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Nunca someteré al cedro a semejante comparanza

Esto es que en el Norte de Castilla han publicado hoy un artículo titulado “El árbol de Valladolid que vale más que un Lamborghini”. Como nunca se dice quien peca cuando se habla de una acción mala o indecorosa, no diré qué mano lo escribió, o lo tecleó, que es lo que ahora se usa.


El arbol al que se refiere es un magnífico cedro del Líbano, en el Campo Grande, que presenta cara a la trompeta de la “Fuente de la Fama”.

Habré pasado por debajo de su rama más baja e inmensa cientos o miles de veces. Y siempre, siempre, siempre, me he sentido impresionado por la majestuosidad, y armonía del árbol. Y también porque sobre esa precisa rama gustan los pavos reales subirse para sestear o para vigilar; que todo puede ser.

El caso es que quien firma el dicho artículo osa tasarlo, y cifra su valor en 358.000 euros.

Ya supongo que se trata de un simple juego literario, una manera como otra de ofrecer al público lector un texto sobre un tema muy de la ciudad, como es el parque más antiguo y más concurrido, lugar de paseo, flirteo y meditación al alcance de la ciudadanía.


Cedro del Himalaya de la parroquia, 40 años

Inmediatamente he bajado a mi realidad personal y he dado en pensar que si alguien se atreve a tasar el cedro del Himalaya parroquial de mi patio de vecinos, le condeno inmediatamente a las mazmorras de mi indiferencia y desconsideración.

Tengo el placer de ostentar a ese árbol amigo en la barra lateral de este blog, casi desde sus principios. Y consideraría una afrenta a mi persona que alguien cometiera semejante felonía.

¡Está lloviendo!


     Por un tiempo pensé que no lo volvería a ver. Sin embargo, esta mañana amaneció con el cielo encapotado y ahora mismo está lloviendo a buen ritmo.

     El patio se ha convertido en un pequeño barrizal, porque un verano entero sin agua lo ha dejado hecho un barbecho. El jardín aún no se ha enterado, pero Linda se ha metido en casa con el rabo entre las piernas al ver que llega una cosa para ella totalmente desconocida. Así que aquí la tengo debajo de mi silla.

     Estoy disfrutando viéndola caer, una lluvia suave, algún trueno en la lejanía, una nubes que no cierran del todo un cielo que se niega a oscurecerse, y el silencio de mi calle que parece que ha entrado en proceso de otoñización.

     Ha durado poco, ya está amainando y es posible que tarde en volver a descargar, pero dicen que lo hará a lo largo del día, porque ha entrado un frente por el oeste de la región y el calor acumulado en los mares y océanos va a provocar que las tormentas sean grandes y con graves consecuencias. 

     Linda acaba, pues, de recibir su bautismo de lluvia, que ha resultado para ella una novedad no demasiado agradable. Porque… una cosa es meterse en el agua y otra que le llegue de improviso y sin contemplaciones. Lo primero ya lo conocía, porque intentando beber en el canal su ansia la zambulló el otro día durante el paseo matutino en el líquido marrón que usan para regar los hortelanos de la zona. Lo segundo le acaba de sorprender ahorita mismo, y esas gotorronas tan frías y tan gruesas no le han hecho ninguna gracia al golpear sobre sus lomos.

     Llueve sobre seco, mas me temo que el efecto sea el mismo que si lo hiciera sobre mojado: no aprendemos, no tenemos ninguna gana de hacerlo; sabemos que así no funciona bien la cosa, pero no queremos desandar, dejar de hacer, volver a vivir con menos: cosas, calor, frío, viajes, salidas, entradas, ruidos, luces…

     Linda sale ahora al mojado patio. Duda y se detiene, y, cuando se decide, da el paso con cuidado; pero enseguida se suelta porque el lugar de los juegos sigue estando ahí, y puede hacer lo que siempre ha hecho, correr, tumbarse, escarbar y morder. Y una cosa nueva que acaba de descubrir: puede jugar conmigo a la pelota, ya está esperando que salga y entra para reclamarse atención, que la tengo un poco abandonada…

     Han sido cuatro lametones, pero suficientes para convencerme. Espera, Linda, que doy al play y voy contigo!

     ¡Cachis, esto se demora, no te impacientes que ya termino!

     Resignada, ha vuelto a su puesto de vigía: desde ahí sabe quién pasa, se da a notar y por el momento al menos no avisa de que está de guardia; aún es pronto para ella eso de la agresividad. 

 

     A Andrés le bastan cien para explicarse. Yo estoy en quinientas y no termino de entenderme; tengo que cortar.

Ejerciendo…

Es lo que aparenta, y hay mucho más de lo que se ve.

El título es una petulancia mía, de las que soy habitual aunque luego me pesen. Pero como no me refiero solo a mí, esta vez me libro. Fuimos legión y cada quien ocupó su escaño.

La compañía no pudo ser más agradable, entendida y participativa.

¿El guión? Al pie de la letra.

El marco inconmensurable, muy cuidado y debidamente atendido.

Por supuesto es la propia tierra; aunque no es Campos, es Torozos.

Y fue un mes justo del Bautista.

El neófito no articuló palabra, ni falta que hizo. Lo dijo todo y todo se le entendió. A la vista está…

Estoy confiado en que crecerá y se robustecerá, se llenará de sabiduría y la gracia de Dios estará con él… todos los días de su vida.
 

La primera flor de la nueva normalidad

 




Algo me hizo pensar que las cosas no volverían jamás a ser como antes, y tanto me convenció esa idea que ya casi desesperaba de tener experiencias como las que me han ido construyendo como persona.

Ciertamente habrá novedades adquiridas de las que no conseguiré descabalgarme en el resto de mi existencia. Por ejemplo, cierta desconfianza a aproximarme “en exceso” a personas, tanto conocidas como desconocidas. No salir de casa con una mascarilla puesta y otra por si acaso. Y no porque tenga miedo, que sí que lo tengo; es más bien por cómo reaccionen los demás; me aterra que me miren con espanto por acercarme demasiado, por cruzarse conmigo en la misma acera o por que me sorprendan con la boca descubierta como si la cosa no me importara.

Al encontrar esta mañana esta flor junto a la valla de una obra de mi barrio, que nadie ha plantado ni regado, que a nadie ha maravillado por su esbeltez y que de nadie requiere más cuidados, he dado en pensar que no todo está perdido y que tarde o temprano entraremos en una cierta normalidad que bien podemos decir que es la “nueva”.

Bien. Así las cosas, tengo que decir que soy un consumado “streamer”, especialidad que he desarrollado a lo largo de más de diez meses transmitiendo en directo por youtube la eucaristía de cada jornada. A ello me he visto obligado porque la mayor parte de mi feligresía no puede acercarse al templo parroquial para disfrutar presencialmente de lo que le apetece y en lo que yo puedo ayudarle.

También he desarrollado unas habilidades que nunca había probado, ante la prohibición de cantar, usar cancioneros y otras hojas de esas de pasarse unos a otros. Ahora todo va proyectado en la pared, hasta la música. No hace falta escuchar, basta leer; no hay que cantar, que lo hagan otros. ¿Que no nos podemos dar la mano? No importa, se proyecta un dibujito. ¿Que hay que ser breves en las homilías? Se pone el texto a la vista y uno se calla porque con la mascarilla hablar cansa demasiado.

En fin, ya estaba convencido de que las cosas no volverían a ser como antes. Pero me equivoqué. Llevamos casi un mes reducidos a la mínima expresión del 25 que ya experimentamos por el mes de septiembre. Y de cuya experiencia creía habernos liberado definitivamente.

Había olvidado que aprendí de muy pequeño un refrán, o proverbio, o máxima sapiencial que dice: “Lo que pasó volverá a pasar; lo que ocurrió volverá a ocurrir: nada hay nuevo bajo el sol. De algunas cosas se dice: «Mira, esto es nuevo». Sin embargo, ya sucedió”.

 Sí, esa flor que me ha sorprendido esta mañana cuando paseaba al amanecer me ha recordado que no todo está perdido aunque la memoria sea débil y no recuerde, o se muestre reacia a ello; porque la realidad es tozuda, pero la normalidad es nuestra vocación. En ella nos movemos como peces en el agua. Es el aire que respiramos, tengamos puesta o no la mascarilla.

 



Streaming es un gerundio muy raro


Reconozco que esta imagen me impresionó cuando el otro día, 27 de marzo, viernes, el Papa Francisco apareció en mi pantalla caminando torpemente por la rampa de acceso al "sagrado" de San Pedro del Vaticano con la plaza totalmente vacía.


La sensación de pequeñez se me aumentó en esta imagen de Francisco acariciando suplicante la talla del Cristo de San Paolo al Corso.


Esta bella composición reconforta mi alma y la caldea: sabemos en manos de quien estamos.


Pero no era de esto de lo que hoy quería escribir, sino de un gerundio que me ha llegado de sopetón y me ha obligado a improvisar a marchas forzadas.
Se escribe “streaming” pero yo lo leo “estoy con vosotros estando”, porque he descubierto que puedo meterme en casa de mis amigos sin entrar por la puerta, y si se me apura sin moverme de mi casa.
La peste del siglo XXI que provoca el coronavirus, covid 19, nos ha confinado al pequeño recinto de nuestra intimidad, pero ni nos ha mutilado las ganas de hablar ni las de reunirnos. Y a mí, en particular, tampoco me ha mermado el afán de hacer lo que esté en mi mano para suplir las carencias que esta situación sobrevenida nos está acarreando. Y ya que Mahoma no puede ir a la montaña, será la montaña la que se desplace hacia Mahoma.




Con la ayuda de un vecino mató mi padre el cochino. Con la ayuda de mis feligresas he sabido transmitir en directo la celebración de la Eucaristía. Así ya puedo hacerlo, porque yo solito no quería.


(Se me estaba olvidando un detalle. Emitimos a diario desde guadalupeliandoencasa de Instagram)

Distanciándose


Esta mañana en el super nadie exigía, pero todos mantuvimos la distancia prudencial. Y si por un casual pasábamos cerca, lo hacíamos con rapidez. Todo para que el dichoso bicho no tuviera tiempo de saltar de uno a otros.
La distancia parece ser muy importante en la vida en cuarentena que estamos obligados a llevar por un tiempo incierto, hasta nuevo aviso. Hay otras distancias que son convenientes por prudencia, por respeto, o sencillamente porque a veces nos conviene alejarnos de bullicio para estar con nosotros mismos y reflexionar. Esto en cuaresma es lo aconsejable.
Pero hay distancias que, como lo diría yo, resultan insanas y no indican nada bueno de quienes las procuran.
Dos ejemplos, sin dar nombres.
Hay un señor, médico, que sale mucho por la Sexta diciendo que en esta crisis del coronavirus todo se ha hecho mal, y que él ya lo había anunciado. Como no se ha hecho lo que él parece ser había dicho, –y que habría evitado lo que pasa y lo que pasará–, todo el personal que ha venido actuando en este tiempo deberían dimitir por inepto.
Otro señor, no es médico ni nada parecido, pero es hijo. Ha rechazado un testamento de su padre en el que él al parecer está beneficiado. Lo ha hecho ante notario, y ya no sé si el tal notario sabe derecho o es el que el derecho se puede torcer a voluntad. Porque, según el artículo 991 de nuestro código de Derecho Civil, “nadie podrá aceptar ni repudiar sin estar cierto de la muerte de la persona a quien haya de heredar y de su derecho a la herencia”. Pero eso sí, lo ha hecho, lo de repudiar, para distanciarse de su progenitor y así no verse implicado en los tejemanejes económicos en que presumiblemente este está implicado.
Uno, el primero, se ha distanciado de todos sus compañeros y compañeras médicos y médicas. Ignoro si él trabaja en primera fila o en la retaguardia. Por favor, que alguien lo compruebe.
El otro, el segundo, ha dado ejemplo de lo que un hijo nunca debería hacer a su padre: repudiarle. Además, no consigo creer que fuera para él una novedad lo que ahora se está empezando a saber.
Ya digo, hay distancias que son razonables y algunas hasta necesarias. Otras, sin embargo, a mi me parecen insanas y muy poco ejemplares.

Ni Efecto espejo
ni
Donde las dan las toman.
Ojos nuevos y corazón nuevo



NUEVE CLAVES DE LECTURA (Alberto Ares Mateos, sj)

El gran teatro del mundo
Una amiga me escribía desde una pequeña ciudad en el norte del continente africano: “es una sensación muy extraña... como si los papeles se hubieran invertido... Hoy es África la que se protege de la amenaza europea, la que cierra sus fronteras... la que teme que lleguen los extranjeros... Ayer a tres chicas francesas unos niños las perseguían con piedras gritándoles: coronavirus, coronavirus,...”. Esta imagen me recuerda la obra de Calderón de la Barca, “El gran teatro del mundo” donde cada personaje en la obra representa un papel social que hoy viste de lujo o está en una zona, pero mañana puede cambiar las tornas. El mismo David Trueba reflexionaba sobre el coronavirus, planteando una distopía desde la realidad migratoria actual.

El tiempo y la verdad
“Tenemos que vernos más” fue un anuncio viral en las navidades de 2018. En él se calculaba el tiempo que pasarías en el futuro con la gente que te importa de verdad. Sorprende las reacciones de las personas entrevistadas. Da mucho que pensar personalmente. De alguna manera este tiempo que vivimos me trae los mismos sentimientos, como posibilitadores de encuentro. Pero ¿el encuentro con qué o con quién? Parece que inesperadamente todos nuestros compromisos, encuentros, apretadas agendas se desvanecen, como por arte de magia. Tenemos tiempo para leer, para escribir a los amigos, para soñar, para redescubrir lo que hacemos. El tiempo cobra un nuevo sentido y nos abre a una verdad a la que normalmente da miedo acercarse.   





Adidas
Impossible is nothing vs La vulnerabilidad
El ser humano que ha conquistado la cúspide de la cadena trófica y que se cree todopoderoso, hoy se arrodilla ante un ser minúsculo, un pequeño virus.  “Impossible is nothing” es un eslogan de una gran marca deportiva que pretende hacernos creer que lo podemos todo, incluso el imaginario de que no hay nada que la tecnología no pueda resolver, pero no es verdad. Un pequeño bicho nos ha hecho caer en la cuenta de que somos seres vulnerables personal y colectivamente. El coronavirus nos lo ha recordado de nuevo, como en otro tiempo lo hizo la gripe o el ébola. ¿Y será que porque somos vulnerables somos tan fuertes? Ya nos lo decía Pablo en la Carta a los Corintios (2 Cor 12, 9) y el mismo Leonard Cohen: “Hay una grieta en todo. Así es como entra la luz”.

Cambio climático y la domesticación del ecosistema
Nuestro mundo ha puesto en el centro los intereses económicos y del mercado y desde esta clave se ha tratado al medio ambiente y a las distintas especies. Unido a esto, el cambio climático ha hecho que muchos ecosistemas se hayan roto, lo que ha provocado también la aparición de nuevas enfermedades como el SIDA o el zika o el coronavirus. Los seres humanos en estos cambios tenemos cada vez menos defensas, por lo que sufrimos amenazas crecientes. El coronavirus ha puesto de manifiesto las influencias que en nuestra vida tiene el cambio climático y el cuidado de la casa común (Laudato Sí)





Individualismo y el bien común
El neoliberalismo, es la fórmula dentro del capitalismo que ha primado la liberalización de la economía y la reducción del Estado, anteponiendo al individuo sobre el bien común. Aunque puede ser cuestionado este planteamiento, los años que en nuestro país se ha ido desmontando el sistema del bienestar, entre ellos el sistema sanitario, ahora nos cobran factura. Algunos amigos médicos del sistema público cuando hablábamos ya venían augurando que si algo así pasaba nuestro sistema colapsaría. Ante una pandemia, los adinerados podrán pagarse sus seguros privados o aislarse en una isla del Caribe. Pero ante el “sálvese quien pueda” ¿Qué haremos el resto de los mortales, especialmente las personas más vulnerables?

El miedo al otro y la hospitalidad
Estos tiempos de alarmismos no son los mejores para sembrar cauces de hospitalidad. De hecho, algunos países han cerrado sus fronteras, para proteger a su población. Los atentados del 11 de septiembre sembraron en el mundo el miedo al islam, del mismo modo que el coronavirus lo ha hecho con las personas chinas, italianas y españolas. Xenofobia, aporofobia,... y el resto de las fobias. Creo que es bueno recordar que el aislamiento en este tiempo tiene que ver con preservar al más vulnerable, no una manera de seguir creando más muros. Con todo sigue habiendo muchas familias y comunidades que apuestan por la hospitalidad.





Emigración
Aldea global y la puerta de atrás
El coronavirus también nos ha recordado que vivimos en un mundo globalizado, donde lo que pasa en una pequeña región de China puede tener consecuencias en el mundo entero, donde un pequeño virus puede provocar una crisis económica mundial. Lo curioso es que muchas veces los trapos sucios de la globalización los pagan las personas más vulnerables, y no solo como decíamos en el sistema sanitario. Me llama una amiga salvadoreña, ciudadana de Estados Unidos, desesperada porque tiene atrapado a su hijo salvadoreño, en Barcelona sin posibilidad de volar a su país por más de veinte días, sin conocer a nadie en la ciudad y sin apenas medios. Las personas más vulnerables son la puerta de atrás de la globalización.

¿Nos salvamos individualmente o nos salvamos todos juntos?
El coronavirus también nos recuerda nuestra común humanidad. Por mucho que queramos hacer individualmente para gestionar la pandemia, no tendría ningún sentido si no lo hacemos como comunidad, como humanidad. No hay posibilidad de que nadie pueda salvarse en solitario, pues dependemos de muchas personas. Un compañero en casa tiene el coronavirus, y por eso estamos de cuarentena todos juntos. La solidaridad en el cuidado, en la atención, en el preocuparnos los unos por los otros es lo que nos sanará. #YoMeQuedoEnCasa  

Lo esencial y la solidaridad
Las situaciones límite en la vida hacen aflorar lo mejor y lo peor de cada persona y de la humanidad. Realmente estas circunstancias que nos obligan a parar en seco nos descubren lo esencial de nuestra vida. En sociedades como las nuestras, urbanitas, con agendas locas y actividades por doquier, un parón posibilita que recapacitemos y que toquemos lo realmente importante. El coronavirus puede sacar todos nuestros egoísmos y miedos, discursos nacionalistas o xenófobos, pero también ha sido cauce de solidaridad y de cercanía a los que más lo necesitan. Hoteleros que ponen sus recursos para atender a enfermos, vecinos y vecinas y el mismo Caritas que se organizan para que ninguna persona se sienta aislada o sola. Son sólo dos ejemplos. El coronavirus nos devuelve a lo esencial, poniendo codo con codo, como nos dice Jorge Drexler.





JUntos 
Tomado de Religión Digital
 

No tejí, me las encontré


 
Pero para disfrutarlas, madrugué. Eso sí, bien abrigado: seis bajo cero…


Qué significará ACV



Estaba allí forzado, no a mi gusto y casi contra mi voluntad. Oía, pero no quería escuchar: Has tenido un ictus. Necesitamos hacerte más pruebas, te ingresamos.
Me negué y tras un tiempo de no diálogo, firme el alta voluntaria.
Volví al día siguiente manso y colaborador.
Lo que creía una experiencia única no lo es; ni soy irrepetible ni tengo de mi parte una constelación de estrellas.
He recibido un aviso, el primero; y no debo dejar que me sorprenda el siguiente.
Esto y mucho más se me viene a los dedos mientras manoseo el teclado. Pero alguien lo ha expresado muy bien, y me apetece aprovecharlo y así ahorrarme un buen rato de escritura.
Para quien quiera seguir leyendo, —salvando todo lo que haya que salvar, porque cada quien es un mundo,—puede continuar desde aquí.

Incidencias





Haré un parte de incidencias, me dijo el otro día el policía de barrio, como si la cosa no tuviera más importancia. Y no la tenía, ciertamente, para él, que viene un ratito de vez en cuando, plan visita de médico a domicilio particular. Pero que, para quien lo soporta de continuo, resulta una molestia agobiante.
Es el caso que en mi patio campan a sus anchas una panda de gatos que miccionan y defecan a su libre albedrío. Tano pasa olímpicamente; pero Gumi y Luna que son guerreros cazadores, no. Ni yo tampoco, que tengo que salir todas las mañanas paleta en ristre a recoger los residuos biológicos de los animalitos.
Soy escrupuloso con las deyecciones de mis amiguitos, tanto dentro como fuera, me cabrea quien va enmierdando el espacio común en especial si lo hace en aceras y jardines, no tolero si a mayores lo consiente en la proximidad de un colegio, ambulatorio o similar, y creo que nuestro alcalde se pasa cuando nos amenaza exigirnos llevar fregona y cubo cuando salimos de paseo ramal en ristre.
Pero lo que ayer contemplé a través de los informativos no resiste un simple parte de incidencias. Aquellas multitudes, convocadas a toque de tecla, en columnas y a paso marcial, dirigiéndose hacia el próximo objetivo señalado desde el control central, me recordaron a los zombies descerebrados de algunas películas de miedo que abundaron no hace demasiado y que no sé a quién o quiénes divirtieron.
Llámense cdr o rebaño, parecen la actualización encarnada de aquellos espíritus inmundos del evangelio que angustiaban a la población de los gerasenos, y que al fin terminaron introduciéndose en una descomunal piara de cerdos y arrojándose al mar desde un acantilado.
No me importa cuál sea el final de esos dichos “comités”, me asustan ahora su presencia y la forma en que se expresan, abusando del derecho que se les reconoce de hacerlo donde les parezca sin más contemplaciones.
Y mucho más me preocupa quien mueva los hilos desde bambalinas; hay palabras que sí creo son violencia, por más que eufemísticamente se insista en que “presionar” sólo es un incidente más.
Los santos ángeles custodios, cuyo día celebramos hoy en la Iglesia, sigan cuidándonos para que podamos salir a la calle sin miedo, para “pasearnos a cuerpo y mostrar que pues vivimos…”

Juro que compré verde



Era impropio, me parecía, llevar unos pantalones desastrosos en mi descanso veraniego en los pirineos. Así que, indolente de mí, fui a ver qué había en la superficie comercial cercana. Por 9,99 merqué unos con buena apariencia, simulando de época pretérita cuyo nombre en giri desisto reproducir ("vintage"), de un verde tipo prado de altura y hechura en sintonía con mi edad, ya provecta.
No tardé en ensuciarlos a la primera de cambio, y por precaución los lavé a mano. Aún así, en el agua quedó, además de la mierda acumulada en tan breve tiempo, una pátina verdusca que me inquietó.
En efecto, en cuanto estuvieron secos me percaté de que habían desteñido. Eran verdes, y empezaron a ser pardos.
Con todo y con eso, en la foto de familia me situé en primera fila; no por pretenderlo, sino por casualidad: era el único hueco que quedaba, tras retrasarme por esperar a Luna.
Habíamos estado charlando durante la siesta en plan de reunión clandestina estilo años setenta, y Luna había permanecido durante todo el rato bajo mi silla, sin ceder a los reclamos de Santiago, ni dejar de atender a Alfredo que ni pizca de caso le hizo.
Cuando nos avisaron, ella dudó si acercarse al grupo o quedarse a distancia. Al fin se decidió. Pero no se situó a mi vera, como acostumbra cuando el ambiente, sin resultarle hostil, no termina de parecerle familiar; se acercó a don Ricardo, lo rodeó por detrás y se posó a la espalda de Luis, también tiene don, a quien le rozó sobremanera de modo que le hizo sonreír y decir en voz alta: Que me haces cosquillas. Por fin, resultó que se aposentó a los pies de Santiago. Ya dice él: los animales y los niños, donde ven cariño.
Pues así fue la cosa, yo con mis pantalones pardos, Luna detrás del clero alto diocesano, y todos sonriendo para la posteridad.
Algún día diremos con añoranza ¡qué jóvenes fuimos!

Épico




Y va, el tío, quiero decir el jefe, y vuelve con la máquina y me fotografía. No esperaba que lo hiciera, no al menos tal como nos encontrábamos, él abajo haciendo fuerza y yo, arriba, manteniendo el tipo. Fue sólo un comentario tonto: Parecemos los de Okinawa. Lo dije para salvar la situación de impotencia en que me encontraba sobre el tejado, pero él se lo tomó en serio.
Me confundí con la geografía, y hasta con la historia. En realidad pretendía referirme a Iwo Jima y a la foto archifamosa de soldados americanos intentando izar su bandera en una colina conquistada.
La chanza, sin embargo, me llegó por whasap cuando me envió la foto. Y ¿qué hago con ella?, me pregunté. La publico. Y ya pensaré que voy a escribir.
Lo estoy pensando y no se me ocurre nada interesante. Así que contaré la historia tal como es, como la viví.
Esto es un pueblo de Castilla la Vieja, donde los pueblos se despueblan y a los que las nuevas tecnologías han llegado, tienen hasta internet, pero las viejas siguen envejeciendo al par que su población. Y la tele se ve mal porque la señal casi no llega. Pero, cabezotas ellos, quieren verla y a ser posible en todos los canales. Arrojados al muladar los viejos aparatos de tubo catódico, han aparecido flamantes pantallas en todos los hogares, incluidos los allende el casco histórico, que llevan incluido el tdt y tienen la tira de posibilidades.
La cuestión es, sin embargo, que la antena tiene que pillar la señal. Subirla hasta donde se pueda, y girarla para ver de qué lado sopla la onda, que dicen que es plana y no entiende bien eso de las curvas. Probar si hace falta amplificador, o moden, o… Pero eso son ya palabras mayores. La cuestión es si se ve o no se ve, porque lo de casi es lo mismo que no ver nada.
Yo estaba, pues, intentando que el mástil se pusiera vertical, cuando fui inmortalizado. Ya digo, no fue ni Okinawa ni Ivo Jima. Fue en un lugar perdido de Castilla la Vieja.

Desvaríos



El otro día fui a renovar el carné de conducir. En la foto aparezco con gafas, no hay escapatoria. El médico me mandó ponérmelas porque ya no puedo aparecer sin ellas. Así que, resignado, fui a encargar un duplicado, porque es preceptivo que lleve el repuesto, o seré sancionado. Y la verdad, no quiero que me quiten puntos.
Ya de paso, en la óptica me aconsejaron hacerme las dos nuevas, porque me ha cambiado la graduación, y la calidad de vida es la calidad de vida.
Mi condición de “gafado”, e.d. persona que se vale de aparato corrector de la visión, pasa de “conveniente” a “necesaria por imperativo legal”, convirtiéndose por lo tanto en imprescindible: no puedo conducir sin llevar gafas y llevar repuesto.
Por trágico que resulte esta situación, nada comparable con mi aparato masticatorio. Desde hace más de un año puedo comer gracias a que mis propias piezas dentarias han sido reemplazadas por unos hermosos tornillos revestidos de porcelana. Tintada, por supuesto, porque soy tabaco dependiente.
Afortunadamente aún uso mis orejas para oír, y mis piernas para andar, pero todo se andará y habrá que ir pensando cómo suplirlas o al menos complementarlas en fecha no demasiado lejana.
O sea, que yo ya no soy yo, ya soy mi circunstancia, y poco a poco empieza a distanciarse de lo que habitualmente me he venido considerando desde que tengo conciencia de mí mismo.
El otro día, volviendo de pasar unos días en Zuriza, obvié la autovía y recorrí la carretera nacional para ahorrarme el peaje y de paso hacer alto en el desfiladero de Pancorbo. Aproveché para recorrer el pequeño parque alrededor de la ermita del Cristo del Barrio y echar un vistazo a la ermita de la Virgen del Camino. No paré en el monumento al pastor. Demasiados recuerdos. Estuve en su inauguración, y el “caudillo” pasó a escasos metros de mí. Por supuesto, no estuve solo. Una multitud ingente le aclamó.

Luego fui testigo de un referendum aprobado por el 99% sobre los veinticinco años de paz y la consolidación del régimen. Yo no participé, pero nadie de mi entorno se manifestó en contra. Ahora todo el mundo reniega de aquello, por falso.
Me niego a aceptar que lo que he vivido durante tanto tiempo haya desaparecido o, lo que es peor, haya sido mentira. Más aún: al menos en mi persona, lo nuevo es lo que a todas luces no deja de ser una mala réplica de lo original, unos simples hierros, unos cristales… (Bueno, unos hierros muy elaborados y unos cristales de altísima calidad, y precio).
España ha cambiado. Todos hemos cambiado. Yo he cambiado. Alfonso Guerra dijo que “no nos reconocería ni la madre que nos parió”.
“Quería que el pasado no hubiera existido”, dice un personaje en la peli que estoy viendo en la tele, y otro le contesta “no se puede”.
En fin, ni España es lo que fue, o yo percibí, ni la Iglesia Católica ha resultado ser la sociedad perfecta que estudiamos. La historia verdadera resulta que siempre está por escribir, y hasta el presente es según y cómo porque depende de las circunstancias y personalidad de quien lo narra.
En mi condición y edad ya nada me debería sorprender. Sin embargo, de un tiempo a esta parte vivo en una sorpresa contínua. Y es un doloroso e inquietante sinvivir.

Una maldita espiguita


 
A la generalidad de los mortales nos es familiar tener o haber tenido una piedra en el zapato. A mí, en concreto, en verano me entran con frecuencia cuando calzo sandalias; en invierno y resto del año no, porque uso botas.
Esa sensación molesta que podremos dulcificar si conseguimos que la tal se acomode donde menos se la note, sea donde sea que se lo permita el pie, se convierte en una mortificación insoportable si se trata de perros en vez de humanos, y de espigas en lugar de un simple canto.
A Tano se le clavó una entre los dedos de su mano izquierda, y ha estado el pobre en un grito durante todo el mes de julio. Como aconseja la prudencia en estos casos, no hemos querido recurrir a métodos invasivos; hemos optado por que la naturaleza siguiera su curso. Y hoy, justo a las once de la mañana, he logrado extraérsela sin necesidad de pinzas ni bisturí.
Ahora el pobre Tano descansa aliviado y casi seguro que a la noche tiene la herida cerrada y seca.
Se nos presenta un buen mes de agosto, tal vez y dios lo quiera, correteando por las praderas de Pineta.
Ojalá desaparezcan todas las piedrecitas —en las más variadas y multiformes apariencias que nos agobian desde la política, la economía, los medios sociales… y los clericales— que el camino nos introduce en los zapatos y lo mismo digo de las espigas que amenazan patas, ojos, orejas y morros de nuestros amigos de cuatro patas.
Mi consejo es tener paciencia, aguantar todo lo que se pueda y más, y esperar que llegue su fin lo antes posible. Los métodos expeditivos no son los más rápidos ni concluyen definitivamente con el problema.
Lo sé por experiencia.

Hoy no ha sido un día cualquiera



Dado el día que estamos celebrando los cristianos del mundo entero, la Santa Trinidad, y a la vista del panorama político social que exhibe nuestro país, no cabe otra que mantener esta pancarta bien alta junto al altar y en medio de la calle.
¿No te quedas un poco corto, miguel? Me requirieron desde la bancada. En lugar de responder, devolví otra pregunta: ¿Qué propones?
No me alegré por el silencio, aunque comprendí.
Hace cincuenta años se buscó el futuro debajo de los adoquines de las calle de París, y sólo encontraron arena de playa. Aquello fue mar en tiempos muy antiguos. Y ya que se habían molestado en levantarlos, pensaron que arrojarlos como proyectiles podría ser el comienzo de un nuevo principio.
Ya sabemos cómo acabó aquello. Los líderes del movimiento se posicionaron en los organismos, y el resto seguimos penando. Algún despistado pintó en paredes frases a cual más surrealista, alguna ingeniosa, otras deplorables. De éstas recuerdo aquella que decía “Anarquía: cada noche, una tía”. La a mayúscula encerrada en un círculo se convirtió en un símbolo de lo que nunca debería, no ya hacerse, pensarse.
Utopía, con o sin artículo, creo que es una de esas palabras que nadie debería utilizar sin antes lavarse las manos y la boca, y hasta si se me apura, el corazón. Porque esas cuatro sílabas no son de nadie en particular, son propiedad de toda la humanidad; la de ahora, la de antes y la del futuro.
Y no hay libertad de expresión que valga que permita pervertir la sacralidad de determinados vocablos.
Si no nos está permitido, ni está a nuestro alcance, ser héroes, al menos que nos dejen ser buenas personas. No moriremos en el intento, pero tampoco tendremos que echarnos en cara no haber hecho más.

Así veo yo las cosas


Hay en el diccionario de la lengua, DRAE, una cuarta acepción de la palabra violación de la que no he visto ni palabra entre las muchas que se han escrito y verbalizado en estos últimos días, a saber: ajar o deslucir algo.
Aunque yo me inclino más por la tercera, que dice: Profanar un lugar sagrado.
Se me dirá que si estoy tonto o estoy tonto. Que se me diga. Mi opinión a la vista de las cosas, y enterado por lo que he leído y escuchado, es que en este asunto las dos partes han sufrido violación. Las dos son culpables por violación recíproca, y creo que también reflexiva. Y yo las condeno a reflexionar muy en serio por la grave profanación que han perpetrado a su dignidad de seres humanos. Y les dejo en libertad. Y les sugiero ponerse en manos de personas expertas que les ayuden a recomponerse como personas humanas.
La inconsciencia con que parece se han conducido hasta el suceso de marras poco tiene que ver con lo que ahora están trajinando para llevarse el agua a su respectivo molino. La justicia tiene sus instrumentos, y terminará por sentenciar según las leyes. Pero, ay! tanto de quien sea condenado como de quien sea absuelto, no encontrará la paz si no la busca.

Esa mierda que guardas bajo la alfombra…


Hay quien al barrer, tal vez para evitarse una molestia o quizás por las prisas, en lugar de recoger con el instrumento apropiado el objeto u objetos a eliminar, lo empuja tras levantar un esquinazo del tapiz. Ahí lo deja, para no verlo ni que lo vean. Luego, se olvida y…
Cuando menos se lo espera, se descubre el pastel.
No. Esa no es una buena práctica. Tarde o temprano sale a la luz. Y tú quedas en evidencia.
Eso veo que me ha pasado a mí, que quise solucionar el problema y de paso evitarme un gasto que entonces, hace más o menos treinta y cinco años, estaba fuera de mi alcance: tapé con un skay de los de entonces el suelo del hogar de jubilados, que no es que pareciera un mosaico romano, pero se lo aproximaba. Vino un especialista y en un momentín tapó aquel esperpento de suelo con una simulación de entarimado plastificado. ¡Vaya un salón que has preparado, míguel!
En efecto, quedó… lo que ahora sale. La mona, aunque se vista de seda, mona se queda. Si hubiera podido, o me hubieran ayudado, otro gallo cantaría.
Las cosas hay que hacerlas bien desde el principio. O no hacerlas. Salvo que creas que no todo está en nuestras manos y alguien va a acudir en tu ayuda. Si no confías en ti y esperas, puedes desesperar porque el socorro se demore en demasía o sencillamente no llegue. Luego, por no rematar bien la faena, tienes que precipitarte con el descabello. Eso es lo que me acaba de pasar.
Unos feligreses adoptaron una personita y la trajeron a la cate para que se iniciara a la fe y preparara su primera comunión. ¿Partida de Bautismo? Nos han asegurado que está bautizada, pero no sabemos ni dónde ni cuándo. Pues habrá que buscar alguna solución; veamos… No me habría costado nada bautizar “bajo condición” a la bautizada sin papeles, pero como hay que contar con la superioridad, allá me fui con la pregunta: ¿Puedo hacerlo? No, fue la respuesta. Bautismo bajo condición corresponde a otros sucesos que afectan a la esencia del sacramento, no a una simple ausencia de documento probatorio. Entonces ¿qué hago? Déjalo pasar hasta que llegue la Confirmación.
La personita hizo su primera comunión, y luego continuó con la catequesis siguiente, y se presentó ante el obispo titular. ¿Qué hacemos ahora? Volví a preguntar. Ejem, veamos, ¿qué te parece si haces un asiento en el Libro de Bautismos y en las notas marginales te explicas lo que sucede? A mí bien, pero ¿a dónde envío la nota de Confirmación para que se asiente? Se lo das en mano.
Ahora esta personita, ya crecida, treinta años, vive en México lindo y va a casarse. Reclama su partida de Bautismo, porque el papel de la Confirmación no le parece suficiente. De dónde la saco, me pregunto. Y voy de nuevo a la superioridad para que me informe. Uf, ¿en México, dices? ¿Y está confirmado? Sí y sí, a las dos. Tú verás. El caso es que digo yo que si os envío una partida con los datos comprobados, los referidos a la familia adoptiva, vosotros añadís la explicación que corresponda para completarla y la legalizáis. Hombre, incompleta no te la podemos aceptar. ¿No puedes conseguir los datos que faltan? Si no pude hace más de veinte años, ahora tampoco se me está permitido hacer milagros.
Pero lo he hecho. No un milagro, una partida completa. Podrá casarse sin problemas allá donde ahora vive, y cantar dedicándome un mariachi completo, porque su pareja ya le habrá enseñado como se hacen algunas cosas.
No es que haya recompuesto un acta bautismal, simplemente la he mecanografiado. Así me he puesto a la moda, y de paso he quitado la mierda que estaba escondida bajo la alfombra de mi vida desde los noventa del siglo pasado. Es un gran descanso del alma saber que no tienes más mierda acumulada que la que está a la vista.


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