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El Cristo de Villagarcía



Tantas veces he estado en aquella casa de ejercicios, tantas veces le he visitado en la capilla del primer piso. Me impresiona siempre, pero especialmente cuando no hay nadie más. Visto desde la entrada, parece estarte invitando a pasar. Conforme te vas acercando, la impresión va mutando hasta transformarse en intimidad cálida. El diálogo que se inicia desde la puerta acaba convertido en charla silenciosa, sin palabras.
Con la capilla llena y la luz a todo trapo, a pesar de su tamaño respecto de las dimensiones del recinto, la talla no oprime, pero destaca: Él preside.
La otra noche, sin embargo, le vi así, y no quise modificar el pantallazo. Lejano, pequeño, solitario… ¿Desamparado?
Hoy he leído un comunicado de unos 300 sacerdotes y diáconos catalanes apoyando el 1-O. No dicen, como han publicado por ahí, que “el evangelio defiende el 1-O”, no lo escriben al menos. Tal vez lo piensen, pero no lo expresan. Sí he podido leer otras cosas que me hacen daño, no como castellano y español, que también; como cristiano. Y como ser humano.
Le han empequeñecido aún más al Cristo de Villagarcía. Flaco favor le han hecho a Él, y a todo el resto de seres humanos de los que ese colectivo parece no querer formar parte.
¡Qué pena!


¡Qué chuli!


Resulta que últimamente me están llegando comentarios firmados por “Anónimo”, que versan sobre cosas raras, en idiomas que no entiendo y de los que no consigo sacar ninguna sustancia ni partido. No me había ocurrido antes. Los llamados “spam” eran detenidos como tales en origen y no aparecían en casa. Y eso que según las estadísticas de blogger tenía visitas en mi pequeño mundo por encima de todo cálculo. Algo ha debido cambiar; han disminuido éstas, y los otros se cuelan porque sí.
No me importa tener que tirarlos a la papelera desde aquí; también lo hago desde allí. Pero si hay algún medio de pararlos en seco, lo aprovecharé.
Consultada la configuración, he activado “reconocimiento de palabras” para permitir comentarios. Y he comprobado que no se trata de una simple repetición de letras o números, sino de algo más entretenido y vistoso: te ponen una colección de fotos, y tienes que atinar con las adecuadas, tipo “selecciona todas las imágenes de pasta” por ejemplo.
Va a resultar que sólo por adivinar ese acertijo va a merecer la pena dejar algo en los blogs que frecuento. Preparaos que voy…
Pero si esto de comentar de esta guisa es chuli, no lo es menos la manera como ha quedado el último palón que sobró del maderamen de las obras del tejado. Al final, todo recogido, quedó en medio del patio un trozo de madera laminada de unos dos metros de larga. ¿Qué hago con esto? Visto que ni Javi ni Rodrigo mostraban interés por llevárselo, lo almacené para mejor ocasión.
El otro día, ensayando con los peques de primera comunión, al colocar el sinnúmero de cosas que ofrecían sobre el altar, el cristo restaurado, –sí, el del brazo roto, sin dedo corazón y tuerto del izquierdo–, como que estorbaba. Pues no lo quito, me dije, pero aquí está de más…
Así que, luego, braceando en la piscina, le di vueltas al asunto y pensé que no estaría mal poner en su lugar el cristo de la sacristía, el que tuvimos en la capilla pequeña durante años; es más grande y se puede colocar al fondo sin que parezca una chincheta clavada en la pared del presbiterio.
Y ahí se me ocurrió armar algo con la medio viga y el crucifijo arrinconado. El resultado está a la vista, y no sé si es para nota, pero chuli sí que queda.


Nada chula está la cosa política. También yo me encuentro entre los “desolados” del país. Pero lejos de sentirme ingobernable, o de hacérselo imposible a los de enfrente, me considero, como la mayoría de la gente, fácil de conducir y transigente y considerado con quienes piensan diferente.
  Mi opinión es que si ellos no han sido capaces de entenderse y armar un gobierno, que dejen a otros, que seguro que lo hacen. Aviados estaríamos si no fuéramos capaces de entendernos en las comunidades de vecinos, en los clubs de senderismo, o incluso en las cofradías de la buena mesa: Hoy el menú del día es pasta italiana para todos.
¡Buen provecho!


Las manos del Cristo


Tiene las manos grandes, dijo nada más verlo. Estas manos son de otra talla, rubricó. En efecto, este Cristo tiene unas manos enormes, pensé yo al caer en la cuenta de lo que me estaba diciendo. Le pondremos el dedo que le falta.
Y me lo devolvieron recompuesto.
Este otro las tenía normales, con un solo dedo, el pulgar izquierdo. Así lo encontré, y así lo he tenido más de treinta años. Pero, con la lección aprendida, se los he colocado a mi manera, siempre chapucera, para que no desdiga. Y de paso le he añadido unos clavos verosímiles.

Pero no es cuestión que me preocupen esos detalles. Si pretendiera que Cristo tuviera proporciones en su anatomía, estaría forzándole a ser a mi manera, según mis creencias, a la medida de mis intereses.
He visto, porque son multitud, tallas suyas de todas las formas, colores, dimensiones… Cristos feos y guapos, brillantes y tenebrosos, luminosos y opacos, oníricos y desesperantes. Todos son de mi agrado, incluso los empalagosos. No es la imagen sino lo que representa lo que importa.
Hay un pequeño gran detalle que no hay que obviar: las manos de todos los Cristos están abiertas. Que no se nos olvide.



EL PRESENTE DE JESÚS Y DE SU VIDA

Señor Jesucristo, Hijo del Dios vivo, verdadero Dios y verdadero hombre, uno en la unidad de la persona y en la indivisible e inconfundible dualidad de las naturalezas, te adoramos porque estás verdaderamente presente entre nosotros.
No sólo estás presente con tu eterna divinidad —por la que eres la misma naturaleza, potencia y gloria del Padre, en la que vivimos, nos movemos y existimos—, desde la que penetras todo lugar con tu inmensidad. Estás entre nosotros con tu cuerpo, tu alma y tu corazón de hombre en el Sacramento del altar. Estas aquí, Tú, el que naciste de la Virgen María.
Tú, que has vivido una existencia humana con sus horas grandes y pequeñas, con sus alegrías y sus lágrimas, su monotonía gris y aburrida y sus momentos decisivos. Estas aquí, Tú, el que sufrió y fue crucificado bajo Poncio Pilato. Tú, el que apuró el cáliz del dolor hasta las heces.
Estás presente con tu cuerpo transfigurado por la gloria de Dios. Estás presente con tu corazón humano que irradia la gloria de la eternidad. Tu espíritu humano contempla, cara a cara, la luz inaccesible del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo; el Dios trino, eterno e incomprensible. Sí, estás presente como hombre. No te vemos, pero el ojo de la fe atestigua tu presencia de hermano que comparte la misma naturaleza. Nuestros oídos no te oyen, pero el oído de la fe percibe el canto de alabanza eterna que Tú, sumo sacerdote e intercesor de la humanidad, diriges al eterno Padre con la alegría de tu corazón transfigurado de divinidad.
Te adoramos, te alabamos, te damos gracias y celebramos tu gloria, porque has querido habitar entre nosotros. Nuestro Dios, nuestro origen y principio, nuestra meta y fin. Sí, has querido estar entre nosotros, ser como nosotros. Has querido comenzar desde el principio, has recorrido los senderos de nuestra finitud en este valle de lágrimas para alcanzar el destino final. Tú eres nuestro Destino.
Estás en medio de nosotros. Tu vida humana es increíblemente cercana. Aquello que viviste hace mil novecientos años sólo ha pasado en apariencia. Ha pasado el aspecto exterior de tu vida: ya no naces como un niño pobre, no tienes hambre o sed, no te cansas, no lloras...; la nada cambiante de lo que llamamos vida no pasa por ti, ni Tú lloras por ella. Tu alma no se transforma. No mueres. Todo eso se acabó y fue maravilloso porque era único y pasajero. Todo pasó. Tu vida humana creada, finita y cambiante ha entrado en la eternidad de tu Padre. Ha llegado a su cumplimiento, en donde alcanza la perfección definitiva, la libertad vital en la que el fluir del tiempo se condensa para siempre en el abrazo único e instantáneo de la eternidad. Tu vida humana desapareció para entrar en Dios.
Por eso estás presente, porque tu vida está unida al eterno en el origen de cada cosa, donde el amor y la sabiduría permanecen con presencia inalterable. Tu espíritu y tu corazón humanos ven y abrazan a Aquel que da al tiempo su eternidad, al devenir su duración, al cambio su reposo, a lo transitorio su incesante estabilidad. En la sabiduría y en el amor eterno de Dios, tu corazón descubre el amor y el abrazo eterno a tu vida pasada. Desde aquí, tu vida posee la realidad completa. Jesús, tu corazón permanece para siempre.
Lo que sucede en la vida humana son sólo acontecimientos externos, pero cuando se sumergen en la oscuridad del pasado anulador engendran eternidad y contribuyen a la formación de nuestro hombre espiritual impregnado de eternidad. No somos un camino que fluye en momentos pasajeros y que se queda tan vacío como al comienzo del caminar. Somos un arcón en el que cada instante, al dejarnos, deposita lo que tiene de eterno: la capacidad libre y humana de decidirnos por El o contra El. Este es el acto definitivo. Es como si las olas del tiempo lamieran silenciosamente la playa de la eternidad con su flujo y reflujo. Como si cada ola, cada instante, cada acción, depusieran cuanto de eterno hay en ellas: el bien y el mal, como los valores eternos de las cosas temporales.
Este bien y este mal, unidos a nuestras obras fugitivas, se depositan en el fondo incancelable de nuestra alma, la penetran y configuran su profundidad escondida y oculta para nosotros, pero no para Dios. Así se alcanza lo eterno en el transcurrir del tiempo: la perennidad del alma, el destino. Y cuando el tiempo cese nada se habrá acabado. Desaparecerán las aguas y vendrá a la luz, manifiestamente, lo escondido: la vida eterna tal como el hombre la forjó y modeló.
Así se te ocurrió a ti. Porque eres hombre y has llevado a cumplimiento una vida plenamente humana. Tu vida permanece no sólo en Dios, sino para ti mismo. Lo que fuiste vive para siempre. Tu niñez pasó, pero hoy eres ángel que fue niño como lo puede ser cualquier hombre. Tus lágrimas se terminaron, pero hoy eres como cualquiera que alguna vez haya llorado. El corazón no olvida las razones de su llanto. Tus penas han cesado, pero en ti permanece la madurez del hombre que las ha probado. Tu vida y tu muerte transcurrieron, pero lo que maduraron se ha hecho eterno y está presente entre nosotros. El heroísmo de tu vida es presencia de eternidad que supera cualquier obstáculo con el amor que lo forma e ilumina. Tu corazón es eterno porque respondió decididamente sí a las disposiciones del Padre. El sometimiento, la fidelidad, la dulzura, el amor a los pecadores, que surgían en cada momento de tu vida, están presentes como los rasgos característicos de tu libertad y de tu naturaleza humana. Así te encuentras ahora en medio de nosotros. Está presente lo que fuiste, viviste y sufriste.
Pero hay otro motivo por el que tu vida está realmente presente. Cuando vivías, tu pensamiento y tu amor no estaban sólo cerca de tus contemporáneos. El amor de tu corazón humano —y no sólo de tu naturaleza divina— se dirigía a nosotros: yo estaba allí, mi vida, mi tiempo, mi ambiente, mis problemas, mis horas grandes y mezquinas, lo que quiero ser ahora con mi libertad... Tú, en la misteriosa intimidad de tu ser profundo, ya lo sabías todo. Lo acogías todo y lo llevabas en el corazón. Tu vida humana fue modelada por mi vida desde siempre. Ya entonces dirigías mi vida, orabas por mí, dabas gracias por mi Gracia. Tu vida se ocupó de la mía y formaba algo de mi existencia. Y ahora que tu vida se ha hecho presente, y estás aquí presente en el Sacramento, eres el que con su vida eterna envuelve mi conocimiento y mi amor.
Y así te queremos adorar:
¡Oh Jesús! Te adoramos.
¡Oh Dios eterno! Te adoramos.
¡Redentor nuestro, presente en el Sacramento! Te adoramos.
¡Vida y muerte de Jesús, eternamente presentes en el conocimiento y en la voluntad inmutable del Padre! Te adoramos.
¡Vida y pasión de Jesús, que desde siempre acogisteis nuestra vida! Te adoramos.
Jesús, que estás verdaderamente entre nosotros!
[Karl Rahner. Oraciones de vida. Publicaciones Claretianas. Madrid 1986, págs. 77-81]

Madrugando se ven muchas cosas


Hemos madrugado porque teníamos que ir al besapié. Eso me ha dicho una persona conocida a la que hacía tiempo que no saludaba.
Estaba yo dejando unos muñones en los troncos de los almendros que sobreviven en el itinerario de mis paseos matinales. Porque estoy dándole al asunto de encontrar una peana para el cristo que he mandado restaurar. Y, puesto que la cruz que lo soporta simula unos troncos en basto, pienso que la base en que se apoye no debe ser una cosa “relamida”. ¡Qué mejor que un tocón áspero y rugoso!
Pedí perdón a tres viejos almendros por robarles y saqué estas tres “cosas”:
El caso es que ahora no sé cuál de ellas es la apropiada. Tengo tiempo para decidirlo. Además cuento con el parecer de quien lo quiera ofrecer.
Estaba sobando al serrucho, –vuelvo al principio–, y oigo por detrás que alguien me saluda: ¡Cómo tú por aquí! Me vuelvo y me doy con “El Canario”. Tanto tiempo sin vernos, tardé en reconocerlo. Más gordo, más calvo, ¡menos cargado de espaldas! El mismo tras las apariencias que el tiempo va dejando en nuestro exterior. Empezamos a hablar y me olvidé del serrar. Recordamos cosas, personas, situaciones. –¡Vaya ventanas que me hiciste! –Me olvidé de los cuatro milímetros de caída. –¡Claro!, respondí, fueron tus primeras ventanas. Aún he de tener cuidado de bajar las persianas por la noche, incluso en verano, por si acaso le da por llover. Él se reía como si la cosa tuviera gracia. No tiene ninguna, pero ya me he acostumbrado. Afortunadamente aprendió, y también hizo el resto ya en buenas condiciones, salvo la puerta de casa que un caco se encargó de desguazar una noche de una patada. Me la rehizo reforzada. Se pasó del hierro al aluminio a mi costa, y creo que mereció la pena.
Ahí intervino “El Conguito”, que eran pareja en chapuzas. El rápido, F, y el lento, J; el improvisador y el prudente, el rubio y el moreno, el que buscó aires nuevos y el que se quedó de puro indeciso y apocado. No, no eran pepe goteras y otilio, pero un aire se tiraban.
F pasea por los mismos lugares donde se crió, es la vuelta a sus orígenes. Ser abuelo no le priva de gustar en soledad las mañanas soleadas. Ahora tiene tiempo que derrochar. Incluso madruga para ir al besapié.
Me pilló en plena faena, y así me dejó, cortando madera de unos viejos árboles que nadie hace caso salvo para recoger el fruto cuando llega el momento.
Ahora tengo que dilucidar qué basamento encaja mejor con el cristo roto, una vez esté remozado. No pasa nada. Cualquiera de ellos puede servir. Los otros dos quedan en el almacén. Y cuando sea menester, se les echa mano según convenga.
Estoy pensando… que tenía que haberle preguntado al Canario si eso del besapié es de ahora, que está jubilado, o ha sido de siempre, cuando currelaba. Porque mira que lo ha tenido callado, el muy tunante. Mucho de iglesia no era.

Un rey sin corona, un reino sin fronteras


Pantocrator de Taüll



En este día en que la Iglesia celebra a Cristo Rey, me debato entre la teoría y la práctica. Teorías hay muchas, y prácticas más aún. Y no todas me convencen, incluso algunas no me gustan absolutamente nada.
Por citar sólo dos teorías, empiezo por Teilhard de Chardin, que presenta a Cristo como cabeza del cosmos, a partir de la doctrina paulina del himno de la carta a los Colosenses:
Cristo Jesús es imagen de Dios invisible,
nacido antes que toda criatura,
pues por su medio se creó
el universo celeste y terrestre,
lo visible y lo invisible,
ya sean majestades, señoríos,
soberanías o autoridades.
Él es el modelo y fin del universo creado,
él es antes que todo
y el universo tiene en él su consistencia.
Él es también la cabeza del cuerpo
que es la Iglesia.
Él es el principio,
el primero en nacer de la muerte,
para tener en todo la primacía,
pues Dios, la Plenitud total,
quiso habitar en él,
para por su medio reconciliar consigo el universo,
lo terrestre y lo celeste,
después de hacer la paz con su sangre
derramada en la cruz. (1, 12-20)

Y que está más o menos expresado en este gráfico, que no sé si es original de él, o una aproximación a su pensamiento:

https://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/5/58/The_Vision_of_Teilhard-de-Chardin.png

 
Y de otra parte señalo a Karl Rahner, que cree en Cristo como la plenitud de todas las cosas desde ya mismo. Lo expresa en esta oración que acabo de encontrarme:
CRISTO TODO EN TODAS LAS COSAS
Señor Jesucristo, Palabra eterna del Padre y hombre verdadero, te adoramos. Sé Tú siempre el misterio vivo de nuestra fe y de nuestra vida, que se funda en esta fe: Sacerdote eterno y oblación perenne. Sé Tú mismo nuestra adoración del Padre en espíritu y en verdad. En ti y contigo sea nuestra vida el servicio del Dios Infinito, Tú, sacramento del servicio de la divina majestad.
Vida de los hombres, fuente de la gracia, sé Tú mismo la vida de nuestra alma, la vida que nos hace partícipes del Dios Trino. En ti participamos de tu vida, sacramento de la vida sobrenatural de nuestras almas.
Salvador de los pecados, vencedor misericordioso de nuestros pecados y debilidades. En ti quisiéramos vivir para que tu amor fuerte actúe poderosamente en nosotros, el único amor que es poderoso contra todo pecado ahora y siempre. Por ti y para ti presérvanos de todo pecado, sacramento del vencimiento de todo pecado.
Vínculo de caridad, símbolo de unidad. Déjame estar unido en ti con todos aquellos que Tú me has mandado amar. Haz que todos nosotros te pertenezcamos cada vez más. Así estaremos también cada vez más unidos unos con otros por ti, sacramento de amor verdadero y de comunión.
Vencedor en el sufrimiento, Redentor crucificado. En ti queremos superar todas las horas oscuras. Haz que todo lo que nos sucede lo aceptemos como participación en tu destino, para que se convierta para nosotros en camino hacia la eterna luz de la Pascua, por ti, sacramento de la comunión en el dolor entre ti y nosotros.
Señor de la gloria eterna: haz que miremos siempre con fe y con valentía tu vida eterna. Sea tu cuerpo para nosotros, cuando te recibamos, prenda de la gloria eterna. Sacramento de vida eterna, concédenos el último deseo de nuestro corazón: el poder contemplarte sin velos tu rostro y adorarte a ti con el Padre y el Espíritu Santo por los siglos de los siglos. Amén.
Oraciones de la vida. Publicaciones Claretianas, Madrid 1986, págs. 61-62


Además tengo aún en la memoria las brutalidades de los mal llamados “guerrilleros de cristo rey”, y en la retina los excesos de la Iglesia no sólo en el Vaticano sino en otros muchos lugares, que huelen a viejos reinos y a cortes imperiales. Esto por lo que se refiere a las prácticas.
Y como no sé hacia dónde tirar, me quedo sólo y apenas con las palabras de un condenado a muerte que suplica en el último instante de su vida: «Jesús, acuérdate de mí cuando estés en tu reino»(Lucas 23, 42).
Y termino diciéndome que si alguien en su situación es capaz de pensar en algo diferente a su sufrimiento, es que lo que tiene al lado es de tal categoría que no existen palabras para describirlo. Mucho más aún si además ve respondido su ruego con esta aseveración: «Te lo aseguro: hoy estarás conmigo en el paraíso» (Lucas 23, 43).
En absoluto se me ocurre ahora citar siquiera aquel catálogo de frases que hay que ver qué bien que suenan, pero de las que muy poquita gente quiere hacer bandera. Me refiero a las bienaventuranzas. Porque van muy unidas a otra frasecita de los evangelios que se las trae: «Las zorras tienen madriguera y los pájaros, nido, pero el Hijo del Hombre no tiene donde reclinar la cabeza» (Lucas 9, 58).
Pero, ¿qué decir de un reinado que se basa en arrodillarse ante el personal para lavarles los pies y además secárselos?

«¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros? 13Vosotros me llamáis “El Maestro” y “El Señor”, y decís bien, porque lo soy. 14Pues si yo, el Maestro y el Señor, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros: 15os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis» (Juan 12, 13-15).
Pues eso.


A vueltas, otra vez, con los crucifijos

Hace ya un tiempo escribí sobre el asunto polémico de la presencia de símbolos religiosos en los lugares públicos, en una sociedad que quiere ser respetuosa con todas las creencias, increencia incluida, y todas las personas.

Allí ya dije todo lo que yo pienso sobre esto: “A propósito de los crucifijos

He encontrado este otro artículo, con el que estoy de acuerdo. No tiene que haber polémicas, ni trifulcas, ni lamentos; menos, rasgarse las vestiduras; y nada, en absoluto, increpar a la parte contraria ni de buenas ni de malas maneras.

Cruces y Cristos... paredes y parados...

02.09.09 | 16:50. Archivado en Santiago Agrelo
Parece que alguien se propone una tarea ardua. Me refiero a la de retirar crucifijos de los lugares públicos. Tarea ardua, por no decir imposible, y no porque los cristianos vayan a crear dificultades –a los cristianos se les exige ser respetuosos con todo el mundo-, sino por la naturaleza misma de la empresa, pues se trata de retirar, no estatuas o ídolos, sino símbolos, y los símbolos se rebelan cuando alguien pretende suprimirlos, ya sea con razones o con leyes.
El crucifijo recuerda y representa –simboliza- a un hombre que pasó por el mundo haciendo el bien, y que fue violentado por la injusticia de los poderosos, acosado sobre todo por los poderes religiosos de su tiempo.
El crucifijo recuerda y representa a los humildes que nadie toma en consideración, a los oprimidos que no se rinden, a los excluidos que mantienen la esperanza.
Además, para muchos, el crucifijo recuerda y representa el amor que Dios les tiene y al que Dios los llama, la gracia y la justicia que Dios les ofrece y que ellos agradecen, la paz que sólo de Dios les puede venir y que nadie les puede quitar.
Se podrá retirar de los espacios públicos un símbolo, pero otros mil lo sustituirán. Por las aulas de las escuelas se pasearán la A y la Z, que evocan el principio y el fin; la T y la X, que forman la cruz; las JHS, que van diciendo «Jesús». ¡Hablará de Cristo todo el abecedario!
Y los niños dibujarán peces y panes y racimos, y el profesor hablará sentado en su cátedra y detrás de una mesa, y peces, pan y uvas, cátedra y mesa hablarán a su modo de un hombre de nombre Jesús, que se hizo palabra y comida para la vida de todos. Y desde las páginas de cualquier libro, se asomará al horizonte de la mirada el perfil de un velero, y entre las velas los ojos adivinarán la cruz. Con la cruz echaremos el ancla, y a la cruz amarraremos las estachas de nuestra embarcación.
¡Hasta el Juan Sebastián de Elcano habrá de ser desmantelado si no se quiere que los símbolos hablen de Cristo! Y si, cargados de razón, nos empeñásemos en que las paredes de los espacios públicos han de quedar en blanco, no podríamos evitar que aquel blanco, que ha superado los controles más escrupulosos de la laicidad, nos hablase de un hombre al que la resurrección revistió con luz de inmortalidad.
Y luego aún quedan ellos, los de siempre, hombres y mujeres que llenan los espacios públicos. Se podrá retirar de allí un crucifijo, todos los crucifijos, pero mientras no se retire al hombre, allí estará Cristo, con su cruz y con la nuestra.
Mejor nos iría, si nos dedicáramos todos a bajar de sus cruces a los pobres cristos: Menos preocupación por las paredes, y más atención a los parados, a los inmigrantes, a los sin techo, a los discapacitados, a los excluidos… ¡a Cristo!
+ Fr. Santiago Agrelo
Arzobispo de Tánger
Santiago Agrelo expresa su opinión, está en su derecho. Quienes expresan la suya, en sentido contrario, también ejercen el suyo. Haya paz, haya respeto mutuo, haya menos agresividad y dejemos que las paredes sustenten nuestros edificios y las personas, nuestra sociedad.
Que ya sabemos de sobra que mientras existan parados, inmigrantes, sin techo, discapacitados, excluidos, violencia de género masculino-femenino-y-neutro, explotación del ser humano, intransigencia-intolerancia, pobres de solemnidad y ricos de pura pornografía, no hacen falta otras imágenes ni símbolos, porque lo que éstos querrían expresar YA ESTÁ SUFICIENTEMENTE EXPRESADO.

El artículo citado lo tomé de Religión Digital

Para una amiga. Mejor, para todos

El Cristo de Velázquez

Miguel de Unamuno

¿En qué piensas Tú, muerto, Cristo mío?
¿Por qué ese velo de cerrada noche
de tu abundosa cabellera negra
de nazareno cae sobre tu frente?
Miras dentro de Ti, donde está el reino
de Dios; dentro de Ti, donde alborea
el sol eterno de las almas vivas.
Blanco tu cuerpo está como el espejo
del padre de la luz, del sol vivífico;
blanco tu cuerpo al modo de la luna
que muerta ronda en torno de su madre
nuestra cansada vagabunda tierra;
blanco tu cuerpo está como la hostia
del cielo de la noche soberana,
de ese cielo tan negro como el velo
de tu abundosa cabellera negra
de nazareno.
Que eres, Cristo, el único
hombre que sucumbió de pleno grado,
triunfador de la muerte, que a la vida
por Ti quedó encumbrada. Desde entonces
por Ti nos vivifica esa tu muerte,
por Ti la muerte se ha hecho nuestra madre,
por Ti la muerte es el amparo dulce
que azucara amargores de la vida;
por Ti, el Hombre muerto que no muere
blanco cual luna de la noche. Es sueño,
Cristo, la vida y es la muerte vela.
Mientras la tierra sueña solitaria,
vela la blanca luna; vela el Hombre
desde su cruz, mientras los hombres sueñan;
vela el Hombre sin sangre, el Hombre blanco
como la luna de la noche negra;
vela el Hombre que dió toda su sangre
por que las gentes sepan que son hombres.
Tú salvaste a la muerte. Abres tus brazos
a la noche, que es negra y muy hermosa,
porque el sol de la vida la ha mirado
con sus ojos de fuego: que a la noche
morena la hizo el sol y tan hermosa.
Y es hermosa la luna solitaria,
la blanca luna en la estrellada noche
negra cual la abundosa cabellera
negra del nazareno. Blanca luna
como el cuerpo del Hombre en cruz, espejo
del sol de vida, del que nunca muere.
Los rayos, Maestro, de tu suave lumbre
nos guían en la noche de este mundo
ungiéndonos con la esperanza recia
de un día eterno. Noche cariñosa,
¡oh noche, madre de los blandos sueños,
madre de la esperanza, dulce Noche,
noche oscura del alma, eres nodriza
de la esperanza en Cristo salvador!

ALBA

Blanco estás como el cielo en el naciente
blanco está al alba antes que el sol apunte
del limbo de la tierra de la noche:
que albor de aurora diste a nuestra vida
vuelta alborada de la muerte, porche
del día eterno; blanco cual la nube
que en columna guiaba por el yermo
al pueblo del Señor mientras el día
duraba. Cual la nieve de las cumbres
ermitañas, ceñidas por el cielo,
donde el sol reverbera sin estorbo,
de tu cuerpo, que es cumbre de la vida,
resbalan cristalinas aguas puras
espejo claro de la luz celeste,
para regar cavernas soterrañas
de las tinieblas que el abismo ciñe.
Como la cima altísima, de noche,
cual luna, anuncia el alba a los que viven
perdidos en barrancos y hoces hondas,
¡así tu cuerpo níveo, que es cima
de humanidad y es manantial de Dios,
en nuestra noche anuncia eterno albor!

ORACIÓN FINAL

Tú que callas, ¡oh Cristo!, para oírnos,
oye de nuestros pechos los sollozos;
acoge nuestras quejas, los gemidos
de este valle de lágrimas. Clamamos
a Ti, Cristo Jesús, desde la sima
de nuestro abismo de miseria humana,
y Tú, de humanidad la blanca cumbre,
danos las aguas de tus nieves. Águila
blanca que abarcas al volar el cielo,
te pedimos tu sangre; a Ti, la viña,
el vino que consuela al embriagarnos;
a Ti, Luna de Dios, la dulce lumbre
que en la noche nos dice que el Sol vive
y nos espera; a Ti, columna fuerte,
sostén en que posar; a Ti, Hostia Santa,
te pedimos el pan de nuestro viaje
por Dios, como limosna; te pedimos
a Ti, Cordero del Señor que lavas
los pecados del mundo, el vellocino
del oro de tu sangre; te pedimos
a Ti, la rosa del zarzal bravío,
la luz que no se gasta, la que enseña
cómo Dios es quien es; a Ti, que el ánfora
del divino licor, que el néctar pongas
de eternidad en nuestros corazones.
...
¡Tráenos el reino de tu Padre, Cristo,
que es el reino de Dios reino del Hombre!
Danos vida, Jesús, que es llamarada
que calienta y alumbra y que al pábulo
en vasija encerrado se sujeta;
vida que es llama, que en el tiempo vive
y en ondas, como el río, se sucede.
...
Avanzamos, Señor, menesterosos,
las almas en guiñapos harapientos,
cual bálago en las eras--remolino
cuando sopla sobre él la ventolera--,
apiñados por tromba tempestuosa
de arrecidas negruras; ¡haz que brille
tu blancura, jalbegue de la bóveda
de la infinita casa de tu Padre
--hogar de eternidad--, sobre el sendero
de nuestra marcha y esperanza sólida
sobre nosotros mientras haya Dios!
De pie y con los brazos bien abiertos
y extendida la diestra a no secarse,
haznos cruzar la vida pedregosa
--repecho de Calvario-- sostenidos
del deber por los clavos, y muramos
de pie, cual Tú, y abiertos bien de brazos,
y como Tú, subamos a la gloria
de pie, para que Dios de pie nos hable
y con los brazos extendidos. ¡Dame,
Señor, que cuando al fin vaya perdido
a salir de esta noche tenebrosa
en que soñando el corazón se acorcha,
me entre en el claro día que no acaba,
fijos mis ojos de tu blanco cuerpo,
Hijo del Hombre, Humanidad completa,
en la increada luz que nunca muere;
mis ojos fijos en tus ojos, Cristo,
mi mirada anegada en Ti, Señor!

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