XXIII EFE


La gente de a pie seguimos, como aquel día ya lejano, a la espera de lo que se decida en los petites comités. La tarde está soleada, igual que entonces, y una calma chicha esta vez no presagia tormenta. Han pasado treinta y cinco años, y las cosas están como están.
El temor, si es que lo hay, está en la parte contratante que ha tenido hasta ahora la sartén, el mango y lo de dentro; no quieren soltarlos. Ya no tienen de su lado sables, tanques ni acorazadas. Ahora se hila mucho más fino: las finanzas.
Ahí está el asunto. ¿Dónde está el parné?
Miro mis bolsillos, entro en el almacén, todo está vacío. En poco más de dos meses se han repartido cuarenta toneladas. ¡40.000 kgs.! Ahora vendrán otros 25.000 kgs. No son suficientes para callar tanta necesidad.
¿Estará sobre la mesa de negociación esta materia tan sensible? No la veo entre las cinco condiciones “sine qua non”.
De momento ni “podemos” ni “queremos” parecen estar interesados.
Habrá que seguir esperando el amanecer. Otra noche de vigilia.


Post scriptum: mi editor me ha desaconsejado poner imágenes. Le hago caso.


 

¿Cogido por los pelos?



Hoy, domingo de la Transfiguración, se me ha ocurrido citar a Umberto Eco, recientemente fallecido, en la homilía, y no sé si he acertado.
Osé lanzar la idea de que tanto Abrán como Saulo como Jesús se tiraron sin arnés desde el acantilado, en pos de una meta soñada, expresada en la Escritura como misión recibida de Dios. Fieles a la promesa, y confiando profundamente en quien la hacía, rompieron con todo; Abrán salió de Ur con lo puesto y llegó a ser Abraham padre de multitud de pueblos, Saulo cambió la espada de perseguidor por el evangelio para ser Pablo el Apóstol de los gentiles, y Jesús llegó a ser el Cristo, previo paso por Jerusalén. La gloria a través de la cruz.
La noticia fresca de su fallecimiento me dio pie para hablar del docto profesor en semiótica, autor de más de cuarenta libros de sesuda sapiencia, que tomó la opción a edad madura de lanzarse a la novela. En pos de su sueño escribió El nombre de la rosa, una trama detectivesca… y pasó de ser un desconocido ratón de biblioteca a un bum editorial en todo el mundo conocido, con más de cincuenta millones de libros editados. Arriesgó todo su prestigio acumulado al más estrepitoso fracaso de no ser leído ni por el bedel de la biblioteca de su pueblo.
El caso es que en una residencia de ancianos donde celebro casi me quitan la palabra y recitaron de corrido las siete novelas que Eco publicó, incluso la más reciente, la del año pasado: Numero cero.
Entre mi gente, sin embargo, apenas se notaron algunos murmullos y como un gesto de extrañeza al escuchar palabras como semiótica, nominalismo… en una homilía.
¿Será que no procedía? ¿Impertinencia además de desacierto?
Definitivamente una rosa es una rosa, pero cuando tenga a mi mano la primera rosa que florezca en el jardín, no pensaré en ninguna otra, sólo ella me embriagará con su perfume, deslumbraráme con su belleza. Pero en ella disfrutaré intensamente de la rosa y poco importará su nombre, se escriba como se escriba.

Maltrato animal
(Pero nada de violencia física, que quede bien claro)


He tenido que acudir a google maps para localizar Clausnitz, en Alemania. Tenía el disgusto de no haber oído nunca este nombre, que corresponde a una ciudad, equidistante de Berlín y de Nuremberg, muy próxima a Dresden y casi en la frontera con la República Checa. Ahora mi disgusto continúa, porque sé dónde está, en Sajonia, y porque en ella, hace unas pocas horas, se ha realizado un escrache a unas indefensas familias refugiadas que se dirigían en autocar al centro de acogida.
El video, –no sé si se convertirá en viral y si rendirá pingües beneficios económicos–, muestra a vociferantes y gente asustada, niños incluidos, que llora ante la cámara.
¡Menuda victoria! ¡Pírrica!


Si he faltado al hablar, muestra en qué he faltado;
pero si he hablado como se debe, ¿por qué me pegas?


Este lugar es tan bueno como cualquier otro para rezar el Padre Nuestro

No es Jesús quien te replica, soy yo, yo mismo en persona. Dolors Miquel, me he sentido abofeteado con tu recitado del otro día parodiando un texto que los evangelios ponen en boca de Jesús. No creo haberte ofendido, ni siquiera te conozco. Me duele, no tanto que lo hayas hecho en público, en lugar tan notable como el Salón de Ciento del Ayuntamiento de Barcelona; me duele siquiera que lo hayas pensado y luego pasado a la escritura. Me da dolor y tristeza que no hayas tenido en cuenta a los muchos miles de millones de personas que, igual que yo, lo recitan varias veces cada día de su vida.
Tal vez te haya dado pie, yo y todos los demás, lo mal que lo utilizamos. Eso puede haberte inducido a error, y a pensar que total para lo que les sirven y lo usan, vamos a poner una pica en flandes. Pero no lo has conseguido, no has logrado trasmitirme el sentido de tu poesía. Tampoco el de tus reivindicaciones.
Ignoro por qué te sientes herida, y si yo tengo alguna culpa. En todo caso, no puedo ser hipócrita al rezar la Plegaria Dominical – La Oración que el Señor nos enseñó, y desde ya te pido perdón.
Yo también te perdono.
Evangelio de hoy, martes de la 1ª semana de Cuaresma, de Mateo 6,7-15
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Cuando recéis, no uséis muchas palabras, como los gentiles, que se imaginan que por hablar mucho les harán caso. No seáis como ellos, pues vuestro Padre sabe lo que os hace falta antes de que lo pidáis. Vosotros rezad así:
“Padre nuestro del cielo,
santificado sea tu nombre,
venga tu reino,
hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo,
danos hoy el pan nuestro de cada día,
perdónanos nuestras ofensas, pues nosotros hemos perdonado a los que nos han ofendido,
no nos dejes caer en la tentación, sino líbranos del Maligno.”
Porque si perdonáis a los demás sus culpas, también vuestro Padre del cielo os perdonará a vosotros. Pero si no perdonáis a los demás, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras culpas.»

En un lugar perdido de la selva…
da voz a los que se la han quitado


No estuvo en mí nunca la idea de que este lugar terminara siendo un homiliario, y sigue no estándolo; pero hay oportunidades que no pueden desaprovecharse, lo que ocurre en este caso con las palabras que papa Francisco ha dicho allá en México lindo, donde Samuel Ruiz fuera asumido como “Tatic” (papá) por los chiapanemas, naturales de una perdida región selvática, dejada de Dios y aprovechada por los de siempre para sus bastardos intereses.
Ponla, míguel, me han dicho; es la única manera de que nos enteremos. Y he cedido gustoso, porque me petan estas palabras lindas dichas en lugar tan remoto. Y hermoso, al decir de los que por allí han pasado y han tenido el placer de venir a contárnoslo.
Es la homilía de Francisco en Chiapas, en la Eucaristía que celebró ayer, lunes de la 1ª semana de cuaresma. Yo esperaba que aprovechara las dos lecturas de la liturgia (Levítico 19,1-2.11-18 y Mateo 25,31-46) para arrear estera, que se prestaban a ello. Él, sin embargo, se apoyó en el salmo (18) y el resultado es este:


Li smantal Kajvaltike toj lek – la ley del Señor es perfecta del todo y reconforta el alma, así comenzaba el salmo que hemos escuchado. La ley del Señor es perfecta; y el salmista se encarga de enumerar todo lo que esa ley genera al que la escucha y la sigue: reconforta el alma, hace sabio al sencillo, alegra el corazón, es luz para alumbrar el camino.
Esa es la ley que el Pueblo de Israel había recibido de mano de Moisés, una ley que ayudaría al Pueblo de Dios a vivir en la libertad a la que habían sido llamados. Ley que quería ser luz para sus pasos y acompañar el peregrinar de su Pueblo. Un Pueblo que había experimentado la esclavitud y el despotismo del Faraón, que había experimentado el sufrimiento y el maltrato hasta que Dios dice basta, hasta que Dios dice: ¡No más! He visto la aflicción, he oído el clamor, he conocido su angustia (cf. Ex 3,9). Y ahí se manifiesta el rostro de nuestro Dios, el rostro del Padre que sufre ante el dolor, el maltrato, la inequidad en la vida de sus hijos; y su Palabra, su ley, se volvía símbolo de libertad, símbolo de alegría, de sabiduría y de luz. Experiencia, realidad que encuentra eco en esa expresión que nace de la sabiduría acunada en estas tierras desde tiempos lejanos, y que reza en el Popol Vuh de la siguiente manera: El alba sobrevino sobre todas las tribus juntas. La faz de la tierra fue enseguida saneada por el sol (33). El alba sobrevino para los pueblos que una y otra vez han caminado en las distintas tinieblas de la historia.
En esta expresión, hay un anhelo de vivir en libertad, hay un anhelo que tiene sabor a tierra prometida donde la opresión, el maltrato y la degradación no sean moneda corriente. En el corazón del hombre y en la memoria de muchos de nuestros pueblos está inscrito el anhelo de una tierra, de un tiempo donde la desvalorización sea superada por la fraternidad, la injusticia sea vencida por la solidaridad y la violencia sea callada por la paz.
Nuestro Padre no sólo comparte ese anhelo, Él mismo lo ha estimulado y lo estimula al regalarnos a su hijo Jesucristo. En Él encontramos la solidaridad del Padre caminando a nuestro lado. En Él vemos cómo esa ley perfecta toma carne, toma rostro, toma la historia para acompañar y sostener a su Pueblo; se hace Camino, se hace Verdad, se hace Vida, para que las tinieblas no tengan la última palabra y el alba no deje de venir sobre la vida de sus hijos.
De muchas maneras y de muchas formas se ha querido silenciar y callar este anhelo, de muchas maneras han intentado anestesiarnos el alma, de muchas formas han pretendido aletargar y adormecer la vida de nuestros niños y jóvenes con la insinuación de que nada puede cambiar o de que son sueños imposibles. Frente a estas formas, la creación también sabe levantar su voz; «esta hermana clama por el daño que le provocamos a causa del uso irresponsable y del abuso de los bienes que Dios ha puesto en ella. Hemos crecido pensando que éramos sus propietarios y dominadores, autorizados a expoliarla. La violencia que hay en el corazón humano, herido por el pecado, también se manifiesta en los síntomas de enfermedad que advertimos en el suelo, en el agua, en el aire y en los seres vivientes. Por eso, entre los pobres más abandonados y maltratados, está nuestra oprimida y devastada tierra, que “gime y sufre dolores de parto” (Rm 8,22)» (Laudato si’ 2).
El desafío ambiental que vivimos, y sus raíces humanas, nos impactan a todos (cf. Laudato si’,14) y nos interpelan. Ya no podemos hacernos los sordos frente a una de las mayores crisis ambientales de la historia.
En esto ustedes tienen mucho que enseñarnos, que enseñar a la humanidad. Sus pueblos, como han reconocido los obispos de América Latina, saben relacionarse armónicamente con la naturaleza, a la que respetan como «fuente de alimento, casa común y altar del compartir humano» (Aparecida, 472).
Sin embargo, muchas veces, de modo sistemático y estructural, sus pueblos han sido incomprendidos y excluidos de la sociedad. Algunos han considerado inferiores sus valores, sus culturas y sus tradiciones. Otros, mareados por el poder, el dinero y las leyes del mercado, los han despojado de sus tierras o han realizado acciones que las contaminaban. ¡Qué tristeza! Qué bien nos haría a todos hacer un examen de conciencia y aprender a decir: ¡Perdón!, ¡perdón, hermanos! El mundo de hoy, despojado por la cultura del descarte, los necesita.
Los jóvenes de hoy, expuestos a una cultura que intenta suprimir todas las riquezas y características culturales en pos de un mundo homogéneo, necesitan, estos jóvenes, que no se pierda la sabiduría de sus ancianos.
El mundo de hoy, preso del pragmatismo, necesita reaprender el valor de la gratuidad.
Estamos celebrando la certeza de que «el Creador no nos abandona, nunca hizo marcha atrás en su proyecto de amor, (que) no se arrepiente de habernos creado» (Laudato si’, 13). Celebramos que Jesucristo sigue muriendo y resucitando en cada gesto que tengamos con el más pequeño de nuestros hermanos. Animémonos a seguir siendo testigos de su Pasión, de su Resurrección haciendo carne Li smantal Kajvaltike toj lek – la ley del Señor que es perfecta del todo y reconforta el alma.

Ellos, los lacandones, podían haberle respondido de muy diferente manera y razones les sobraban, sin embargo lo hicieron así de tiernamente:

Tatik Francisco: Todo el pueblo indígena de Chiapas, de México y de Guatemala estamos muy agradecidos por tu visita aquí en nuestra diócesis de San Cristóbal de Las Casas. Gracias por la confianza de estar con nosotros, por aumentar nuestra fe en Dios, por la forma en que nos enseñas. Aunque muchas personas nos desprecian, tú has querido visitarnos y nos has tomado en cuenta, como la Virgen de Guadalupe a San Juan Dieguito.
Llévanos en tu corazón con nuestra cultura, también con nuestra alegría y nuestros sufrimientos, con las injusticias que sufrimos, con el dolor de nuestros enfermos, con nuestros niños, jóvenes y ancianos, y con nuestra esperanza en Cristo resucitado.
Aunque vives lejos en Roma, te sentimos muy cerca de nosotros. Síguenos contagiando la alegría del Evangelio y sigue ayudándonos a cuidar la hermana y madre tierra, que Dios nos dio. Y que nos tengas en cuenta en tus oraciones, para que podamos realizar las obras de la misericordia.
Muchas gracias, Tatic, por autorizar nuevamente el cargo de diaconado permanente indígena con su propia cultura, y haber aprobado el uso en la liturgia de nuestros idiomas. Queremos escuchar a Dios y hablarle en nuestro propio idioma.
Muchas gracias, Tatic, que has llegado a nuestra tierra, de ascendencia maya. Estamos unidos con el Corazón del Cielo y Corazón de la Tierra, como nuestros antepasados le llamaban a Dios, como dice el Popol Vuh, con un solo corazón con los árboles, flores, animales, plantas silvestres, agua y manantiales, porque creemos en un solo Padre y Madre Dios.


Gestos



Este es un día muy para gestos, gestos de “enamor”, de personas que se quieren y celebran su amor sin pudor ni cortapisas. Hay quienes gesticulan y quienes no, quienes lo celebran y quienes pasan totalmente de esas cosas, pero ¿quién se reconoce insensible ante un beso, un abrazo, un apretón de manos? Si nos place que nos besen, nos abracen o nos den la mano, también nos duele que nos los nieguen. Incluso aunque conozcamos la razón.
Muy comentado ha sido en estos últimos días el no saludo de Rajoy a Pedro. Todo el mundo ha visto intencionalidad, salvo los propios interesados. Mejor dejarlo pasar.
No tan conocido ha sido el encuentro entre Carlos y Rita, él arzobispo de Madrid y ella concejala madrileña. Uno disculpa, otra dice desconocer. Bien está, es suficiente. ¿Por qué llevar las cosas más allá?
Con luz y taquígrafos ha ocurrido, en hora de máxima audiencia, la aparición de doña Espe para publicar, urbi et orbe, su dimisión… no su volatilización. Seguirá, no me cabe la menor duda. ¿Dónde y cómo emergerá? Cuando lo haga, allí no estaré.
El gesto, con todo, que más me hace pensar es el de Francisco papa, encerrado a solas con la Guadalupana, tras un banderón de México lindo y rodeado de obispos pretorianos mitra en ristre, en tanto el pueblo llano estaba fuera, al fresco de la calle. El personal en el interior no parecía orar, como Francisco, sino intentar sacar la mejor instantánea del momento. Veinte minutos dicen que ha durado, aunque yo sólo he podido acceder a 2´53´´.
Francisco es persona de gestos, sencillos, significantes, epatantes e impactantes. No parece, sin embargo, que sean contagiosos. Al menos en lo que yo he podido deducir de las imágenes que me llegan. Por eso la cúpula episcopal se la ve inquieta, no sé si preguntándose si le ha dado un patatús, si medita, si descansa, si está pensando la siguiente jugada…
Yo estoy seguro de que ha aprovechado esos veinte minutos con la virgen morenita para comentar el contenido de la preciosa, enjundiosa, aleccionante homilía que ha “soltado” ante una concurrencia tan preclara.
No recuerdo haber escuchado algo semejante en mis ya muchos años sobre María, la muchachita de Nazaret, traspasada en este caso a la fe “morena, color de gente pequeña”. Tendría que remontarme a un poema de Casaldáliga, pero ya sabemos que se trata de un progresauro que está desaparecido y que muy pronto desaparecerá por completo, no en vano el próximo martes llega a los ochenta y ocho.
Todo está en internet, todo está al alcance de un click. Valga también este gesto para facilitárselo a quien esté sin ganas.
Poema guadalupano, de Pedro Casaldáliga, año 1991
Señora de Guadalupe,
patrona de estas Américas:
por todos los indiecitos
que viven muriendo, ruega.
¡Y ruega gritando, madre!
La sangre que se subleva
es la sangre de tu Hijo,
derramada en esta tierra
a cañazos de injusticia
en la cruz de la miseria.
¡Ya basta de procesiones
mientras se caen las piernas!
Mientras nos falten pinochas
¡te sobran todas las velas!
Ponte la mano en la cara,
carne de india morena:
¡la tienes llena de esputos,
de mocos y de vergüenza!
¡La justicia y el amor:
ni la paz ni la violencia!
Señora de Guadalupe:
por aquellas rosas nuevas,
por esas armas quemadas,
por los muertos a la espera,
por tantos vivos muriendo,
¡salva a tu América!

Homilía de papa Francisco, basílica de Santa María de Guadalupe, 13 de febrero de 2016.
Escuchamos cómo María fue al encuentro de su prima Isabel. Sin demoras, sin dudas, sin lentitud va a acompañar a su pariente que estaba en los últimos meses de embarazo.
El encuentro con el ángel a María no la detuvo, porque no se sintió privilegiada, ni que tenía que apartarse de la vida de los suyos. Al contrario, reavivó y puso en movimiento una actitud por la que María es y será reconocida siempre como la mujer del «sí», un sí de entrega a Dios y, en el mismo momento, un sí de entrega a sus hermanos. Es el sí que la puso en movimiento para dar lo mejor de ella yendo en camino al encuentro con los demás.
Escuchar este pasaje evangélico y en esta casa tiene un sabor especial. María, la mujer del sí, también quiso visitar a los habitantes de estas tierras de América en la persona del indio San Juan Diego. Y así como se movió por los caminos de Judea y Galilea, de la misma manera caminó al Tepeyac, con sus ropas, usando su lengua, para servir a esta gran Nación. Y así como acompañó la gestación de Isabel, ha acompañado y acompaña la gestación de esta bendita tierra mexicana. Así como se hizo presente al pequeño Juanito, de esa misma manera se sigue haciendo presente a todos nosotros; especialmente a aquellos que como él sienten «que no valían nada» (cf. Nican Mopohua, 55). Esta elección particular, digamos preferencial, no fue en contra de nadie sino a favor de todos. El pequeño indio Juan, que se llamaba a sí mismo como «mecapal, cacaxtle, cola, ala, es decir sometido a cargo ajeno» (cf. ibíd, 55), se volvía «el embajador, muy digno de confianza».
En aquel amanecer de diciembre de 1531 se producía el primer milagro que luego será la memoria viva de todo lo que este Santuario custodia. En ese amanecer, en ese encuentro, Dios despertó la esperanza de su hijo Juan, la esperanza de un Pueblo. En ese amanecer Dios despertó y despierta la esperanza de los pequeños, de los sufrientes, de los desplazados y descartados, de todos aquellos que sienten que no tienen un lugar digno en estas tierras. En ese amanecer, Dios se acercó y se acerca al corazón sufriente pero resistente de tantas madres, padres, abuelos que han visto partir, perder o incluso arrebatarles criminalmente a sus hijos.
En ese amanecer, Juancito experimenta en su propia vida lo que es la esperanza, lo que es la misericordia de Dios. Él es elegido para supervisar, cuidar, custodiar e impulsar la construcción de este Santuario. En repetidas ocasiones le dijo a la Virgen que él no era la persona adecuada, al contrario, si quería llevar adelante esa obra tenía que elegir a otros ya que él no era ilustrado, letrado o perteneciente al grupo de los que podrían hacerlo. María, empecinada —con el empecinamiento que nace del corazón misericordioso del Padre— le dice: no, que él sería su embajador.
Así logra despertar algo que él no sabía expresar, una verdadera bandera de amor y de justicia: en la construcción de ese otro santuario, el de la vida, el de nuestras comunidades, sociedades y culturas, nadie puede quedar afuera. Todos somos necesarios, especialmente aquellos que normalmente no cuentan por no estar a la «altura de las circunstancias» o por no «aportar el capital necesario» para la construcción de las mismas. El Santuario de Dios es la vida de sus hijos, de todos y en todas sus condiciones, especialmente de los jóvenes sin futuro expuestos a un sinfín de situaciones dolorosas, riesgosas, y la de los ancianos sin reconocimiento, olvidados en tantos rincones. El santuario de Dios son nuestras familias que necesitan de los mínimos necesarios para poder construirse y levantarse. El Santuario de Dios es el rostro de tantos que salen a nuestros caminos.
Al venir a este Santuario nos puede pasar lo mismo que le pasó a Juan Diego. Mirar a la Madre desde nuestros dolores, miedos, desesperaciones, tristezas y decirle: Madre, «¿Qué puedo aportar yo si no soy un letrado?». Miramos a la madre con ojos que dicen: son tantas las situaciones que nos quitan la fuerza, que hacen sentir que no hay espacio para la esperanza, para el cambio, para la transformación.
Por eso creo que hoy nos va a servir un poco de silencio. Mirarla a ella, mirarla mucho y calmadamente, y decirle como hizo aquel otro hijo que la quería mucho:
«Mirarte simplemente, Madre,
dejar abierta sólo la mirada;
mirarte toda sin decirte nada,
decirte todo, mudo y reverente.
No perturbar el viento de tu frente;
sólo acunar mi soledad violada,
en tus ojos de Madre enamorada
y en tu nido de tierra transparente.
Las horas se desploman; sacudidos,
muerden los hombres necios la basura
de la vida y de la muerte, con sus ruidos.
Mirarte, Madre; contemplarte apenas,
el corazón callado en tu ternura,
en tu casto silencio de azucenas».
(Himno litúrgico)
Y en silencio y, en este estar mirándola, escuchar una vez más que nos vuelve a decir: «¿Qué hay hijo mío el más pequeño?, ¿Qué entristece tu corazón?» (cf. Nican Mopohua, 107.118). «¿Acaso no estoy yo aquí, yo que tengo el honor de ser tu madre?» (ibíd., 119).
Ella nos dice que tiene el «honor» de ser nuestra madre. Eso nos da la certeza de que las lágrimas de los que sufren no son estériles. Son una oración silenciosa que sube hasta el cielo y que en María encuentra siempre lugar en su manto. En ella y con ella, Dios se hace hermano y compañero de camino, carga con nosotros las cruces para no quedar aplastados por nuestros dolores.
¿Acaso no soy yo tu madre? ¿No estoy aquí? No te dejes vencer por tus dolores, tristezas, nos dice. Hoy nuevamente nos vuelve a enviar; como a Juanito, hoy nuevamente nos vuelve a decir, sé mi embajador, sé mi enviado a construir tantos y nuevos santuarios, acompañar tantas vidas, consolar tantas lágrimas. Tan sólo camina por los caminos de tu vecindario, de tu comunidad, de tu parroquia como mi embajador, mi embajadora; levanta santuarios compartiendo la alegría de saber que no estamos solos, que ella va con nosotros. Sé mi embajador, nos dice, dando de comer al hambriento, de beber al sediento, da lugar al necesitado, viste al desnudo y visita al enfermo. Socorre al que está preso, no lo dejes solo, perdona al que te lastimó, consuela al que está triste, ten paciencia con los demás y, especialmente, pide y ruega a nuestro Dios.
Y en silencio le decimos lo que nos venga al corazón ¿Acaso no soy yo tu madre? ¿Acaso no estoy yo aquí?, nos vuelve a decir María. Anda a construir mi santuario, ayúdame a levantar la vida de mis hijos, que son tus hermanos.

Purititas casualidades



Uno se llama Francisco, como el de Asís. Otro, Kirill, como el de Las sandalias del pescador. Las instancias a las que, más que representar, encarnan, no se hablan exactamente desde el año del Señor 1054. En aquel entonces se excomulgaron mutuamente con palabras tan duras que provocaron una auténtica hecatombe universal: el cisma de Oriente y Occidente.
Hace cincuenta años, Atenágoras y Pablo VI decidieron «cancelar de la memoria de la Iglesia la sentencia de excomunión que había sido pronunciada». Fue un 7 de diciembre de 1965. Sin embargo, no lograron pasar de ahí, de retirar la recíproca condena. El diálogo nunca se reanudó.
Próximamente, el 12 de febrero de 2016, se van a encontrar, Kirill y Francisco, en el aeropuerto José Martí de La Habana. Cuba. Ya es casualidad.
Ojala no sea un simple cruzarse en el respectivo destino. Si estos hielos se derriten, no veo por qué no han de hacerlo otros con menos solera.

Al ir iba llorando, llevando la semilla.
Al volver, viene cantando, trayendo sus gavillas. (Salmo 126,6)


No hubo ninguna gloria en su camino del destierro, y tal vez sí la hubiera en el regreso, no en vano firmó el decreto todo un rey, Darío. En ambos casos, hubo lágrimas.
Salir de la propia tierra, varía según sea el como. No tengo experiencia propia, no puedo describir qué pueda sentirse. Cuando dejé mi casa, con apenas diez años, sentí desgarro interior aún sabiendo que allá a donde iba sería acogido. Llegué en pleno día y sin temor.
Estos versos de un poema que acabo de encontrar indican otra cosa bien diferente:
Mas cuando parece
que todo está perdido,
cuando las fuerzas se desvanecen,
cuando ya prefiere dejarse llevar
por las garras de la impotencia,
y la blasfemia brota llena de rabia
hacia un Dios sin entrañas,
un potente reflector
deslumbra en la noche,
una mano que surge de la oscuridad
coge con fuerza la suya,
la eleva al abrigo,
y escucha delicadas, unas palabras
que invitan a entornar los ojos cansados,
dejándose acunar durante un instante
por sensaciones ocultas,
caricias que parecían olvidadas.

Es el final de un texto más largo que invito a leer en otro sitio. Miguel Ángel Mesa Bouza pone palabras sentidas a una experiencia que para muchas personas es una tragedia absoluta, porque termina en muerte. Las que sobreviven podrían llorar de alegría si encuentran por fin lo que buscan. Y no parece que esté ocurriendo, precisamente. Por algo el autor titula a su poema Noche oscura.

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