Esta máquina ya es amiga mía
Esta vez, como no me han llamado, he ido yo a proponerlo. Así que me asignaron para hoy, día 29, a las 10:00. Esto fue hace una semana, más o menos.
Resultó que posteriormente me surgió un compromiso, ¡qué coincidencia!, a la misma hora. No hay problema, me dijeron, ven más tarde que no pasa nada, vienes cuando puedas y empezamos.
De modo y manera que ahí estaba yo, a las 11:10, dispuesto a lo que fuera.
Había gente a mogollón. Todos varones. Las preguntas de rigor, nada que reseñar; el pinchazo en el dedo para medir hematocrito, normal; la tensión, 12/8, normal; has desayunado, sí y también almorzado (que eso y la siesta servidor no lo perdona).
Tras la espera de rigor para que preparasen la maquina robot, me enchufan a ella y dice la pantalla: 66 minutos. Va a ser un poco largo, me dicen; no pasa nada, ya tengo planificada la mañana. Y empieza el proceso de ida y vuelta de la sangre, con su decantación o filtrado o colado, o como sea que se diga; de ahí sale sangre que vuelve a mi cuerpo, plasma que va a una bolsita y plaquetas que va a otra bolsita.
En un momento dado pita la “dichosa” y allá va corriendo la enfermera; mira, se tranquiliza, ajusta unos datos en la pantalla del ordenador de abordo y me interroga al decirme: Se va a alargar a 70 minutos. Y lo dice como avisando que es el máximo que se puede admitir. A mí no me importa si dura más o menos, pero ella advierte que no, que no es por mí sino por la vena, que también se cansa y puede no colaborar como debiera en el proceso de extracción/reposición. Bueno, pues haz lo que quieras, y ella acciona y reduce las plaquetas de 3.5 10 a la nosecuantas a 3.2 10 a la nosequé. Total, el tiempo se ajusta en 64 minutos.
Termina todo, pitido final y la máquina se calla. 62 minutos. La he vuelto a ganar 2 minutos, como la última vez, allá por el mes de septiembre.
¡Estoy hecho un mulo!
A todo esto tengo que reseñar el cariño y atenciones que desde el principio hasta el final me prodigaron las enfermeras.
«¿Estás cómodo? ¿Quieres tomar agua o zumo? ¿Te pongo la tele? ¿Te encuentras bien? Si en algún momento te mareas o notas algo extraño avísanos…» Durante la hora larga me sentí más que observado, estrechamente vigilado. Toda una garantía estar en tales manos.
Ya según me levantaba hice un comentario entre dientes y ella, que no había oído bien, me hizo repetirlo. Nada que me llamaba la atención sólo hombres, y justo acaba de entrar una moza. Es que las mujeres, por la mañana, suelen hacer compras; vienen más por las tardes.
Pues eso, que he donado plasma y plaquetas. Que los donantes somos muchedumbre, pero que aún así podríamos ser muchísimos más. Todo es cuestión de perder el miedo o de poner en valor lo que tenemos, la sangre, que hace falta, porque aún es un bien escaso.
¡Hazte donante!
Esta vez, como no me han llamado, he ido yo a proponerlo. Así que me asignaron para hoy, día 29, a las 10:00. Esto fue hace una semana, más o menos.
Resultó que posteriormente me surgió un compromiso, ¡qué coincidencia!, a la misma hora. No hay problema, me dijeron, ven más tarde que no pasa nada, vienes cuando puedas y empezamos.
De modo y manera que ahí estaba yo, a las 11:10, dispuesto a lo que fuera.
Había gente a mogollón. Todos varones. Las preguntas de rigor, nada que reseñar; el pinchazo en el dedo para medir hematocrito, normal; la tensión, 12/8, normal; has desayunado, sí y también almorzado (que eso y la siesta servidor no lo perdona).
Tras la espera de rigor para que preparasen la maquina robot, me enchufan a ella y dice la pantalla: 66 minutos. Va a ser un poco largo, me dicen; no pasa nada, ya tengo planificada la mañana. Y empieza el proceso de ida y vuelta de la sangre, con su decantación o filtrado o colado, o como sea que se diga; de ahí sale sangre que vuelve a mi cuerpo, plasma que va a una bolsita y plaquetas que va a otra bolsita.
En un momento dado pita la “dichosa” y allá va corriendo la enfermera; mira, se tranquiliza, ajusta unos datos en la pantalla del ordenador de abordo y me interroga al decirme: Se va a alargar a 70 minutos. Y lo dice como avisando que es el máximo que se puede admitir. A mí no me importa si dura más o menos, pero ella advierte que no, que no es por mí sino por la vena, que también se cansa y puede no colaborar como debiera en el proceso de extracción/reposición. Bueno, pues haz lo que quieras, y ella acciona y reduce las plaquetas de 3.5 10 a la nosecuantas a 3.2 10 a la nosequé. Total, el tiempo se ajusta en 64 minutos.
Termina todo, pitido final y la máquina se calla. 62 minutos. La he vuelto a ganar 2 minutos, como la última vez, allá por el mes de septiembre.
¡Estoy hecho un mulo!
A todo esto tengo que reseñar el cariño y atenciones que desde el principio hasta el final me prodigaron las enfermeras.
«¿Estás cómodo? ¿Quieres tomar agua o zumo? ¿Te pongo la tele? ¿Te encuentras bien? Si en algún momento te mareas o notas algo extraño avísanos…» Durante la hora larga me sentí más que observado, estrechamente vigilado. Toda una garantía estar en tales manos.
Ya según me levantaba hice un comentario entre dientes y ella, que no había oído bien, me hizo repetirlo. Nada que me llamaba la atención sólo hombres, y justo acaba de entrar una moza. Es que las mujeres, por la mañana, suelen hacer compras; vienen más por las tardes.
Pues eso, que he donado plasma y plaquetas. Que los donantes somos muchedumbre, pero que aún así podríamos ser muchísimos más. Todo es cuestión de perder el miedo o de poner en valor lo que tenemos, la sangre, que hace falta, porque aún es un bien escaso.
¡Hazte donante!
2 comentarios:
Se puede comprar pan o agua y dar, así, de comer o de beber al hambriento o la sediendo. La sangre es lo único que se puede dar como fruto de un profundo acto de generosidad, de solidaridad. El más anónimo, en cuanto al que da y en cuanto al que recibe. El más sencillo, el más barato. Si lo piensas, el acto que nos hace más humanos.
Un abrazo.
¡Otra vez! claro así estan de pizpiretos tus hematíes.
Flaquito, flaquito pero bien fuerte para dar tu sangre.
ESTUPENDO MÍGUEL.
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