, y no porque desconozca el Catecismo, sino porque no acepto que sea la única formulación válida y vinculante de la fe cristiana en nuestro tiempo. Si la fe de la Iglesia es el Catecismo tal como Monseñor Munilla lo entiende y explica, admito sin reservas que soy hereje. Pero, ¡Dios mío!, ¿qué es una “herejía”? ¿Existe acaso mayor herejía que el autoritarismo, el dogmatismo y el miedo? ¿Cómo es que no hemos aprendido todavía cuántas verdades han resultado luego mentiras y cuántas herejías del pasado son ahora opinión común? ¿Por qué, si no, Juan Pablo II pidió tantas veces perdón por condenas pronunciadas en el pasado? ¿Cómo es que en este siglo XXI, en esta era de la información acelerada y globalizada, seguimos empeñados en poseer la verdad y en impedir la expresión de las opiniones, incluso de aquellas que se consideran erradas? ¿Cómo es que aún confundimos la fe con creencias y la identificamos con formulaciones, y no hemos aprendido que sólo merece fe el Indecible más allá de la palabra? ¿Cómo es que creemos tan poco en la madurez de los hombres y de las mujeres de hoy para discernir lo que han de pensar y hacer? ¿Cómo es que confiamos tan poco en el Espíritu Santo que habita en todos los corazones? ¿Y cómo es que en la Iglesia, en nombre de la verdad, se persiguen más los errores teológicos que la mentira, el orgullo, la ambición y la avaricia, por no decir la pederastia?

     Pero ésta es mi Iglesia. En ella he aprendido a respirar y a vivir. En ella he descubierto que no hay fronteras entre los de dentro y los de fuera, y que todos somos buscadores, peregrinos, hermanos, y que todos nos movemos, vivimos y somos en el corazón de Dios. En ella, también entre quienes piensan de otra manera, tengo infinidad de hermanas y de hermanos, cada uno con su error y sus heridas, cada uno con su fuente de agua limpia en el fondo de su ser. También Monseñor Munilla es mi hermano, aunque los dos hayamos de soportar este conflicto.

     Esta es mi Iglesia y en ella me quedaré. Pero en ella quiero ser libre y, como antiguamente Zacarías, yo también pido una tablilla. No callaré sino ante el Misterio.

Para orar

Guíame, dulce luz, en medio de las tinieblas que rodean,
guíame hacia adelante.
La noche es oscura y estoy lejos de mi casa.
¡Guíame hacia adelante!
Guarda mis pies.
No pido ver el horizonte lejano,
un paso me basta.
            (John Henry Newman)

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