
Un cáncer se la ha llevado malamente. Discreta, lo mantuvo en silencio todos estos meses. No dejó, sin embargo, de cumplir en los múltiples oficios y ocupaciones que ella, como tantas otras, realizan para subsistir: cuidar niños, limpiar casa, atender ancianos… Siempre corriendo, una hora aquí, tres allá, dos y media acullá…

Los viernes, aquí en nuestro sitio, buscando ropa o recogiendo alimentos, siempre estaba animosa, disponible; “te ayudo, padre”, no conseguí quitárselo de la boca, toda sonriente.
Llena de magulladuras porque se juntaba con su gente para jugar al fútbol, parecía un tiote, sonreía con sus dientes arreglados y pasaba las tardes de todos los viernes en velada y tertulia, haciendo corro con bolivianas, argentinas, dominicanas, brasileñas, en fin…, con las que por aquí siempre han encontrado un pequeño oasis de paz y sosiego.
Los de allá no han querido ni hablar de incineración, no va con sus costumbres ni con su imaginario. Retorno del cuerpo como sea, al coste que sea. ¡Pero si es carísimo! No importa, seguiremos endeudados de por vida, pero que vuelva.
Y así va a ser. Complejísimo y costosísimo repatriar un cadáver. Papeleo imposible e infinito, gestiones complicadas y muy lentas. Un día de estos, en fecha incierta, un vuelo en avión la devolverá a sus raíces y a su tierra, Bolivia, altiplano airoso e inhóspito, donde encontrará el descanso último y definitivo que siempre ha estado buscando.
Y yo me volví para casa, tarde, con la sensación de haberme sumergido en otra época, tal vez en el comienzo de los tiempos.