De esta manera se indicaba el uso y
disfrute de nuestra biblioteca. Luego, se abría cuando hacía falta, porque
además de a la lectura, atendía a los estudiantes en el trabajo complementario
de sus deberes escolares.
Tuvo sus comienzos con lo más
simple, y había más lectores que espacio para contenerlos y páginas para leer. Fue necesario tirar paredes y abrir ventanas, poner mesas y mendigar armarios, robar
sillas y acarrear libros, ordenar la cosa y solicitar silencio. Todo al tiempo
y sin seguir un protocolo.
Fue la primera biblioteca que hubo
en el barrio, y el registro llegó al número 178. Es un decir, porque no todas
las personas se hicieron carné, tampoco se exigía foto. Nos conocíamos sólo con
oír los pasos al subir las escaleras. Porque la biblioteca ocupaba la parte de
arriba de mi casa, que otrora fue también vivienda váyase a saber de quién. Por
eso lo de tirar paredes y dejar un espacio diáfano de cuarenta metros cuadrados
y cuatro ventanas en las dos paredes libres, porque las otras dos había que
dejarlas para el material.
Las primeras mesas fueron pupitres
de los años cuarenta, desechados de colegios. Las sillas, de aquellas de
tijeras que se usaron en semana santa y ya estaban arrinconadas en un almacén,
tal vez para encender estufas. Los armarios, ah, los armarios, vinieron del
viejo edificio del antiguo hospital provincial, rescatados de las ratas y de
las goteras, y de años de uso en laboratorios y oficinas, desportillados y
asediados por la carcoma.
Todo debidamente acondicionado por
el tradicional método chapucero constituyó durante muchos años un lugar cálido
y apacible, donde se leían tebeos, se consultaban enciclopedias y se degustaba
a Pereda, Delibes, Tolstoi, Dumas y demás.
Lenta pero progresivamente, las
estanterías incrustadas en aquellos armarios roperos, archiveros, de comedor,
se fueron llenando de libros. Colecciones infantiles, juveniles, clásicos,
cuentos de todas las clases, Aghata Christie completa, en fin, incluso restos
sobrantes de bibliotecas particulares que había que encajar de cualquier manera
en el conjunto.
Tras su momento de esplendor, fue
llegando el declive, y no figura el momento en que la llave no volvió a abrir
la puerta porque nadie ya solicitó llevarse algo para casa, o devolver lo que
quiso leer, dejó a medias o simplemente olvidó en algún rincón de su casa.
Ahora son las mujeres del hogar las
que están que desbordan, y necesitan armarios para colocar ahí sus cosas, los
trabajos, los manuales o lo que sea. “Nos vendrían bien esos armarios”. “¿Los de
la biblioteca?” “Sí, qué pasa, ¿no se puede?”
Por supuesto que se puede. Las cosas
son para usarlas. Así que tras el adecentamiento del hogar, esos dos armarios
que había allí arriba, ahora están aquí abajo. De momento están vacíos, pero ya se irán
llenando, no corre ninguna prisa.
Lo que parecía un cierre por falta
de negocio, ha resultado un cambio de uso. Vamos, un reciclaje en toda regla.