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Niños para la guerra


Volvemos del paseo antes de que entren al cole, aunque algunos y algunas ya llevan dentro casi una hora, son los “madrugadores”.  Van directamente al gimnasio y se les ve darle al balón y correrse unos a otros. Entre libros, cuadernos y rotuladores pasarán toda la mañana a las órdenes de alguien que les guiará de una actividad a otra hasta la hora de comer. No parece que nada ni nadie los inquiete, y viven confiados en que  lo que venga será igual o mejor.
Nada que ver con lo que están pasando en estos mismos momentos otros niños y otras niñas, en algunos rincones del planeta, de su misma edad pero diferente condición. Niños y niñas soldados. Sólo pronunciar la frase sobresalta. Infantes de ambos sexos con armas en las manos en vez de papel y lápiz; odio en la mirada por curiosidad y sorpresa; rencor del corazón donde debería haber alegría e ingenuidad. Miedo transformado en belicosidad. Obediencia ciega, no libertad y creatividad.
Hoy es el Día Internacional contra la Utilización de los Niños Soldado.
No servirá para gran cosa, porque ellos y ellas seguirán allí, sujetos a sus captores, y nosotros aquí, lamentándonos de lo mal que está el mundo.
Alrededor de 300.000 niños y niñas son utilizados en guerras de todo el mundo como soldados. “Una cifra difícil de calcular, que no disminuye en tanto que los conflictos en el mundo tampoco lo hacen”, explica Ana Muñoz, portavoz de Misiones Salesianas.
Todas y todos algún recuerdo malo guardamos de la infancia. Pecata minuta. Son muchos más los buenos, que de vez en cuando traemos al presente y con ellos disfrutamos.
Meritoria labor la de quienes rescatan a estos niños y niñas y consiguen hacerles volver del infierno, aunque no recuperar el tiempo perdido.
¡Que no pierdan el ánimo!

Ayelet Shaked y María Magdalena


Ambas son mujeres y las dos, judías. Ahí se acaban las similitudes. Todo lo demás indica que no tienen más cosas en común. Y eso, a pesar de que sus nombres parecen significar lo mismo. María, “la que se elevó”; Ayelet, “la elevada”.
Ayelet es miembro del parlamento israelí, diputada del partido Hogar Judío, que ha ocupado últimamente titulares en los medios por estos mensajes que ha dejado en facebook el pasado día 7 de julio:
"Tienen que morir y sus casas deben ser demolidas. Ellos son nuestros enemigos y nuestras manos deberían estar manchadas de su sangre. Esto también se aplica a las madres de los terroristas fallecidos".
"Detrás de cada terrorista hay decenas de hombres y mujeres sin los cuales no podría atentar. Ahora todos son combatientes enemigos, y su sangre caerá sobre sus cabezas. Incluso las madres de los mártires, que los envían al infierno con flores y besos. Nada sería más justo que siguieran sus pasos".
Noli me tangere. Fra Angelico. Museo Nacional de San Marcos. Florencia
La Magdalena vivió hace más de veinte siglos, no consta que dejara algo escrito y tampoco tenemos fotos para saber qué cara tenía.
Sólo el azar ha hecho que yo las ponga en relación, precisamente hoy, día de Santa María Magdalena.
En su nombre no me está permitido juzgar a la de ahora, por más que sus palabras duelan, y hayan levantado polvareda de unos y de otros. Pero sí quiero decirle a Ayelet, la aguerrida luchadora sionista, que se modere y mire, que piense y reflexione: –si aún no es madre, o si ya lo es qué más da–, que Magdalena, la de entonces y de siempre, no consta que lo fuera, pero estuvo henchida de amor –«porque tiene mucho amor» (Lucas 7, 47)– y por eso perdura a pesar del tiempo. Si ella quiere también durar, y no ser una simple flor pasajera, tiene que dejarse henchir de amor. Entonces tal vez no consiga mantener ese bello rostro en el que no hay rastro de entrega ni de acogida, pero adquirirá otro tipo de hermosura que no se valora en votos y titulares. Que se ponga a los pies de las que sufren en carne propia y ajena los horrores de esa guerra; que deje de azuzar a los violentos; que busque callar a los cañones y, si puede, que llore por la sangre, tanta sangre derramada en esa hermosa tierra maltratada a lo largo de los siglos.
Yo le sugeriría a Ayelet Shaked que aprendiera de María de Magdala, cuyo día celebramos los cristianos, a ponerse en camino hacia Gaza, para abrazar a tantas madres que lloran por sus hijos, porque se los han matado y no quieren ser consoladas porque ya no existen (cfr. Jeremías 31, 15; Mateo 2, 18). Que lea a Jeremías y entienda que la promesa dice que aquellos son también hijos e hijas, y volverán, siempre lo han hecho, a ocupar su tierra.
Que recuerde, finalmente, estas palabras que alguien dijo mirando a Jerusalén con amor: «Llorad por vosotras y por vuestros hijos, porque si esto hacen con el leño verde, con el seco ¿qué harán?» (Lucas 23, 28-31), y entienda que si no construyen la paz, entre todos, la guerra les destruirá y no quedará piedra sobre piedra.
Deja, pues, Ayelet de cargar con tus palabras las armas que matan. Son tus hermanas y hermanos los que están muriendo. Te lo digo en nombre de María Magdalena, cuyos muchos pecados fueron perdonados porque fue capaz de amar.
Ama, mujer, ama.

Gatillo fácil



Me brotó en los labios en cuanto leí los titulares. Ese avión no se cayó por sí sólo. Doscientas noventa y ocho personas no han muerto por azar. Ha sido premeditado. Un asesinato multiplicado por casi trescientos.
Ahora me entero que la expresión “gatillo fácil” está patentado, y procede de Argentina; se refiere al abuso policial hacia los sectores más humildes de la sociedad.
No eran propiamente humildes la mayoría de los asesinados a más de diez mil pies de altura. El colectivo que iba a tratar sobre la investigación del SIDA en Australia seguro que tenían altos estudios y un nivel adquisitivo superior a la media.
Los que iban a disfrutar sus vacaciones, tampoco parecían del segmento inferior de la sociedad. Y si iban con la ropa justa, no era por falta de recursos; a donde iban sobra casi toda.
El que disparó, el que apretó el fatídico gatillo, no dio “un gatillazo”; provocó una masacre. Y lo hizo con premeditación y alevosía.
Maldito él, y maldito quien le diera la orden. Ha sido una canallada.
¿Quién pone en manos de quién armas para matar?

Sentí una punzada en las tripas




Tras una semana entera apartando la vista para no ver las sanguinarias escenas de los sanfermines que insistentemente ofrecían todas las televisiones, este mediodía, en la comida, no pude retirar mis ojos de la pantalla. Unos niños jugaban en la playa. De pronto, dejaron de jugar. La bomba les había arrancado de la vida.
No sé qué pasa en Palestina. Dicen y dicen, y no paran. Que si Israel, que si Hamás, que si la ONU, que si Egipto… que si los líderes mundiales…
Seguí comiendo, pero mis tripas no lo agradecieron.

He tenido un sueño


Creo que ninguna de las páginas de internet que visito asiduamente, interesado por la seriedad de sus temas y la profundidad con que los abordan, se olvidó ayer de recordar aquel discurso durante la marcha por los derechos civiles que pronunció Martin Lhuter King hace cincuenta años.
Yo también quiero hacer público mi recuerdo porque es historia. Está en mi memoria, aunque en su momento no tenía ni edad ni capacidad para digerirlo. Sin embargo, recuerdo que cuando veía por la tele aquella masa humana caminar hacia el capitolio de made in usa no entendía que sólo estuviera refiriéndose a un asunto doméstico de rivalidad, mejor dicho de opresión, de razas o etnias. Pensaba, eso creo ahora, que aquello apuntaba hacia otras metas más amplias y más profundas y más duraderas.
Ahora veo que las palabras de aquel profeta afroamericano se quedaron en casa, y para uso interior.
Comparar a Obama con King, ya lo puse en duda en su momento. Ahora mismo, cuando vuelven a sonar tambores de guerra en dirección a Siria con olor nauseabundo a crudo, lo tengo demasiado claro. Para nuestra desgracia.
Por mucho que sobemos las palabras, nuestros pasos siguen siendo vacilantes y tropezamos en la misma piedra una y un millón de veces.
¡Qué pena!
Aún así, no me resisto a colgar en mi pequeño mundo el texto íntegro de aquel discurso, que aún tiene vigencia, y la tendrá por muchos años a no ser que todos los seres humanos individualmente y en conjunto entremos en razón.
Es gentileza de Ángel García Forcada.



“TENGO UN SUEÑO”. DISCURSO DURANTE LA MARCHA POR LA LIBERTAD A WASHINGTON”. 28 de Agosto de 1963, Washington D.C. Martin Luther King fue presentado como “el líder moral de nuestra nación” y habló a la sombra de la estatua sedente de Abraham Lincoln.
 ”Estoy orgulloso de reunirme con ustedes hoy en la que será la mayor manifestación por la libertad en la historia de nuestro país (…)
Hace cien años, un gran americano bajo cuya sombra simbólica estamos hoy en pie, firmó la Proclamación de la Emancipación. Este decreto trascendental vino como un gran rayo de luz de esperanza para millones de esclavos negros, abrasados bajo las llamas de una injusticia marchita. Vino como un gozoso amanecer al final de una larga noche de cautiverio. Pero cien años después, debemos afrontar el trágico hecho de que el Negro aún no es libre; cien años después la vida del Negro todavía está lisiada tristemente por las esposas de la segregación y las cadenas de la discriminación; cien años después, el Negro vive en una solitaria isla en medio de un inmenso océano de prosperidad material; cien años después, el Negro todavía languidece en los márgenes de la sociedad americana y se encuentra desterrado en su propia tierra.
Así que hemos venido hoy aquí a representar el drama de una condición vergonzosa. En cierto sentido hemos venido a la capital de nuestro país a cobrar un cheque. Cuando los arquitectos de nuestra república escribieron las magníficas palabras de la Constitución y la Declaración de Independencia, firmaron un pagaré del cual cada americano sería el heredero. Este pagaré era la promesa de que todo hombre, sí, el negro y el blanco, tendrían garantizados los derechos inalienables de vida, libertad y búsqueda de la felicidad.
Es obvio hoy día que América ha incumplido este pagaré en lo que concierne a sus ciudadanos de color. En lugar de honrar esta sagrada obligación, América ha dado a la gente negra un cheque defectuoso, un cheque que ha sido devuelto con el sello de “fondos insuficientes” (…). Pero rehusamos creer que el Banco de la Justicia se halle en bancarrota. Rehusamos creer que no haya suficientes fondos en las grandes cúpulas de la oportunidad de este país. Y por ello hemos venido a cobrar este cheque, el cheque que responderá a nuestra demanda de la riqueza de la libertad y de la seguridad de la justicia. (…)
También hemos venido a este sagrado lugar para recordar a América la impetuosa urgencia del ahora. Este no es el momento de permitirse el lujo de enfriar la situación o tomar las drogas tranquilizadoras del gradualismo. Ahora es el momento de hacer realidad las promesas de Democracia; ahora es el momento de salir del valle oscuro y desolado de la segregación al camino luminoso de la justicia racial, ahora es el momento de abrir las puertas de la oportunidad a todos los hijos de Dios. Ahora es el tiempo de levantar a nuestra nación de las arenas movedizas de la injusticia racial a la sólida roca de la hermandad. Ahora es el momento de hace reales las promesas de la democracia.
Sería fatal para la nación pasar por alto la urgencia de este momento y subestimar la determinación del Negro. Este verano ardiente por el descontento legítimo del Negro no pasará hasta que no haya un vigoroso otoño de libertad e igualdad. 1963 no es el fin, sino el principio. Aquellos que pensaban que el Negro necesitaba desahogarse y ahora estará contento tendrán un áspero despertar si el país regresa a sus asuntos como sin nada hubiese pasado (…). No habrá descanso ni tranquilidad en América hasta que al Negro se le garanticen sus derechos de ciudadanía. Los remolinos de la rebelión continuarán sacudiendo los fundamentos de nuestra nación hasta que surja el esplendoroso día de la justicia.
Pero hay algo que debo decir a mi gente, a aquellos que permanecen en el cálido umbral que conduce al palacio de la justicia. En el proceso de ganar el lugar que nos corresponde, no debemos ser culpables de hechos censurables. No busquemos satisfacer nuestra sed de libertad bebiendo de la taza de la injusticia y el odio (…). Debemos por siempre conducir nuestra lucha en el elevado plano de la dignidad y la disciplina. No podemos permitir que nuestras protestas creativas degeneren en violencia física. Una y otra vez debemos elevarnos a las majestuosas alturas de enfrentar la fuerza del alma a la fuerza física. La maravillosa nueva militancia que ha envuelto a la comunidad Negra no debe llevarnos a desconfiar de todos los blancos; porque muchos de nuestros hermanos blancos, como puede verse hoy por su presencia aquí, se han dado cuenta de que su destino está ligado a nuestro destino (…) y su libertad está inextricablemente unida a nuestra libertad. No podemos caminar solos.
Y conforme caminamos, debemos hacer la promesa de que siempre marcharemos hacia delante. No podemos retroceder.
Existen aquellos que están preguntando a los seguidores de los Derechos civiles, “¿cuándo estaréis satisfechos?”. Nunca podremos estar satisfechos mientras nuestros cuerpos, cansados por el cansancio del viaje, no puedan alojarse en los moteles de carretera y en los hoteles de la ciudades; no podremos estar satisfechos mientras la básica movilidad del Negro sea de un gueto pequeño a otro más grande; nunca podremos estar satisfechos mientras que nuestros hijos estén despojados de su personalidad y robados de su dignidad por un letrero que diga “sólo para blancos”. No podremos estar satisfechos mientras que el Negro de Mississippi no pueda votar y el negro de Nueva York piense que no tiene nadie por quién votar (…). ¡No! ¡No!, no estamos satisfechos y no estaremos satisfechos hasta que “la justicia corra como las aguas y los derechos como un impetuoso torrente” (…).
Soy consciente de que algunos de vosotros habéis venido hasta aquí tras grandes esfuerzos y tribulaciones. Algunos de vosotros habéis llegado aquí recién salidos de las estrechas celdas de las prisiones. Algunos de vosotros habéis venido de zonas donde vuestra demanda de libertad os ha dejado golpeados por las tormentas de la persecución y maltratados por los vientos de la brutalidad policial. Vosotros habéis sido los veteranos del sufrimiento creativo. Continuad trabajando con la fe de que el sufrimiento no merecido es redentor. Regresad a Mississippi; regresad a Alabama; regresad a Carolina del Sur; regresad a Georgia; regresad a Louisiana; regresad a los barrios de chabolas y a los guetos de nuestras ciudades del norte sabiendo que de alguna manera esta situación podrá y será cambiada. No nos abandonemos en el valle de la desesperación.
Todavía os digo a vosotros, amigos, que a pesar de que afrontamos las dificultades de hoy y de mañana, todavía tengo un sueño. Es un sueño profundamente arraigado en el sueño americano: que un día esta nación surgirá y vivirá verdaderamente su credo: “nosotros mantenemos que estas verdades son autoevidentes: que todo hombre es creado igual” (…). Yo tengo un sueño que un día en las rojas colinas de Georgia los hijos de los antiguos esclavos y los hijos de los antiguos amos de esclavos podrán sentarse juntos en una mesa de hermandad.
Yo tengo un sueño de que un día incluso en el estado de Mississippi, un estado desértico y ardiente con el calor de la injusticia y la opresión, se transformará en un oasis de libertad y justicia. Yo tengo un sueño de que mis cuatro hijos pequeños vivirán un día en una nación donde no serán juzgados por el color de su piel, sino por el contenido de su carácter.
Yo tengo un sueño hoy (…).
Yo tengo un sueño que un día el estado de Alabama, con su racismo vicioso, con su Gobernador cuyos labios gotean palabras de interposición y anulación, se transformará en una situación donde pequeños niños y niñas negros podrán unir sus manos con pequeños niños y niñas blancos y caminar juntos como hermanas y hermanos.
Yo tengo un sueño hoy (…).
Yo tengo un sueño de que algún día cada valle será elevado y cada colina y montaña se allanará. Los lugares más ásperos se aplanarán y los lugares torcidos se harán rectos, “y la gloria de Dios sea revelada y todo el género humano lo verá unido”.
Esta es nuestra esperanza. Esta es la fe con la que yo regreso al sur. Con esta fe seremos capaces de extraer desde la montaña de la desesperación una piedra de esperanza. Con esta fe podremos transformar los sonidos discordantes de nuestra nación en una bella sinfonía de hermandad. Con esta fe seremos capaces de trabajar juntos, orar juntos, pelear juntos, ir a la cárcel juntos, mantenernos en pie por la libertad juntos, sabiendo que un día seremos libres (…).
Ese será el día en que todos los hijos de Dios podrán cantar con un nuevo significado: “Mi país es tuyo, dulce tierra de libertad, a ti yo canto. Tierra donde mis padres murieron, tierra del orgullo de los peregrinos, desde cada lugar, dejemos resonar la libertad”. Y si América va a ser una gran nación, esto deberá hacerse realidad.
Así que dejemos resonar la libertad desde las cimas de los montes prodigiosos de New Hampshire. Dejemos resonar la libertad desde las poderosas montañas de Nueva York. Dejemos resonar la libertad desde las alturas de las Alleghenies de Pennsylvania, dejemos resonar la libertad de las Rocosas nevadas de Colorado. Dejemos resonar la libertad desde los redondeados picos de California. Pero no sólo eso. Dejemos resonar la libertad desde la montaña de piedra de Georgia; dejemos resonar la libertad desde la montaña Lookout de Tennessee.
Dejemos resonar la libertad desde cada colina y montaña de Mississippi. Desde cada ladera, dejemos resonar la libertad.
Cuando dejemos resonar la libertad, cuando la dejemos resonar desde cada pueblo y cada aldea, desde cada estado y cada ciudad, podremos acelerar el día en que todos los hijos de Dios, hombres blancos y negros, judíos y gentiles, protestantes y católicos, podrán unir sus manos y cantar en las palabras del viejo espiritual Negro: “¡Libres por fin! ¡Libres por fin! ¡Gracias a Dios todopoderoso, somos libres al fin!” (…).
N. del T. Ángel García Forcada, Valdepeñas, 28.04.08, 6am.

Malditas guerras


Oírlo fue desagradable. Nada más despertar fui consciente de ello porque el radio despertador lo dio como primera noticia mañanera:  soldados españoles maltrataron a prisioneros en la base de Diwaniya, Irak, en 2004. Luego, por la tele, lo vi, y resultó mucho peor.
A continuación del audio, los de la emisora hicieron un balance de resultados de aquella denominada “guerra del golfo”, que más propiamente debería decirse en plural, porque golfos redomados resultaron ser los tres de las Azores que la iniciaron: no sólo no apareció el armamento de destrucción masiva; tampoco la conexión con Al Quaeda; no llegó la paz ni la democracia a Irak, que se debate en un desajuste económico que en realidad es pobreza, y su riqueza petrolífera ha pasado a otras manos. Alguien la estará disfrutando.
 Aquello estaba cantado. No así esto otro. Casi me había creído que nuestro ejército, en lugar de hacer la guerra, estaba empleado en servicios a la paz. Así nos lo han vendido. Mentira podrida. No hay honor en una guerra, sólo vencidos y humillados.
Oírlo me dolió. Verlo me ha descompuesto. Que pillen a quienes lo han hecho, a los mandos que lo consintieron y a las autoridades que pusieron las circunstancias para que se desataran las fuerzas del mal. Y que lo paguen.

¿Día de la paz?

 

El amanecer no ha podido ser más oscuro y frío. Siete bajo cero y todo nubes en el cielo. Pero allá, cerca de las nueve, el sol va y dice ¡aquí estoy! Y salió.
Y empezó la luz a dominar, rasgando las entretelas siderales; algo de calor nos fue llegando, poco la verdad; suficiente, sin embargo, para hacernos esperar que hoy también sea una hermosa jornada, en la que nada se dispute ni combata, ni en buena ni en mala lid, sólo y apenas se diga “sea la paz”, “hagamos la paz”, “vayamos en paz”.
No es un deseo mojigato, no es una ingenua pretensión, no se trata de pedir la paz de los cementerios, ni de los silenciados, ni de los domesticados.
Que sea la paz de los convencidos de que Otro Mundo Es Posible.
“A las armas, que ya es hora de pasearnos a cuerpo, y mostrar que pues vivimos anunciamos algo nuevo…”
Esta ñoña cancioncilla sirva también para ilustrar que poco importan los principios, si al final alcanzamos lo importante.

Un tiro desgraciado



A Bruno que su papá estuviera en la guerra, allá lejotes, no le quitaba el sueño. Eso es cosa de mayores. Y él sólo es un niño.
A los niños nadie les pregunta si les parece bien o les parece mal que sus papás -y sus mamás- se vayan a la guerra. Incluso puede haber quien piense que estarán orgullosos de que les envíen para allá, porque luego hacen de eso películas, y salen por la tele desfilando, y les cuelgan medallas y les rinden honores. Pero a Bruno nunca se le fue de la cara una como sonrisa de mentirijillas, que no explicaba si era de pilluelo o de tristeza.
Empezó aquí la catequesis porque le tocaba ya hacer la primera comunión. Su mamá también se sentó en estas sillas, y sus tíos, de modo que viviendo con los abuelos para él era como seguir en casa.
Por su edad debía hacerla en la primavera próxima, con su grupo. Pero un capellán castrense tuvo una idea genial: su papá se va muy lejos, ¿por qué no despedirle con una fiesta? Y decidió que la fiesta consistiera en la primera comunión de Bruno y de otros cuantos más cuyos papás tenían de marcharse por tiempo indeterminado.
Si lo pensó, no llegó a decirlo; pero es posible que también tuviera en cuenta que podía ocurrir lo que ha ocurrido: un tiro desgraciado que se lleva una vida joven.
Así que Bruno se adelantó a los de su edad, y este verano recibió el sacramento.
Sí, el sargento a quien un tiro se le coló entre las costuras de su chaleco acorazado en un país muy lejano, del que apenas sabe pronunciar su nombre, Afganistán, era el papá de Bruno, que en mayo próximo debería estar con nosotros celebrando que un grupito de niños y niñas, y entre ellos su hijo, se acercaban a la mesa del amor desparramado en forma de pan y vino, y al pronto como que se transformaban y nos devolvían a todos nuestra propia imagen inocente, totalmente limpia y luminosa, sin sombra de pecado original.
Él ya lo tuvo, y es bueno que una bala malhadada no se lo quitara.

¿Sorprendido yo? ¡Asqueado!



 
ISSN: 1579-6345


ecleSALia 18 de octubre de 2011


SENSACIÓN DE VÓMITO
… y Mateo 22, 15-21
MARI PAZ LÓPEZ SANTOS, pazsantos@pazsantos.com
MADRID.


ECLESALIA, 18/10/11.- A punto estaba de decir buenas noches a mi familia, cuando me quedé conscientemente atrapada en un reportaje de Documentos TV -“¿Planeta en venta?”- sobre la compra de tierras en Etiopia a cargo de un empresario hindú.
No es que me pillara de sorpresa y sé que no sólo es en África. Los países más empobrecidos están “en venta” desde hace mucho tiempo y a precio de saldo. Si no lo queremos saber es porque resulta difícil digerir que de sus recursos viene buena parte del denominado estado del bienestar de los países ricos.
Ahora se ha puedo de moda la adquisición de tierras en las zonas más pobres del planeta, como es el caso de Etiopia (comentaron que en ese país todo el mundo pasa hambre) con el fin de controlar en un futuro la producción de alimentos ante una posible crisis alimentaria. Es decir, tener la sartén por el mango para decir quien come y quien no come.
Dicen los medios de comunicación que países de economías emergentes y los habitualmente emergidos están adquiriendo masivamente tierras para explotarlas como producciones agrícolas industriales que desvían el producto a quien mejor pague. ¿Repercute esto en quienes viven o malviven en esas tierras y que además son la mano de obra?
Esa era la pregunta que se formuló en el documental de anoche y que a lo largo de la media hora que duró, me fue dejando una sensación de vómito que no consigo quitarme mientras escribo.
El resuelto empresario hindú había comprado un montón de hectáreas de tierra, se había anexionado un pequeño monte que tiene valor sagrado para los habitantes de la zona y había comenzado su negocio de cultivo de maíz. Salió, ufano, de un super-coche dando instrucciones por el móvil a algún político de la zona pues había que  resolver un tema acuciante: los famélicos trabajadores no querían ponerse a trabajar. Su “capataz-mano-derecha” comentó que quería ir estableciendo un estilo de trabajo en donde incentivaría, a base de premios, a los que más recolectaran. Un sistema de trabajo que conocemos bien, vivimos en él: pagas en B, bonus, viajes, pisos, etc.
Mientras, los habitantes de la zona dijeron ante las cámaras, que dependían de la Ayuda Internacional para comer, que repartían raciones para dos o tres personas aunque la familia fuera de ocho o diez. Después de recoger las mazorcas de maíz e irlas metiendo en camiones, uno dijo que “preferiría que algunas se quedaran allí en vez de tener que depender de la Ayuda Internacional”. Por cierto, el maíz es fácil que vuelva al lugar de donde salió convertido en alimento solidario, ya que la Ayuda Internacional es cliente del emprendedor empresario. Confieso que la cabeza me da vueltas y persiste la sensación de vómito.
Pero, he aquí, que vienen a mi mareada cabeza, las palabras de Jesús en el evangelio Mateo 22,15-21: “Pagadle al César lo que es del César…”. Con el denario (la moneda) en la mano podemos decir, sin temor a equivocarnos, que hoy las cosas están llegando a un extremo en que todo se traduce en dinero.
El César es el Dinero y tiene muchas caras. Se ha mercantilizado incluso la Vida de las personas y el César reclama lo que entiende como suyo. Menos mal que Jesús siguió diciendo: “… y a Dios lo que es de Dios”.
Sabemos lo que Dios nos da: la Vida para que la vivamos y no dejemos que nos la secuestren; para que la compartamos y no nos la “despisten” por el camino convirtiéndola en amarillo metal; nos la da para luchar de forma comprometida y solidaria por los más débiles.
Se la devolveremos a través de la oración que nos mantenga en permanente conexión con Él para no desbarrar por el camino, de la  acción contra la injusticia, del compromiso con los más débiles, de la generosidad en la acogida, del consuelo a los que más sufre, de la denuncia de los despojan a otros de medios para vivir dignamente, del cuidado de la naturaleza que es fuente de vida, de la ayuda mutua y comunitaria para fortalecernos contra el permanente ataque del César.
A ver si la sensación de vómito va remitiendo con el antídoto del evangelio y la puesta en marcha por la Vida.
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Ils ont partagé le monde, plus rien ne m’étonne!
Plus rien ne m’étonne!
Plus rien ne m’étonne!
Si tu me laisses la Tchétchénie,
Moi je te laisse l’Arménie
Si tu me laisse l’afghanistan
Moi je te laisses le Pakistan
Si tu ne quittes pas Haïti,
Moi je t’embarque pour Bangui
Si tu m’aides à bombarder l’Irak
Moi je t’arrange le Kurdistan.
Ils ont partagé le monde, plus rien ne m’étonne !
Plus rien ne m’étonne!
Plus rien ne m’étonne!
Si tu me laisses l’uranium,
Moi je te laisse l’aluminium
Si tu me laisse tes gisements,
Moi je t’aides à chasser les Talibans
Si tu me donnes beaucoup de blé,
Moi je fais la guerre à tes côtés
Si tu me laisses extraire ton or,
Moi je t’aides à mettre le général dehors.
Ils ont partagé le monde, plus rien ne m’étonne !
Plus rien ne m’étonne!
Plus rien ne m’étonne!
Ils ont partagé Africa, sans nous consulter
Il s’étonnent que nous soyons désunis.
Une partie de l’empire Maldingue
Se trouva chez les Wollofs.
Une partie de l’empire Mossi,
Se trouva dans le Ghana.
Une partie de l’empire Soussou,
Se trouva dans l’empire Maldingue.
Une partie de l’empire Maldingue,
Se trouva chez les Mossi.
Ils ont partagé Africa, sans nous consulter!
Sans nous demander!
Sans nous aviser!
Ils ont partagé le monde, plus rien ne m’étonne!
Plus rien ne m’étonne!
Plus rien ne m’étonne!

Se han repartido el mundo, ¡ya nada me sorprende!
¡Ya nada me sorprende!
¡Ya nada me sorprende!
Si tú me dejas Chechenia,
Yo te doy Armenia.
Si tú me das Afganistán,
Yo te voy a dejar Pakistán.
Si no quieres dejar Haití,
Yo te embarco para Bangui.
Si me ayudas a bombardear Irak,
Yo te consigo Kurdistán.
Se han repartido el mundo, ¡ya nada me sorprende!
¡Ya nada me sorprende!
¡Ya nada me sorprende!
Si me dejas el uranio,
Yo te dejo el aluminio.
Si me dejas tus yacimientos,
Yo te ayudo a cazar Talibanes.
Si me das suficiente trigo,
Yo hago la guerra a tus costes.
Si me dejas extraer oro,
Yo te ayudo a echar al general.
Se han repartido el mundo, ¡ya nada me sorprende!
¡Ya nada me sorprende!
¡Ya nada me sorprende!
Se han repartido África, sin consultarnos.
Se asombran de que estemos desnutridos.
Parte del imperio Maldinga,
Está entre los Wollofs.
Parte del imperio Mossi,
Se encuentra en Ghana.
Parte del imperio Soussou,
Está en el imperio Maldinga.
Parte del imperio Maldinga,
Se encuentra entre los Mossi.
¡Se han repartido África, sin consultarnos!
¡Sin preguntarnos!
¡Sin advertirnos!
Se han repartido el mundo, ¡ya nada me sorprende!
¡Ya nada me sorprende!
¡Ya nada me sorprende!

La historia continúa


Lo único que se me ocurre, precisamente hoy, a la vista de las circunstancias es que todo sigue igual, aunque las opiniones más autorizadas y reconocidas afirman que estamos mucho peor.
Es ilusorio pensar que entonces éramos felices y ahora ya no. Que perdimos confianza, bienestar, reconocimiento, es posible. Que hemos ganado seguridad, fortaleza, respeto, no lo creo.
Fuimos progresivamente convenciéndonos, o dejándonos engañar, de que avanzábamos por la buena senda. El tortazo fue descomunal. A todos nos dolió.
Ahora nos lamemos las heridas, y seguimos siendo perrillos falderos; limpios de pulgas, sí; pero domesticados y dóciles al son que nos marcan, como siempre.
Donde no hay perdón, no se vive. Donde se piensa en venganza, se muere. Donde ni se sabe ni se responde, se malvive.
Y, sinceramente, no sé dónde estamos, a pesar de los cantos, los homenajes, las conmemoraciones.
Un mundo así no merece la pena. Claro que no tenemos otro. Es lo que hay.

Para información complementaria:
 
«Furor y cólera son odiosos; el pecador los posee. Del vengativo se vengará el Señor y llevará estrecha cuenta de sus culpas. Perdona la ofensa a tu prójimo, y se te perdonarán los pecados cuando lo pidas. ¿Cómo puede un hombre guardar rencor a otro y pedir la salud al Señor? No tiene compasión de su semejante, ¿y pide perdón de sus pecados? Si él, que es carne, conserva la ira, ¿quién expiará por sus pecados? Piensa en tu fin, y cesa en tu enojo; en la muerte y corrupción, y guarda los mandamientos. Recuerda los mandamientos, y no te enojes con tu prójimo; la alianza del Señor, y perdona el error.»
(Libro del Eclesiástico 27,33–28,9)

Día internacional de la alfabetización


Fue lo primero que escuché ayer en la radio cuando me desperté. A continuación el altavoz fue desgranado números y datos sobre la situación de la población mundial al respective. Nada nuevo cuando el hambre agobia a una porción significativa de la humanidad y la guerra continúa a las claras con todos los beneplácitos de las jerarquías planetarias.
En mi ciudad estábamos de fiestas, así que el silencio en la calle era sepulcral. Todos dormían. El paseo matutino fue tranquilo, y más tarde la piscina estaba apenas ocupada. La tarde no supuso otra cosa, hasta que se me ocurrió acercarme a la ciudad, era la salida de los toros. El Paseo de Zorrilla era una multitud que desbordaba las aceras y ocupaba parte de la calzada. Gracias a los municipales vehículos a motor y a pedales pudimos continuar nuestro camino. Me di cuenta de que había automóviles de gama altísima en mayor proporción de lo que es normal en mi ciudad. De seguro que hubo gente de tronío en el coso.
Atendí a mis obligaciones en el centro y volví despacio, dándole a los pedales lentamente, mirando a los paseantes al caer de la tarde. Disfrutaban de helados y golosinas, con una temperatura veraniega.
Por la mañana debió salir una procesión, desde su iglesia llevaron a la patrona a la seo para devolverla luego de nuevo a su lugar; pero nada oí, nada me contaron, tampoco estuve.
Termina el día y no quiero preguntarme para no parecerme a Mafalda si ya la guerra terminó, si el hambre fue eliminada de la faz de la tierra y si todo el mundo ha superado su analfabetismo. Si las dos primeras continúan, la tercera no hay ninguna duda de que también.
Me voy a la cama, que no tengo ganas de pensar. Voy a coger cualquier libro y a esperar que me llegue el sueño. Mañana tal vez las cosas empiecen a ser diferentes.

Por la paz. Orando con Karl Rahner

Está claro que un asunto como la guerra le cae grande a un simple mortal. Eso es cosa de gente con poder. Claro que yo puedo declararme contra mi vecino, incluso contra mi barrio. Pero de ahí no paso, aunque quisiera.
La guerra es algo que organizan quienes pueden. Y también los que tienen poder pueden impedirla y pararla. La cuestión es que quieran hacerlo. Esa es la cuestión.
Para un simple mortal que está en contra de la guerra ¿qué herramientas le están disponibles? Una simple enumeración: asociarse con los afines, usar la poesía, participar en manifestaciones, crear en su entorno ambiente pacífico, ser pacífico, asistir a conciertos en pro de la paz, incluso encender su mechero cuando se entona…
No sé si fue eficaz la actitud de Lluís Maria Xirinacs (1932-2007), y mira que consiguió cosas, eso creo. Pero cuando uno se encuentra solo, y no tiene convicciones tan firmes como Xirinacs, o sí y precisamente por ello, la oración también tiene su valor y sentido. Creo que lo tuvo para Gahndi, en quien Xirinacs y tantos otros se han inspirado. No vale, pues, hacer caso a quienes puedan decir que ese recurso es inútil y resulta una excusa como otra cualquiera para no implicarse ni complicarse.
Además la oración bien puede ir a la par que otras acciones y actitudes; mejor, necesita ir acompañada de hechos, aunque quien la practique viva en absoluto monacato.
Esta noche se me ocurre volver a usar los servicios de Karl Rahner que, al menos, para mí son de muy alta estima.

Oración por la paz

¡Oh Dios!, Tú eres el Creador santo del mundo, de la tierra y de los hombres. He aquí tu voluntad: Tú has querido que en la evolución continua del hombre, éste llegue a un punto en el que se provoque no sólo alguna catástrofe parcial, sino que pueda llegar a la aniquilación y al suicidio total. ¿No hubieras podido evitar la posibilidad de tal evolución? ¿No tendría que terminar la historia humana en tu luz y en tu paz, que son mucho más que todas las etapas juntas de una evolución interrumpida? ¿No es acaso ésta nuestra esperanza? O tal vez esta propensión a la destrucción que hay en el hombre ¿no nos descubre quiénes somos nosotros y quién eres Tú? Sí, el punto más alto al que puede llegar la criatura por sí sola marca inexorablemente y también de modo imprevisible el comienzo de su ruina.
¿Es que no te sientes estremecido por el gran holocausto, porque Tú contemplas desde tu eternidad toda nuestra maldad, desde las acciones de Caín hasta el último suicidio? Sin embargo, nosotros, tus criaturas, no tenemos derecho alguno a permanecer impasibles ante tanto fratricidio, ante tanta autodestrucción. Frente a la sola idea de la pura posibilidad de que tanta barbarie se derrumbe sobre la humanidad no podemos admitir una complicidad tácita, un puro inventario de calamidades. Si tal hiciéramos ya habríamos merecido el infierno, aunque todo quedara en posibilidad sin llegar a su realización. Pero Tú, Dios mío, no has interpuesto tu poder en la carrera humana a lo largo de su historia en su decurso ilusorio y alocado. Sin embargo, tras padecer tanto desatino, no le queda al hombre más remedio que echarse a tus pies llorando, ¡oh Dios bueno que nos has creado!
En realidad nadie puede saber exactamente si la catástrofe habrá de consumarse a través de las masacres que cada día se amontonan sobre nuestra conciencia o por vía de inventos humanos en apariencia inocentes. Será tu juicio devorador quien hará todo manifiesto.
Hay algo que nos resulta muy claro. Tú has querido que la historia humana tenga un término. Y esta historia se encamina inexorablemente hacia él. Pero, ¡oh Señor de toda clemencia!, ¿es que tengo que pensar que el fin de la historia acaecerá en el terrible holocausto? Pero aun en el caso de que tuviéramos que someter a tu augusto tribunal tanta locura, tendríamos aún entonces que reconocer que este suicidio absoluto es únicamente la manifestación de nuestro propio pecado, efecto de nuestra voluntad destructiva contra la tuya creadora. Todo ello no sería sino la frustración en nosotros mismos y por nosotros mismos de tu querer sobre nosotros, que desea que vivamos y sintamos la existencia recibida como regalo de tu amor sin medida.
Dios mío, si tal suicidio ocurriera, sólo sería obra de nuestras manos. Tú mantendrías alejado de él tu voluntad. Y es que nuestra libertad sufre a veces miopía y ofuscamiento, ilusoria aproximación al mundo, arrogancia extrema, tendencia a contar sólo con lo más superficial de nuestra existencia; por ello mismo no se da cuenta a menudo de que todo descansa en la potencia soberana de tu propia libertad, de tus decretos inescrutables. ¡Oh Dios de las misericordias!, haz que esta criatura tuya, tan pequeña y necesitada de tu conmiseración, apele al fin a su propia responsabilidad. Es muy cierto que está en nuestras manos evitar la aniquilación atómica de la humanidad. Que no nos entreguemos al juego fatal de una paz basada en el puro equilibrio del terror; que no nos resignemos a pensar que podemos escapar al desastre a través de puras negociaciones entre egoístas igualmente poderosos y arrogantes; que no renunciemos a tener coraje para asumir el escándalo de las Bienaventuranzas y del Amor de tu Hijo, manifestado máximamente en la Cruz.
De todos modos, Dios clemente, me acojo a tu misericordia. Si así te place, aniquílanos y pon fin a la sucia historia de la humanidad. Permíteme, no obstante, que te adelante una pregunta: ¿has permitido que la historia de la humanidad discurriera durante cientos de siglos para que todo termine ahora, justamente a dos mil años de la muerte de tu Hijo? A la luz del Evangelio hemos de pensar más bien que todo comienza ahora. Haz que la humanidad siga viviendo. Así y sólo así podrá rendirte gracias por tu inmensa gloria.
Para que todo esto sea una realidad, concede a todos los hombres valentía para comprometerse en la paz y en un desarme verdadero y sensato. Concede también a tu Iglesia el valor para enseñar no sólo de qué forma pueden astutamente conciliarse los diversos egoísmos, sino cómo se debe y se puede estar de parte de una justicia desinteresada; haz que la Iglesia sea capaz de proponer con claridad cómo es preciso actuar en favor de la paz por la aceptación de la locura de la cruz. Convierte el corazón de los poderosos para que dejen de tener como justas las bastardas apetencias que irremisiblemente los llevan a la pura autodefensa; que no se traicionen a sí mismos ni traicionen a los demás cuando dicen que prestan algún servicio a la causa de la paz, almacenando armas cada vez más horrendamente sofisticadas. Por último, te pido que seas Tú mismo quien nos enseñe a cada uno a vivir en la exigencia de todo cuanto conduce a una paz interior desinteresada e incondicional.

[Karl Rahner. Oraciones de vida. Publicaciones Claretianas. Madrid 1986, págs. 167-170]
 

¿Y cómo van a piar, los pobres?

Una amable bloguera me recuerda una entrada que realicé hoy hace justamente un año, a propósito de una foto sobre unos pajarillos muertos. Vuelvo para leerla y compruebo que, salvo que no me entienda a mí mismo, allí me expresé entonces tal como lo hice anoche cuando escribí mi última entrega. Únicamente hay una diferencia, entonces cabalgaba el caballo negro; hace un rato, el bayo.
Es curioso que al cuarto caballo del último libro de la Biblia se le atribuya un color que oscila de tonalidad, igual es “pálido”, que “cenizo”, “verde claro” o “verde amarillento”. Y es igualmente significativo que Alonso Schökel, ilustre y sabio comentador, afirme que este último, la muerte, es propiamente “la epidemia”,  que engloba las otras plagas, a saber: la victoria, la sangre y la guerra.
Los cuatro jinetes del Apocalipsis no es una escena que me atraiga particularmente del texto sagrado, salvo cuando escuchaba aquella música en tiempos poco claros;  era Aguaviva y sus terroríficos “El niño ha muerto”, “La ciudad es de goma”, “Niña de Hirosima”. “Me queda la palabra” era el final de aquel long play, que dejaba un resquicio abierto a la esperanza…
A mí me queda sólo la palabra.
Vengan todas las plagas que hayan de venir, -y aquí están, también en Oslo-, al personal parece no incomodarle demasiado, y de camino al descanso merecido en la playa o en la sauna, mira desinteresado a quienes parecen aletear, esos del 15 M, y pasa sin decir ni pío.
Los que de verdad ya no pueden hacerlo son los casi 90 asesinados en el país noruego, y los miles, por decir algo, de libios convertidos en daños colaterales, necesarios para que todo esto se mantenga.
Entretanto, los que tiene esa obligación sudan la camiseta con el ibex, el euro, la deuda, la quiebra amenazante… O se levantan de la mesa, y se largan dejándolo tal cual, tal vez esperando que cuando las cosas se pongan de su parte ellos puedan llevarse la mejor.









Estas cosas me suceden un día que luce el sol claro, pero todo lo demás permanece en la penumbra.

La guerra continúa, pero ¿a quién le importa?

Desde el pasado 17 de marzo estamos en guerra con Libia. Poco faltó para que se tiraran cohetes y se descorcharan botellas como en año nuevo. Al domingo siguiente, día 20, cuando dije a mi gente en la homilía si éramos conscientes de que habíamos declarado la guerra a otro país, y que por lo tanto podíamos ser, y de hecho éramos, un objetivo militar, nadie resolló; no lo suelen hacer, es la verdad; pero creo que tampoco tenían nada que argumentar, a la vista de que al cuarto día de bombardeos aún no había llegado lo que se cantó una victoria fulgurante.
Entonces me declaré abierta y decididamente en contra. Y puse en la esquina superior izquierda de este blog mi pancarta de protesta. Ahí sigue, y ahí seguirá hasta que esta absurda tontería termine. La guerra no es solución para nada. La guerra sólo mata. La guerra también destruye y deja todo empobrecido. La guerra sólo beneficia a quien trafica y negocia con armas, vida y riqueza ajenas. La guerra es el más tenebroso caballo de los cuatro. La guerra es un asco.
127 días suman muchas toneladas de metralla. ¿Cuántas víctimas?

Poema leído en el Congreso de los Diputados por José Antonio Labordeta con motivo de la comparecencia de Aznar sobre la posición del Gobierno ante el ataque a Irak.

Pleno, 5 de febrero de 2003

Mataos,
Pero dejad tranquilo a ese niño que duerme en una cuna.
Invadid con vuestro traqueteo los talleres, los navíos, las universidades,
las oficinas espectrales donde tanta gente languidece.
Triturad toda rosa, hollad al noble pensativo.
Preparad las bombas de fósforo y las nupcias del agua con la muerte…
Inundad los periódicos, las radios, los cines, las tribunas,
pero dejad tranquilo al obrero que fumando un pitillo
ríe con los amigos en aquel bar de la esquina.
Asesinaos si así lo deseáis,
Exterminaos vosotros: los teorizantes de ambas cercas
Que jamás asiréis un fusil de bravura.
Asesinaos pero vosotros los inquisitoriales azuzadores de la matanza…

Pero dejad tranquilo a ese niño que duerme en una cuna,
Al campesino que nos suda la harina y el aceite,
Al joven estudiante con su llave de oro,
Al obrero en su ocio ganado fumándose un pitillo
Y al hombre gris que coge los tranvías
Con su gabán roído a las seis de la tarde.
Esperan otra cosa.
Los parieron sus madres para vivir con todos
Y entre todos aspiran a vivir / tan solo esto.
Y de ellos ha de crecer
Si surge una raza de hombre y mujeres con puñales de amor inverosímil hacia
otras aventuras más hermosas.

MIGUEL LABORDETA

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