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Con afán protector



Desde ésta…

…hasta ésta…



…han pasado dos largos años y muchas vicisitudes.
Tierna la cogí del pinar y me la traje para sustituir a una que murió. Creció más rápido que sus hermanas que quedaron abandonadas en el campo.
En el invierno, si sería por exceso de humedad o porque tenía que pasar, se cubrió toda ella de una negrura cual carbón. Así pasó la primavera, el verano y el otoño. Al siguiente invierno alguien bondadoso le atizó una pócima, porque decía que tenía infección. En primavera, la tercera, pareció no responder al tratamiento. Ahora, en vísperas de su tercer verano, ha empezado a echar ramas y hojas nuevas, completamente limpias. Incluso en la parte vieja ese polvillo que la ha afeado durante tanto tiempo empieza a desprenderse. Sí, está curada. Y además, tan guapa.
Se me ocurre ahora pensar qué sería de esta encina si no me la hubiese traído. Posiblemente se hubiese muerto como las que no me traje. Ni un mal riego recibieron las pobres. Pena me dieron entonces, y rabia ahora cuando veo los dineros que se perdieron en una reforestación realizada por motivos espurios. Quince días pasó una cuadrilla entera de una empresa paraestatal realizando labores por allá, y no he preguntado cuántos dineros se fueron ni en razón de qué ni bajo qué formato.
Del mismo modo me da en pensar si ella por sí sola hubiera conseguido quitarse de encima esa podredumbre oscura que la sometió durante casi un año. No siempre la naturaleza dejada a su albedrío sale adelante, y necesita siquiera sea un empujoncito, aunque luego venga alguien a decir que eso es intromisión, ingerencia, o manipulación intolerable.
Intervenir, es una palabra complicada. Acaba de confirmármelo la visita al Diccionario:
(Del lat. intervenīre).
1. tr. Examinar y censurar las cuentas con autoridad suficiente para ello.
2. tr. Controlar o disponer de una cuenta bancaria por mandato o autorización legal.
3. tr. Dicho de una tercera persona: Ofrecer, aceptar o pagar por cuenta del librador o de quien efectúa una transmisión por endoso.
4. tr. Dicho de una autoridad: Dirigir, limitar o suspender el libre ejercicio de actividades o funciones. El Estado de tal país interviene la economía privada o la producción industrial.
5. tr. Espiar, por mandato o autorización legal, una comunicación privada. La Policía intervino los teléfonos. La correspondencia está intervenida.
6. tr. Fiscalizar la administración de una aduana.
7. tr. Dicho del Gobierno de un país de régimen federal: Ejercer funciones propias de los Estados o provincias.
8. tr. Dicho de una o de varias potencias: En las relaciones internacionales, dirigir temporalmente algunos asuntos interiores de otra.
9. tr. Med. Hacer una operación quirúrgica.
10. intr. Tomar parte en un asunto.
11. intr. Dicho de una persona: Interponer su autoridad.
12. intr. Interceder o mediar por alguien.
13. intr. Interponerse entre dos o más que riñen.
14. intr. Sobrevenir, ocurrir, acontecer.
Claro que bien mirado, lo que se ha realizado sobre esta pequeña encina ha sido una actuación sanitaria, que creo cabe perfectamente en la acepción número 9.

Angariar


Simón de Cirene fue "angariado" para llevar la cruz en lugar de Jesús

En nuestro vocabulario existe “angaria”, del latín angarīa, este del griego ἀγγαρεία 'servicio de transporte', y este del persa angara: f. Antigua servidumbre o prestación personal, y también, en términos marinos, retraso forzoso impuesto a la salida de un buque para emplearlo en un servicio público, generalmente retribuido, que el Gobierno de una nación impone a buques extranjeros.
En el antiguo derecho romano, cualquiera podía ser requerido y/u obligado a realizar un trabajo de transporte de una carga en lugar de otra persona.
Acabo de aprender esta palabra preparando el via crucis: “Y lo sacan para crucificarle. Y angariaron a uno que pasaba, Simón Cirineo, que venía del campo, el padre de Alejandro y Rufo, para que cargara con su cruz” (Mc 15, 20b-21). [Evangelio y Evangelistas. José Alonso Díaz, S.J. y Antonio Sánchez-Ferrero Martín, S.J. Taurus Ediciones, 1966]

¡Se callen, coño!



Desde aquello que dicen que dijo Saulo de Tarso, alias Pablo, “de que” las mujeres que se callen, tengo que emigrar hasta mi infancia adulta, en el convento, donde el silencio era virtud y hablar una falta grave que había que purgar a la vista del personal.
Luego vino aquello de se sienten, también ¡coño!
Ahora me encuentro con que mi máxima satisfacción sería que nadie se callara; o sea, que todo quisque se expresara.
Pero… va a ser que no. Y cuando es que sí, siempre hay alguien que sale “por peteneras” y entonces otro alguien va y me dice “ves, miguelangel, eso pasa por abrir la caja de pandora”, que es como echarme en cara de que cada quien diga algo venga o no a cuento del asunto de que se trate.
Me lo paso pipa cuando enchufan la alcachofa a la boca del personal;  tanto si son los de la tele como si de la radio. Hay personas que se desmelenan de tal guisa que dan ganas de poner en “mute” el dichoso mando. No así cuando son los peques los sujetos agentes de la parlanchina; hay que verlos, con qué desparpajo hablan o cantan. Se ve que tienen madera.
Sin embargo, a veces ocurre que se escuchan cosas muy interesantes y otras que no. Pero es que no hay que darle demasiadas vueltas al asunto; tras tantos millones de años transcurridos desde que el mundo es mundo, nada nuevo hay bajo el sol; encontrar algo a estrenar en este campo no es que sea empresa irrealizable, es que no damos para más. Menos mal que nadie exige sus derechos, porque de ocurrir así, entonces sí que tendríamos que callarnos por no tener con qué pagar.
En mi calle no hay ese problema. Cuando alguien tiene algo que dar a saber al resto del vecindario, sale, lo dice y tras esperar un rato por si hay respuesta, vuelve a meterse en casa con la tranquilidad de los deberes hechos. Ocurre con frecuencia que al discurso se abren puertas y ventanas, y se inicia un a modo de asamblea abierta e indiscriminada; y de una cosa se pasa a la otra hasta terminar dándole un repaso a la entera actualidad; del barrio, por supuesto; el resto casi no interesa.

Yo antes hablaba mucho con Moli, que es que la gustaba conversar; a su manera, por supuesto. Ahora con Berto es imposible, porque siempre está adormilado o a su bola. Y con Gumi no hay manera, porque me mira con su carita de pillo y me corto; es que se me acaba el hilo y sólo me apetece darle un achuchón y dejarle correr por el jardín.
Antes muerto que callado. Es mi lema. Porque al fin y al cabo qué es la vida si nos quitan la palabra…

Entre lo que uno mismo piensa…

lo que trajina para darle expresión, lo que articula mediante la palabra dicha o escrita… y lo que otra persona entiende, puede haber una distancia sideral. Y esto no depende del lugar físico en el que se encuentren, o no sólo, ambos; aquí la geografía puede tener su importancia, pero no deja de ser algo secundario. Decisivo es el lugar mental de cada quien, tanto del agente emisor como de la parte receptora.


Digo esto a cuento de unas frases del papa Francisco que ya están recorriendo el éter. Si un día dijo «los corruptos son el anticristo», al siguiente insistió «la hipocresía es la lengua de los corruptos». Inmediatamente han empezado a utilizarse para confirmar coincidencias o desavenencias. Mientras para una porción de escuchas se trata de un juicio condenatorio contra la corrupción en la vida política y social, para otra porción no menos importante se refiere a quienes dentro del ámbito eclesial tratan de medrar buscando su propio interés; pero también hay quien considera que el papa se refiere a otros asuntillos que, –¡oh cielos, ya lo habíamos advertido y aquí todo sigue igual!–, ya fueron rechazados con anterioridad porque identifican a quienes “quieren vivir su fe desde la modernidad, respetando la autonomía del mundo y fundando su ética y su acción en el mundo «como si Dios no existiese»”.
Espero que sea él mismo, Francisco en persona, quien avisado de las posibles significaciones e interpretaciones de sus palabras, reafirme incluso con gestos su pensamiento. Es mi opinión que ya lo está haciendo. Pero claro, cada quien entiende lo que quiere… o lo que puede.
Eso mismo le pasó a Juan XXIII, cuyo 50º aniversario celebramos ayer. Y es bueno recordar que cuando a él le ocurría algo semejante, solía ser contundente. Dijo que habría concilio, y lo hubo. Dijo que pastoral, y la hubo. Dijo que universal, y lo fue. Mandó callar a la curia… (aquí no sé si le hicieron demasiado caso), y los obispos y los teólogos hablaron. Y más importante, dejó que el Pueblo de Dios se expresase. Y más cosas, que ahora resultaría prolijo enumerar.
No tengo que ir muy lejos para hablar sobre este particular. También a mí me suele ocurrir, que pensando una cosa, al traducirla a formas de expresión, se entiende de diverso modo. ¿Ha dicho blanco o negro? ¿Quiere que hablemos o que callemos? ¿Permite o no permite? Suele ser más frecuente la salida socorrida de “no le entendí”, “en ese momento estaba un niño gritando y no oí nada”, “es que me olvidé las gafas de leer”…
Por eso mismo suelo escribir lo que quiero comunicar, aunque luego levante la mirada y me salga lo que no está en el papel aunque sí en mi pensar y sentir. Por eso también, cuando me piden que dé lo que he dicho, respondo que no lo sé, tampoco lo tengo; y es la verdad.
Compruebo que también en Internet sucede algo semejante. No hay más que recorrer blogs y leer comentarios. Enseguida se comprueba cuánto difiere el texto original de quienes se acercan, leen y opinan.
Terror me produce cuando en algunas reuniones, y tras haberme expresado a mi manera, alguien interviene diciendo “estoy de acuerdo contigo…” para continuar diciendo de su cosecha algo tan diferente y alejado a mis ideas que no hay forma de medir la distancia que nos separa.
Sí, el lenguaje escrito o hablado, incluso el corporal, también sirve para separar y distanciar. Es una auténtica pena.

A vueltas con los avances tecnológicos



Reconozco que pertenezco a la era de la palabra; hablada y escrita. He disfrutado escuchando y leyendo a personas que se explicaban así primorosamente. Ellacuría era aguerrido y profeta, siempre de pie. Castillo auténtico pero aburrido, y no dejó nunca su silla. Delibes era delicioso aunque hablase de comercio, y como buen deportista nos miraba de frente desde su altura física bien erguida. Pero quien me dejaba con la boca abierta a mis escasos ocho años era el hermano Gabriel en el catecismo explicado con que se acababa cada tarde de colegio.
Sí, he tenido buenos profesores. Y también malos, aunque supieran. Recuerdo al de químicas; desde entonces se me atravesaron.
Luego oí que en las aulas habían entrado los audiovisuales, y que aquello era troya. A mí no me importó, porque lo mío han sido siempre, o casi, las letras. ¡Qué remedio!
Cuando nos planteamos la catequesis parroquial, decidimos utilizar lo que mejor aceptasen sus destinatarios. Y estaba claro que las imágenes servían mejor que las palabras. Tal vez porque éstas en nuestras bocas no adquirían el brillo necesario; tal vez porque los ojos de los pequeñajos estaban mejor preparados que sus orejas. Es un decir. El caso es que siempre nos apoyamos en imágenes y sonidos. Si había en el mercado, bien; si no existía, se fabricaba. Tengo en un cajón de mi mesa de despacho un paquete de marquitos de diapositiva sin estrenar y algunas casettes vírgenes de audio, como prueba de lo que digo.
Así que primero estaban los montajes audiovisuales. Luego llegaron los vídeos. Y ahora triunfan los dvd. Toda una generación de productos tecnológicos de alta gama.
Sigo siendo de palabra, aunque con frecuencia desbarre, me extienda y aburra. Pero acudo de vez en cuando a la tecnología, sobre todo con la infancia. Así por ejemplo, en las primeras confesiones. De ahí no suelo pasar, aunque he oído que hay quienes usan estas cosas en las misas, y hacen pps en lugar de homilías. Nunca se me ocurrirá sustituir una lectura evangélica por una proyección con el cañón del pc, ni nuestro canto comunitario, cancionero sobado a conciencia, por un cierto karaoke a la japonesa. Pero de todo ha de haber en la viña…
Hay un problema, que falle la tecnología. Simplemente que se corte el fluido eléctrico. Pero sin llegar a tanto, hay sorpresas que tener medianamente prevenidas. Por ejemplo, que se atasque el proyector; que el vídeo pegue saltos o que el dvd no esté debidamente conectado al televisor.
Esta tarde, si ir más lejos, una catequista, R, me dice al finalizar que la cinta de vídeo está estropeada. ¿Qué ha pasado? Se distorsionaba toda la imagen… ¡Vaya por dios! Es el tracking, respondí. Y ella reconoció que había tocado una tecla del mando equivocada.
Y la semana pasada ocurrió algo semejante al grupo de los medianos. Se negó el proyector a funcionar, y oyeron el fotomontaje con los ojos cerrados, imaginándose las escenas. Les salió de rechupete.
Sí, suele haber accidentes con las máquinas que usamos en catequesis. Pero no es que estén estropeadas; es, sencillamente, que para ser catequista no se requiere en esta parroquia ser técnico en medios audiovisuales, aunque éstos sean unas herramientas muy apropiadas para los tiempos que vivimos.
También nuestro cuerpo falla en ocasiones. Recuerdo que al hermano Gabriel aquel invierno –1955, 1956 ó 1957– le afectó sobremanera; estuvo afónico y se pasó buena parte del curso con una pastilla verde, supongo que de mentol, pegada a la boca con un pañuelo. Dado que no podía hablar, estuvimos quince días leyendo por turnos del libro de la historia sagrada.
No fue lo mismo. ¡Ni parecido!

El malentendido


 
Miguel Ángel, tengo que hacerte una pregunta, dijo la directora del centro por teléfono. Dispara, dije. Parece que nos dejas¿¡Perdón!? ¿Cómo dices? Ladis me ha dicho que tú has dicho a Nieves que en septiembre ya no vas a venir; y me ha preguntado que por dónde empezar a buscar quien te sustituya. No sé qué me estás diciendo; no he dicho nada parecido, volví a decir. ¿Entonces no es verdad? El próximo domingo nos vemos, y si hay pan y vino, celebraremos la Eucaristía.
Esta fue la conversación telefónica que mantuve el jueves pasado con Elvira.
Hoy todo está aclarado.
Durante todo el mes de agosto, y a la vista del exiguo remanente que había en la pequeña sacristía del entrañable centro residencial, avisé repetidamente que había que hacer acopio de material, porque en septiembre empezaríamos a cero si no había repuesto, y así no podía haber Eucaristía. El vino, aunque esté embotellado, disminuye en cada consumición; y el pan, aunque sea ácimo y en forma de obleas redondas, también va desapareciendo en cada comida. Dicho en román paladino, se estaban agotando el vino de consumir y las hostias.
Pero indefectiblemente cada domingo respondían todos a la vez y algunos de uno en uno que se habían olvidado. Así que el siguiente domingo volvía yo a la carga.
Así llegamos al día 26, último domingo de agosto, y terminamos con todo. No quedó ni gota de vino ni miga de pan. Volví a recordarles el asunto y para despedirme dije hasta el mes de septiembre.
Nieves, que es valenciana pero afincada en la ciudad, se hizo un lío e imaginó que me estaba despidiendo para los restos. Y ahí comenzó el malentendido. Que Miguel Ángel ya no va a volver. ¿Estará molesto con alguien? ¿Ahora quien va a venir a decirnos misa? ¿Será porque no le hemos hecho caso en lo que nos pedía?
Forman un colectivo enternecedor. No me doblan en edad, pero han entrado en esa etapa de la vida en que todo lo tienen que recibir, ya poco pueden por sí mismos. Están muy bien atendidos, eso me parece a mí que asomo una vez a la semana y justo para celebrar con ellos y poco más, total una hora; pero no me es posible despegarles una como sensación que me dan de desvalimiento, de orfandad, de viudedad, de soledad, de individualidad… En ese mundo pequeño y encerrado, cerrado sobre sí mismo, una palabra cualquiera recibe un eco desproporcionado, para terminar totalmente deformada.
Volvimos a nuestra rutina, les hice reír a algunos, al resto no pude sacarles de su sopor. Canté por ellos, recé con ellos, les di la comunión a la mayoría y para terminar les deseé la paz. Me despedí, como siempre, hasta el próximo domingo.
Ya no volveré a jugar con las palabras, ni en bromas.

Palabras de más, palabras de menos


Al terminar el domingo al mediodía va y me dice Felipa que al principio estaba intrigada por lo que podía decir, pensando en lo que otros curas estarían diciendo en un día como el de la Santísima Trinidad. Y la verdad es que no dije nada, o casi. Y eso le gustó. Claro, qué se puede decir cuando se habla de uno mismo o a partir de lo que uno cree que es, no es, o debería ser… Vaguedades. O necedades. Y al final… todo vanidad.
Estoy oyendo estos días demasiadas cosas; sobre lo que nos está pasando y sobre cómo lo estamos encarando; y lo que saco en limpio es que ni lo entendemos ni sabemos solucionarlo. Como quien hace lo primero que se le ocurre y luego lo segundo, lo tercero… Es lo que llaman la prueba del ensayo error.
Es lo que yo hago siempre. Tengo un problema y me quedo pensando. Se me ocurre algo y lo pruebo. Si hay error hago otro intento. Y luego otro. Y así sucesivamente. Si consigo solucionarlo, me condecoro. Y termino por ponerme la medalla siempre, porque nunca desisto. Soy así, tenaz y terco. Como Gumi. Por eso precisamente he hecho tan pocas cosas en mi vida, porque no dejo nada tras de mí. Y eso lleva tiempo. Mucho tiempo.
No tengo que decir aquí que al fin el vídeo de otro día se ve en la tele de catequesis. Sería bobada callármelo. Ahora tengo entre manos otra cosa. No merece la pena publicarla aquí, carece de importancia. Otras vendrán que sí la tengan.
El caso es que hoy nos hemos juntado para celebrar el fin de la catequesis, y ellas solitas han hecho todo. Una maravilla. Yo puse el café, un par de litros. Sobró de todo, menos café, para repartir el viernes. Y hubo muchas palabras, palabras directas, palabras cruzadas, palabras susurradas y palabras carcajeadas. Y entre el guirigay, mucha claridad; por no decir que toda.
Las tuve que dejar hablando, porque los curas siempre tenemos alguna misa que nos obliga, o nos permite, ausentarnos para estar en otra parte. Siguieron bastante más. No tenían nada que solucionar, pero no las importaba. En un momento dado quise agradecer su interés y lo bien que lo han hecho; y fueron ellas las agradecidas.
En fin, que esto de las palabras a mí aún me sigue dejando perplejo: hay veces que las palabras sobran y otras que son estrictamente necesarias. Y cuando más están de más es cuando se pretende con ellas embaucar al personal, y cuando mejor caen y sientan es cuando sirven de vehículo de comunicación por el simple y puro placer de estar sintonizados.
Es lo que ha pasado esta tarde en mi parroquia. Una simpleza, como otras tantas que me ocurren.

El poema desaparecido


Lo visual me pilló mayor, porque nací en el blanco y negro. Y entonces era la palabra, -las palabras dichas, recitadas, contadas, susurradas, suspendidas en el aire-, por encima de la imagen la que explicaba, adornaba, completaba la realidad.
Uno vino al mundo con los ojos espetellados, pero enseguida los oídos se le espabilaron. La voz cálida de mamá, la menos suave de papá, la gritona del hermano, las vecinas y de más allá… En fin, las palabras fueron poco a poco llenando el pequeño mundo del recién llegado a este mundo que habitamos.
La a con la a, aa; la b con la e, be; la f con la i, fi; la h con la o, o… fueron los primeros sonidos que se aplicaron a la imagen. Nada de importancia. Mucho más lo eran las historias narradas en las largas tardes de verano al corro en la puerta del señor Gaspar, maestro donde los hubiere, sin estudios pero con saber, que nos encandilaba a los pequeños hasta que llegaba la hora de ¡niños, a cenar!
Luego, con el tiempo, disfruté de egregios cuentacuentos, en el cole, en la catequesis, en la vida. Catecismo explicado, chistes, chascarrillos, anécdotas, leyendas, cuentos… Materias áridas envueltas en palabras, altivas e inextricables filosofías y teologías puestas al alcance de cualquiera merced al verbo sencillo más dirigido al corazón que a la cabeza.
Y el summum: don Miguel Delibes haciendo que algo tan prosaico como Historia del Comercio fuera recibida como la mayor epopeya humana jamás contada en la historia toda.
No hace mucho me asaltaron la pantalla del ordenador unas líneas en forma de poema que hablaban de las palabras. Qué cosa, palabras sobre palabras. Apenas aparecieron, desaparecieron. Logré capturarlas, intenté retenerlas. No me fue posible. El borrador había limpiado la pizarra. Pero no pudo con la tiza, y alguna huella quedó. Acercando el ojo a la imagen apenas distinguible, fui reconstruyendo letra a letra el conjunto, hasta recuperarlo casi entero. No me ha sido posible acertar del todo en la puntuación, los espacios, los saltos de línea… En fin, no está tal cual lo vi. Pero se aproxima.
Aquí lo tengo y aquí lo pongo. Sencillamente me gusta. Os lo ofrezco, aunque no es mío. Tiene firma. No tengo permiso, no sé cómo pedirlo. No quiero que se pierda; sería una auténtica pena.

Palabras… locas

 
Cubiertas de polvo de caminos lejanos,
así llegaron ellas, fatigadas, polvorientas.
Se acomodaron lo justo para ser correctas,
pero, las palabras estaban molestas, tal vez
por su forma, por su fondo, por su simulación.

Alguna atrevida mostró su disgusto,
levantó la voz un tono, lo justo.

Yo prefiero el viento que abre la vela,
que me lleve lejos, con o sin marea;
no me siento eco de cosas tan ciertas.

 Son… eso, palabras que viajan y asertan
historias de amor, vidas y leyendas.

Viajan con nosotros. Si las escuchamos reviven,
sonríen; otras veces lloran; son palabras
vivas, también extenuadas, de horas dormidas,
de horas marcadas.
Escritas con sangre, grabadas muy lentas,
palabras latentes, conscientes, prudentes… ¿Cómo expresarlo?


aloe

Otra noche preparando un examen



Hay un señor, un hombre quiero decir, que ha dedicado toda su vida a construir casas. Ya era albañil en su pueblo, y luego también lo fue en la emigración. Los franceses, le llaman al grupo al que pertenece. Y son muchos por aquí, todos emparentados, salmantinos de junto a la raya, próximos a una villa de tronío, Ciudad Rodrigo. ¡Qué tiempos aquellos!
Este hombre quiere dejar de trabajar, que ya cumplió. Ahora dice que se hace hortelano en su tierra, que tiene parcela. Y como no lo aprendió de joven, quiere saber ahora de mayor. Y me pregunta a mí, ¡qué cosas! ¿no? En este mundo tal parece que las cosas no son lo que parecen, sino cualquier otra cosa.
Está visto que no puedo dejar los libros. Voy a ver qué tengo entre mis cosas sobre esa ciencia antigua, la horticultura. Seguro que los romanos algo escribieron sobre este particular.
¡Ahora que recuerdo! Hará unos veinte años otro paisano del barrio quiso poner invernadero como último recurso para salir del atolladero del paro. Entre maquinaria y urbanizaciones, le habían quitado el poco trabajo que siempre o nunca tuvo; sabía de entresacar remolacha, cosechar patatas, regar aquí y allí, segar alfalfa, en fín, esas cosas que por aquí siempre se dieron. No tenía parné. Vino a hablar conmigo de pedir subvención. Me enteré. Exigían un estudio detallado del asunto. Pedí ayuda a Ignacio, profesor de la materia. Vino un día con un montonarro de papeles. Aquella noche entera la pasé revisando proyectos de alumnos de INEA(1), y con todo ello inventé uno. Le dieron la subvención, pero yo no aprendí nada.
Ahora sigo sin saber; pero puesto que me preguntan, para responder volveré a estudiar. Algo tendré que decir.
De lo que tampoco sé y no puedo decir nada relevante es de lo que habla este otro señor, Ángel García Forcada. Pero si lo dice él y aquellas mujeres siguen entonando cantos, entonces tiene razón Juan Navarro en que el ser humano es lo más maravilloso que podemos encontrarnos, aunque necesite –necesitemos– un empujoncito para reconocerse y reconocerlo. Y también tiene razón, aunque se exprese con cierto empalago para mi gusto, José Arregui; lo dulce no quita lo profundo.
Callaré, pues, y sólo apuntaré una cosa más para terminar: algo tan valioso como el ser humano es, sin embargo, sumamente delicado y frágil y o se le cuida o puede destruirse. Anna Jorba así lo avisa.


* * *

Mientras tecleo estas líneas llega la noticia de que ETA abandona las armas. Quiero creerlo, pero me cuesta. Deseo pensar limpiamente, y no lo consigo. Necesito asegurarme de que no hay truco, y me salen sin forzarlos muchos, demasiados. A estas alturas ¡cómo fiarse de su palabra!

Pasó una piedra que lanzó una honda;
pasó una flecha que aguzó un violento.
La piedra de la honda fue a la onda,
y la flecha del odio fuese al viento.

La virtud está en ser tranquilo y fuerte;
con el fuego interior todo se abrasa;
se triunfa del rencor y de la muerte,
y hacia Belén... ¡La caravana pasa!
Rubén Darío
 
––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––
(1) Instituto Nevares de Empresarios Agrícolas. Actualmente rebautizado como Escuela Universitaria de Ingeniería Agrícola INEA, dependiente de la Universidad de Valladolid. [http://www.inea.uva.es/]

Palabras, las justas


Soy de pocas palabras, sin embargo necesito de muchas para hacerme entender. No le pasaba así a mi padre, que usaba pocas y las justas. Se le entendía a la primera. Otra cosa es que se estuviera o no de acuerdo.
A veces hacíamos el viaje entero desde mi pueblo hasta Alicante, setecientos kilómetros, sin decir ni pío. Y tan contentos. Eso sí, llegábamos a casa con la boca seca.
Sin embargo, era público y notorio que en las tertulias de café y en los encuentros familiares, mi padre era parlanchín y buen conversador y contador de historias.
Cosas.

Palabras que no pesan

Dos cosas me ha dejado el cartero esta mañana: una tarjeta y un sobre grandón. El sobre es de Proyecto Hombre, que me suele mandar cosas de vez en cuando. Esta vez es la Memoria 2010. Se la puede consultar en http://www.proyectohombreva.org/
La tarjeta es lo que me ha llamado la atención. Una simple cartulina, escrita por ambas caras. Lleva impresa la frase “Sólo los verdaderos amigos dejan huella”. Y no, no es una carta de amor, de amistad, de desinteresado interés por mí. Al contrario, es de un banco. Y no digo de cuál. Me habla de un 3,75% TAE* a un año.
El caso es que la dejé encima de mi mesa camilla, y no la he vuelto a mirar. Pero ahora, en la madrugada, me fijo en ella y pienso… que hay palabras que no pesan absolutamente nada.
No cabe duda de que la frase en sí tiene sentido, y posiblemente aceptación.  Estoy seguro que se usa mucho. Tanto que está en multitud de listados de mensajes que pueden utilizarse para aquellas ocasiones que lo requieran. Por simple curiosidad he buceado con google y he descubierto que está en la red 78.500 veces, cosa que ha conseguido contar en 0,22”. ¡Ya es rapidez! ¡Y promiscuidad!
Seguro que hay situaciones en que quedará muy bien, y será agradablemente recibida.
No ha sido mi caso. Tampoco me ha molestado. Sólo y apenas me he dicho ¡palabras!

Como quien oye llover

Óyeme como quien oye llover,
ni atenta ni distraída,
pasos leves, llovizna,
agua que es aire, aire que es tiempo,
el día no acaba de irse,
la noche no llega todavía,
figuraciones de la niebla
al doblar la esquina,
figuraciones del tiempo
en el recodo de esta pausa,
óyeme como quien oye llover,
sin oírme, oyendo lo que digo
con los ojos abiertos hacia adentro,
dormida con los cinco sentidos despiertos,
llueve, pasos leves, rumor de sílabas,
aire y agua, palabras que no pesan:
lo que fuimos y somos,
los días y los años, este instante,
tiempo sin peso, pesadumbre enorme,
óyeme como quien oye llover,
relumbra el asfalto húmedo,
el vaho se levanta y camina,
la noche se abre y me mira,
eres tú y tu talle de vaho,
tú y tu cara de noche,
tú y tu pelo, lento relámpago,
cruzas la calle y entras en mi frente,
pasos de agua sobre mis párpados,
óyeme como quien oye llover,
el asfalto relumbra, tú cruzas la calle,
es la niebla errante en la noche,
como quien oye llover
es la noche dormida en tu cama,
es el oleaje de tu respiración,
tus dedos de agua mojan mi frente,
tus dedos de llama queman mis ojos,
tus dedos de aire abren los párpados del tiempo,
manar de apariciones y resurrecciones,
óyeme como quien oye llover,
pasan los años, regresan los instantes,
¿oyes tus pasos en el cuarto vecino?
no aquí ni allá: los oyes
en otro tiempo que es ahora mismo,
oye los pasos del tiempo
inventor de lugares sin peso ni sitio,
oye la lluvia correr por la terraza,
la noche ya es más noche en la arboleda,
en los follajes ha anidado el rayo,
vago jardín a la deriva
entra, tu sombra cubre esta página.
Octavio Paz (1914-1998)
Publicado en ‘Árbol adentro' por Editorial Seix Barral, Barcelona 1987

Miércoles después del Miércoles de Ceniza


Desde Japón

Hoy es 16 de Marzo, y el terremoto que asoló la costa este de Japón ocurrió el 11. Sin embargo, los daños sufridos desde entonces no sólo se conocen mejor sino que van en aumento, especialmente con las explosiones, los incendios y las fugas radioactivas de las centrales nucleares de Fukushima.                 
Me piden que cuente “desde dentro” de la Vida Religiosa y Japón cómo estamos viviendo esta tragedia para la que adjetivos como dantesca o apocalíptica no son bastante expresivos. Aunque, ¿qué puedo decir?... Vivo en la provincia de Chiba pero lejos de la costa y a varios cientos de kilómetros de la zona más devastada. Aquí sufrimos el terremoto (el más fuerte experimentado por mí en los más de 30 años de misionera en Japón) y sufrimos algunas de sus consecuencias… pero son poca cosa si lo comparamos con lo que vemos en TV. Verdaderamente no sé qué decir…
Así que entro en Internet, en la página de la Iglesia católica, para informarme. La Diócesis de Sendai que es la que ha sufrido todo el peso de esta catástrofe cuenta que algunas de sus iglesias han sufrido derrumbamientos y desperfectos… pero son pocas. Una religiosa de esa zona informa que todas las Hermanas de las 13 Congregaciones femeninas repartidas en 31 casas están bien. El Obispado nos dice que un misionero canadiense ha muerto de un ataque al corazón provocado por el seísmo.
La Diócesis vecina, Saitama, también informa de desperfectos en sus iglesias, y de algunos fieles que han tenido que dejar sus casas y utilizar los refugios.
En Tokyo una parroquia ofrece ayuda psicológica y espiritual para hacer frente al stress de estos momentos. Eso es todo.
Sigo escribiendo, pero a mano. Ha comenzado un apagón eléctrico que durará tres horas. Están programados y repartidos por zonas para paliar de alguna manera la falta de energía provocada por los accidentes en las centrales eléctricas.  Por las calles transitan menos coches ya que no se puede comprar gasolina. Los trenes también funcionan bajo mínimos. En los supermercados las estanterías están vacías… y la gente, toda, lo acepta sin quejas ni estridencias… es nuestro modo de solidarizarnos con los que están sufriendo mucho más que nosotras.
Vuelvo a mis pensamientos sobre la Iglesia y la vida religiosa en Japón tan minoritaria ¿qué hace en estos momentos?... ¿Cómo afronta la tragedia?... la únicas imágenes que acuden a mi mente son la de la sal y la levadura… en medio de todos, sencillamente, viviendo y sufriendo juntos. Pienso en esta Iglesia y esta vida religiosa que es la mía mientras veo por la ventana el pequeño campo de juegos del Jardín de infancia que regentamos. Mañana es la ceremonia de fin de curso y las profesoras están alineando sillas y poniendo flores para organizar un salón de actos al aire libre, ya que el edificio se resquebrajó con el temblor y es peligroso usarlo. Todas trabajan uniendo esfuerzos para volver lo antes posible a la normalidad… Imagino que también las tres universidades, diez colegios de enseñanza secundaria y tantos parvularios de las Congregaciones Religiosas y las parroquias en la Diócesis de Sendai, estarán igualmente uniendo esfuerzos, trabajando juntos, católicos y no católicos, Hermanas y laicos, dando lo mejor de sí mismos… porque el Reino de Dios es de todos y entre todos nos vamos acercando a él.
No somos los protagonistas… la Administración, las múltiples ONGs, las asociaciones de vecinos… funcionan perfectamente, están muy bien organizadas… lo que nosotras podemos hacer es colaborar con ellos como unas ciudadanas más, como un grupo más. La Vida Religiosa por aquí no tiene poder… desde abajo, como todos, con todos, va aprendiendo y enseñando, dando y recibiendo… compartiendo. Esta es la imagen de Iglesia y de la Vida Religiosa que también ahora, en medio de la tragedia, sigue válida. Somos vecinos de la gente, sin más privilegio que esa luz de esperanza que la fe pone en nuestro corazón. Decía ayer por Televisión una señora: “Lo he perdido absolutamente todo. Sólo me queda la vida… pero tal vez hubiera sido mejor perderla también”. ¡Si pudiéramos estar cerca de estos agujeros de desesperación callada para dar la mano!… Esa es nuestra humilde misión: optar por la vida, acompañar esperanzadamente. En cada parroquia, en cada comunidad, estar con las puertas abiertas, ofrecer, esperar… el anuncio del Evangelio en Asia se hace no a gritos sino en susurro… como se dijo hace bastante tiempo. Y ahora, tal vez ni eso… ahora es tiempo de silencio respetuoso, dolorido… para acompañar el sufrimiento que nos rodea.

Celia Fernández
Chiba ken. Nagareyama

Más palabras

Palabras
Palabras para cantar.
Palabras para reír.
Palabras para llorar.
Palabras para vivir.
Palabras para gritar.
Palabras para morir.

Nos enredan en sílabas y en voces
desde el instante mismo en que nacemos
y, a través de los días y los días,
los oídos se llenan de palabras, y palabras.

Palabras para cantar.
Palabras para reír.
Palabras para llorar.
Palabras para vivir.
Palabras para gritar.
Palabras para morir.

Yo te bautizo,
justicia e injusticia.
Comunismo en la China,
oposiciones.
Mi buena tía Fina
me quería ingeniero de Estado.

Palabras para cantar.
Palabras para reír.
Palabras para llorar.
Palabras para vivir.
Palabras para gritar.
Palabras para morir.

Hijo mío, hijo mío:
¿por qué has pecado?
Alianzas para matar.
Cañones para el progreso.
Amén, amén, amén.
Descansa en paz.

Palabras para cantar.
Palabras para reír.
Palabras para llorar.
Palabras para vivir.
Palabras para gritar.
Palabras para morir.

Está visto que no hay dos sin tres. Y es que me ha entrado una obsesión por las palabras, así de repente, que llevo unos días (ya se puede ver, es evidente) que no me puedo contener.
Si será el miedo, lo de Japón está ahí mismo, a la vuelta de la esquina; o será que los medios se están excediendo últimamente y no paran de largar; o será que para encontrar una verdad entre la maraña hay que ponerse arremangado, como cuando en mi casa, de pequeño, después de cenar mi madre nos juntaba a todos y ponía encima de la mesa las lentejas para comer al día siguiente, y debíamos escogerlas entre semillas diversas, piedras, y restos de pajillas.
Y es que, igual que hay un tiempo para cada cosa y tiempo para todo, hay también palabras para cualquier roto, descosido o desaguisado. Quohelet, muy sabio él, ya lo dijo hace la tira.
Y más recientemente, aunque la experiencia era ya también antigua, alguien más nos dijo que las palabras también se utilizan para dormirnos, con cuentos, con mentiras o con zalamerías.
«Miente más que habla» es una expresión que escucho con demasiada frecuencia en mi trato con mi gente. Se refiere a quien vive engañando. Y lo que no dicen, pero lo dan por supuesto, es que el tal también se engaña, zambullido en su propia verbosidad. Pero se equivoca, él es el único engañado.
No. Definitivamente no engañan las palabras más que a quienes se dejan engañar, o lo desean.
Por favor, seamos comedidos. Y pensemos. Ahorremos saliva. Seguro que con menos verborrea consiguimos lo mismo. Habrá menos ruido. Gozaremos de algún rato de amable conversación o podremos reflexionar a solas y sin sobresaltos. Descansaremos mucho más y mejor. Tendremos más tiempo para mirarnos a los ojos. Y todos saldremos ganando en salud.
Y otra cosa más, para terminar: cuidemos las palabras, ¡son tan importantes!

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