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Un buen asiento para un buen culo



Como casi toda mi vida colegial la pasé en el convento, en casa disfruté sólo de cama, cubierto y servilleta propios; el resto era comunal. Por eso cuando me salí de allá, para estudiar usaba el cuarto de estar, en la mesa de comer; o el cuarto del piano, sobre las teclas. Hasta que mi madre dijo basta, a este chico hay que buscarle acomodo. Y una mañana me llevó de compras y volvimos con un a modo de mueble librería cuya puerta se abatía y hacía de mesa. Los libros dentro, ocultos o a la vista, según como estuviera el tablero que los cerraba. Así entré en posesión de aquel salón, a medias con mamá. Cuando ella tocaba, yo escuchaba. Cuando yo estudiaba, ella dormía porque era muy de noche. Las clases eran por la tarde, y a mí nunca me ha gustado estudiar por la mañana.
Tenía un defecto, sin embargo, que en el comercio no dio la cara: aquella mesa era demasiado alta. Así que durante un tiempo usé el silletín giratorio del piano para estar a la altura. Pero luego me armé de valor y en una tienda de material de oficina que había en la antigua calle de la Constitución adquirí una silla de mecanógrafa, –perdóneseme pero así se llamaba entonces–, en escay negro.
La usé durante muchos años, incluso cuando a la vuelta de los madriles cursé empresariales. Luego me fui, y la perdí la pista.
Cuando volví a estar en casa, era mi hermano quien la disfrutaba con el ordenador. Y más tarde, mi madre, para ver la tele.
Como luego todo resultó ser mío por quedarme con la casa familiar, la silla volvió a ser de mi propiedad. Pero altamente deteriorada. No sólo el uso giratorio estaba encasquillado; el escay estaba acartonado y roto. ¿La tiro o la dejo? Y como no me he desecho de nada, salvo de lo que era del todo punto imposible sacar partido, la silla quedó.
Ahora me la he traído para esta casa. Y a fin de hacerla usable con dignidad, la he tapizado. ¿Cómo? En cuero negro. Una vieja prenda que alguien dejó en la nave, entre la ropa que traen y se llevan según necesidades, harta de dar vueltas y no llevársela nadie, ha servido para este menester.
Así luce esta silla sencilla, pero confortable. ¡Menudas notas he sacado apoyando mis posaderas en ella mientras los codos se apretaban con rabia*!

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*Un profe de filosofía que tuve solía decir para estimularnos a estudiar su asignatura: “Apretatis codis, discurrit que rabia”. Pues eso mismo.

Mariano Cibrán Junquera



Murió hace tres días. Ya me lo habían avisado, desde que Ángel hubo de sustituirle. Nunca supe gran cosa de él. Que había estudiado con Rahner. Que tenía libros y libros. Que era el cura de los gitanos. Que don Modesto, el antiguo Vicario General lo rescató del poblado muchas veces para que no muriera por enfermedad o de indigencia, porque lo daba todo.
De su etapa de Medina algo me contaron. ¡Cosas de Mariano!
Recuerdo su imagen desgarbada, su enorme cartera con la que asistía a clase en el teologado vallisoletano, su andar marchoso por el camino de acceso, y su cachimba, su eterna pipa humeante y olorosa. Nunca hablé con él. Si alguna vez nos cruzamos, no más de un escueto ¡buenos días!
Esta noche, ¡si habrán sido los reyes!, me ha dado por poner su nombre en google, y ha salido su esquela y este recorte del ABC ¡de 1971!



¡Qué tiempos! Aún los recuerdo, con un pie aquí y otro en Madrid, llenos de entusiasmo, interés, ilusión… y miedo. Era la Asamblea Conjunta. Yo, que era un seminarista simple, asistía como oyente a algunas cosas. Hablaban las vacas sagradas. Las unas y las otras. Si las primeras metían pavor, con éstas exultábamos de gozo. Eran tiempos de cambio al aire del Vaticano II.
Felipe Fernández Alía, de Ávila, y Mariano Cibrán, de Valladolid. Había otro de Salamanca, y en Segovia no recuerdo quién. Enfrente los de siempre, rotundos, dueños del asunto, inmóviles totales, fríos y decididos.
Reinaba por entonces en mi diócesis un jeque procedente de Jaén. No quiero ni decir su nombre.
Pasó aquella Asamblea y se apagó todo. No quedó ni un pequeño rescoldo.
Desde entonces esto es erial. ¡Mira que si estas lluvias de los reyes 2014 producen su efecto!


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Añadido interesado

Considero interesante conservar esto aquí, porque la memoria es débil y las "nuevas generaciones" quizás no han tenido oportunidad de bucear en esta parte de nuestra historia más reciente. Es de primera mano, y para mí Alberto Iniesta es de fiar.



No hay una lápida que lo recuerde, aunque lo merecía. El día 13 de septiembre, hace 17 años que se abría en el seminario de Madrid la asamblea conjunta obispos-sacerdotes. Entonces fue polémica y famosa. Hoy parece ya algo del siglo pasado. Yo mismo, que intervine en su preparación y su celebración, la he tenido un tanto olvidada hasta que la redacción de un libro sobre la Iglesia española en la actualidad, por encargo de Desclée de Brouwer, me ha obligado a releer las ponencias, estudiar las conclusiones y recordar sus incidencias. He vuelto a confirmarme en mi opinión de que aquél fue uno de los acontecimientos más importantes de la Iglesia española de todos los tiempos. Entonces supuso un gesto aperturista de los obispos españoles no ya reunirse entre ellos para tratar de los problemas del clero español en el posconcilio, como pensaron en un primer momento, sino convocar a los mismos sacerdotes para reflexionar juntos y juntos buscar los caminos para la aplicación del concilio en España. Aquello fue un trabajo a la vez titánico y metódico que duró varios años. La decisión la tomó la Conferencia Episcopal en 1966, la preparación comenzó en 1967 y su celebración tuvo lugar del 13 al 18 de septiembre de 1971.
El primer paso dado -con una encomiable actitud de realismo, de rigor metodológico y de amor, sin temor, a la verdad- fue la realización entre el clero de una encuesta que supuso una precisa y preciosa radiografía de este colectivo tan importante y decisivo para la renovación de la Iglesia española. La encuesta fue realizada por un equipo de expertos dirigido por Ramón Echarren, entonces director del Secretariado Nacional del Clero y hoy obispo de Canarias. Contenía nada menos que 268 preguntas, y aunque su respuesta tenía carácter voluntario tanto para las diócesis como para cada sacerdote, de hecho la respondieron 15.449, lo que equivalía a un 85% del clero, pertenecientes a 59 de las 64 diócesis españolas.
Después de este gigantesco análisis de la realidad, después del ver, procedía el juzgar, para lo cual se prepararon siete ponencias, con los siguientes títulos, bien significativos: Iglesia y mundo en la España de hoy, Ministerio sacerdotal y formas de vivirlo, Criterios y cauces de la acción pastoral de la Iglesia, Relaciones interpersonales en la comunidad eclesial, Los recursos materiales, al servicio de la misión evangelizadora de la Iglesia, Exigencias evangélicas de la misión del sacerdote en la Iglesia y mundo de hoy y La preparación para el sacerdocio ministerial y formación permanente del clero. Cada ponencia estaba preparada por un equipo de ocho o diez miembros, presbíteros y obispos. En ellas se hizo una especie de versión del reciente concilio aplicada a la realidad social, económica, cultural, política y religiosa de nuestro país y de nuestras diócesis, en la búsqueda de nuevos cauces de pastoral más adaptados a nuestro tiempo y nuestras circunstancias.
Estas líneas operativas -como si dijéramos, el actuar de la encuesta ya tradicional- se plasmaban en las 247 proposiciones aprobadas, en las que se dicen cosas como éstas, bastante llamativas para aquellos tiempos: "En la sociedad española hay en este momento problemas que deben preocuparnos como cristianos: la insuficiente realización de los derechos de la persona humana y la persistencia de graves desequilibrios económicos y sociales". Se pide "libertad verdadera de expresión de toda idea que no atente al auténtico bien común"; "derecho de libre asociación y reunión sindical y política, en un sano y legítimo pluralismo"; "participación responsable de todos los ciudadanos en la gestión y control de la cosa pública"; "respeto y promoción de los legítimos derechos de las minorías étnicas y de las peculiaridades culturales de los diversos pueblos de España"; "derecho a la objeción de conciencia"; "derecho a la integridad física que tutela al hombre de las torturas corporales o mentales", etcétera.
Dentro del campo eclesial, se afirma que "el sacerdote (...) tiene como grave deber (...) dar un juicio y orientación cristiana sobre los hechos y oponerse efectivamente a la injusticia con todas sus consecuencias. En estos casos no puede ser tachado de hacer política, sino que realiza una acción verdaderamente pastoral"; "la asamblea pide la supresión de toda intervención del Gobierno en el nombramiento de obispos"; "la acción pastoral exige una incorporación dinámica de todo el Pueblo de Dios: obispos, presbíteros, religiosos y seglares". Se considera urgente que se Ilegue cuanto antes hasta la constitución y seria eficacia de los consejos pastorales, parroquiales y locales, de zona o sector, y diocesanos realmente representativos; y buscar fórmulas adecuadas para su creación a nivel regional y nacional", y que "la Conferencia Episcopal (...) dé participación y consulta al Pueblo de Dios, valiéndose de órganos representativos (...) y equipos técnicos", etcétera.
La celebración de la asamblea estuvo presidida por los cardenales Tarancón, entonces arzobispo de Toledo, Quiroga Palacios, Bueno Moreal y Arriba y Castro, y tuvo como secretarios a Echarren, que entre tanto había sido promovido a obispo, y Guerra Campos, ambos entonces obispos auxiliares de Madrid. Si no me salen mal las cuentas, entre obispos y presbíteros asistimos 276 de todas las diócesis españolas. Y fue a causa de los delegados de mi diócesis de Albacete por lo que se celebró en el seminario y no en el Palacio de Exposiciones y Congresos de Madrid, como estaba previsto en un principio y ya comprometido. Nos parecía que tanto por su apariencia un tanto triunfalista como por su vinculación al Gobierno sería de muy mal efecto. Después de varios tira y afloja se encontró la solución del seminario, que luego se comprobó ser la más acertada.
El ambiente de aquellos seis días fue realmente extraordinario. No faltaron tensiones, pero predominó con mucho el trato fraternal entre obispos y presbíteros; el ambiente cordial, dialogante y constructivo; el espíritu de comunión y de amistad, juntamente con la actitud decidida de llevar adelante las reformas necesarias para renovar la Iglesia española y aplicar plenamente el Concilio Vaticano II.
Lamentablemente, tanto la prensa del Movimiento como algunos grupos progubernamentales promovieron -no sin vinculación y connivencia con un reducido número de clérigos ultraconservadores- una campaña de desprestigio de la asamblea como reacción a la orientación aperturista de las ponencias y conclusiones. Aun después de la aprobación de sus resultados por la XV Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal, que tuvo lugar en el mes de diciembre de ese año, todavía más adelante, en marzo de 1972, se produjo una operación rocambolesca.
Poco antes de celebrarse la XVI Asamblea Plenaria del Episcopado, del 6 al 11 de marzo, circuló un documento de descalificación de la conjunta, el cual se decía proceder de las más altas instancias del Vaticano. Aunque finalmente se deshizo aquella maraña y se desenredó el enredo, completamente urdido por grupos reducidos que trabajaron en la sombra pero con eficacia, lo cierto es que todas estas polémicas interminables vinieron a desinflar un tanto aquella ilusión y aquella esperanza que se había puesto en su celebración. De hecho, no parece que la Iglesia española hayamos sabido extraer de aquel acontecimiento toda la riqueza y toda la fuerza que encerraba. Eso no quiere decir, por otra parte, que no haya influido, al menos indirectamente, en la vida de la Iglesia española de este tiempo. Han pasado 17 años. Entre tanto, ha habido en España una transición política, se está produciendo un cambio cultural en nuestra sociedad y han ocurrido también diversos acontecimientos de carácter eclesial, como la visita de Juan Pablo II, el Congreso de Evangelización, la celebración de varios sínodos diocesanos, el relevo en la Conferencia Episcopal, etcétera. ¿Qué podría aportarnos ahora aquella asamblea conjunta?
Además de seguir siendo una fuente viva de sugerencias y orientaciones pastorales, pienso que acaso el mayor valor que pueda tener hoy para nosotros es el ejemplo de su misma realización. Lo que entonces parecía difícil o imposible se comprobó como una experiencia eclesial capaz de romper barreras, tender puentes, deshacer prejuicios, abrir los corazones al diálogo y al mutuo enriquecimiento. Los principios y declaraciones de los documentos y de los libros allí los vivimos y convivimos como una fuerza, como una presencia, como una gracia, como un sacramento.
Por eso me pregunto si aquello fue el final, un tanto malogrado, de un camino o una primera etapa para un camino más largo. Y sueño despierto pensando que aquella asamblea conjunta de obispos y presbíteros pudiese tener ahora su continuación en otra más conjunta todavía, en la que nos reuniéramos obispos, presbíteros y también representantes de los laicos de las diócesis españolas, así como de religiosos y religiosas. Hoy sería tanto más fácil cuanto que ya existen en nuestras iglesias cauces e instituciones de colaboración y de corresponsabilidad por los que se podría canalizar su preparación con la orientación y la presidencia de la Conferencia Episcopal.
Para una mayor expresividad eclesial, después de los días de trabajo y reflexión de la asamblea estrictamente tal, se podrían realizar algunas celebraciones masivas durante el fin de semana a las que se invitara a todos los católicos españoles que desearan asistir. Acaso podría ser una buena ocasión el ya mítico año 1992, en este caso no tanto para mirar al pasado cuanto para impulsar nuestro compromiso hacia el futuro en esta nueva España que convive dentro de una nueva Europa que necesita una nueva evangelización.
Puestos a soñar, ¿no sería ésta una magnífica oportunidad para que el Papa realizara una nueva experiencia de visita pastoral, acompañándonos no durante una celebración esporádica, sino asistiendo durante toda la semana? ¿Dónde mejor y en el menor tiempo posible se podría conocer en vivo y en su conjunto la realidad de una Iglesia tan rica, tan compleja y tan importante como es la Iglesia española?

Una cencellada de la que no queda ni rastro



Y yo, inútil de mí, fui sin cámara con la que dejar constancia. No me percaté de ello en la primera salida, dada la poca luz con que hoy amaneció. Pero en la segunda, camino viejo adelante, podía verse en todo su esplendor. A derecha e izquierda iba dejando la blancura inquietante camino de La Arbolada, adentrándome tras la niebla en lo más profundo. Pude, sin embargo, llegar a ella sin peligro porque no encontré a nadie que viniera o marchara. Soledad absoluta.
A la vuelta el sol había vencido a las nubes, y el color devino en dorado. Del blanco, sólo en mi retina.
Eso mismo tengo de otras muchas cosas, imágenes mentales, sólo recuerdo, pura nostalgia. Absoluta falta de documento que de fe y constancia de su existencia. Tanto que a veces pienso si fue real aquello, si ocurrió o fue apenas un sueño.
Algo tendrá que persistir, me digo; algún rastro siquiera. Habrá testigos que lo vieron y puedan ahora hablar de su existencia. No puede ser que se niegue.
Eso mismo pensaba anoche, mientras visionaba por la dos el reportaje sobre el apartheid sudafricano. Me impresionó ver abrumado al imponente obispo Desmond Tutu, llorando mientras escuchaba los testimonios de una y otra parte acerca de los horrores, la inhumanidad desatada en aquella mala época en la que blancos anulaban a negros, indios y mestizos porque sí, en la especie de comisión de la verdad y de la reconciliación que propugnó Nelson Mandela siendo presidente. Lo lograron allí y en otros lugares también, pero en tantos otros no. ¿Faltó valor, iniciativa, decisión? En muchos se truncó apenas iniciado. En demasiados, ni se planteó siquiera.
Es lo que tienen estas cosas, duran poco tiempo. Impresiona su belleza y dejan el corazón cálidamente confortado, aunque el termómetro indique seis grados bajo cero.

Tengo fallos de memoria, no soy desmemoriado



Los he tenido de auténtico campeonato. Los olvidos, quiero decir. Como aquella vez que hice esperar a toda la comitiva engalanada para la boda porque me dormí en la siesta y no supe cómo despertarme a tiempo. O cuando ni siquiera aparecí, y aguantaron esperándome hasta que se cansaron; aquella celebración hubo que posponerla. Se trataba de un bautizo.
Despistes he tenido para dar y contar. Pero, ¡hombre de dios! apunta las cosas. Y ¿qué adelanto con apuntarlas, si luego no miro los papeles?
Ahora suelo decir que me refresquen la memoria avisándome un poco antes de los acontecimientos. Pero siempre hay quien piensa que lo suyo, lo que sea, es único y es imposible de olvidar. Y servidor en eso no hace distingos…
Ayer tarde me disgusté muy seriamente conmigo mismo. Olvidé el aniversario de Ramón. Lo habíamos hablado Tere y yo el domingo pasado; el sábado era buen día porque podía juntarse casi toda la familia. Bien, pues el sábado.
El sábado estuve dándole vueltas durante todo el día a la celebración de hoy, que concluye la catequesis. Y como las fechas han venido este año algo desajustadas, terminamos un poco más tarde y ya la gente ha entrado en desbandada. Estaremos los que estemos, pero hay que hacer lo que hay que hacer. Y tantas vueltas lo di, que Ramón se me pasó. Ahora eso sí, lo de mañana está atado y bien atado.
Resulta pues que llegó la parte que se llama “memento de difuntos”, que es cuando se dice en voz alta el nombre de la persona o personas que se quieren recordar, y pasé de corrido a otra cosa mariposa. Fue terminar la plegaria y darme cuenta de la omisión.
¿Olvidarme de Ramón? Eso no se lo cree nadie. No puede ser y además es imposible. Desde hace tres años duermo envuelto en las sábanas que me regaló Tere por encargo suyo. Cada vez que miro la hora en el reloj de pared veo el belén de madera de radal* que me trajeron ambos de su viaje argentino. Y, por si hiciera falta un tercer motivo, es la única persona que me esperó para morirse.
Sí, soy muy fallón; de siempre, no por decrepitud. Despistes, lo llamaba mi madre; porque ella bien sabía que cuando meto en mi cabeza más de una cosa, a partir de la segunda todas pueden darse por amortizadas.
Terminé la ceremonia con Ramón en la boca. Otros días sólo lo tengo en el corazón.
Suerte tiene Ramón de haber creído y confiado en la Vida. Nunca caerá en el olvido. «Acaso olvida una mujer a su niño de pecho, sin compadecerse del hijo de sus entrañas? Pues aunque ésas llegasen a olvidar, yo no te olvido. Míralo, en las palmas de mis manos te tengo tatuado». (Isaías 49, 15-16).




* El radal, raral o nogal silvestre, (Lomatia hirsuta), es una especie botánica de árbol siempreverde de la familia de las Proteaceae. Crece en los bosques templados de Chile, y de Argentina, entre los 35° y los 44º de latitud Sur. En Chile crece desde la IVª a la Xª región.

¿Suerte, o mala suerte?


¡Qué suertudos! gritábamos los de mi equipo al caer derrotados por los contrarios. Un sábado sí, y otro también. Era el día en que teníamos deporte en los campos de allende el río. Ni siquiera conseguíamos un empate; indefectible, ellos ganaban.
¡La suerte! Esa palabreja que no sé en realidad qué significado tiene, la he escuchado a lo largo de mi vida demasiadas veces. Incluso yo la he utilizado también de cuando en cuando. Aunque poco, la verdad.
Por ejemplo, cuando a mi hermano le correspondía escoger primero, o le apartaban la parte más grande, o le llevaban los abuelos de viaje, o se iba con tío Marce al estadio a ver al Real Valladolid, o sencillamente cuando porque era mayor que yo tenía voz y voto en tanto que yo sólo oír, ver y callar.
¡Vaya suerte!, seguramente imaginé en mi interior mirando a quien se ennovió con una chavala, convencido de que esa posibilidad me estaba vedada. Incluso me parece recordar, como en sueños, haberlo verbalizado, y que alguien al escucharlo me reprendió, no sé si cariñosa o ásperamente.
¡Qué suerte! pensé el día en que mis compañeros fueron ordenados, enrabietado y sin saber por qué yo estaba en el dique seco,  ignorante de qué secretos de mi vida me impedían estar junto a ellos en aquellos momentos.
¡Eso es suerte! rumié otro día, mucho tiempo después, cuando participaba en la celebración de la dedicación de una iglesia que llevaba como párroco otro compañero, cuyo coste de construcción había corrido en su totalidad por cuenta de la administración diocesana, en tanto la nuestra la estábamos haciendo nosotros por nuestros medios, y aún faltaba la tira por hacer.
Ahora, al mirar hacia atrás, no echo de menos esa suerte –o su ausencia– que invoqué en ciertos momentos. O tal vez sí. En todo caso ni le culpo ni le atribuyo valor alguno. Las cosas me han salido como tenían que salirme, unas tras mucha reflexión y otras en un pronto irreflexivo. Siempre, sin embargo, dando todo, cerrados los ojos no para no ver, sino para embestir mucho mejor; empeñado en tirar para adelante y decidido a no dejarme acogotar ante ningún obstáculo.
Viene esta exposición a cuento de unas palabras que he escuchado a José Mourinho, técnico del Real Madrid, aduciendo que “la suerte ha marcado la diferencia” en el encuentro de fútbol Real Madrid – Barcelona. Su equipo perdió. No vi el partido, entre otras cosas porque aproveché el follón de ese encuentro para disfrutar de la piscina vacía y toda disponible para mí. Pero los retazos que luego han reproducido por la tele del fútbol desarrollado por ambos equipos no dan lugar a engaño: ¿al saber lo llaman ahora suerte?
Esta mañana, cantando con mi gente Las mañanitas a la Virgen de Guadalupe, al final de la celebración de la Eucaristía, al percibir que el vocerío tipo karaoke apenas dejaba oírse a la instrumentación musical de la megafonía, fui consciente de lo agraciado que soy, que he sido durante toda mi vida, y que no tengo motivos para pensar que no lo sea en el futuro.


¡Tiene gracia que yo sea afortunado!             




¿Que dónde estaba el 11-S?


Hay preguntas que no merecen contestarse, pero en ocasiones se hace necesario darles respuesta, aunque lo que en realidad nos gustaría es decirle a la persona que interroga si está tonta, o está tonta.
Por supuesto que al hacer esta pregunta, planteada en un diario de ámbito estatal, que a su vez lo toma de un medio internacional, nadie pretende enterarse de en qué estábamos entretenidos el día 11 de septiembre de 2001 a la hora de comer, más o menos. Intenta hacernos caer en la cuenta de la importancia que le hemos dado al ataque contra el Center neoyorquino y otros lugares estratégicos de EEUU de América del Norte.
Parten del presupuesto, -esto lo supongo, que no lo sé-, de que tal hecho ha marcado por entero la vida de todo ser humano. Y casi seguro que no se equivocan. Pero, planteada así la preguntita, tiene bemoles.
Por supuesto que recuerdo aquel día, como recuerdo dónde estaba, con quién, qué hacía, y qué hice a partir de aquel momento. Ya lo he narrado en este blog, y también he expresado lo que se me ocurrió a partir de las imágenes que recibí y luego de la información que pude recabar. Todavía, diez años después, sigo perplejo.
Hay momentos de mi vida que no olvido. De unos recuerdo fechas, de otros circunstancias de lugar y modo, de la mayoría unos detalles significativos. Supongo que esto se debe a la manera como han influido en mí, a la trascendencia que han supuesto para mi vida a partir de ese momento, de lo ansioso que estaba porque sucedieran o de la sorpresa con que los recibí y digerí.
Este hecho, el 11 S, no pertenece a ninguno de ellos. Es punto a parte. Vivo en la creencia de que no ha tenido ninguna repercusión en mi persona, a pesar de que el mundo y la historia han quedado marcados para siempre. Tal vez me ocurra que aún no he terminado el período de duelo que los expertos afirman que si no se concluye correctamente sigue ahí coleando per saecula saeculorum. Tal vez.
Los hechos que recuerdo como significativos de mi existencia, y de cuyas circunstancias podría pormenorizar detalles nimios, son estos que ahora voy a enumerar por orden cronológico:
- El día que maté un pollo con un palo y mi tía Susi me encerró en el ropero. Menuda regañina le endilgó mi madre cuando llegó a casa. Tenía cinco años, vivíamos en una finca a las afueras, y mi madre no echó aquel día a su hermana de casa de purito milagro.
- Mi primera comunión. Fui feliz, rodeado de mi familia más cercana. Un auténtico “ángel”. 19 de mayo de 1955. Siete añitos recién cumplidos.
- Mi primera noche en el convento. Todos me habían felicitado cuando dije que me iba para allá, pero entonces me la pasé entera llorando bajo las sábanas.
- El día que me salí del convento. Más contento que unas pascuas. Lo malo fue que todo el resto se lo tomó muy mal.
- El día que me enamoré como una cosa tonta. Como para no recordarlo, con el subidón que tuve y lo que me duró tal trauma. No cuento más, top secret.
- El día que me llamó mi madre para decirme que mi padre tenía cáncer. Tenía yo 22 años y estaba de exámenes de junio. Año 1970, si error.
- El día que me dijo Don José, mi Arzobispo, que el domingo de la semana siguiente me ordenaba. Era sábado, 7 de junio de 1975, 17:30 horas. ¿Sabéis lo que es preparar algo de festejo y avisar a las amistades en tan poco tiempo? Ahora las cosas se hacen con un año mínimo de antelación. ¡Tiempos!
- El día que Don José me ordenó: 15 de junio de 1975, en la catedral. ¡No me lo creí! ¿Yo cura?
- El día que celebramos la Eucaristía en la vaquería travestida de capilla. Fue en el patio porque no cabíamos en otro sitio. Fue el 29 de junio de 1981 y hacía un sol de justicia. Un día completo, tras varios meses de mucho trabajar en derribos y similares.
- El día que me nombraron párroco de una parroquia sin iglesia, algo así como capitán de barco sin ni siquiera barquichuela: 15 de agosto de 1984, y me acompañó José Velicia.
- El 11 de mayo de 1999 ofrecí a mi Arzobispo, Don José, un templo nuevo que entre todos habíamos construido, para uso parroquial. Nadie nos dio un duro, tampoco yo daba una peseta por nuestro proyecto cuando nos lo planteamos. Pero lo conseguimos.
- El fallecimiento agónico de mi madre. Un sábado, vísperas de La Ascensión. Eran las 20:00 horas del 7 de mayo de 2005.
- La dormición de mi padre (sic), un domingo, a las 12:30 horas. El 10 de julio de 2005. Dejé el altar vacío y a mi gente esperando, y salí escopetado. Me llevaron en volandas.
Tengo espacio disponible, pero ya no espero que me ocurran sucesos que merezcan la pena tomarse la molestia de anotar. Eso creo al menos.
El 11-S, como el 11-M, cabe la posibilidad de volverse a repetir, habida cuenta de que según la ley de Murphy todo lo malo que pueda suceder, con toda seguridad sucederá. Llevo tiempo armándome para que ya nada me sorprenda.

Un banco para los recuerdos

Ni en mi familia ni en mi entorno tengo enfermos de Alzheimer. Este mal, sin embargo, está afectando cada vez a más personas, y no precisamente por razón de edad.
Parece, sin embargo, que no hay suficientes estímulos para que se investigue por encontrar remedio o atrasar lo más posible su fase más aguda.
Este debe ser el principal motivo de la creación del Banco de recuerdos. Tiene patrocinadores de tronío y no se han quedado cortos a la hora de hacerlo notorio por los medios.
La idea no parece mala, aunque la concreción se quede, al menos a primera vista, en simple chorradita.


Consiste la página en un enorme mueble cajonero provisto de compartimentos de todos los tamaños, formas y colores, donde se introduce un dato, -texto, foto o vídeo-, que se desea conservar contra la barrera del tiempo y de la enfermedad. Así, pues, cada cajón contiene una ficha con el nombre de la persona, y el recuerdo que se pretende inolvidable.
La finalidad principal es dar un toque de atención para que la sociedad tome nota de lo que se avecina si no se investiga más: perder los recuerdos, anular la memoria, convertirnos en seres sin pasado.
Yo he hecho uso de uno de esos cajones, el que me han asignado. Ni tiempo tuve de fijarme bien para recordarlo. Estoy a la espera de que se me apruebe lo depositado en él, y mientras tanto curioseo un poco mirando lo que el personal ha ido dejando. Hasta ahora no he encontrado nada reseñable. Veremos en qué queda.
Sin embargo he encontrado un lugar donde parece que lo están aprovechando. Una residencia de mayores de La Cistérniga, Residencia Santa Teresita, ha incluido esta página web en sus actividades, y sus residentes se apresuran a rebuscar en los rincones de su memoria para encontrar detalles que ahora les parecen reseñables y conservables para la posteridad.
Mientras redacto estas líneas me llega un correo agradeciéndome haber donado algo mío para ese acervo memorístico:

Compruebo que me han destinado a un cajón sencillo, en lo que parece madera de roble, sin tirador y con un rebaje en la parte superior para introducir la mano y poder abrirlo.
Pues no va a ser que sea el mismo. Cada vez que busco mi recuerdo se abre un cajón diferente. Se conoce que el mecanismo interior juega al despiste, e impide recordar dónde deja uno sus recuerdos. ¿Será ésta la mejor terapia? Yo al menos en mi armario ropero tengo un desorden organizado y recuerdo dónde tengo los calzoncillos, dónde las camisas y dónde los pañuelos. Pero aquí…
En fin, que Internet da para bastante.

Caló el chapeo, requirió la espada, miró al soslayo, fuese, y no hubo nada.


He tenido un pronto y no he podido resistirme. Hace ya un tiempo leí, en un ABC de los que compraba mi padre y luego dormitaban en la parte de abajo de la mesa del comedor acartonándose el papel con el sol del medidodía, un artículo, a propósito de no recuerdo qué cosa, que utilizaba un soneto de Cervantes, para referirse a quien alardea en palabras, pero se para en seco cuando el discurso parece que lleva a mayores.

Empezaba así, ya que Internet es la madre de todas las sorpresas y de incluso cualquier desmemoriado sin remedio: "ADMIRÁBASE un caballero de la grandiosidad del túmulo del Rey Felipe II en Sevilla y enfatizaba, según el famoso soneto de Cervantes: «Apostaré que el ánima del muerto, por gozar este sitio, hoy ha dejado la gloria donde vive eternamente». Y el propio autor aprovecha el último terceto y el estrambote para prevenirnos contra las fanfarronadas: «Esto oyó un valentón y dijo: «Es cierto cuanto dice voacé, seor soldado, y el que dijere lo contrario miente». Y luego, incontinente, caló el chapeo, requirió la espada, miró al soslayo, fuese y no hubo nada.» Esa suele ser la conducta del charlatán, jactancioso, baladrón, perdonavidas, bravucón, arrogante, parlanchín, bocazas, pendenciero. O, lo que es lo mismo, de quien fácilmente y por causas nimias arma camorras y pendencias, del que habla mucho y sin oportunidad, del que dice lo que debía callar, del que siendo miedoso, blasona de valiente…" Y lo firmaba Luis Ignacio Parada el 11 de marzo de 2005.

En realidad sólo me acordaba de los dos últimos versos del soneto cervantino, y creo que la razón reside en que se me quedó grabada la lista de sustantivos que el tal Parada engatilló, más bien ensartó, con, a mi modo de ver, sabia maestría y gracejo literario: charlatán, jactancioso, baladrón, perdonavidas, bravucón, arrogante, parlanchín, bocazas, pendenciero… A los que bien podría haber seguido añadiendo, porque nuestra lengua da para eso y para más, agresivo, alborotador, altanero, altivo, autosuficiente, belicoso, boceras, cacareador, camorrista, chivato, chuleta, chulo, comprometedor, creído, desdeñoso, despectivo, despreciativo, duro, encopetado, engreído, envarado, fachendoso, fanfarrón, farolero, fatuo, gallito, gárrulo, hablador, imperioso, impertinente, incitador, inmodesto, insolente, matamoros, matasiete, matón, orgulloso, peleón, petulante, presumido, presuntuoso, provocador, quisquilloso, soberbio, tieso, valentón, vanidoso… Y no sigo porque no quiero repetirme.

Dado que no conocía íntegro el soneto he buscado y he encontrado esto, que me ofrezco a mí mismo como premio por recordar algo tan sin ánimo de lucro, que es que ni siquiera se come. Y digo yo, ¿cómo me he acordado de esto, a mis años y después de tanto tiempo transcurrido? ¡A ver si resulta que conforme envejezco me encuentro cada vez más joven! Ja, ja, ja…

Y resulta que no sabía que su autor es

Miguel de Cervantes
Miguel de Cervantes Saavedra tuvo una vida azarosa de la que poco se sabe con seguridad. Nació en Alcalá de Henares (Madrid), probablemente el 29 de septiembre de 1547. Pasó su adolescencia en varias ciudades españolas (Madrid, Sevilla) y con poco más de veinte años se fue a Roma al servicio del cardenal Acquaviva. Recorrió Italia, se enroló en la Armada española y en 1571 participó con heroísmo en la batalla de Lepanto, donde comienza el declive del poderío turco en el Mediterráneo. Allí Cervantes resultó herido y perdió el movimiento del brazo izquierdo, por lo que fue llamado el Manco de Lepanto. En 1575, cuando regresaba a España, los corsarios le apresaron y llevaron a Argel, donde sufrió cinco años de cautiverio (1575-1580).Liberado por los frailes trinitarios, a su regreso a Madrid encontró a su familia en la ruina. Se casa en Esquivias (Toledo) con Catalina de Salazar y Palacios. Arruinada también su carrera militar, intenta sobresalir en las letras. Publica La Galatea (1585) y lucha, sin éxito, por destacar en el teatro. Sin medios para vivir, marcha a Sevilla como comisario de abastos para la Armada Invencible y recaudador de impuestos. Allí acaba en la cárcel por irregularidades en sus cuentas. Después se traslada a Valladolid. En 1605 publica la primera parte del Quijote. El éxito dura poco. De nuevo es encarcelado a causa de la muerte de un hombre delante de su casa. En 1606 regresa con la Corte a Madrid. Vive con apuros económicos y se entrega a la creación literaria. En sus últimos años publica las Novelas ejemplares (1613), el Viaje del Parnaso (1614), Ocho comedias y ocho entremeses (1615) y la segunda parte del Quijote (1615). El triunfo literario no lo libró de sus penurias económicas. Dedicó sus últimos meses de vida a Los trabajos de Persiles y Segismunda (de publicación póstuma, en 1617). Murió en Madrid el 22 de abril de 1616 y fue enterrado al día siguiente.

Al túmulo del Rey Felipe II en Sevilla

Voto a Dios que me espanta esta grandeza
y que diera un doblón por describilla;
porque ¿a quién no sorprende y maravilla
esta máquina insigne, esta riqueza?

Por Jesucristo vivo, cada pieza
vale más de un millón, y que es mancilla
que esto no dure un siglo, ¡oh gran Sevilla!,
Roma triunfante en ánimo y nobleza.

Apostaré que el ánima del muerto
por gozar este sitio hoy ha dejado
la gloria donde vive eternamente.

Esto oyó un valentón, y dijo: "Es cierto
cuanto dice voacé, señor soldado.
Y el que dijere lo contrario, miente."

Y luego, incontinente,
caló el chapeo, requirió la espada,
miró al soslayo, fuese, y no hubo nada.

Calla y escucha. Y calla



Tengo 84 años.

Nunca se lo he dicho a nadie.

Es la primera vez que hablo de ello.

Desde los cinco hasta los quince años un tío mío soltero que vivía en casa abusó de mí.

Ni a mi madre, y mucho menos a mi padre.

Si lo sabe, allí mismo lo mata, y habría sido una desgracia para todos.

Me hizo mucho mal.

La mili fue mi liberación.

Ni por un momento me lo he podido quitar de la cabeza.

Ahora, todo está perdonado.

¡Hagamos lo imposible!



A vosotros que seguís con entusiasmo
sin saber muy bien hacia dónde vamos;
a vosotros que os pesan las normas y leyes
y habéis empezado a desprenderos de ellas;
a vosotros que no tenéis miedo a ser libres
y amáis de corazón a toda persona;
a  vosotros os llamo amigos.


A vosotros que escucháis mis palabras
y les dais crédito aunque os suenen extrañas;
a vosotros que acogéis mi Espíritu y proyecto
y con esmero buscáis su crecimiento;
a vosotros que os habéis sacrificado
sin esperar recompensa ni reconocimiento;
a vosotros os llamo amigos.


A vosotros que os reunís en mi nombre
y evocáis mi presencia, vida y sueños;
a vosotros que a pesar de dudas y cansancio
dejáis la tranquilidad de la tierra conocida;
a vosotros que transitáis fronteras con temor
pero despiertos y en mi compañía;
a vosotros os llamo amigos.


A vosotros que no hacéis ascos a lo desconocido
y os adentráis hasta sus entrañas para conocerlo;
a vosotros que dais la cara, arrimáis el hombro
y echáis una mano a quienes aparecen en las aceras;
a vosotros con quienes se puede contar
para toda causa buena, justa y humana;
a vosotros os llamo amigos.


A vosotros que exploráis y cuidáis la realidad
e intentáis transmitirla mejorada;
a vosotros que no os dejáis pervertir
a pesar de vivir en orillas y fronteras;
a vosotros que habiendo salido de vuestra tierra
os negáis a ser extranjeros y a vivir explotados;
a vosotros os llamo amigos


A vosotros que a pesar de vuestra debilidad
no cejáis en vuestro anhelo de caminar;
a vosotros que os mantenéis firmes
y cultiváis  experiencias de solidaridad;
a vosotros que no renunciáis  a la utopía
y camináis siguiendo mis huellas hacia el Reino;
a vosotros os llamo amigos.

Florentino Ulibarri



Fue en jueves

Jueves Santo



Mantener siempre atentos los oídos
al grito de dolor de los demás
y escuchar su llamada de socorro,
es solidaridad, solidaridad, solidaridad.

Mantener la mirada siempre alerta
y los ojos tendidos sobre el mar
en busca de algún náufrago en peligro,
es solidaridad, solidaridad, solidaridad.

Sentir como algo propio el sufrimiento
del hermano de aquí y del de allá,
hacer propia la angustia de los pobres,
es solidaridad, solidaridad, solidaridad.

Llegar a ser la voz de los humildes,
descubrir la injusticia y la maldad,
denunciar al injusto y al malvado,
es solidaridad, solidaridad, solidaridad.

Dejarse transportar por un mensaje
cargado de esperanza, amor y paz,
hasta apretar la mano del hermano,
es solidaridad, solidaridad, solidaridad.

Convertirse uno mismo en mensajero
del abrazo sincero y fraternal
que unos pueblos envían a otros pueblos,
es solidaridad, solidaridad, solidaridad.

Compartir los peligros en la lucha
por vivir en justicia y libertad,
arriesgando en el amar hasta la vida,
es solidaridad, solidaridad, solidaridad.

Entregar por amor hasta la vida
es la prueba mayor de la amistad,
es vivir y morir con Jesucristo,
es solidaridad, solidaridad, solidaridad.


Monseñor Leónidas Proaño


Pincha en el botón de la música del blog para quitarla y pincha en esa flechita del medio para escuchar esta otra música.





Han suprimido a Labordeta, en su lugar pongo a Rosana, no es lo mismo, pero…

Sigue teniendo sentido…

No sé por qué motivo, pero hoy he vuelto a recordar. Tal vez ha sido el comentario de mi compañero de al lado, Fernando Manero, o puede que haya sido un artículo colgado en Atrio por Eloy Isorna, o sencillamente el bueno de Leonardo Boff con su escrito semanal en Koinonia. El caso es que me ha entrado cierta añoranza, melancolía, nostalgia, tristeza, pena… o similar.

¿Qué decir? Más que palabras, escuchemos esta melodía, esta canción. Para algo más que para adorno nos pusieron las orejas, ¿no Clares?

Es Bob Dylan:





Fue Julita, cómo no, la que me hizo llegar esta preciosa composición.
Siento que la música no vaya sincronizada, pero desde el mismo blog la podéis disfrutar.

He dicho uno, y ahora van dos, para que sean tres

Ya sé que no es responsabilidad mía, pero me toca en lo que me toca. Vamos allá.

No es nuevo, que ya es sabido. Pero sentirse Iglesia y que ésta aparezca tanto en los papeles y en el aire como “la perra guardiana de la salud moral de la humanidad”, es cosa que me pone de los nervios. Hay dos motivos del momento que ahora me ocupan, y son éstos:

1º. El tema de la homosexualidad a nivel planetario. Resulta que la ONU propone despenalizarla. Lo propone quien lo proponga. Y en lugar de todos a una, va la Iglesia (se entiende que alguien del Vaticano) y cogiéndosela con papel de fumar dice que no, que pueden pasar cosas más gordas y puede ser peor. Pero ¡qué osadía!, se ve que están leyendo en algún manual lo que es derecho natural, que lo debe guardar alguien de esa santa casa para consultarlo de cuando en cuando, y desde ahí pontificar a diestro y siniestro para que el personal sepa lo que vale un peine y reconozca quién es aquí quien tiene la única autoridad moral… y real.

¿Por qué no se enteran de una vez?: no les piden que bendigan, sólo que no sea delito perseguible y encarcelable o ejecutable, vamos que dejen en paz a quienes así sienten y viven y son felices y no se meten con nadie. O sea, así de fácil, así de humano, así de evangélico…

2º. La Cope y su otro perro rabioso (y perrillos, que debe haber más). Confieso que no la escucho. Si accidentalmente al mover el dial doy con ese número oigo siempre tales exabruptos que, aunque esté solo, me pongo colorado, vamos que se me sube el pavo, de pura vergüenza ajena y también propia. Porque pensar que esa emisora nació en el seminario de mi ciudad para acercar el evangelio a la gente, y que ahora haya llegado a ser lo que es, me obnubila la mente y me entristece el corazón.

Y ahora vienen a decir que es libertad, que tiene autonomía, cuando mi gente sencilla se lo traga todo porque “es de la Iglesia”, y oyen la misa y rezan el rosario…

No tengo que imaginar lo que diría el Jesús en quien yo creo. Lo sé. Cogería, no cuerdas, no, sino algún explosivo ad hoc y lo haría estallar en mil pedazos, eso sí, respetando al personal, que también es de Dios.

Porque hay que ser majadero, y usurpador, y cafre, y antievangélico, para mantener ese discurso y esos modales y esa retórica, y esos retruécanos, en vez de ser lugar de paz, de sosiego, de animación sana y vital, de entusiasmo, de alegría, de humanización por evangelización cristiana…

En fin, que el día está aquí triste, y se ha entristecido un poquito más.

Pero confío de veras, que pronto, muy pronto, salga el sol de nuevo.

He visto una peli

Anoche vi una película, que fui invitado por Asun que me dio las entradas para la Seminci. Yo creí que iba a estar lleno el Calderón, que ponía ya no hay entradas para la sesión de las 22:00 horas, pero qué va, que había sitio de sobra en el patio, y casi todas las plateas y demás estaban como el queso de gruyère o más, casi vacías. Misterio (?).

El caso es que vi "La buena nueva", de Helena Taberna. Una navarra de una pieza, una tía fetén.

Trata la historia de una historia real, escrita por un cura que lo fue en su Navarra natal, de párroco en Alsasua durante los años 30 y pico. El ayuntamiento socialista y los azules y requetés a la sombra agazapados. Y se arma el tiberio y hay fusilamientos y dolor y ruptura y mala baba y lágrimas y soledad. El cura en medio, ¿de dónde? ¿del seminario? ¿de Roma? No. Viene del orfanato. Y se acerca al dolor, y lo hace con humanidad, es decir con ternura, con decisión, con recursos, con amor. Y se acerca al horror, y lo hace con humanidad, que es gallardía, hombría, bondad, valentía.

Pero los dos bloques son roca dura, fría, inmóvil e inmovilizadora.

Y el curita recoge cosas, y cava y abona, y pinta y anima a coser y coser para recomponer, para aliviar, para acompañar, para abrazar…, para besar.

Al final, ante la sima siniestra y acogedora de la humanidad rota, él y con él las que guardarán la memoria. En otra parte, un ritual impresionante, im-presionante, aplastante, demoledor, horrible, que mete miedo de que vuelva a emerger en la historia monstruo tan deshumanizante.

No tengo nada que decir de técnica de cine, que no tengo ni pajolera idea. Sí sé que se me lloraron los ojos, en silencio, en la oscuridad, por sentir y por doler. Pero también porque al final, ¿será siempre esa la solución?
¿El que se topa con la institución tiene que irse por fuerza? ¿No cabe posibilidad de cambiarla desde su interior, aunque sea con sangre, sudor y lágrima? ¿Hasta dónde puede y debe llegar la fe, la confianza, le esperanza, la CARIDAD? ¿Hasta dónde no puede y no debe llegar aunque se trate de la propia vida?

El resumen de la película está aquí: Resumen más o menos bien hecho de La buena nueva

Información adicional, y muy esclarecedora e interesante

Y esto es un corolario, que puede sobrar, o no, según se mire

Cosas de pueblo

Llegó con su melena, tampoco tan larga, y sus barbas, tampoco tan descuidadas. Pero llegó, no con miedo, no, más bien con prevención y, sobre todo, con timidez, mucha timidez. Iba mandado, y no sabía bien a dónde iba.

Saludos, buenas palabras, mejores deseos… Apretones de mano, palmadas en la espalda, algún beso en el reverso de la mano derecha, tal vez un Dios le bendiga… Un poco azorado, de tú, oye, de tú, que es mejor, mucho más fácil…

Pasó algún día. Había que comer. Ni bar de comidas, ni tienda, ni comercio diario, que llegaba a días, carnicero, fresquero, frutero…, sólo el pan. Así que repitió la costumbre del anterior: encontrar casa donde pudiera compartir mesa, o al menos la comida, pagada por supuesto.

Recorrido matutino, nada. Recorrido vespertino, también nada.

Al tercer día, una anciana hermana de un obrero del campo jubilado se prestó a darle de comer durante algún tiempo, hasta que hubiera más suerte. ¡Qué comidas! Ella de pie, al lado, esperando que él acabara la sopa, para servirle el pescado. Luego el postre. ¿Le ha gustado? Estaba todo muy rico, muchas gracias, pero yo preferiría que no estuviera así, que se sentara conmigo… Ella nerviosa no sabía qué decir. Eso no podría ser, eso no estaría bien. No hubo más. Y así pasaron otros días.

Un día, tal vez el décimo, o el vigésimo quinto, entró en su casa, ella bajita, ni morena ni rubia ni castaña, sonriente y avergonzada, a su lado dos hijas como dos castillos de jóvenes, de llenas, de guapas, de altas, y también la pequeña, Elena, de unos 6 ó 7 años. Que si podría acogerme…, que sí, que lo hemos hablado en casa y que sí que venga usted con nosotros que donde comen cuatro comen cinco. Eran siete, el matrimonio, tres hijas y dos hijos. El hombre de la casa está con el ganado en el campo, que es pastor, llegará muy tarde, pero ya está hablado. Él se emocionó como hacía tiempo que no se emocionaba, y mira que el puñetero era reacio a las emociones, tanto que las ocultaba hasta hacerse daño. Por fin ya no comería solo, charlaría, reiría, trataría de ser uno más entre todos ell@s.

Y fue feliz en aquella casa.

Os recuerdo, os quiero: Nicolás, Fidela, Miguel Ángel, Mercedes, Manoli, Darío y Elena.

Fueron su familia, su nueva familia… durante aquellos dos años, y bastantes más.

Por lo demás, los chavales, digo chavales y chavalas. Baloncesto en el patio del ayuntamiento. Paseos por el valle en bici, a pie o en coche. Llegaron a viajar en el pobre cacharro más de 15, ¿cómo? milagro de la multiplicación del espacio (Tranquis, que íbamos por caminos y similares). Ping-pong en la cuadra de la enorme casa rectoral convertida en sala de bailes y otros menesteres. Tardes viendo la tele en el teleclub. Y música. Porque tenía guitarra. La única del pueblo, al menos no se sabía que hubiera otra. Y por supuesto los monaguillos, los mismos que participaban en todo lo demás.

Un día llegó nuevo un señor, y señora por supuesto, que compró casa de larga historia y bella planta, vamos casa solariega. Y este señor que venía a vivir no, venía de vez en cuando. Y luego llegó otro señor, ya no sé si con señora, que resultó hermano del anterior. Andaba mucho por el campo, tomaba el sol, se mojaba con la lluvia y era como distinto.

Y un día se le acerca este señor y como no queriendo la cosa empieza a hablar y a preguntar, qué, cosas del pueblo. Y en éstas va y le dice: en este pueblo pasa algo raro. Los chavales, las chavalas, cantan cuando van por ahí ¡a desalambrar, a desalambrar, que la tierra es mía, tuya y de aquel!, y soldadito de Bolivia, soldadito boliviano, y en mi pueblo sin pretensión tengo mala reputación, y voy a cantar el corrido de un hombre que fue a la guerra, y carne de yugo ha nacido, y vamos por ancho camino, nacerá un nuevo destino, ven, y muy bien, voy a preguntar por ti, por ti, por aquel, y te recuerdo amanda, la calle mojada, y me lo decía mi abuelito, me lo decía mi papá, y si he perdido la vida, el tiempo, todo lo que tiré como un anillo al agua, y andaluces de jaén, aceituneros altivos, y tú y yo muchacha estamos hechos de nubes, y nuestras horas son minutos cuando esperamos saber, y tú no puedes volver atrás porque la vida ya te empuja, y cuando ya nada se espera personalmente exaltante, y ciego que apuntas y atinas, y pues es amarga la verdad, y hace mucho el dinero, y levántate y mira la montaña…, que digo yo que esas cosas no las aprenden en la escuela del pueblo, que dónde las habrán oído. Y le mira, con media sonrisa que no lo es, tampoco media mueca, y continua preguntando cosas del pueblo.

Y siguió la historia aquella en aquel pueblo.

Ha pasado el tiempo y él se pregunta qué será de aquellos chavales y chavalas, qué cantarán si es que aún cantan, qué vivirán si aún viven. Y también se pregunta por aquel señor preguntón, que ni sonreía ni ná.

Pero de aquella familia, Nicolás, Fidela, Miguel Ángel, Mercedes, Manoli, Darío y Elena no se pregunta nada, porque la lleva en el corazón. ¡Nos veremos! ¡Palabra!

Cayó pieza

He pescado en el mar internetiano este blog de un vallisoletano allende el mar. Y como ya es costumbre en mí lo copio para visitarlo en algún momento.
Desde el ombligo del mundo, ¡dónde estará!

Y paa reflexionar al comienzo de este día nublado y triste,
¿La Eucaristía, una estafa?

Pero seguro que llegarán mejores piezas en esta pesca matutina.

Historias pasadas que no mueven molinos..... de viento

¡A ti te voy a echar del pueblo!
El que hablaba desde el medio de la calle era Pedro, el alcalde. Le decía al melenas que venía rodeado de chavales y chavalas al campo de juego del ayuntamiento, o sea del pueblo.
Mira, Pedro, yo soy el cura de este pueblo porque me lo ha mandado el obispo. Tú no puedes hacer nada, así que no te pongas de esa manera. Ya lo sabes.

¿A qué venía esta invectiva, en tono acre y voz alta?

A una historia que poco o nada tiene que ver con aquellos enternecedores cuentos de la posguerra italiana de Guareschi, en los que un alcalde bravucón, comunista y descreído (?) y un ensotanado cura fascista (?) no menos bravucón, mantenían en constante tensión simpática a la población humana y divina de un pequeño pueblo de la Italia de entonces.

La cosa, el asunto, el tema empezó mucho antes. Apenas a pocos meses de aparecer por allí un tipejo sin pinta de cura, pero que era el cura. Lo de menos ahora es cómo era, qué decía, cómo se comportaba, que eso no cuenta, al menos ahora.
Lo importante es que en aquella temporada, tuvo la fortuna o “infortuna”, cada quien piense como quiera, de morir el caudillo, o sea Franco. Todos ya sabemos quién fue, no hacen falta más explicaciones. Y quien no lo sepa, que busque en Internet, que está al lado.

El caso es que ya de noche, llaman a la puerta de la rectoral (o sea donde vivía el cura del pueblo). Son el Alcalde y el Teniente de Alcalde (notad que las iniciales las resalto, que eran personas importantes). Vamos, Pedro y Juan. Muy serios dicen: Oye, mira, que ha muerto el caudillo y que dice el gobernador civil que te encarguemos un funeral para el domingo. Yo, respiro, no lo sabía. Y entraron y nos sentamos alrededor de la camilla. Y empezamos a hablar los tres. El cura intentar razonar que no puede hacer una misa funeral por alguien que ni ha sido del pueblo, ni siquiera tuvo el detalle de hacer algún alto en él si alguna vez pasó cerca. Vamos que sí, que fue el jefe del estado, pero que estaba tan lejos, que mejor dejarlo pasar. Un día, cualquiera, en misa, lo recordamos y ya está. Que lo otro puede hacer daño a algunos, que esto es un pueblo pequeño y que del otro bando también hay.
La conversación fue alargándose; de las formas suaves pasamos a las más ásperas; subimos la voz y hasta chillamos. Pero como la rectoral estaba al borde del pueblo, y en aquella calle no había más que corrales, no se enteró nadie. Bueno sí, se enterarían las ovejas, pero como ellas sólo balan, nunca se supo su opinión
Llegó un momento de la discusión en que ni pa´lante ni pa´tras. Y va el cura, y se quiere echar un farol, y va y dice: Bueno, lo que diga el obispo. A esto son los 11 y media de la noche, que entonces todavía no se decía 23:00 horas. Teléfono. Lo coge personalmente el obispo, qué pasa, mire que quieren un funeral y tal, que ¿qué hago? Y va mi obispo y me dice: Tú haz lo que tengas que hacer. Yo tengo un funeral en la catedral.

Total, que celebramos el funeral, por supuesto con las autoridades locales esta vez en el primer banco de la iglesia.

Pasaron los días o los meses. A lo mejor fue en primavera, ya no me acuerdo. El caso es que un domingo llaman a la puerta del cura. Está en el cuarto de baño, en el piso de arriba, que así estaba hecha la casa. Dormir abajo, lo demás, arriba. Porque entonces comía en casa de mi patrona, una santa de las de verdad, aunque claro, no era hija del pueblo.
Abro el balcón solemne de la rectoral, me asomo y veo abajo a la pareja de la guardia civil. Que tiene usted que bajar, que tenemos una razón para usted.
Os podéis imaginar. La guardia civil en casa del cura, que habrá pasado dice el personal curioso, si se lo llevan qué pasa con la misa comentó alguien con alguien. Bajé, charlamos, se fueron y yo volví a mis quehaceres. O sea, lavarme, desayunar y correr a decir las misas correspondientes.
Los guardias habían ido a decirme: el Sr. Juez Comarcal, le espera a usted el martes que viene en el Juzgado.
Y nada, eso, que fui, me recibió, me preguntó, le respondí, nos despedimos, y hasta ahora. Eso fue todo. O sea: Es usted el cura de ese pueblo, sí. Se ha negado a un funeral, no. Tiene usted algo más que decir, no.

Llegaron las fiestas del pueblo, recuerdo bien, San Pedro. El día en que se contratan los pastores para todo el año (supongo que se conservará aún esa tradicional costumbre, aunque a lo mejor con lo del cambio climático y la conversión al euro ya no se estila). Fiesta grande. Los chavales se encargan de ellas, eso, el baile, los cohetes, los juegos (bueno, eso no, que se los dejaron que los organizara el cura), el bar, las peñas, en fin todo ese montaje que supone las fiestas del pueblo.
El alcalde mangoneó y arrendó el bar a un amigo. Los jóvenes se cabrearon y no sé qué le hicieron. Teléfono de nuevo. Llegaron los guardias, detuvieron a 5 ó 6 y los encerraron en el ayuntamiento. Se enteró la gente. Alguien dijo que les estaban pegando. Los padres, las madres, los hermanos y hermanas, los pequeños y los grandes salieron en dirección, cómo no, del ayuntamiento. Al final, todo el pueblo revuelto y voceando que les dejaran salir, que ya estaba bien de agredir.
No sé quién volvió a coger el teléfono (y ya van tres), pero al mediodía de aquel día, San Pedro, llegaron a un pequeño pueblecito de los torozos castellanos 10 ó 12 yips (sé decirlo y hasta describirlo, pero no escribirlo) (corrección sugerida: se dicen "jeeps") llenos, o sea entre 30 y 40 guardias civiles de los de metralleta, casco y porra y guantes de boxeo (nada de a pie, mosquetones y porra). El pueblo copado, reculó cada cual a su cobijo. El curilla, atrevido y osado, se coló en el ayuntamiento y suplicó al alcalde que les mandara marcharse, que sólo él podía hacerlo. No, que se van a enterar de quien soy yo.
El cura comió de prestado, que ese día como era fiesta estaba invitado. Pero en aquella mesa se lloró más que comió, que aquella gente era buena y sencilla, y las viandas de postín quedaron casi intocadas. Qué desperdicio.
Luego hubo lo que tenía que haber. Un juicio, con acusaciones y tal, o no, que no lo hubo, bueno no me acuerdo. Lo que si pasó es que en los días siguientes vinieron amigos de la ciudad entendidos en cosas de derechos y defensas, hablaron con unos y con otros, vieron que no había lesiones, que tampoco malas caras, que al fin y al cabo todos eran parientes, que por qué no dejarlo al fin en nada. Y en nada se quedó. Pero al cura le dejaron con el culo al aire. Porque la noche de marras, todos fueron a la rectoral a pedir información sobre abogados defensores. Y el cura, tonto él, tiró de teléfono (ya es la cuarta, qué obsesión), también él, y metió bien metida la pata.

Pasó el tiempo, no sé si mucho o poco, pero llegó el momento de decir (que no, que no fue por teléfono, que con él hablaba de tú a tú): señor obispo, cámbieme de parroquia, que aquí me asfixio.
Y me cambió.
Ojo, quede claro. No me echaron. No fueron las beatas. Tampoco el alcalde. Ni siquiera el juez o el gobernador. Me fui porque el obispo me mandó a otro sitio. Y yo sé obedecer, que soy, bueno no sé lo que soy.

P.D.

Que ¿por qué cuento esto a estas alturas? Porque ya está contado en los papeles, salimos en el periódico de entonces, y porque ya hace tanto que no se acuerda nadie. Pero también porque he recordado ahora, y es bueno recordar si al hacerlo, descansas.

Moraleja: No te calles lo que tengas que decir, ni aunque te maten. Que como ves, no te van a matar, tonto, que es de broma.

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