Cuando un mes acaba en domingo

Parece un contrasentido que el primer día de la semana sea el último del mes. Pero es así la cosa que empezó también en domingo, justo hace exactamente trescientos sesenta y cinco días. Este año se inició de tal manera para mí aquel 1 de agosto en que me desperecé frente al sol amaneciendo, al tiempo que contemplaba un paisaje verde y unos campos feraces, y me lamentaba de lo poco que iba disfrutar de todo ello porque la ciudad lo necesitaba para expandirse y, en realidad, empobrecerse.
«¡Joder qué bonito es eso! ¡Y qué antiguo!»
(Amanecer en el Pinar de Antequera. Valladolid)
Al cumplirse el plazo que me di, vuelvo la mirada atrás y veo trescientos sesenta y cinco escritos. Es menester que el árbol no me impida contemplar el bosque, pero tampoco el conjunto tiene que anular los detalles y esconder, difuminando, lo que es también y sobre todo una unidad en sí misma en intensidad, esfuerzo, imaginación, reflexión, revisión, corrección y atención al momento concreto. En tanta palabrería poco habrá de consistencia y mucho de relleno y oportunismo. Aún así, ahora que lo rememoro, lo asumo todo.
En cierta ocasión me pregunté si los que tienen por encomienda ofrecer a la imprenta o al plató una reflexión, sea diaria, semanal o mensual, lo realizarían con originalidad o se dejarían llevar de la rutina. Tal parece que no cabe una respuesta única, sino que cada cual es cada cual, y los hay que son leídos o escuchados con avidez, agrado y gratitud, y también los que sólo ocupan páginas o espacios sin más pena ni más gloria.
Como no me lo planteé como oferta hacia fuera sino a modo de terapia personal, a nadie pido juicio, aunque éste ya esté emitido y resulte inexorable: culpable.
Por eso más que por el contenido, ahora me intereso por el hecho en sí mismo, en cuanto ha supuesto para mí estar al loro, pensar qué pongo y sobre qué, o al revés; sacar tiempo para perderlo en lo que no da de comer; aguantarme la vergüenza de que se vaya a leer, incluso a comentar; sopesar y templar el miedo al rechazo, a la crítica, a la burla y/o a la risa; intuir si van a aparecer malos modos o interpretaciones erradas; incluso obviar los posibles aplausos y vítores, por si -cosa más que improbable- les diera por hacer acto de presencia.
No tenía dudas sobre mi capacidad para ponerme a ello y llevarlo a cabo. Mayores proezas he hecho en cosas mucho más extrañas, complicadas y costosas. No en vano he sido educado en la constancia, y he salido contumaz, cabezota y rompemuros. Y esto desde muy temprana edad. Pero no es lo mismo fijarme una meta del tipo, por ejemplo, andar en bicicleta así caigan chuzos de punta, o no fumar más de un número exacto de cigarros, que se hace y ya está; que ponerme a escribir, con lo que siempre me ha costado. Si hasta las homilías la llevaba sin papeles… Así saldrían, digo yo; aunque el personal nunca me pitó ni me lanzó tomates.
No es lo mío esto de plasmar en letra mis pensamientos. Jamás escribí un diario, y las reflexiones que hacía las iba almacenando en el arcón de mi memoria. Ahora, ya viejo, muchas de ellas ni siquiera sé si las tuve, y si fue que sí, dónde podría localizarlas. Esta novedad me viene asustando desde que abrí este blog, pero mucho más desde que asumí el empeño de hacerlo día a día.
El balance, en positivo, sale bien cuadrado. Puntualmente he asistido a mi cita. He esperado con paciencia las más veces, alguna con premura, que llegara el motivo, el momento y la forma de realizar cada entrega. En ocasiones incluso lo he ido preparando, y una o varias han sido expresamente forzadas, cayese como cayese. He cuidado el detalle y he revisado el resultado, corrigiendo en caso necesario o conveniente. Y no sé qué más decir al respecto; siendo como soy autodidacta, sin maestro o cicerone que me guíe, si no he dado más es que no soy capaz de ello.
«Se está muriendo divinamente, te lo juro. ¡Tenía ganas de que vinieras para poder decírtelo!»
(Atardecer sobre Tierra de Campos. Paradilla del Alcor. Palencia)
Temo, para terminar, que si he cumplido en cuanto al hecho en sí, no lo haya conseguido en cuanto a contenidos. Y aquí no valen cáscaras, la calidad no la mide uno, que no deja de ser pura subjetividad. La audiencia decide. Herramientas tengo a mano para evaluarme, sólo que no sé cómo se usan ni tampoco tengo ganas de aprenderlo. En mi descargo puedo alegar que no he cerrado la puerta a nadie, y que quien ha querido llegar, entrar, ver y leer lo ha tenido franco. A los comentarios que han llegado he respondido según, pero sin poner demasiado en ello, salvo en ocasiones en que me creí en el deber, por educación o por reafirmar mi opinión. Tal vez callé las más veces, tal vez debí callar aún mucho más.
Doy, pues, por concluida esta prueba, y de lo que sobrevenga, Dios dirá.


Bendición Final

Señor Jesucristo, tanto el comienzo como el fin de cada acción nuestra nos conduce hacia ti. Tú eres el verdadero principio y fin de todo. Nuestro fin, ¡oh, Señor, es sólo un apuntado comienzo; la tarea asumida, no la plenitud; la buena voluntad, no su cumplimiento. Tú, sin embargo, nos has dado el comenzar. De ti se dice: «Fiel es Aquel que ha comenzado en vosotros la buena obra, pues Él mismo la llevará a culminación» (1 Tes 5, 24). Te pedimos que tu incansable gracia esté con nosotros siempre que intentemos llevar a plenitud nuestra vida con todas sus tareas. Señor, nos está esperando lo ya vivido, lo mismo de siempre. Nosotros, débiles y pecadores, no dejamos de sentirnos rodeados por entornos gastados, por la decrepitud de lo cotidiano, por las tinieblas del futuro, lo mismo hoy que ayer, por la consabida experiencia del hombre viejo. He aquí la razón de que nos falte confianza en nuestras intenciones, en nuestro entusiasmo y en nuestra buena voluntad. Con todo conservamos la confianza en tu gracia, en tu paciencia y misericordia para con nosotros. No te exigimos experimentar tu cercana actualidad con nuestros sentimientos de soberbia; con ello sólo nos hacemos aptos para gozar de nosotros mismos. Por lo demás, creemos igualmente que Tú estás con nosotros cada día hasta el fin, incluso hasta aquel fin en que tendremos que apurar el amargo cáliz de tu muerte. Tú estás con nosotros; eso nos basta. Permanece con nosotros; he aquí nuestra súplica. Permanece junto a nosotros con el Espíritu Santo, con el Espíritu del santo temor de Dios, con el Espíritu de la comunión, con el Espíritu de la humildad y del sentimiento puro que nos impide deshonrar a Dios con nuestro pecado, con el Espíritu del coraje y la responsabilidad ante la tarea de evangelizar y extender tu Reino en todo el mundo, con el Espíritu de la magnanimidad y de la grandeza de corazón; permanece, por fin, junto a nosotros, con la gracia del amor a tu Santa Cruz. Puesto que Tú eres el Pan santo para los peregrinos que se mueven entre el tiempo y la eternidad, haz que te recibamos con fe sincera y amor verdadero, ¡oh, Tú, Dios de mi vida, fuente de todo don, poder sobre la muerte, prenda de Vida Eterna, ceñidor de la caridad entre los hermanos! Concédenos que acojamos como tu propia cruz y como participación en la muerte que manifiesta tu Vida todo aquello que contradice nuestros planes y propósitos. Llena nuestro corazón con el poder de tu eterna victoria y con la esperanza inquebrantable en que tu Reino se manifiesta victorioso justamente allí donde se desploman sobre nosotros los fracasos aparentes.
Señor, Tú lo ves, te pedimos sólo una cosa: que permanezcas siempre con nosotros y que seamos capaces cada día de seguirte. Te pedimos únicamente que nos des lo que en realidad ya nos has concedido y que lleves en nosotros cuanto en nosotros has comenzado. Sólo una cosa deseamos: parecernos a ti, Señor. Y puesto que Tú eres el amor de Dios hecho carne, tenemos la certidumbre de que estás escuchando nuestras plegarias. Tú te nos has entregado. Sí, Señor, has introducido tu propio destino en la historia del mundo y de la humanidad. Por ello te has convertido en nuestro amigo y hermano, en el compañero de nuestra existencia. En todo te has hecho igual a nosotros. Y no te repugna quedarte con nosotros y hacer tuyas nuestras cosas todas. Tú atiendes siempre nuestras súplicas. La petición de que te quedes en nuestra compañía es ya fruto maduro de tu permanencia entre nosotros.
A ti se te ha confiado cuanto somos y tenemos: nuestra salvación y vocación, nuestro quehacer y nuestra familia, nuestra vida y nuestra muerte. Así queremos exponerte lo que constituye la suma de todo querer y pedirte: Toma, Señor, toda mi libertad, mi memoria, mi entendimiento y toda mi voluntad, todo mi haber y poseer. Tú me lo diste, a ti, Señor, lo torno; todo es tuyo, dispón de ello conforme a tu voluntad. Dame tu amor y tu gracia, que ésta me basta.
Amén.


[Karl Rahner. Oraciones de vida. Publicaciones Claretianas. Madrid 1986, págs. 201-203]
Día 31 de julio, fiesta de San Ignacio de Loyola

Paradilla

Descubro que en Paradilla todo es particular. Si vas en coche, en bici, en moto, en autobús o simplemente andando, a la entrada de “la carreterilla” que sale según se va a Palencia desde Ampudia a la izquierda, hay un letrero que dice: Carretera particular.
Si buscas Paradilla del Alcor en Internet, todas las fotos que existen colgadas, o casi todas, llevan la inscripción impresa de quien las hizo o directamente sus derechos están reservados y no puedes hacer nada, sólo mirarlas.
Así que como yo también tengo algún tipo de particularidad sobre dicho enclave, he decidido publicar mi trabajo, eso sí, sin copy rights ni carteles de ningún tipo.
Algún derecho me debe corresponder, por línea materna, digo yo.
No tengo ningún interés en bucear en la historia, universal o particular, ni en la geografía, economía y literatura; sólo me ocupa lo que he vivido. Y mi infancia está preñada de Paradilla. Allí vivían mis abuelos parte del año, y allí, mi hermano y yo, sus únicos nietos por entonces, campábamos a nuestro antojo, disfrutando de la huerta, la caza, la era, la fuente, el pinar, las casas familiares y el aire del monte palentino, que ofrece una panorámica inmejorable sobre las tierras que hacia el oeste rodean entre otros a mi pueblo, Castromocho.
Algún verano pasé allí; uno seguro, dos tal vez. Entre mis abuelos maternos, mis tías abuelas Emilia, Obdulia y Carmen, y mis tíos, este menda que ahora lo cuenta, era el centro del cotarro. Era el pequeñín, “brazo fuerte” en expresión de mi abuelo Marceliano; “la liebre”, según mi tío Fernando. Y tío Marce no recuerdo cómo; pero siempre contaba conmigo y me hacía madrugar para que le trajera, eso me hacía creer, la caza que tanto abundaba. Cuando llegábamos a casa, mi abuela Jesusa siempre le reñía por exponerme tan inmisericordemente al solazo, al cansancio y al ayuno. Parece que la carga no era considerada, y no recuerdo que ese fuera motivo de amonestación; que si lo llega a ser yo mismo habría salido en su defensa, de lo ufano y orgulloso que portaba sobre mi frágil persona la percha repleta de codornices, perdices y conejos.
El caso es que yo viví en Paradilla, y allí acompañé a mi abuelo a repoblar el pinar que heredara de sus mayores, enterrando los botes de aceituna donde germinaron los piñones sembrados en invierno en la galería de la vieja casa de la capital; allí también aprendí que la huerta da tomates y cebollas que, con sólo pan, qué buenos saben; que los cascabelillos son dulces y que las zanahorias, crudas, agudizan la vista. Allí fue donde, en mi más tierna infancia, me fui soltando en eso de enganchar el burro a la noria, y abrir y cerrar con la azadilla el paso del agua por el surco. Fue en Paradilla donde vi el primer tractor y la primera trilladora, y donde coloqué redes en las bocas de las huras para cazar a los conejos que los turones sacaban a mordiscos. Y tengo algunas fotos, no muchas, que quiero publicar libres de toda tara, para que no se diga que todo Paradilla es particular.
Y este es el único motivo por el que publico este artículo.

El arco
La bajada a la fuente
Muralla y puerta del castillo
Escalera interior de la muralla
La plaza
Ese soy para demostrar que todo es verdad. Estoy recolocando el reloj de pesas
La plaza y el arco
La torre del castillo
Muralla y torre
Templo parroquial de San Pelayo
Templo, espadaña y cementerio
Crucero, atrio y puerta del templo
El castillo
El castillo
La huerta y Tierra de Campos. Muy al fondo, Castromocho
Bautizo de Jaqueline
El padrino, que soy yo, impone a Jaqueline la cruz
Foto de familia en el bautizo de Jaqueline


Para más información:
 

¡Juguemos al juego de la cocina!

De repente me ha dado y he buscado en Internet. Así, “juego de la cocina”, sólo lo he encontrado en un blog colombiano. Habrá más, supongo, pero hablan de otras cosas. Y yo quiero saber si en algún lugar del mundo aún se juega a cocinar.
Me explico.
De niño alternaba en mis juegos con niños y con niñas. Al carecer de hermanas, no rehusaba la compañía infantil femenina, puede que por la ley de compensación. Así resultaba que lo mismo asaltaba la charca del prado de abajo a la búsqueda y captura de ranas, que me ponía a las órdenes de mis vecinitas para buscar hierbas y utensilios con que condimentar una sabrosona comida. Ni que decir tiene que en el primer caso íbamos los de pantalones, y en el segundo servidor y las niñas. Por entonces no se conocían en mi pueblo pantalones que no necesitaran bragueta.
Es pues el caso que de vez en cuando dejaba de hacer burradas para ponerme a barrer el patio o la cocina, para majar hojas y revolver cazuelitas, para acarrear agua o ir a por pan, para sentarme en corro a contar chismes e historias, para dejarme peinar o acomodar la camisa… Incluso comíamos de mentirijillas lo que del mismo modo habíamos cocinado. Una auténtica delicia.
Lo malo es que alguna vez los chavales osaban decirlo: “mariquita”. Y entonces había que armarse de genio y demostrar que también sabía escalar tapias, trepar árboles, patalear en cueros en el Valdeginate, robar perucos al tío Alipio y embarrarme hasta los ojos haciendo casetas con tejado y todo. Y para que no hubiera duda, también yo me armé de tirador, hecho con una horquilla de fresno que me fabricó Félix (de quien algún día contaré y no acabaré); claro que no fui ningún as en eso, y creo que nunca conseguí cazar nada de provecho. En este sentido sólo recuerdo haber roto el cristal de una vecina, y, porque no la llegué a dar a ella, que si no la mato, según su propia y particular versión.
Agradezco a mis pequeñas amigas de entonces que no me hicieran jugar a, por ejemplo, ser mamás, las muñequitas o saltar a la comba; entonces sí que se hubiera armado la marimorena y habría llegado mi final. Pero no ocurrió. Ni me invitaron, ni se lo propuse.
Sin embargo “al corro de la patata” era un juego mixto, en el que no había ese inconveniente. Allí cada quien agarraba las manos de los de al lado y todos girábamos al ritmo del canto, agachándonos y volviéndonos a agachar sin mayores problemas. Claro que yo siempre lo hacía a destiempo, pero esa es otra cosa de la que otro día tal vez diga algo, hoy no toca.
Ahora recuerdo aquellos juegos domésticos infantiles con cariño, en los que con nada y con todo, hacíamos cualquier cosa: hasta tener que parar de tanto comer, completamente satisfechos. “¡Miguel Ángel, deja de jugar que ya está la comida! Era un aviso que no podía desatender, con él acababa el juego.

¿Espejo o máscara?

Cuando en mi artículo anterior me preguntaba si alcanzaría a ser feliz Moisés en su encuentro cara a cara con Yahveh, no sabía que me tocaría escuchar este texto en la liturgia del día, tomada del libro del Éxodo (34, 29-35), que dice:
“Cuando Moisés bajó del monte Sinaí con las dos tablas de la alianza en la mano, no sabía que tenía radiante la piel de la cara, de haber hablado con el Señor. Pero Aarón y todos los israelitas vieron a Moisés con la piel de la cara radiante y no se atrevieron a acercarse a él. Cuando Moisés los llamó, se acercaron Aarón y los jefes de la comunidad, y Moisés les habló. Después se acercaron todos los israelitas, y Moisés les comunicó las órdenes que el Señor le había dado en el monte Sinaí. Y, cuando terminó de hablar con ellos, se echó un velo por la cara. Cuando entraba a la presencia del Señor para hablar con él, se quitaba el velo hasta la salida. Cuando salía, comunicaba a los israelitas lo que le habían mandado. Los israelitas veían la piel de su cara radiante, y Moisés se volvía a echar el velo por la cara, hasta que volvía a hablar con Dios.”
Para mí ha sido simple casualidad encontrármelo; puede que para otras personas se trate de algo más.
La cosa es curiosa, porque hay otro texto en el que ver el rostro de (a) Yahveh le hace exclamar a Jacob: «¡He visto a Dios cara a cara y he quedado vivo!» (Génesis 32, 31). Y levanta allí mismo un monumento al que nombra Patuel. Ver la cara de la divinidad debe resultar, pues, una experiencia realmente transformadora.
Para cara de ángel, es mi debilidad lo confieso, Audrey Hepburn; y no estoy hablando ahora del título de ninguna película, aunque Jean Simmons también era guapa de verdad. Su deliciosa figura, de la Hepburn digo, estaba rubricada por un rostro aún más precioso. Luego he sabido que toda ella, como persona, era una maravilla de mujer.
Rostros luminosos, plenos de bondad y honradez, auténticamente buenos, he tenido la suerte de ver muchos en mi vida. Estoy plenamente convencido de que reflejaban un interior entrañable. Lo pude comprobar con el trato.
“La cara es el espejo del alma” es dicho antiguo, no sé cuándo ni quién pudo expresarlo por primera vez. Pensé que era un universal, y que había total unanimidad en aceptarlo. Pero al menos hay un oponente: «La belleza exterior no es más que el encanto de un instante. La apariencia del cuerpo no siempre es el reflejo del alma». (Atribuido a George Sand). ¡Vaya por Dios, hasta en esto somos incapaces de ponernos de acuerdo! Claro que si lo dijo Amandine Aurore Lucile Dupin, baronesa Dudevant, que se relacionó con Chopin, Litz, Flaubert, Victor Hugo, Julio Verne, Balzac, Delacroix y Alfred de Musset, entre otras celebridades, cómo voy a discutirlo. Además vivió en Mallorca, y prefiero tenerlos como amigos.
Tiene razón, sea Sand quien lo dijera, o fuera otra persona. También he conocido gentes que en un trato superficial transmitían cordialidad y afabilidad, y su rostro y maneras era eso lo que expresaban; incluso lo mantenían en unas relaciones algo más profundas. Pero siempre hay un momento, aunque sólo sea uno, en el que se baja la guardia, sobreviene el relajamiento y los músculos de la cara y las facciones buscan su natural… Me he llevado sorpresas de las gordas. Entonces resulta que la cara es sólo una tapadera que oculta la verdad de dentro, produciendo un engaño que sólo se resuelve aumentando la distancia, alejándose lo más posible de ellas.
Los griegos sabían de eso, ellos y su teatro. Entre coturnos, máscaras y otras pequeñas cosillas nos dejaron una lección bien completa sobre los seres humanos. ¡A ver! ¡Que levante el dedo el que no se vea identificado con alguno o algunos de los personajes de la tragedia que nos dejaron en herencia!
Pero supongamos que sí, que nada ni nadie discrepa, y el alma se refleja en nuestra cara, y aparentamos lo que somos, y somos tal cual se nos ve. Entonces yo aconsejaría a algunos que se pasasen por el cirujano plástico, al menos para que no fueran por ahí asustando. Pero que si no fuera esa su opinión, tranquilos que no pasa nada. Yo ya tengo para mí una máxima o refrán aprendido: “Del agua brava líbreme Dios, que de la mansa ya me libraré yo”. O ¿es al revés? ¡Cachis, ya ha vuelto a fallarme la memoria!

Una cosa que llaman felicidad

Némesis. El Louvre
A veces ocurre que uno se mete en berenjenales que no debiera transitar, y cuando se apercibe de lo que está haciendo y/o diciendo, se arrepiente, pero ya no hay vuelta atrás.
Pues es el caso que trasteando por los blogs uno es testigo de una conversación, más bien diría mesa redonda, en la que el tema a debate y reflexión versa sobre la felicidad. Y uno piensa que qué será eso, pues no es un asunto que él haya estudiado en los libros. A decir verdad esa palabra le suena como final de tantos cuentos con que su mamá le mecía hasta dormirlo: “y fueron felices y comieron perdices”.
Es verdad que en la vida real esa palabra la ha oído en determinadas y muy solemnes ocasiones: cuando ella o él, o los dos, se confunden por los nervios al otorgarse en matrimonio y trafulcan fidelidad por felicidad; un leve carraspeo anima al equivocado entre nervios y sonrisas a corregir lo dicho y repetirlo correctamente. Entre tanto, el público allí presente, familiares y allegados, comenta lo guapos que están ambos, y lo bien que se conjuntan.
¿Soy feliz? se pregunta. ¿Dónde está la felicidad? ¿Conozco a gente feliz? ¿Está la felicidad al alcance de la mano? ¿En qué consiste? ¿Es duradera?
Y como su formación desde que recuerda está totalmente imbuida de una cultura religiosa, y en concreto cristiana, se sorprende de que esa palabra, felicidad, no aparezca ni en boca de Jesús de Nazaret, ni en todo el Nuevo Testamento. Y hasta es posible que tampoco en el Antiguo. Sí hay unas palabrejas que parece que se le parecen: barukh y makarios, hebreo y griego respectivamente, que se refieren a dicha, bonanza, placidez, gozo… Pero ninguna de ellas es conjugable en primera persona, sería pretencioso.
Y el individuo de marras se pregunta si Moisés fue feliz en el cara a cara con Yahveh; si Jacob alcanzó la felicidad al derrotar al extraño aquel que le acosó de noche.  Si Esaú logró ser feliz con un plato de lentejas. Si Adán y Eva fueron felices y luego no, o si fue al revés, y terminaron comiendo perdices. Si la muy anciana Ana fue feliz al encontrarse embarazada contra toda esperanza o simplemente se rió de su extraña situación. Igualmente se cuestiona si la abnegada Rut fue feliz negándose a sí misma al unirse a su suegra, o la felicidad la alcanzó con Booz, precisamente por su entrega y renuncia anterior. ¿Fue feliz Tobías cuando encontró a la que sería su esposa? Y si lo fue, ¿cuándo más, al casarse con ella civilmente o al hacerlo ante su Dios junto al lecho en la noche del encuentro? ¿Alcanzó David la felicidad al tirarse a Abigail o fue al expresar su arrepentimiento por el asesinato de un hombre bueno componiendo y entonando el “Miserere mei, Deus”?
¿Fue feliz Jesús?
Tras muchos años de lecturas de teólogos y biblistas de tronío, no ha encontrado nadie que le respondiera con toda claridad, que dijera siquiera alguna aproximación.
Y cuando María entona su canto de agradecimiento y alabanza, el Magnificat, ¿se está declarando feliz? O ¿la está proclamando como tal su prima Isabel cuando le dice “bendita tú entre todas las mujeres”?
Clivia miniata
Volviendo una vez más a esas palabras anteriormente citadas, barukh y makarios, que hay quien ahora pretende traducir por feliz, felices; resulta que se refieren a un estado de dicha y bienaventuranza. “¡Bienaventurados aquellos que son limpios de corazón!” parece indicar un futuro más bien lejano. “¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás, porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre!” responde Jesús en cierta ocasión cuando el apóstol atina al proclamar su fe en él. Pero a continuación le arrea una reprimenda soberana por no entender, o no querer aceptar: ”¡Quítate de mi vista, Satanás. Piensas como los hombres, no como Dios!”. ¿Tuvo Pedro motivos para sentirse feliz?
Y si picado por la curiosidad husmea en algunas partes, no se deja engañar con que los que rezan a Alá esperen la felicidad en el paraíso bebiendo hidromiel en el cráneo de sus enemigos ofrecido por huríes de ojos negros; ni que los budistas ansíen no pensar ni desear nada salvo mirarse eternamente el ombligo; ni que los sintoistas aguarden perderse para siempre en la naaaaaaaaada, hartos de un vida toda llena de bagatelas y fruslerías, que correr, correrán mucho, y también meterán mucho ruido, pero que no les libra de tsunamis ni terremotos. Que todo ello no sólo no es verdad, sino que es una deformación perversa e intencionada de esas religiones, como cuando dicen que el cielo cristiano es aburrido, y que lo divertido es precisamente lo contrario, el infierno.
Quercus ilex
El individuo que esto escribe se sigue preguntando cosas, algunas son chorradas como éstas: ¿Es compatible la felicidad con padecer de hemorroides, por ejemplo? ¿Llorar y reír a un tiempo es significativo o simplemente expresa que la felicidad nunca será plena? ¿Quién es más feliz el perro con su amo, o el amo con su perro? ¿Felicidad es no desear nada, o es tenerlo todo? ¿Es feliz quien recibe porque necesita, o el que da porque también o tampoco o tan poco necesita?
Spathiphyllum wallisii
Cuando resulta que a una persona se le ha “machacado” durante toda su vida para que en lugar de pensar en sí mismo piense en los demás, hacerle esta pregunta es una auténtica putada: ¿De verdad sabes lo que es la felicidad? Porque la respuesta o respuestas que de van a sonar a músicas celestiales, según las orejas que estén escuchando en ese momento.
Encina o carrasca
Para terminar de destrozarlo todo, el que teclea este bodrio proclama que se siente dichoso contemplando cómo esta planta, una clivia, nieta de la que recibiera de su mamá en vida, va a entrar en agosto floreciendo delante de sus mismas narices. Y con esta otra, un espatifilo, que despide julio ya florida, como ha venido haciendo todos los veranos desde que la trajeron de Zamora hace ya la tira de años. Se siente dichoso porque aquella encina, arrebatada por el sol, haya conseguido superar el sofocón y vuelva a brotar fuera de tiempo. Y cómo no va alegrarse por la pequeña trasplantada en el invierno, que ahí está saliendo con toda la fuerza de su ser. Sabe que la felicidad está en alguna parte, pero ni se fía de quienes proclaman haberla alcanzado, ni pretende convencer de que sabe el camino bueno. No tiene envidia, no se lamenta, esperar… espera. Pero de momento y por ahora disfruta de pequeñas migajas de dicha que sólo a él le importan.
Y como no puede dejar esa pregunta en el aire, intenta, para terminar, responderla. ¿Fue feliz Jesús? Jesús fue feliz de experimentar a Dios como Abba. Tuvo el corazón repleto de amor recibido y no se lo quedó, lo repartió todo, todito, todo. Fue feliz al decir a las gentes cuánto las quería Dios, y deseó para ellas la misma felicidad que él tenía. Anunció el Reino de Dios del que no excluyó a nadie que lo quisiera y lo hiciera posible. Y, aunque suene duro, -más, terrible-, en sus últimas palabras “Padre, está cumplido” [que también se traduce por “Padre, a tus manos entrego mi espíritu”] está incluido su convencimiento de entrar en plenitud y definitivamente en Dios.
Y como el que esto escribe es cura, no puede sino terminar así: Amén.

Ataxia: esa enfermedad rara

La niña parecía mostrar una actitud extraña en catequesis. Venía de buena gana, pero estaba como desganada. Las catequistas, -en mi parroquia salvo una excepción honrosa todas son del género femenino-, no conseguían entusiasmarla, como sí al resto del grupo.
No venía sola, que va. Son tres hermanas, ella la mayor; pero las otras dos aún no tenían edad; eran las amigas y vecinas quienes formaban en torno a ella un abrigo protector.
Hubo que indagar. La familia estaba preocupada, porque en el colegio también manifestaban extrañeza…
Esto lo escribí hace tiempo. Y también hace tiempo que vino Pilar, su madre, a decirme lo que pasaba: su hija tenía una rara enfermedad, se llama ataxia. Y me soltó toda una explicación, porque se había documentado. Y como para no hacerlo.
Me contó más cosas y pidió poder decirlas un domingo al personal. Y lo hizo. Ahora lo está contando desde Internet, y tiene un portal donde informa acerca de la Federación de Ataxias de España (FEDAES): http://www.fedaes.org/
Mucho se ha movido, mucho se mueven ahora, que veo que hay integradas asociaciones y hasta una federación que abarcan los territorios de Galicia, Asturias, País Vasco, Cataluña, Castilla La Mancha, Castilla y León, Canarias, Extremadura y Andalucía.
La niña volvió para confirmarse, y, sabiendo lo que ya sabíamos, todo fue diferente. Ahora ya es mujer. Se ha independizado. Vive sola, pero tiene todo acomodado para su padecimiento y limitación. Más que limitación son limitaciones. Pero funciona. La veo de vez en cuando en su silla, circular por la calle. Llama la atención, siempre lleva una cara que resplandece. Acabo de descubrirla en la página web, me ratifico: tiene una cara preciosa.
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Según el Centro Caren
1- ¿Que es ataxia?

La ataxia es un síntoma, no es una enfermedad específica o un diagnóstico. Ataxia quiere decir torpeza o pérdida de coordinación. La ataxia puede afectar a los dedos y manos, a los brazos y piernas, al cuerpo, al habla, o a los movimientos oculares. Esta pérdida de coordinación puede ser causada por varios y diversos condicionantes médicos y neurológicos: por esta razón, es importante que una persona con ataxia busque atención médica para determinar la causa subyacente del síntoma y conseguir el tratamiento apropiado. (National Ataxia Fundation)

2- ¿Qué es lo que causa la ataxia?

A menudo, la ataxia es causada por la pérdida de función en la parte del cerebro que sirve como "centro de coordinación", que es el cerebelo. El cerebelo se localiza en la parte de atrás y la parte más baja de la cabeza. La parte central del cerebelo está involucrada en coordinar los complejos movimientos de andar o caminar. Otras partes del cerebelo ayudan a coordinar los movimientos de los ojos, el hablar y el tragar. La ataxia también puede ser causada por trastorno de las vías principales dentro y fuera del cerebelo. La información entra en el cerebelo desde el cordón espinal y otras partes del cerebro, y los signos del cerebelo salen al cordón espinal y al cerebro. Aunque el cerebelo no controla directamente la energía (función motora) o sensación (función sensorial), el motor y las vías sensoriales deben trabajar adecuadamente para proporcionar la entrada correcta al cerebro.

3- ¿Qué es la ataxia de Friedreich?

Fue descrita por primera vez  por el doctor alemán Nikolaus Friedreich en el año 1863. La ataxia de Friedreich es una enfermedad neurológica, hereditaria y progresiva.

4- ¿Cómo se trasmite?

La ataxia de Friedreich se trasmite según el modo autosómico recesivo que significa que es hereditario; puede afectar lo mismo a hombres que a mujeres con igual probabilidad. Estudios de genética molecular han determinado que el gen mutante responsable de la enfermedad se halla localizado en el cromosoma 9. Para que un niño sea afectado sus dos padres deben ser portadores del gen defectuoso, aunque no significa que son enfermos sino portadores. Hay personas que pueden tener el gen responsable de esta enfermedad sin tener síntomas de la misma.

5- Características de la ataxia de Friedreich.

Se caracteriza por una destrucción progresiva de células nerviosas de la médula espinal y del cerebelo.  La ataxia de Friedreich es una enfermedad que conlleva una degeneración de las fibras nerviosas implicadas en el control del equilibrio y en el mantenimiento de una buena posición corporal en el espacio. Habitualmente, la persona que sufre ataxia de Friedreich presenta una pérdida, mayor o menor, en la sensación de la posición de sus miembros y de su tronco en el espacio. El afectado debe compensar su déficit con la visión para saber dónde y cómo están colocados sus brazos y sus piernas. Esta deficiencia impide los ajustes normales del tronco y de los miembros durante los movimientos y entraña pérdida de equilibrio y dificultades en la marcha y en los cambios de posición. El control de los movimientos de los cuatro miembros puede estar igualmente afectado por la aparición gradual de debilidad muscular, de espasticidad, y de temblores involuntarios durante el movimiento de los brazos.

6- Evolución.

La evolución progresiva al principio es más rápida, pero difiere de un paciente a otro. Suele comenzar por las piernas extendiéndose en la medida que progresa a los brazos.

7- Síntomas.

Los síntomas a menudo empiezan alrededor de los 10 años o antes aún, aunque se han diagnosticado en edades más tardías.
La afección neurológica se manifiesta en una falta de equilibrio, un caminar similar a un alcohólico, tiene torpeza en las manos, incoordinación de movimientos (ataxia, dificultad en el habla explosiva y lenta, cansancio en las piernas además de debilidad y perdida de volumen muscular en las piernas y las manos, perdida de la sensibilidad profunda, mal funcionamiento de los reflejos. Se presentan deformaciones de la columna vertebral cómo escoliosis y arcos altos en los pies (pies cavos), en otros casos pies planos. Un grupo de ellos presentan nistagmos. La voz es escandida.

8- Tratamiento Médico.

Existen tratamientos sintomáticos y preventivos que evitan las contracciones y los espasmos musculares y otras complicaciones. Las deformidades esqueléticas son susceptibles de ser tratados quirúrgicamente y pueden ser abordadas tras una cuidadosa evaluación. Deben suministrarse complejos vitamínicos.

9- Rehabilitación.

Muchas veces se relaciona la debilidad muscular y la atrofia con algún problema del músculo  y lo que produce el problema no es otra cosa que el desuso. La rehabilitación neurológica permite la recuperación o compensación de los distintos problemas que se presentan. Se debe hacer rehabilitación utilizando como medio fundamental el ejercicio físico ya que es lo único que mantiene las articulaciones y músculos en buena forma.
Se deben controlar la frecuencia cardiaca al inicio del ejercicio y cada intervalo de tiempo teniendo en cuenta que la fatiga puede aparecer muy fácilmente, de aquí que se deban dosificar bien los ejercicios y además el tiempo de trabajo-descanso. Los ejercicios se seleccionaran de acuerdo a la edad y el estado físico del paciente. El uso de aditamentos especiales como medida terapéutica para prevenir y corregir deformidades osteoarticulares. Es muy importante introducir en la rehabilitación los ejercicios de marcha por ser uno de los ejercicios más completos ya que intervienen los diferentes sistemas (cardiovascular, respiratorio, muscular)

En Wikipedia hay más información, sólo es ir allá y leer: http://es.wikipedia.org/wiki/Ataxia

Lo que puede dar de sí un día vacío como éste

Hoy me he levantado como cualquier otro día. Aún el sol estaba por aparecer, pero ya su luz iba descubriendo las cosas, sacándolas del anonimato; y lo hacía en silencio, lentamente.
Mi primer pensamiento se dirigió a mi maxilar izquierdo; esta noche sólo se dejó sentir muy al principio, luego se durmió y no ha dado ninguna señal de vida; sin interrupción, para no olvidar las buenas costumbres, mi sueño ha transcurrido desde la vela nocturna hasta la diurna. Si soñé, nada recuerdo. Si me asaltaron, no me importa, porque quien lo hiciera no me molestó ni se llevó cosa alguna. Por sentir algo, no haber saludado a la persona o personas que traspasaran el dintel de mi puerta. Si hicieron ruido, allá ellas. En todo caso todo lo he encontrado tal cual como lo dejé la víspera.
He de decir que mi puerta tiene llave, pero sólo la uso cuando me voy, no cuando estoy en casa. Es una buena costumbre que he aprendido desde que convivo con mis amiguitos, Moli, Berto y Gumi. Ellos me sirven de timbre, portero, sereno y muchas cosas más, además de buena compañía.
La segunda  mirada consciente del día fue para mi parra del rincón, la que se viene la primera; la acera estaba perdida de hollejos lamigosos. Los pájaros se han dado esta noche una soberana cena.
En ese momento decidí comer de postre uvas, siquiera por probarlas, ya que tal vez mañana no sea posible, porque otra noche más y estos salvajes de la vida acaban con todas. Víctor dice que practican sabiamente la recolección selectiva. No me fío, porque no sólo las mejores, se comen todas. Dejan el esqueleto limpio, limpio, limpio. O sucio, según se mire.
La mirada número tres con cierto significado se centró en el grupo de patateros que se afanaban contra el suelo recogiendo el fruto de la tierra. Hoy empezaban la tercera semana de recolección. Allí estaba el camión a la espera de las tres últimas sacas que completaran la carga. Es lunes, aunque fiesta, y mañana hay mercado, por eso se sacan hoy y no lo hicieron ayer.
Cuando llegué hasta ellos estaban de buen humor, a pesar de que calculo que están trabajando por lo menos desde las cuatro. Sí, una vez más compruebo que mientras yo duermo mucha gente está activa; el mundo siempre está en vela, no para de funcionar.
Hay de todas las edades, pero más jóvenes. Me saludan, nos saludamos y hacen comentarios sobre Moli y compañía. Ellos vuelven a agacharse y yo continúo caminando. A la vuelta ya ha cambiado de parcela y no puedo ni decir adiós.
La cuarta mirada en vivo tiene tres momentos y cada uno de ellos merece una descripción.
A las diez y media celebro con los residentes de “La Arbolada”. Ensayamos las canciones, hago alguna gracieta para animarles y empezamos. Su presencia es real, su ánimo es decidido; sus fuerzas, sin embargo, bien pocas, para qué vamos a engañarnos. Cuando cantan lo hacen en susurros; si responden, disuenan; si escuchan, parecen algo perdidos. Al dar la paz a algunos tengo que acariciarles porque ellos no reaccionan. Al ofrecerles la comunión, tengo que tocarles la barbilla para que espabilen de su letargo y abran la boca. No parece entusiasmante en verdad, pero lo es, porque es todo lo más que ellos pueden hacer. Me despiden y me despido con un hasta el domingo. Me voy pero ellos no se mueven, a la espera de que les muevan.
A las once y cuarto entro en la pequeña capilla donde me esperan una cuarentena de mujeres, todas en edad de ofrecer una muy rica experiencia de trabajo y de vida. Sus cantos son uniformes, sus respuestas medidas, su actitud entregada. Salvo unas pocas que no pueden, el resto se acerca a comulgar y ofrece sus manos para recibir. Bendecidos todos, terminamos; salgo recibiendo el agradecimiento de quienes se quedan.
A las doce y media en punto, aunque alguien me avisa de que no me entretenga con la fregona que ya es la hora (había unas manchas en medio del suelo del pasillo central que me estaban ofendiendo), están entrando en la iglesia y dentro hay apenas veinte personas. Salgo y entono el canto. A la primera estrofa, tras el estribillo, aquello suena como un torrente. Han pasado apenas cinco minutos y ya somos más de cien. Las respuestas, los cantos, son firmes, multisonantes, como lo son sus figuras, sus cuerpos: niños y mayores, hombres y mujeres, casados, solteros y mediopensionistas, altos y bajos, gordos y delgados. Es la voz de un pueblo que se expresa con gallardía, vehementemente. El último saludo, tras la paz efusiva y la comunión copiosa, suena y resuena contra el duro recipiente que lo contiene, haciendo eco hacia el propio corazón: ¡Demos gracias a Dios!
Cuando al fin me estoy desvistiendo en la sacristía me pregunto ¿si el orden fuera justo al revés podría resistirlo? No me paro a responderme, no quiero hacerlo.
La tarde trascurre, tras la plácida comida y la reconfortante siestecilla, sin ruido y en calma, como corresponde a un día como hoy. Entretanto redacto estas pocas líneas mientras se deja oír una brisa suave que penetra hasta mí desde la ventana.
Antes de que me la cierren, voy a la piscina a cumplir con mi deber y con la grata actividad con que me regalo. Un mes llevo practicando la dichosa vuelta americana y no he mejorado; creo que incluso estoy retrocediendo. A los primeros días en que progresaba adecuadamente, han seguido dos semanas de desaciertos. No consigo ese punto en que consista la medida exacta de poder decir: ya me sale. Así que me emplazo a seguir entrenándome. Posiblemente llegue un día, no quiero calcular, en que ya no tenga que pensar mientras la hago, y entonces me salga… de natural.
Este día que termina ha sido muy solemne en algunas partes de este país llamado España. En Somalia las cosas siguen igual, mientras se realizan tal vez a muy alto nivel mundial gestiones para hacer llegar hasta allá alimentos y demás ayuda. En Noruega no consiguen salir de su estupor, en tanto interrogan a un tipejo que les ha sumido en el horror y en muerte. En Europa tal vez se estén preguntando si estamos incubando una vez más el huevo de la serpiente.
Yo me miro y me digo que para ser un día más, no lo tengo tan vacío como me esperaba. Pero será que es que tengo las lentes de apreciar la parte llena o que al fin y a la postre mi mirada, la última que echo al 25 de julio, tiene pretensiones limitadas: no se levanta apenas del suelo.

El día de Santiago

En cuanto empezaba el trabajo de recogida de la cosecha, entonces se llamaba hacer el verano, en mi pueblo no se paraba salvo para comer, dormir y hacer las necesidades fisiológicas. Todo el tiempo era poco para emplearlo en terminar viendo el grano en la panera y la paja en el pajar. Incluso los señores curas del pueblo, don Donino y don Dionisio que en gloria estén, aviaban una misa los domingos a una hora tempranera en exceso para que todo el personal cumpliera el precepto.
Cuando las cosas se hacían con energía animal, incluso la noche servía para acarrear la mies de las tierras a la era, o para apurar la jornada aventando la parva y ensacando el grano.
Cuando entró la mecánica las cosas se ajustaron un algo a la humedad ambiental; ni la cosechadora podía trabajar demasiado pronto o demasiado tarde, ni la trilladora cumplía bien con su oficio en según qué circunstancias. En cuanto a la máquina atadora, luego nominada empacadora, también tenía sus melindres con el tiempo que hiciera. La gavilladora ya había marcado diferencias con lo puramente manual, pero no con tanto rigor y exigencia. Y el señor cura del pueblo, entonces era don Toribio que también esté en la gloria, decidió que para misa nada de madrugar, todos a las diez, que había día suficiente para la recolección. Entre engrasar las máquinas y reparar desperfectos, unido al posible rocío mañanero, era difícil salir al campo a cosechar antes de esa hora.
El caso es que empezar el verano era comenzar una carrera contra el reloj… y contra los nublaos. Porque si algo se temía en mi pueblo en verano era que llegara el rayo y el pedrisco, que en un visto y no visto se llevaba el trabajo entero del año.
En esa secuencia casi inhumana de fechas de trabajo duro y continuo había pequeños espacios para el relajamiento, el trago de vino y los cantes. ¡Cómo recuerdo a media mañana la hora del almuerzo, sobre las diez, todos en corro a la sombra de la caseta! También la vuelta al pueblo con el bálago hasta arriba, dormidos todos o distraídos contando historias porque el ganado sabía de memoria cómo encontrar el camino de regreso. Y cómo olvidar la fiesta final, todo recogido y a buen recaudo, con la era barrida y ellos y ellas bailando animados por el vino regalado y la soldada recibida. Así, más o menos fue mi niñez.
Luego, ya mayorcito, y por culpa de las innovaciones tecnológicas, el trabajo humano se fue haciendo más ligero; pero había remates que requerían un cierto detalle porque en ello iba la ganancia. Si el grano no iba del todo limpio, en la venta se perdían unos céntimos; si llevaba humedad, también. Al final, podía resultar que de no tener cuidado no te lo cogían en el silo ni regalándolo.
Para evitar ese final tan nefasto, el grano húmedo se extendía para que se secara, y el sucio se repasaba con una aventadora.
A mí me tocó en la lotería realizar esta última faena. De modo y manera que me pasaba los cuarenta o cincuenta días de veraneo a la sombra de la panera, con una pequeña máquina aventadora Ajuria nº 0, repasando el grano y pasándolo ya limpio de un lado al otro del enorme almacén donde esperaría ya el salto final para la venta.
Primero fue dando a la zanca; y cuando incorporamos un motor eléctrico a la máquina y dos tubos sinfín para la carga y la retirada, dándole a la pala, arrimando y desarrimando. En fin, que me tiraba todo el santo día en medio del polvo consiguiente y del ruido subsiguiente.
Había sin embargo dos días memorables. No porque importaran en sí mismos, sino porque suponían un descanso: el 18 de julio y el día de Santiago. Esos días eran tan señalados que estaba prohibido trabajar. No se recibían por gusto, quiá; no había más remedio. Pero de que llegaban, benditos ellos. No había nada que hacer, eran completamente vacíos; salvo la misa mayor del 25 en honor de Santiago. Así que el bar del Sindicato y el tute ocupaban su parte central. El resto, charlar a la sombra del patio, porque fuera todo era fuego.
El día de Santiago Apóstol eran mis vacaciones dentro de las vacaciones. Lástima que el pequeño pueblo no tuviera otra cosa que ofrecer, y que yo no supiera cómo disfrutarlo de otra manera que no fuera no haciendo nada. Aún así, para mí el día 25 de julio siempre ha sido y será un buen día.

Por la paz. Orando con Karl Rahner

Está claro que un asunto como la guerra le cae grande a un simple mortal. Eso es cosa de gente con poder. Claro que yo puedo declararme contra mi vecino, incluso contra mi barrio. Pero de ahí no paso, aunque quisiera.
La guerra es algo que organizan quienes pueden. Y también los que tienen poder pueden impedirla y pararla. La cuestión es que quieran hacerlo. Esa es la cuestión.
Para un simple mortal que está en contra de la guerra ¿qué herramientas le están disponibles? Una simple enumeración: asociarse con los afines, usar la poesía, participar en manifestaciones, crear en su entorno ambiente pacífico, ser pacífico, asistir a conciertos en pro de la paz, incluso encender su mechero cuando se entona…
No sé si fue eficaz la actitud de Lluís Maria Xirinacs (1932-2007), y mira que consiguió cosas, eso creo. Pero cuando uno se encuentra solo, y no tiene convicciones tan firmes como Xirinacs, o sí y precisamente por ello, la oración también tiene su valor y sentido. Creo que lo tuvo para Gahndi, en quien Xirinacs y tantos otros se han inspirado. No vale, pues, hacer caso a quienes puedan decir que ese recurso es inútil y resulta una excusa como otra cualquiera para no implicarse ni complicarse.
Además la oración bien puede ir a la par que otras acciones y actitudes; mejor, necesita ir acompañada de hechos, aunque quien la practique viva en absoluto monacato.
Esta noche se me ocurre volver a usar los servicios de Karl Rahner que, al menos, para mí son de muy alta estima.

Oración por la paz

¡Oh Dios!, Tú eres el Creador santo del mundo, de la tierra y de los hombres. He aquí tu voluntad: Tú has querido que en la evolución continua del hombre, éste llegue a un punto en el que se provoque no sólo alguna catástrofe parcial, sino que pueda llegar a la aniquilación y al suicidio total. ¿No hubieras podido evitar la posibilidad de tal evolución? ¿No tendría que terminar la historia humana en tu luz y en tu paz, que son mucho más que todas las etapas juntas de una evolución interrumpida? ¿No es acaso ésta nuestra esperanza? O tal vez esta propensión a la destrucción que hay en el hombre ¿no nos descubre quiénes somos nosotros y quién eres Tú? Sí, el punto más alto al que puede llegar la criatura por sí sola marca inexorablemente y también de modo imprevisible el comienzo de su ruina.
¿Es que no te sientes estremecido por el gran holocausto, porque Tú contemplas desde tu eternidad toda nuestra maldad, desde las acciones de Caín hasta el último suicidio? Sin embargo, nosotros, tus criaturas, no tenemos derecho alguno a permanecer impasibles ante tanto fratricidio, ante tanta autodestrucción. Frente a la sola idea de la pura posibilidad de que tanta barbarie se derrumbe sobre la humanidad no podemos admitir una complicidad tácita, un puro inventario de calamidades. Si tal hiciéramos ya habríamos merecido el infierno, aunque todo quedara en posibilidad sin llegar a su realización. Pero Tú, Dios mío, no has interpuesto tu poder en la carrera humana a lo largo de su historia en su decurso ilusorio y alocado. Sin embargo, tras padecer tanto desatino, no le queda al hombre más remedio que echarse a tus pies llorando, ¡oh Dios bueno que nos has creado!
En realidad nadie puede saber exactamente si la catástrofe habrá de consumarse a través de las masacres que cada día se amontonan sobre nuestra conciencia o por vía de inventos humanos en apariencia inocentes. Será tu juicio devorador quien hará todo manifiesto.
Hay algo que nos resulta muy claro. Tú has querido que la historia humana tenga un término. Y esta historia se encamina inexorablemente hacia él. Pero, ¡oh Señor de toda clemencia!, ¿es que tengo que pensar que el fin de la historia acaecerá en el terrible holocausto? Pero aun en el caso de que tuviéramos que someter a tu augusto tribunal tanta locura, tendríamos aún entonces que reconocer que este suicidio absoluto es únicamente la manifestación de nuestro propio pecado, efecto de nuestra voluntad destructiva contra la tuya creadora. Todo ello no sería sino la frustración en nosotros mismos y por nosotros mismos de tu querer sobre nosotros, que desea que vivamos y sintamos la existencia recibida como regalo de tu amor sin medida.
Dios mío, si tal suicidio ocurriera, sólo sería obra de nuestras manos. Tú mantendrías alejado de él tu voluntad. Y es que nuestra libertad sufre a veces miopía y ofuscamiento, ilusoria aproximación al mundo, arrogancia extrema, tendencia a contar sólo con lo más superficial de nuestra existencia; por ello mismo no se da cuenta a menudo de que todo descansa en la potencia soberana de tu propia libertad, de tus decretos inescrutables. ¡Oh Dios de las misericordias!, haz que esta criatura tuya, tan pequeña y necesitada de tu conmiseración, apele al fin a su propia responsabilidad. Es muy cierto que está en nuestras manos evitar la aniquilación atómica de la humanidad. Que no nos entreguemos al juego fatal de una paz basada en el puro equilibrio del terror; que no nos resignemos a pensar que podemos escapar al desastre a través de puras negociaciones entre egoístas igualmente poderosos y arrogantes; que no renunciemos a tener coraje para asumir el escándalo de las Bienaventuranzas y del Amor de tu Hijo, manifestado máximamente en la Cruz.
De todos modos, Dios clemente, me acojo a tu misericordia. Si así te place, aniquílanos y pon fin a la sucia historia de la humanidad. Permíteme, no obstante, que te adelante una pregunta: ¿has permitido que la historia de la humanidad discurriera durante cientos de siglos para que todo termine ahora, justamente a dos mil años de la muerte de tu Hijo? A la luz del Evangelio hemos de pensar más bien que todo comienza ahora. Haz que la humanidad siga viviendo. Así y sólo así podrá rendirte gracias por tu inmensa gloria.
Para que todo esto sea una realidad, concede a todos los hombres valentía para comprometerse en la paz y en un desarme verdadero y sensato. Concede también a tu Iglesia el valor para enseñar no sólo de qué forma pueden astutamente conciliarse los diversos egoísmos, sino cómo se debe y se puede estar de parte de una justicia desinteresada; haz que la Iglesia sea capaz de proponer con claridad cómo es preciso actuar en favor de la paz por la aceptación de la locura de la cruz. Convierte el corazón de los poderosos para que dejen de tener como justas las bastardas apetencias que irremisiblemente los llevan a la pura autodefensa; que no se traicionen a sí mismos ni traicionen a los demás cuando dicen que prestan algún servicio a la causa de la paz, almacenando armas cada vez más horrendamente sofisticadas. Por último, te pido que seas Tú mismo quien nos enseñe a cada uno a vivir en la exigencia de todo cuanto conduce a una paz interior desinteresada e incondicional.

[Karl Rahner. Oraciones de vida. Publicaciones Claretianas. Madrid 1986, págs. 167-170]
 

¿Y cómo van a piar, los pobres?

Una amable bloguera me recuerda una entrada que realicé hoy hace justamente un año, a propósito de una foto sobre unos pajarillos muertos. Vuelvo para leerla y compruebo que, salvo que no me entienda a mí mismo, allí me expresé entonces tal como lo hice anoche cuando escribí mi última entrega. Únicamente hay una diferencia, entonces cabalgaba el caballo negro; hace un rato, el bayo.
Es curioso que al cuarto caballo del último libro de la Biblia se le atribuya un color que oscila de tonalidad, igual es “pálido”, que “cenizo”, “verde claro” o “verde amarillento”. Y es igualmente significativo que Alonso Schökel, ilustre y sabio comentador, afirme que este último, la muerte, es propiamente “la epidemia”,  que engloba las otras plagas, a saber: la victoria, la sangre y la guerra.
Los cuatro jinetes del Apocalipsis no es una escena que me atraiga particularmente del texto sagrado, salvo cuando escuchaba aquella música en tiempos poco claros;  era Aguaviva y sus terroríficos “El niño ha muerto”, “La ciudad es de goma”, “Niña de Hirosima”. “Me queda la palabra” era el final de aquel long play, que dejaba un resquicio abierto a la esperanza…
A mí me queda sólo la palabra.
Vengan todas las plagas que hayan de venir, -y aquí están, también en Oslo-, al personal parece no incomodarle demasiado, y de camino al descanso merecido en la playa o en la sauna, mira desinteresado a quienes parecen aletear, esos del 15 M, y pasa sin decir ni pío.
Los que de verdad ya no pueden hacerlo son los casi 90 asesinados en el país noruego, y los miles, por decir algo, de libios convertidos en daños colaterales, necesarios para que todo esto se mantenga.
Entretanto, los que tiene esa obligación sudan la camiseta con el ibex, el euro, la deuda, la quiebra amenazante… O se levantan de la mesa, y se largan dejándolo tal cual, tal vez esperando que cuando las cosas se pongan de su parte ellos puedan llevarse la mejor.









Estas cosas me suceden un día que luce el sol claro, pero todo lo demás permanece en la penumbra.

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