Estudié Literatura justo para saber que nunca podría ser escritor.
Estudié Matemáticas apenas para amasar las cuatro operaciones más simples, convencido de que no llegaría a mucho más.
Estudié Estadística, y me convencí que los números se pueden combinar como mejor le interesen a cualquiera.
Estudié Geografía, y descubrí que hay demasiados lugares como para que pueda visitarlos todos en una sola vida.
Estudié Santa Teología, y terminé callando, porque de eso el que hable es un temerario.
Estudié también Derecho, -Civil, Laboral, Empresarial, y hasta Canónico-; y ¿qué? Más que derecho es torcido, porque la norma se pliega y se retuerce como mejor resulte conveniente.
¿Justicia? ¿Qué es eso? ¡Ah, sí! ¡Ya, claro! Desde la más remota antigüedad hay una definición muy precisa sobre esa dichosa palabreja. ¡Y qué más…!
Desde muy pequeñito, (a mí no me tocó, porque si se me hubiera ocurrido gritarlo cuando algo se torcía, de un sopapo me la hacen tragar, que entonces se estilaba de esa manera), cualquier enano (dicho con todos los respetos) tiene a flor de labios “¡eso es una injusticia!”, cada vez que un mayor impone su voluntad sin más razones.
¡Qué injusticia!, decimos y dicen, cuando en lo laboral, en lo político, en lo social, en lo económico y en lo que sea, las cosas son como salidas de madre, forzando o seduciendo, ¡qué más da!, a cuanto y cuántos sean susceptibles de ser forzados o seducidos.
Y habremos de reconocer que esto se da en cantidades y calidades superlativas.
Pues resulta que ya es más que seguro que a don Baltasar Garzón, juez para más señas, le van a juzgar, después de haber él juzgado en demasía.
Como persona, no tengo opinión. Como juez, tampoco, que de eso ya digo que no entiendo.
Pero es que me resulta chocante este asunto desde que me enteré de cómo empezó la cosa y, sobre todo, cómo parece que va a acabar, si algún dios no lo remedia; porque ser humano parece que tampoco.
Hoy El País publica una editorial que tiene enjundia. Pero ya mucho se ha dicho, y muchos también se han quejado y dicen que van a seguir haciéndolo. Y unos a favor y otros en contra, resulta que “estas son lentejas…” y que sabes, “ahí está la puerta…”
No, no creo en la justicia. Es más, afirmo que no hay justicia, sino y apenas algún ramalazo de ella, como si fuera un pequeño lametazo para un goloso impenitente. A lo más que llega, y no en todos los lugares afortunadamente, es a matar a quien ha matado, como si de esta manera fuera a devolver la vida a quien le fue arrebatada. Porque, en la generalidad de los casos, con la cárcel o con sanciones económicas se castiga a quien actúa injustamente, pero no se satisface al injustamente tratado.
Alguien dice que en otra vida todo será redondo. ¡Átenme ustedes ese perro con una ristra de chorizos! “Qué tarde me lo fiáis”, habría que decirles.
Si a don Baltasar Garzón le van a juzgar, probarán que aquí todo quidam está bajo el amparo, ¿o es el peso?, de la ley. Pero ese principio no hace falta que nadie lo demuestre, a estas fechas en que vivimos. Lo que habría que demostrar es que los malos no pueden jugar con la ley para meter miedo a los buenos. Y eso es lo que falta. Precisamente eso es lo que, por ejemplo, vemos en las pelis yanquis, que los abogados hacer encaje de bolillos para llevarse la pasta y la sentencia. Ellos son los que quedan de buenos, poco importa si lo son o no lo son.
Lo que también tendría que hacer la ley es convencernos de que los “llamados a administrar” la pequeña porción de justicia que es posible en nuestras cosas no fueran sospechosos de formar parte de la trama de los malos. Y ya puestos, que fueran equidistantes, salomónicos, imparciales, indiscutibles, inviolables, incoercibles… Que de impolutos ya sabemos que nada de nada, que son tan humanos como cualquiera.
Ya digo, que a don Baltasar Garzón le van a ajusticiar, que tiene poco que ver, o nada, con hacer justicia. Sí, a pesar de ello, con el derecho que yo estudié, y que ya digo que no me sirvió de mucho, más bien de nada.
Pero quedará al fin bien claro que aquí todos estamos bajo el imperio de la ley. Que la ley se hace como se hace. Que las leyes las aplican quienes las aplican. Y ojito, que me pueden acusar de desacato, y entonces sí que estaré bien jodido.
Como lo estará don Baltasar Garzón, que, entre acusaciones e inhibiciones de amigos y enemigos (me parece que aquí el orden es justo al revés, pero qué importa ya), va a estar justamente solito, ante el peligro.
¿Veis? Es cierto lo que os decía al principio: no tengo ni idea de derecho. Pero, es una auténtica in-justicia…

Estudié Matemáticas apenas para amasar las cuatro operaciones más simples, convencido de que no llegaría a mucho más.
Estudié Estadística, y me convencí que los números se pueden combinar como mejor le interesen a cualquiera.
Estudié Geografía, y descubrí que hay demasiados lugares como para que pueda visitarlos todos en una sola vida.
Estudié Santa Teología, y terminé callando, porque de eso el que hable es un temerario.
Estudié también Derecho, -Civil, Laboral, Empresarial, y hasta Canónico-; y ¿qué? Más que derecho es torcido, porque la norma se pliega y se retuerce como mejor resulte conveniente.
¿Justicia? ¿Qué es eso? ¡Ah, sí! ¡Ya, claro! Desde la más remota antigüedad hay una definición muy precisa sobre esa dichosa palabreja. ¡Y qué más…!
Desde muy pequeñito, (a mí no me tocó, porque si se me hubiera ocurrido gritarlo cuando algo se torcía, de un sopapo me la hacen tragar, que entonces se estilaba de esa manera), cualquier enano (dicho con todos los respetos) tiene a flor de labios “¡eso es una injusticia!”, cada vez que un mayor impone su voluntad sin más razones.
¡Qué injusticia!, decimos y dicen, cuando en lo laboral, en lo político, en lo social, en lo económico y en lo que sea, las cosas son como salidas de madre, forzando o seduciendo, ¡qué más da!, a cuanto y cuántos sean susceptibles de ser forzados o seducidos.
Y habremos de reconocer que esto se da en cantidades y calidades superlativas.
Pues resulta que ya es más que seguro que a don Baltasar Garzón, juez para más señas, le van a juzgar, después de haber él juzgado en demasía.
Como persona, no tengo opinión. Como juez, tampoco, que de eso ya digo que no entiendo.
Pero es que me resulta chocante este asunto desde que me enteré de cómo empezó la cosa y, sobre todo, cómo parece que va a acabar, si algún dios no lo remedia; porque ser humano parece que tampoco.
Hoy El País publica una editorial que tiene enjundia. Pero ya mucho se ha dicho, y muchos también se han quejado y dicen que van a seguir haciéndolo. Y unos a favor y otros en contra, resulta que “estas son lentejas…” y que sabes, “ahí está la puerta…”
No, no creo en la justicia. Es más, afirmo que no hay justicia, sino y apenas algún ramalazo de ella, como si fuera un pequeño lametazo para un goloso impenitente. A lo más que llega, y no en todos los lugares afortunadamente, es a matar a quien ha matado, como si de esta manera fuera a devolver la vida a quien le fue arrebatada. Porque, en la generalidad de los casos, con la cárcel o con sanciones económicas se castiga a quien actúa injustamente, pero no se satisface al injustamente tratado.
Alguien dice que en otra vida todo será redondo. ¡Átenme ustedes ese perro con una ristra de chorizos! “Qué tarde me lo fiáis”, habría que decirles.
Si a don Baltasar Garzón le van a juzgar, probarán que aquí todo quidam está bajo el amparo, ¿o es el peso?, de la ley. Pero ese principio no hace falta que nadie lo demuestre, a estas fechas en que vivimos. Lo que habría que demostrar es que los malos no pueden jugar con la ley para meter miedo a los buenos. Y eso es lo que falta. Precisamente eso es lo que, por ejemplo, vemos en las pelis yanquis, que los abogados hacer encaje de bolillos para llevarse la pasta y la sentencia. Ellos son los que quedan de buenos, poco importa si lo son o no lo son.
Lo que también tendría que hacer la ley es convencernos de que los “llamados a administrar” la pequeña porción de justicia que es posible en nuestras cosas no fueran sospechosos de formar parte de la trama de los malos. Y ya puestos, que fueran equidistantes, salomónicos, imparciales, indiscutibles, inviolables, incoercibles… Que de impolutos ya sabemos que nada de nada, que son tan humanos como cualquiera.
Ya digo, que a don Baltasar Garzón le van a ajusticiar, que tiene poco que ver, o nada, con hacer justicia. Sí, a pesar de ello, con el derecho que yo estudié, y que ya digo que no me sirvió de mucho, más bien de nada.
Pero quedará al fin bien claro que aquí todos estamos bajo el imperio de la ley. Que la ley se hace como se hace. Que las leyes las aplican quienes las aplican. Y ojito, que me pueden acusar de desacato, y entonces sí que estaré bien jodido.
Como lo estará don Baltasar Garzón, que, entre acusaciones e inhibiciones de amigos y enemigos (me parece que aquí el orden es justo al revés, pero qué importa ya), va a estar justamente solito, ante el peligro.
¿Veis? Es cierto lo que os decía al principio: no tengo ni idea de derecho. Pero, es una auténtica in-justicia…
Sansón en El Norte de Castilla de 9/4/2010