Por si el día de ayer
no hubiera tenido la agenda completa, aún saqué un ratejo para pillar en La
Arbolada un pequeño brote del enorme olivo que adorna su entrada para plantarlo
cabe los lilares, a la espera de que arraigue y le encuentre el lugar que se
merece.
Eso fue después,
porque antes celebramos en la sala de estar la Eucaristía, y la pongo con
inicial mayúscula porque estrenamos lectora, la muy cándida al decir ella
de sí misma, y conseguimos que entre la concurrencia fueran añadiendo las
“preces” que otros días inventaba yo. También el canto fue más participado, tal
vez porque busqué cosas facilitas, quizás porque todos estaban más atentos. Aún
así tuve que despertar a dos o tres para darles la Comunión.
Al final de la mañana,
con la capilla a rebosar, inauguramos la catequesis. Ángel nos acompañó y quedó
presentado oficialmente como “el adscrito”, que no sé qué significa, pero es lo
que ponen para oficializarlo. El caso es que se acabaron las existencias, como
dije yo al final no como chanza sino con la satisfacción del ama de casa que
agradece a los comensales la buena cuenta que dieron a la comida. Pero el
“adscrito” no resaltó esto, sino la forma en que todo el mundo participó en el
canto. Y cantamos… a ver si recuerdo;
Ten piedad, con la música de Kumbayá,
en el Kyrie
Gloria, gloria aleluya en el Gloria
Viva la gente entre las Lecturas
Credo nicaragüense en el Credo
Alabaré en el Santo
Palomas de la paz y
Cristo te necesita en la Comunión
Él se encargó de
nombrar a buena parte de las nuevas adquisiciones, precisamente las de más
edad; pero no quiso coger mis gafas, y mal se vio para terminar su recitado.
Luego espabiló y al leer el evangelio usó los lentes y todos respiramos.
Como ya es habitual
en mí, olvidé nombres e incluí a quien no debía. Me lo echaron en cara, pero no
fue a mayores. Al final todo se perdona, o casi. Claro que también tuve
aciertos, pero esos ni se dicen, ni se comentan.
Fue una fiesta, y
nadie se atreva a discutirlo.
Una fiesta fue todo
Valladolid, con el centro cortado para la marcha contra el cáncer. Seis mil
participantes, y eso que era estreno. El año que viene, más.
Y nadie levantó la
voz porque viniera Teresa Forcades a departir, aunque hubo quejas desde fuera,
un tal cigoña; pero aquí no tiene nido, ni se le espera. Tampoco se le quiere.
¡Y mira que nos
gustan las cigüeñas!
Pues eso, que ayer
planté un olivo, y estoy contento.
¿El cambio de hora? me preguntas; que ¿qué tal lo soporté? Malamente. Me desperté con el sol donde siempre, así que me levanté para desayunar a oscuras, y esperé una hora para ir al pinar con mis amigos. Luego la recuperé con creces en la siesta. ¡Qué gran invento!