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Con malas pulgas


En realidad no podría ser de otra forma, ya que no conozco pulgas buenas. Y eso es lo que han sufrido Gumi y Berto: un ataque feroz. Qué digo ataque, ha sido una auténtica invasión.
La cosa ha durado demasiado, porque al parecer los bichitos que corrían por las barrigas de mis amigos a todo el mundo le parecían simples moscas, talmente inofensivas. ¡Son pulgas! Lo parecen, pero no lo son, me replicaban.
Menos mal que llegó Víctor, las vio y me dio la razón. Y entonces empezó la guerra. La pipeta que les venimos poniendo es pequeña, hay que aumentar la dosis. Y la doblamos. Y nada. Hay que bañarles con un champú antipulgas. No uno, hasta cuatro baños soportaron los infelices, sin decir ni mu. Y nada. Un collar, hay que ponerles un collar. Y ahí lo tienen, de adorno. Aprovechando una escapadita al mar, me dije ésta es la mía. Y los sumergí en el salado elemento. ¡Qué tías, hasta saben bucear!
Tuvo que llegar el jefe con un paquete de polvos mágicos, y en un verbo, tras espolvorearles por arriba y por abajo, se acabaron las malditas entrometidas.
Haberlo dicho antes. De toda la vida, el mejor remedio para erradicar las pulgas de los perros son “los polvos de las patatas”, dijo el galeno.
Ahora ambos duermen plácidamente, panza arriba y con las ingles en pompa. Tienen la piel suave y limpia, y da gusto atusarles mientras ellos se relajan.
Ya sabéis, amigos de los animales, contra las pulgas, “polvos de las patatas”:
Santo remedio que, además de resolver el problema, resulta barato. Exactamente 5,15 € la bolsa de kilo. Entre pipetas, collares y champú anti pulgas, pasaron de… bueno, mejor que lo callo. Muchos euros.
Pero pulgas gordas, las de Granada. Esas van a necesitar algo más que cipermetrina al 5 %. No me pregunto cómo han tardado los alpujarreños tanto en reconocerlas, porque en casa tengo el techo de cristal. Pero ya identificadas, fuego a discreción. La única pulga buena, la que está muerta. O desaparecida.

San Francisco, patrono de los animales y de los veterinarios


Gumi aún no se ha enterado. A Berto ni le nombro. Mientras paseo con ellos atados de mi persona doy en cavilar o rezo. Hoy es San Francisco de Asís, su patrono. ¿Me tocará a mí algo por eso de que quiero a estos animales? Aunque sea sólo porque los cuido y curo cuando lo requieren, del patrono de los veterinarios digo yo que algo participaré.
No cito a Bienve ni a Mi canario, porque con ellos el diálogo resulta algo más opaco. Pero tengo entendido que también con las aves tuvo que ver el de Asís.
En todo caso, y aunque no milite en partido animalista alguno, me congratulo de que entre los santos y santas exista alguien que haya salido por todos ellos, sin esperar nada a cambio.
He encontrado un ejemplar curioso, un voluminoso libro titulado "San Francisco de Asís", con ilustraciones de José Benlliure y comentarios del P. Antonio Torró, publicado en Valencia 1926 a expensas de la Tercera Orden Franciscana, con ocasión del VII Centenario de la muerte de San Francisco de Asís. De él que extraigo esta lámina ilustrada:

Francisco acaricia un corderillo

"No seamos sabios y prudentes según la carne, sino más bien sencillos, humildes y puros" (San Francisco, Carta a los fieles)
23
José Benlliure Gil. Gouache. "San Francisco de Asís", Valencia 1926
En el lenguaje de la vida religiosa, las cosas alcanzan frecuentemente categoría de signos trascendidos por la simbolización. Por analogía, la imagen inmaculada del Cordero de Dios surge espontánea en la imaginería espiritual del santo, al contemplar la blancura inocente del cordero mínimo. Ambos religiosos se arrodillan y Francisco lo acaricia enternecido.
El cuadro muestra el amor del santo por todas las criaturas del Señor, que aquí se ha detenido para acariciar a un corderito. En el centro de la composición aparecen Francisco, su compañero y el pequeño animal cuya blancura le hace destacar del conjunto.
El gesto cariñoso del Pobre de Asís pasa desapercibido para las dos figuras que tras la cerca están conversando. Su posición en el fondo de la obra está acentuada por la sumaria representación, unos sencillos trazos de pincel. Tras ellos el amplio paisaje cuyo colorido y luminosidad crean un eficaz efecto de lejanía.

Y tras el comentario, otro comentario que escribiré cuando encuentre un ratejo…
 
Esta foto está tomada esta misma noche en la plaza de San Pedro del Vaticano. No está Francisco, el de Asís; no pudo asistir por razones obvias. Está el de ahora, Francisco papa. No hay animalitos, sino personas, sin que por ello desmerezca el espectáculo. A falta de luz impresa por el autor de la instantánea, se ven lucecitas que enarbola el público asistente. No hay gesto tierno, salvo el de papás y mamás hacia sus hijos/as. (Esto lo he visto en el vídeo). En fin, hay muchos detalles que más de dos horas, si se aguantan, son tiempo suficiente para almacenar.
Pero hay un algo que no está explícito, y que quiero sacar a la luz. Me explico:
Cuando voy a mi médica, ella me pregunta qué me pasa. Y tras escucharme, me ausculta, me toma la tensión y me pesa. Luego aconseja y, en su caso, solicita alguna prueba, receta o remite al especialista.
Cuando me encuentro con mi veterinario favorito no necesito hablar. Al mirarme ya me diagnostica. Y suele acertar.
Es diferente, ¿verdad?
Pues en esa foto hay una persona que ha tomado el pulso a la humanidad entera y ha hecho su diagnóstico. Y es correcto. Por eso no es de extrañar que suyas sean estas frases que me retrotraen a muchos años atrás:
“La colegialidad episcopal se manifiesta en un camino de discernimiento espiritual y pastoral, para intentar saber lo que el Señor quiere de nuestra Iglesia. Debemos escuchar lo que gritan los hombres de nuestro tiempo, y hacer nuestras las tristezas y las esperanzas”.
“Tenemos una ocasión providencial para renovar, a ejemplo de San Francisco, la Iglesia y la sociedad. Con la alegría del Evangelio llevaremos el paso de una Iglesia reconciliada y misericordiosa, pobre y amiga de los pobres, con capacidad de vencer, con paciencia y amor, las aflicciones y las dificultades que vengan tanto de dentro como de fuera”.
“Oremos por el Sínodo que iniciamos mañana, que nos dé la luz para escuchar a Dios y el clamor del pueblo, disponibilidad a confrontarnos de forma sincera, abierta y fraterna, mantener nuestra mirada fija en Jesucristo, haciendo lo que Él nos diga”.
“Invoquemos la disponibilidad de un diálogo sincero, abierto y fraterno, que lleve con responsabilidad pastoral a dar respuestas a los interrogantes de este cambio de época”.
“¿Cuántas personas viven en la resignación o en el abandono? ¿En cuántas casas no entra el vino de la alegría, ni el sabor de la vida? A unos y a otros, en esta tarde, nos acercamos con nuestra oración. Una oración por todos…”
No me cabe duda. Francisco de Asís “patronizaba” –¿patroneaba?– aquella magna reunión.

Autorretrato


Ahora lo llaman “selfie”. En realidad es una autofoto, que el propio interesado realiza con la cámara digital o el teléfono móvil. Y esta palabra, “selfie” o “selfy”, tiene registro de nacimiento: ABC on line de la televisión pública australiana, 13 de septiembre de 2002. ¿Tendrá también registro de la propiedad?
En nada de esto pensé, porque lo desconocía, cuando saqué a Gumi abrazado por mí en el jardín de la parroquia. Fue el 21/09/2010, a las 10:19:23 horas. Que es lo que tienen estas cosas de ahora, que te fijan hasta el instante en que aprietas el botón.
A la vista de los “selfies” que la gente saca en los momentos de impacto o de peligro por los que les gusta discurrir, y que ya han costado varias vidas, he pretendido hacerme un autorretrato cuando volvía de recuperar a Berto, que se había quedado rezagado en el “prado oscuro” y nos demoraba el regreso a casa.
Se trata de una “autonuca”, si se me permite el término, porque en ningún momento pude sacar de frente a la pareja.
Solos como estábamos, así pude enfocar al conjunto aparejado para caminar unidos. Si me hubiera enfocado a la cara, Berto no habría salido; por lo mismo que tampoco salí yo cuando enfoqué a Berto, que iba delante, tirando con todas sus fuerzas.
Resulta simpático que papa Francisco haya sido objetivo de este tipo de fotografías por parte de jóvenes coreanos, durante su viaje a Oriente. No creo que lo permitan ni Rajoy ni Obama, cuestión de seguridad, responderán los guardaespaldas de turno. Veremos si Merkel, en su viaje/peregrinación a Santiago, lo consiente.
Personalmente gusto de sacar grupos y panoramas, y raramente detalles, de los que soy bastante incapaz de percibir.
A pesar de ello, y satisfecho con la evolución que va teniendo mi tobillo magullado, he sacado esta instantánea en la que se puede ver la diferencia que aún existe entre el pie sano y el enfermo. Aún así, hoy he caminado por el monte y no he sentido ninguna molestia. Y eso que el terreno era por demás irregular. Claro que no he tenido que correr detrás de mis amigos, tampoco me habría atrevido. Todavía no.
Volviendo a los autorretratos: considero esperpéntico que por inmortalizarse, alguien se exponga a matarse. En tales casos hacerse un selfie es una contradictio in terminis, un oximoron.

¿Habrá perdido su umbría?



“No pasará la navaja por su cabeza”, dijo el ángel de Yahvéh a la estéril mujer de Manóaj, de la tribu de Dan, habitante de Sorá. Así creció y se desarrolló con toda su potencia aquel santo varón, Juez de Israel más conocido como Sansón, cuyas hazañas canta el libro de los Jueces (13-16). Fue débil una sola vez confiando su secreto a Dalila, “la navaja no ha pasado jamás por mi cabeza, porque soy nazir de Dios desde el vientre de mi madre. Si me rasuraran, mi fuerza se retiraría de mí”. Y tuvo que matar muriendo.

Así he dejado crecer al rey de mi jardín, el cedro que sobrevuela los tejados de este barrio. Sólo he tomado algunas pequeñas ramas para la corona de adviento que anuncia la navidad.
El resto de plantas ha vivido en el espacio y a la luz que él les dejaba, cada vez menos, todo hay que decirlo. Y en tanto él aumentaba, el resto disminuía. Es ley de vida, me decía a mí mismo, viendo a los rosales achicarse, y a las lilas encogerse. Incluso el membrillo ha venido a casi nada.
Ha llegado un punto, sin embargo, que no me ha sido posible permitir traspasar: el acebo. Han saltado todas las alarmas, y he salido en su defensa serrucho en mano.
Esta es la obra de apenas unos instantes de serrucheo:
Hemos ganado luz, se ha recuperado espacio, ahora el aire corre libre por todo el recinto, él sólo ha cedido alguna de sus ramas y su tronco luce con esplendor. Ya que no ha visto disminuida su enorme potencia, y que no puedo imaginarme que su hombría haya sido perjudicada, espero que no se lo tome a mal. Su venganza podría ser terrible, no quedaría piedra sobre piedra.
"¡Qué destrozo! Algunos que se creen grandes, pueden terminar en ná. ¡Sir transit gloria mundi!"

La fuerza de los nombres



“Las cosas tienen su nombre”. Lo cantó Bob Dylan con “Man gave names to all the animals”. No importa que se olvidara de las plantas y de los minerales. Mi amigo Sabo no, y en una hermosa canción infantil –“¿Cómo te llamas tú?”*– incluyó todo lo incluíble para concluir: “Y son regalo de Dios”. La usamos mucho en catequesis, porque la chiquillería tiene todo el derecho del mundo a saber que si todos tenemos un nombre es porque antes, en el principio, alguien ha pensado en nosotros aunque aún no existiéramos.
Por eso –y por otras muchos motivos algunos de ellos particularmente prácticos como por ejemplo no confundirme cuando trato con mi vecina de la izquierda, Mariluz, que no tiene nada que ver con mi vecina de la derecha, Merche– debemos llamar a todas las cosas, y a cada una, por el nombre que tienen.
Así, el otro día, me avisaron de que lo que yo había nombrado como armario era en realidad “aparador”. Que es lo mismo, pero no. Un armario sirve para cualquier cosa; un aparador tiene una misión muy concreta y específica. Es importante señalarlo, no sea que meta la vajilla en el armario ropero y los calzoncillos en el armario del comedor, sea dicho aparador.
Por lo mismo, hablar de una planta dice poco si no va acompañado de su imagen y/o de su nombre propio. Así me ocurrió cuando pregunté hace ya tiempo qué era en realidad lo que me decían ser cala, que resultó ser “hosta”.
Hace unos días, volví a preguntar por esta otra, porque desconocía qué contenía esta maceta; que era planta, es evidente. Resulta ser un limonero. Eso es lo que ha afirmado con toda la autoridad que le da su saber Luis, mi especialista favorito en botánica.
¡Me he quedado tan tranquilo! Porque ahora puedo mirarlo sin esperar de él que de ciruelas. Si es un limonero, tal vez algún día produzca limones. Es bueno y da serenidad no tener que esperar contra toda esperanza. Por lo mismo no conviene fundamentar las ilusiones en hechos que ni son, ni serán nunca. De lo contrario estaríamos cayendo en aquello de aquel que dìu: El colmo de la paciencia es encerrar una zapatilla en una jaula y esperar que cante. ¡No!
Este campo es algo más; es un rastrojo. Campo sembrado de cereal recién segado.
Estas ánades son algo más que patos: son ocas recién salidas del chiquero, donde han estado protegidas de los elementos hasta que han sido consideradas capaces de defenderse por sí mismas.
Estas gallinas ¿parecen todas iguales? No; y ellas lo demuestran agrupándose por su propia diferencia: castellanas a un lado, el resto por el otro.
Estos animales pasarían el control como perros, ¡por supuesto! Pero son Sola, Berto y Gumi, relajados tras un regocijante paseo por el valle, que ahora esperan que se les diga que vamos a hacer a continuación.
En fin, que los nombres comunes dicen cosas importantes de las cosas, pero los nombres propios dicen mucho más. ¡Dónde va a parar!
* Las cosas tienen su nombre
y son regalo de Dios:
las plantas, los animales,
la luna y el sol.
Un nombre tienen los niños,
mujeres, hombres y Dios,
papá, mamá, mis amigos,
tú y yo.

¿Cómo te llamas tú? (decir el nombre)
¿Cómo me llamo yo? (decir el nombre)
El nombre de Dios es Padre,
mi Padre Dios.

Mamá me llama «hijo mío»,
papá me llama «mi amor»,
«cariño», «cielo», «lucero»,
«tesoro», «mi sol».
Y todos los que me quieren
me nombran con mucho amor;
papá, mamá, mis amigos,
tú y yo.

¿Cómo te llamas tú? (decir el nombre)
¿Cómo me llamo yo? (decir el nombre)
El nombre de Dios es Padre,
mi Padre Dios.

Haciendo planes, o sea, planificando



En el seminario de Valladolid compartíamos aulas los aborígenes con individuos provenientes de Escocia e Inglaterra. Fue una graciosa concesión que el rey Felipe II tuvo a bien hacerles a aquellas dos diócesis del norte cuando, con motivo de la escisión de la Iglesia de Inglaterra respecto de la Iglesia Católica, se vieron en muy serias dificultades.
Solíamos asistir juntos a las clases de filosofía y teología. Creo que las demás no correspondían, y cada grupo las realizaba por su cuenta y aparte.
Si al principio era casi imposible la comunicación entre nosotros, con el tiempo fue facilitándose, a pesar de que teníamos el latín como idioma común; resultó ser muy poco común. Ellos hablaban el suyo y nosotros el nuestro.
Pero por fin lo logramos. Hay que reconocer que el fútbol fue un instrumento altamente eficaz, tanto jugándolo como comentándolo el lunes siguiente al domingo de liga, en nuestro mutuo entendimiento.
El caso es que recuerdo un chiste que un inglés o un escocés me soltó un día nada más llegar. Dice así:
¿Sabes cómo se meten dos elefantos en un seiscientos? Ante mi silencio, y tras una risotada enorme de un tiarrón que me sacaba dos cuerpos de altura, continuó: Metiendo uno después del otro.
Creo que aquella cara rubicunda continúa aún riéndose, esté donde esté y haga lo que haga.
Gumi se había portado mal y por eso tiene puesto ese extraño collar, para que aprenda
Lo traigo aquí ahora a colación porque se me plantea cómo ir de vacaciones. No tengo un seiscientos, sino un corsa. Y tengo tres perros. Como en años anteriores. El problema es que el cuerpo de Sola no es uno, es UNO. Este animal que más parece un armario de cinco cuerpos está aquí, en casa, y… o bien se queda en el corral con el resto de la tropa, o bien se viene con nosotros, su familia, y que sea lo que dios quiera. El problema es cómo meterlo.
Y me he respondido: primero se mete Gumi, que es pequeño; luego Berto, que no es grande; y al final entra ella Sola, y que se busque la vida. Aunque hay otra manera: primero Sola; y Gumi y Berto que vayan rellenando huecos.
Y ya está, resuelto el problema.
¿Que dónde nos vamos? A la vuelta, si es que podemos salir, lo cuento.

Un traspiés lo da cualquiera…



¡Pero hombre, el día de tu cumple…! ¡Mira que romperte un pie!
¡Eso no lo hago ni yo, que dice el míguel que soy un patosón!
Pues nada, majo, que lo cures con salud, –lo del huesecillo–, y lo celebres por muchos años, –lo del cumple.
Y que yo te pueda felicitar otras muchas veces más. Pero a Pamplona ya no vuelvo, que te conste.

El otro día me vi con Carlota y me sopló que hace tiempo que no la visitas. Está deseando verte y darte un paseo por el valle. También te felicita y espera que tú la felicites, que es también su día.



Con cariño, Berto

A las 12:02 horas


A esa hora estaba señalada la entrada de la primavera, pero nosotros la recibimos unas horas antes, exactamente a las 08:08. Allí estaba el sol esperándonos, aunque enseguida se ocultó, o permitió que lo taparan. Esa niebla fue envolviéndolo todo, y no se retiró a pesar de mis voces. Lo que pude chillar a Gumi, pero ni él me hizo caso, ni la bruma desapareció. Justo al revés de como tendría que haber sido.
Decidí, en honor de la recién llegada, dejar al pequeñajo que corriera libremente, con la seria advertencia de que si a la vuelta no estaba junto al corsa, no volvía a dejarlo sin ramal hasta que cumpla los cuatro, y falta medio año. Él se lo ha ganado, y tendrá que ir al paso por lo menos seis meses más. A mí me tocó volver a recogerlo, cuando se cansó de vagar por el pinar a su bola. No tuvo foto. Pero Sola sí, y ahí está.
A Berto no le tocaba, y se conformó.
Ya en casa, Bienve avisó que quería baño, y no me dio ni tiempo de preparar la máquina para película. Así que ha salido sólo un poquito. Yo acabo de llegar de la piscina, y no he podido grabarme. Puedo asegurar, no obstante, que me he dado un baño de cuerpo entero.

¡Qué caída más tonta!



No sé cómo fue, la verdad. Cuando me quise dar cuenta, estaba allá abajo, y la bici de P ruedas arriba.
De un tiempo a esta parte Gumi se toma conmigo demasiadas brusquedades. Tira a mordisquearme las orejas, me espera al pie de la escalera para atacarme en el morro, y corre tras de mí por la nave intentando pillarme el rabo. Ya tengo por su culpa alguna que otra calva en mi pellejo, producto de sus dientes afilados.
Pero no es su boca lo peor. Es que tiene el animal unas fuerzas que yo me digo que de dónde las habrá heredado. Su madre era más bien poca cosa, y yo de violento tengo casi nada. Hay veces que no lo reconozco como mi hijo primogénito.
El caso es que esa escalera la subimos y bajamos al cabo del día tropecientas veces. Y nunca ha pasado nada. El Míguel se cubrió en salud poniendo tablas en los huecos de la barandilla, y últimamente incluso una barra para que no nos escurriéramos hasta abajo.
El otro día, tras nuestro paseo vespertino, Gumi estaba especialmente juguetón. Primero fue con Moli, que le seguía el juego, la muy viejecita, como si fuera la abuela turuleta con su nieto carnal en vez de un simple adoptado. Pero en cuanto empezamos el primer peldaño, continuó conmigo, y no dejó de darme empellones hasta arriba del todo.
Si me tropecé, si resbalé en el suave piso, si me empujó con su lateral poderoso… servidor, Berto, salió volando por los aires, aterricé con mi costillar izquierdo en el suelo de la nave, derrapé sobre las baldosas y terminé derribando la bicicleta, contra la que me frené.
Un poco aturdido y sin saber qué y cómo había pasado, me sacudí las orejotas y volví a emprender el camino de subida. Míguel, cuando llegué hasta él, estaba en silencio, y creo que hasta cambiado de color. Sin palabras me atusó la parte de mi cuerpo que había servido de patín, y, como no di muestras de dolor, creo que se fue a merendar algo más tranquilo.
Veinticuatro horas me ha tenido en observación. Y mientras tanto ha estado muy afanoso con maderas, herramientas y no sé qué más. Ayer, a la hora de salir por la tarde para estirar las patas, y miccionar / defecar por los alrededores, he encontrado esa tabla corrida que asegura mi integridad a lo largo de toda la escalera y galería. Creo que ni Gumi ni Moli se han percatado de ella; el pequeñajo porque no le hace falta, el muy bribón se ha puesto como un toro y ya no cabe por el hueco; y la viejecita porque sus cataratas no se lo permitirán.
Puesto que lo ha hecho para mi seguridad, desde estas líneas le mando un gruñido de agradecimiento.
Berto

Unas fotos y un asunto

Tengo las dos cosas, pero no sé qué hacer con todo ello. A primera vista no tienen nada en común, pero a mí no se me han ido de la mente en toda la tarde-noche.
El camión ha tardado en llegar; problemas en la carga y en el viaje. Desde Barcial de la Loma hasta aquí, para un camión de alto tonelaje, no se llega en un pis pás. Carretera no muy buena y encima la guardia civil oteando avizor que es un primor. Ayer tuvimos que firmar al conductor un papel de no sé qué por si le paraban; que supieran que era un transporte de alimentos CE.
El caso es que doce cuerpotes de trabajadores esperaban que llegara el momento de la descarga. Estábamos de palique para hacer el momento más ameno, a la sombra y con cervezas.
Yo estaba nervioso por ellos, pero más lo estaba Pilar. Ellos lo notaron y van y dicen, bueno lo dijo sólo uno, pero en nombre de todos: “Tranquis, que nosotros no tenemos otra cosa, ni mejor ni peor, que hacer. Así que lo que hagamos aquí estará bien hecho”.
Ni que decir tiene que el primer palé que bajó al cemento de la calle no duró ni dos segundos. Manos aguerridas, acostumbradas a cargar pesos, hicieron que desaparecieran todas las cajas que se amontonaban sobre él. Con el segundo, idem. Luego otro, y otro, hasta completar los veinte que llevaba el velocípedo. No llegó a la hora.
Estos buenos hombres han trabajado desde que les salieron los dientes. En la construcción y también en obras públicas. Están acostumbrados a trabajos duros, voces e improperios, sí, en este siglo, y un sueldo base; claro, enriquecido por los malos modos del destajo, horas superextraordinarias porque la obra corría prisa, y no parar ni pa comer ni mear. A casa llevaron durante bastante tiempo un buen dinero. Se lo ganaban más que de sobra. Y ni quiero calcular lo que ganaron otros con el trabajo de éstos. Pero ese dinero también voló raudo y veloz; tal como entraba salía. Nadie les contó lo de la cigarra y la hormiga.
Pero ahora llevan sin nada que hacer una buena temporada. Están en paro, y son parados de larga duración. Se siente inútiles. No pueden hacer lo que saben. Y en casa, algunos hacen lo que no saben hacer, qué remedio.
Descargar un camión, dos o tres, era una gratificación que alguien les regalaba. Por un poquito de tiempo se iban a sentir útiles, dignos, necesarios o al menos convenientes.
El del camión, cuando se iba, va y me dice: “Vaya cuadrilla que tienes. Con éstos voy a donde sea. Mañana lo mismo”.
Las fotos son de esta tarde, terminada la comida que, hoy, por culpa de la descarga retrasada, tuvo que ser corta y en exceso tardía. Es Berto que, no hago más que tumbarme y arroparme, salta a mi cama, husmea y se acomoda, tal como se ve.


Berto no tiene problemas de autoestima, ni de vacíos e inutilidades. Nunca está, ni estará, en el paro. Es como es y tiene lo que quiere y necesita. Hace lo que sabe, y no tiene que hacer nada que no sepa hacer. Ha vivido siempre bien, y no ansía más de lo que tiene. Ahí, bien pegado a mí, ni ha rebullido. Si soñó que perseguía liebres o jabalíes, no dio ninguna señal. Dormimos poco, pero profundamente. Yo me fui luego a nadar, y él siguió haciendo lo mismo. Y que conste que esta tarde, y excepcionalmente, no ha roncado.

Una media de 353


Así dicho, no tiene ningún sentido. Una cifra más, aunque sea capicúa. Pero si digo que la media es anual, mantenida durante siete años, y que además se trata de los días con baño que he disfrutado, yo creo que es para nota.
Pues sí señor, o señora. Ayer se cumplió el séptimo aniversario de mi actividad natatoria en esta que es la última etapa de mi vida en activo. Como soy como soy, llevo cuenta de estas cosas y, con el baño del día 13 de junio, he completado un total de 2.471 desde que me apunté a esto, el 14 de junio de 2004, fecha que figura como antigüedad de servidor, al decir de la Fundación Municipal de Deportes, FMD para los amigos. Y al dividirlo por el total de años, da la cifra que figura en el título de este escrito.
La cosa no tendría mayor importancia si no fuera por lo mucho que disfruto nadando en cualquier piscina, municipal por supuesto, y lo bien que me está viniendo para el cuerpo y la salud este ejercicio diario. Hasta me ha cambiado el carácter, mire usted.
En otro orden de cosas hoy cumplen años dos personas muy cercanas. Roberto, mi médico favorito, y Rosa, mi favorita fisioterapeuta. Además, ambos dos son vecinos, amigos y parroquianos. ¿Qué más se puede pedir? Felicidades, pues, Roberto y Rosa.
Pero hay más. Pilar Tirador vino a hablarnos de la itv de edificios, más propiamente Inspección Técnica de Edificios. Lo hizo alto y claro. Lleno en la asociación de vecinos, aunque ya van quedando pocas casas que cumplan los requisitos de antigüedad y estén obligados sus dueños a realizar dicha inspección. Nos estamos convirtiendo en un barrio reconvertido. Donde había casa molineras, ahora existen adosados con jardín. Es la vida, que no hay quien la ponga coto.





Y más. Hoy es martes, y se adelanta el envío de alimentos excedentarios de la CE. Ocuparemos la calle, nadie podrá circular por ella al menos durante un buen rato. Esperamos ser ágiles y emplear el menor tiempo posible, para no incomodar excesivamente al vecindario, que tiene sus derechos.
También esto. Es Berto visto de espalda y desde arriba. Está… esperando para salir de paseo. Esa es su manera de decirme que no tenga prisa, pero que no me demore en exceso.


Y esto. El menbrillo ya apunta maneras, aunque aún es pronto para llenar los tarros.  Octubre está allá lejos, todo un verano por delante. Es cuestión de armarse de paciencia…


Y por último, 3+5+3=11. Capicúa también. Once son los minutos que voy a tardar en meterme en la cama. Buenas noches, buenos días, buenas tardes.

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