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¡Sos en el día del Corpus!



Pido ayuda a todos los internautas del mundo mundial: necesito con la mayor urgencia la partitura completa del himno eucarístico del XXXV Congreso Eucarístico Internacional de Barcelona de 1952, compuesto por el maestro Luis Aramburu sobre un texto de José María Pemán.
El mismo que puede escucharse en este vídeo:


¡Gracias por atender esta solicitud! ¡Dios os lo pague!

Gracias por la amabilidad, pero necesito la partitura entera, esta está incompleta:



Gracias también; aunque me viene muy bien tener la partitura, este himno corresponde al XXII Congreso Eucarístico Internacional de Madrid de 1911:

Letra del P. Restituto del Valle, O.S.A., y música de D. Juan Ignacio Busca de Sagastizábal. Fue dedicado a S.A.R. la Infanta Doña Isabel de Borbón


¡¡¡Ha habido suerte!!!

Partitura completa en el tono original Si♭ Mayor
Partitura completa en Sol Mayor

Estrenando mes con los mismos zapatos



Si no es por la tele ni me acuerdo. Pues sí, hace veinticinco años, un grupo de gente maja se inventó esta preciosidad, Traveling Wilburys: George Harrison, Bob Dylan, Tom Petty, Roy Orbison, Jeff Lynne. Se juntaron apenas una semana y grabaron el mejor disco de la historia. En mi opinión, por supuesto. Que no tengo ganas de debatir ni de discutir; mucho menos de llegar a las manos.
Y si no es por esta circunstancia, tampoco caigo en la cuenta de que ya llevo en esto del bloguismo o bloguerismo la friolera de seis añazos. Día a día ya llevo casi mil quinientas entradas y más de doscientas veinticinco mil visitas, que se dice pronto. Si los cálculos no son demasiado errados, me han leído –lo de leer es un decir; muchos habrán simplemente entrado y salido (sin contar las veces que lo hayan hecho simples máquinas)– en este mi pequeño mundo muchas más personas que en toda mi vida de actuar de cara al personal. En fin, que el tiempo pasa, las cosas evolucionan y cambian, y aparecen otras nuevas que aparentemente al menos tienen poco que ver con todo lo anterior.
Algunas, sin embargo, se mantienen, contra viento y marea, fuertemente ancladas en la tradición. Tal es el caso de la fiesta de mañana, el Corpus. Saldrá la procesión por nuestras calles, custodia en alto, y, entre cantos y ropajes rescatados, reivindicará un espacio que este tiempo actual ya no le reconoce. Paso de hacer una crítica al asunto, y me limito a decir que yo no asistiré. No me parecen maneras de mostrar lo que yo creo.
Sin embargo, esta vez hay un añadido. Se trata de que papa Francisco ha propuesto que le imitemos en un gesto. A las cinco de la tarde él se va a poner en adoración hasta las seis; una hora. En Roma, en la basílica de San Pedro. Una liturgia de estas características no es salir a la plaza pública ni ejercer presión sobre nadie. Es otra cosa.
Tras darle vueltas, he decidido sincronizarme con él e invitar a mi gente a unirse al acto. Seamos muchos, seamos pocos, no importa. Vibrar al unísono en el tiempo y a lo largo y ancho del espacio con una multitud, y coincidir sobre lo mismo, puede ser, además de una experiencia personal irrepetible, de consecuencias y efectos imposibles de calcular.
Además de adorar desde el silencio interior, aunque expresado en palabras a través de la oración y del canto, a Quien recibimos en el Sacramento tras de haberlo identificado antes y después en el/la Hermano/a, tendré la oportunidad de recibir/entregar, en intercomunicación a través del Aire que respiramos, cuanto de bueno, bello y santo existe en este espacioso mundo, de antes, de ahora y de después.
Se nos indica que insistamos en esto:
Intenciones de oración propuestas por el Santo Padre Francisco
1. Por la Iglesia extendida por todo el mundo y reunida hoy, en signo de unidad, en la Adoración a la Santísima Eucaristía. El Señor la haga siempre más obediente a la escucha de su Palabra y así pueda presentarse ante el mundo “más bella, sin mancha ni arruga, sino santa e inmaculada” (Ef 5,28). A través de su fiel anuncio, la Palabra que salva resuene siempre como portadora de misericordia y propicie un renovado compromiso en el amor que ofrezca pleno sentido al dolor y al sufrimiento, y restituya la alegría y la serenidad.
2. Por todos los que en diversas partes del mundo viven el sufrimiento de las nuevas esclavitudes y son víctimas de las guerras, de la trata de personas, del narcotráfico y del trabajo “esclavo”; por los niños y las mujeres que sufren cualquier forma de violencia. Pueda su silencioso grito encontrar la Iglesia despierta. Así, teniendo la mirada fija en el Cristo crucificado, ella nunca olvide tantos hermanos y hermanas dejados en manos de la violencia.
Además, oremos por todos aquellos que viven penurias económicas, sobre todo por los desocupados, los ancianos, los inmigrantes, los que no tienen hogar, los presos y por todos los que experimentan marginación. La oración de la Iglesia y su activa labor de cercanía en la caridad sea para ellos consuelo y apoyo seguro. Que ella pueda alentar siempre la esperanza y la audacia en la defensa de la dignidad de la persona humana.
Mientras escucho a los Traveling Wilburys: George Harrison, Bob Dylan, Tom Petty, Roy Orbison, Jeff Lynne, escribo estas líneas rápidas, para ponerme a continuación a preparar esa hora especial de adoración eucarística, en sincronía y comunión con el papa Francisco y la Iglesia Universal.
Estamos en el mes de junio, mayo pasó en un amén, y esta es la entrada número 1.434 de mi pequeño mundo en el año sexto.
Todo pasa, todo queda, pero lo nuestro… es pasar.

A propósito del Corpus II


“No pensemos que basta para nuestra salvación traer a la Iglesia un cáliz de oro y pedrería, después de haber despojado a viudas y a huérfanos. Mientras que si tu alma sigue siendo peor que el plomo o que una teja, ¿qué le vale entonces el cáliz de oro? No nos contentemos pues con traer dinero a la iglesia, sino miremos si procede de  un justo trabajo. Porque más precioso que el oro es aquello que no tiene nada que ver con la avaricia. La iglesia no es un museo de oro y plata sino una reunión de ángeles.
”En la última cena no era de plata la mesa, ni la copa en que el Señor dio a sus discípulos su propia sangre. Y sin embargo, ¡qué precioso era todo aquello y qué digno de veneración, como rebosante que estaba de Espíritu Santo! Así que, si queréis honrar de veras el cuerpo de Cristo, no consintáis que esté desnudo. No le honréis aquí con vestidos de seda, mientras fuera lo dejáis morir de frío y desnudez. Porque el mismo que dijo «éste es mi cuerpo», es el que dijo «me visteis hambriento y me disteis de comer». Y su palabra fundamenta nuestra fe…
”El sacramento no necesita preciosos metales, sino almas puras. En cambio, los pobres sí que necesitan mucho cuidado. Aprendamos, pues, a pensar con discernimiento y a honrar a Cristo como él quiere ser honrado. Porque la honra más grata para aquel que la recibe es la que él mismo quiere, no la que nosotros nos imaginamos. Pedro pensaba honrar al Señor no permitiendo que le lavara los pies, y eso no honra sino todo lo contrario. Así, pues, dale al Señor el honor que él mismo quiere, empleando tu riqueza en los pobres. Porque Dios no tiene necesidad de vasos de oro, sino de almas de oro.
”El Señor acepta ciertamente las ofrendas, pero mucho más la limosna. Pues en un caso sólo se aprovecha el que da; en el otro el que da y el que recibe. En las ofrendas es posible que sólo se trate de una afán de presumir. En la limosna la caridad lo es todo. ¿Qué le aprovecha al Señor que su mesa esté llena de vasos de oro, si él se consume de hambre? Saciad primero su hambre, y luego, si sobra, adornad también su mesa. ¿O vas a hacer un vaso de oro y después no vas a darle un vaso de agua? Y ¿de qué sirve que cubráis su altar de paños recamados de oro, si a él no le procuráis ni el abrigo indispensable?
”Vamos a ver: si viendo a un desgraciado falto del sustento necesario, te dedicaras a cubrir de oro su mesa, ¿te agradecería el favor o más bien se enfadaría contigo? Y, si viéndole vestido de harapos y aterido de frío, te entretienes en levantar unas columnas de mármol, diciéndole que eran en honor suyo, ¿no diría que le estabas tomando el pelo y no tomaría aquello por una ofensa? Pues aplica todo eso a Cristo. Él anda efectivamente sin techo y peregrino. Y tú, que no le acoges a él, te entretienes en adornar el pavimento, las paredes y los capiteles de las columnas”.
(S. JUAN CRISÓSTOMO, Homilía 50, sobre San Mateo, PG 58, 508-509 )[citado por J.I. GONZÁLEZ FAUS en Vicarios de Cristo. Trotta, Madrid 1991, pp. 34-35]

A propósito del Corpus I


El cuerpo, palabra de la persona
 

El cuerpo humano es la dimensión visible e histórica de la persona. Merced a él estoy presente en el espacio y el tiempo, y asisto a mi propia historia. A través de él me digo y me doy a los demás. Pablo Prieto.

 

Intencionalidad del cuerpo
Cuerpo, diálogo y figura
Humanización del cuerpo: gesto, compostura, arte
Cuerpo humano como don
 
  
Desde una perspectiva personalista el cuerpo humano es la dimensión visible e histórica de la persona. Merced a él estamos presentes en el espacio y el tiempo, asistimos a nuestra historia y la de los demás y tomamos postura, literalmente, respecto de las cosas con que hacemos la vida. En el cuerpo la persona figura aconteciendo, pasando, actuando, aventurándose, exponiéndose; en una palabra, de forma dramática. Por todo ello el cuerpo es el eje de la moralidad.
 
Velo y revelación de la persona, el cuerpo presenta una misteriosa ambigüedad cuyas raíces se encuentran en la unidad sustancial del hombre (corpore et anima unus). Esta unidad la recibimos incoada, como una tarea, siempre por lograr, incierta, sometida al riesgo de la libertad. Mediante las virtudes el individuo integra su cuerpo, lo vive según infinitos matices y calidades y lo hace revelación de su persona; faltando esa lucha, en cambio, el cuerpo se torna alienante, encubre a la persona, la disgrega en mil direcciones y la hurta a la convivencia. Según esté encendida o apagada la luz del espíritu, la pantalla del cuerpo transparenta a la persona o la esconde, incluso ante sí misma.
 
Esta condición espiritual es lo que distingue esencialmente el cuerpo humano del animal. El hombre propiamente no tiene cuerpo sino que es corpóreo: vive según el cuerpo, asumiéndolo libremente en un sentido u otro, lo cual, paradójicamente, le hace ser más corporal que cualquier animal. Y al igual que la espiritualización del hombre admite grados, también se dan grados de corporeidad según el temple moral del individuo. Como dice Guardini, “el cuerpo es tanto más cuerpo cuanto más espiritualizado, y el espíritu tanto más espíritu cuanto más encarnado”. El  espíritu, en efecto, nos permite distanciarnos intencionalmente del cuerpo para superarnos en él y desde él. Importa notar este matiz ya que precisamente ser corpóreos en vez de “tener cuerpo” es lo nos permite “tener” cosas, o sea dominar el mundo: solamente se pueden tener cosas si el cuerpo no es una de ellas. Pues si lo tratamos como una de ellas, no sólo nos cosificamos nosotros, sino al mundo mismo, como sucede en la mentalidad utilitarista. Olvidada nuestra índole personal, el mundo degenera en mero almacén de objetos disponibles, material manipulable y explotable, como acertadamente denuncia el ecologismo.
 
Intencionalidad del cuerpo

Es la característica principal del cuerpo humano. Significa que mi alma espiritual (entender, querer, amar) actúa sin cesar a través de mi cuerpo, como agua que rebosa de la pila de una fuente. El cuerpo es lo perpetuamente rebasado, el lugar donde me anticipo a mí mismo para vivir hacia delante, más allá de este espacio y tiempo que me alojan; más que aquí vivo donde apuntan mis deseos e intenciones, donde está mi amor. Más que existir, el hombre pro-existe. De tal forma que cualquier acción corporal implica en mí una opción ética ineludible: ofrecerme, encubrirme, comunicarme, envilecerme, sincerarme, presentarme, relacionarme, arriesgarme, protegerme, etc. Operaciones tan ordinarias como la higiene, la comida, los desplazamientos, el atavío, etc., me realizan en un sentido u otro; en ellas decido sobre mi persona; mi hacer revierte en mi ser; hacer algo es modelarme como alguien. No sólo eso, sino que siempre es más lo que el cuerpo dice que lo que hace, pues dice mucho aunque no haga nada. Y ello hasta el punto de que a veces mi actitud corporal contradice mis palabras, me delata, me desacredita; mi aspecto y conducta me traicionan; en definitiva mi cuerpo me dice constantemente, a pesar de mí mismo. Sólo mediante la integridad moral consigo conciliar lo que soy con lo que parezco.

Por todo lo cual mi cuerpo me hace radicalmente responsable:
me atribuye una apariencia que reclama autenticidad moral; me fuerza a figurarme de algún modo, no sólo ante los demás, sino sobre todo ante mí mismo; a inventar una imagen con la cual responder a estas preguntas inesquivables: ¿por quién me tomo?, ¿quién me creo que soy?, ¿de qué voy? Estas preguntas reclaman una respuesta incesante, porque el hombre nunca es idéntico a sí mismo: todavía no es el que debe, o pretende, o cree, o quiere, o se siente llamado a ser. Y esta respuesta incesante, a la vez ética y estética, no es otra cosa que la cultura.
 
Importa mucho insistir en la intencionalidad del cuerpo porque hoy priva una visión cosificante de él, por influjo del positivismo científico. Nos olvidamos con frecuencia de que “lo biológico”, “lo fisiológico”, “lo anatómico”, “lo físico” etc., son nociones que resultan de aplicar a la realidad el grueso cedazo de la abstracción científica; conllevan gran dosis de intelectualismo que las hace inadecuadas para entender a la persona real y concreta. En efecto, para estudiar biológicamente el cuerpo la ciencia abstrae su intencionalidad, deja aparte su carácter personal, su expresividad intrínseca, etc.; realiza, en definitiva, cierta vivisección a fin de acotar su estudio. Esto que en el campo científico es legítimo, en las relaciones personales resulta equívoco, cuando no abiertamente pernicioso. Ejemplo paradigmático es la noción vulgar de  “sexo”, que se entiende reductivamente como pura mecánica fisiológica, objeto de uso y consumo.

Cuerpo, diálogo y figura

La confirmación de lo dicho la hallamos en el encuentro interpersonal. En virtud de mi cuerpo no sólo estoy adscrito a una especie (la humana, homo sapiens), sino mucho más: soy único, o lo que es lo mismo, tengo rostro. Mi rostro me con-fronta, me en-cara literalmente con mi prójimo, y en esta reciprocidad hallo mi identidad. Mi rostro por tanto no sólo expresa mi unicidad sino mi apertura intrínseca a los demás, como persona que soy. Esta orientación natural al diálogo se traduce visiblemente en la posición erecta, exclusiva del hombre, que permite el cara a cara. Las personas en cierto modo se son espejos: lo que hace ser a un rostro es
poder recibirse en la mirada del otro, que es recíproca. Machado lo expresaba muy bien: tu ojo no es ojo por que lo veas, es ojo porque te ve

La reciprocidad de que hablamos, privativa de la conciencia humana, se manifiesta en primer lugar, como hemos dicho, en la mirada, y de ahí redunda en toda la figura. Como concepto de psicología de la percepción, la figura (en alemán Gestalt) es por antonomasia la humana. Su nota  específica es la reciprocidad, que le confiere una intensidad expresiva única. No es sólo una “totalidad visual con sentido”, como las demás figuras, sino con sentido dialógico. A través de mi figura mantengo un diálogo sutil pero constante con todos los que convivo: hablo, interpelo, pregunto, respondo, y todo ello sin apenas advertirlo.

Humanización del cuerpo: gesto, compostura, arte
 
Ya hemos dicho que la corporeidad humana pide, como algo natural, una expresión cultural;  necesita ser interpretada e inventada por la libertad. Aunque humano, nuestro cuerpo está siempre por humanizar.

Y la humanización más elemental es el gesto, en sentido amplio de la palabra. Como sugiere su etimología (de gero tomar, llevar), gesto viene a ser “tomarse uno a sí mismo como un todo”. Mediante el gesto, en efecto, respondo a cada circunstancia con mi única palabra, o sea yo, pero pronunciándola de mil modos diversos; acomodo mi aspecto a mi historia personal. Es cierto que no podemos modelar directamente nuestro gesto espontáneo, pero sí el talante personal del que procede. Por eso el gesto es quizá la manifestación cultural más sutil e inmediata que cabe experimentar, y de ahí su peculiar valor.

El gesto pide a su vez otras prolongaciones culturales: por un lado el habla, con la que forma un todo, y por otro lo que podríamos llamar “artes de la presencia”: urbanidad, indumentaria, compostura, etc.; elementos sensibles que, en la medida que se ordenan al diálogo, lo complementan y enriquecen de modo natural. Realzada por tales medios la figura humana se intensifica y cobra innumerables matices. Por esto mismo las artes de la presencia, que abordaremos en otro lugar, son también esencialmente dialógicas.
 
Los medios de que venimos hablando pueden no obstante des-figurar a la persona, acallar su voz genuina, equivocar su aspecto, interponer una pantalla de afectación: en una palabra, existe la posibilidad de las mentiras corporales. Ocurren cuando alguien elude presentarse como quien es y cede al miedo o la presión ambiental. La mentira corporal demuestra cierta crisis de identidad, que se acentúa mientras se pronuncia equivocadamente esa palabra que es la propia persona: si no sabes quién eres tampoco sabes qué dices.
 
La estructura simbólica del cuerpo humano, por tanto, impone ciertas reglas, éticas y estéticas al mismo tiempo, que deben observarse en el tratamiento artístico del cuerpo, especialmente en cine, fotografía y moda. Condición y fundamento de todo signo, el cuerpo humano posee un significado originario, previo a cualquier otro que se le añada. El núcleo de este significado es la vocación esponsal, por la cual el cuerpo humano siempre dice a la persona. Por eso la figura corporal es portadora de una verdad inalienable. La verdad de mi cuerpo soy yo; la mentira es cualquier uso de mi cuerpo como algo distinto de mí (una herramienta, un juguete, una mercancía, un material biológico, una obra de arte, etc.), es decir, privándolo deliberadamente de su identidad y dignidad. Respecto de su cuerpo el hombre no puede, aunque quiera, tener una mera relación de uso; con el cuerpo todo uso es un abuso, pues usar quiere decir interpretar lo usado como una cosa, y para el hombre interpretarse cosa es envilecerse.
 
Cuerpo humano como don

La vocación esponsal no sólo dice a la persona sino que la dice como don. El don de sí, en efecto, es el sentido último de la existencia humana, la vocación que funda todas las demás, lo único que realiza plenamente a la persona. Respecto al don de sí el cuerpo es su signo y su condición de posibilidad; es la persona misma en cuanto susceptible de darse. Sólo en el cuerpo y según el cuerpo es posible el amor humano, cualquiera que sea su forma. Cierto que en el matrimonio tiene lugar la unión según el cuerpo de modo singular y paradigmático, pero lo esponsal rebasa infinitamente lo matrimonial. Incluso podemos decir que la existencia humana en su totalidad acontece según el cuerpo, y por eso mismo posee dimensión esponsal. Así lo comprende el Cristianismo en la perspectiva de la Encarnación, según la cual todo lo humano se halla envuelto en una relación esponsal con Dios cuyo eje es Cristo, el Dios hecho carne. A la luz de este misterio comprendemos que en lo corporal siempre late lo esponsal. Por ejemplo en la presencia, que es la manifestación corporal más básica, adivinamos una entrega incoada, un don de sí incipiente, una afirmación del otro, una apertura al amor, admitiendo todo ello diversos grados. Así ocurre en la palabra de Cristo en la Última Cena “esto es mi Cuerpo” (Mt 26, 26), que equivale a decir: “aquí estoy presente, soy yo aquí y ahora, soy yo en trance de ofrecerme”. Por su alusión a la entrega voluntaria, la frase evangélica expresa, además, el grado máximo de presencia corporal, pues en ella se asume la debilidad, la indigencia y la vulnerabilidad. En el cuerpo, efectivamente,  la persona está expuesta al dolor y a la muerte, y necesitada de salvación; por eso en los niños y enfermos la presencia adquiere peculiar intensidad. La fragilidad del cuerpo pone de manifiesto su significado esponsal, aunque también lo hace, de otro modo, la belleza y el vigor físico. Los diversos significados se concilian e iluminan mutuamente en el don de sí salvador, pues la persona se recibe dándose, se gana perdiéndose y se salva entregándose. En este sentido Tertuliano (s. III) consideraba al cuerpo como “quicio de la salvación” (caro salutis est cardo).


 
La razón de que este largo texto ocupe ahora mi blog está precisamente en la última frase, la latina y entre paréntesis.
El cuerpo es lo único que tengo, lo único que percibo de los demás: bello o feo, joven o anciano, masculino o femenino.
Con el cuerpo mato o espanto, sufro y/o soy feliz. Y también humillo, domino, engaño…
Todo con mi cuerpo, nada sin él. Para lo bueno y para lo malo.
Si es “cardo salutis”, también es “cardo perditionis”. De modo que muy bien puedo decir que mi cuerpo es mi gloria y mi fatal destino. Irremisiblemente. Irredentoramente.
Como esta noche/madrugada tengo el cuerpo muy malamente, voy a dejar de pensar en él.  Y ya que no puedo desprenderme de su carga, a ver si cargándome con otros cuerpos encuentro algo de alivio.
De momento con el de Moli, que los cohetes de las fiestas del vecino barrio de Parque Alameda la tienen muy alterada. Mañana, Dios dirá.

Con la espada de Damocles sobre mi cabeza



Así acabo de dormir la siesta. Y Berto, a mis pies. Moli no ha querido saber nada de nosotros y se ha refugiado en su sillón. En cuanto a Gumi, nadie sabe nada; il a disparu.

En realidad esa espada pende no sólo sobre mi cabeza, sino sobre los cuerpos de todos nosotros. Eso parece que quieren decirnos todos los augurios. Aún así, cientos o miles de compatriotas están ya transportando sus cuerpos, volando o a punto de hacerlo, hacia la lejana Polonia. La Roja les espera.

Y los que no, ya preparan la fiesta. Tanto si ya la celebraron el jueves pasado, como si no, mañana vuelven a las mismas y ahora suenan a lo lejos los timbales de las procesiones.
Ah, por cierto, y encima Nadal vuelve a enfrentarse con Novac Djokovic, con un pastón en disputa además de la oportunidad de romper el record del legendario Björn Borg. Menudo cuerpo el suyo. Un atleta.

Quienes no están para fiestas son los cuerpos de los mineros encerrados en Santa Cruz del Sil, León. Amenazados con dejarlos pudrir en la profundidad abisal, qué les importa si a 700 ó a 3000 metros bajo tierra, como se contradicen al decir los titulares de la prensa. Allí están, olvidados del gobierno…

No así parece que se encuentre Javier Krahe, que se va de rositas con el cuerpo sano, aunque ahora reconozca que “han sido ocho años de incordio”. Cocinar un cristo al horno le ha dado cierta notoriedad. Ahora tiene trabajo en Valencia.
En fin, cuerpo es una palabra polisinédrica, que vale lo mismo para un roto que para un descosido. Lo trajinan en los hospitales, las chacinerías, las sastrerías, los restaurantes y albergues rurales, entre naranjos, en el fondo de los ríos o allá arriba en la estación espacial internacional. Es también lo más íntimo de cada quien, “mi cuerpo es mío y hago con él lo que me da la gana”, de modo que es la última frontera de la propia privacidad. Si quieres entrar, antes llama.
Lo malo es cuando, vellis nollis, sacan el corpus a pasear y lo colocan en la picota. Desde ahí se ve todo diferente.
No importa. El espectáculo debe continuar. Hay mucho dinero en juego.

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