Una tía Tula muy evangélica: Santa Marta


Cristo en casa de Marta y María*. Diego Velázquez. National Gallery, Londres

La de vueltas que le he dado en mi vida a este texto que todo el mundo da por bueno: «Marta, Marta, te afanas inútilmente por tantas cosas, pero sólo una es necesaria. María, tu hermana, ha escogido la mejor parte y no se la quitarán» (Lucas 10, 38-42). Y es que Marta estaba hasta las narices de que todo el peso del trabajo doméstico recayera sobre sus espaldas, en tanto que su hermana, María, sólo quería estar de charleta. Así que no es de extrañar que se quejara.
También yo lo hubiera hecho. Pero como ya me sé la respuesta que dicen dio Jesús, no se me ocurre. Y nunca lo he hecho. Claro que no de buena gana.
Y tengo que decirlo: me cargan las y los “María” que hablan y escuchan, parecen estar en una onda superior, y las cosas que hay que hacer no les corresponde porque para eso está el resto, la tropa. Porque además lo hacen muy bien: limpiar, cocinar, ordenar. Ellos deben cultivarse el espíritu, la mente, el alma… No se les puede atosigar… porque se deprimen. Ni molestar… porque tienen que meditar. Su oficio es pensar… y decidir por los demás. La famosa élite que comanda al resto, la clase de tropa.
Ya me gustaría a mí saber a ciencia cierta cuáles fueron las palabras originales de Jesús, pero no parece cosa fácil.
Así que me permito discrepar de este, por otra parte, precioso texto, y afirmo que Jesús pretendió decir otra cosa; tuvo que ser así. Y a don Diego Velázquez le niego que Marta fuera el patito feo que pintó. Yo me la imagino con una cara preciosa.
De todas formas, pongo aquí la historieta completa, narrada de manera resultona por unos autores ya conocidos en este blog: los hermanos López Vigil.

LA TABERNA DE BETANIA


A poca distancia de Jerusalén, al otro lado del Monte de los Olivos, está Betania, un pueblo pequeño y blanco, rodeado de datileras. Eso quiere decir su nombre: tierra de dátiles. Cuando los galileos íbamos a Jerusalén, terminábamos siempre buscando posada allá, en alguna de las fondas de Betania.

Lázaro - ¡Marta, mira a ver ese pan que pusiste en el horno! ¡Huele a quemado! ¡Y tú, María, deja de hablar y prepara otras seis esteras! La, la, rá, la, rí… ¡Este es el mejor tiempo del año, sí señor! ¡Jerusalén revienta de peregrinos!
María - ¡Y yo me voy a reventar los riñones! No hago más que agacharme y levantarme preparando esteras. Oye, hermano, esto ya está muy lleno. No cabe ni una aguja. Si alguien viene pidiendo posada, di que no, que ya no hay sitio.
Lázaro - Pero, muchacha, ¿tú no sabes que al que dice no a un galileo se le seca la lengua y le empiezan a salir gusanos por las orejas? Trae mala suerte decirle no a un galileo. ¡Aquí hay sitio para veinte más, si lo sabré yo, que me conozco esta taberna mejor que la palma de mi mano! ¡Epa, Marta, ayúdame con esta sopa, que los clientes están esperando!
Marta - ¡Ya voy, hombre, ya voy! ¡No tengo siete manos!

La Palmera Bonita se llamaba la taberna de Lázaro en Betania. En ella se amontonaban mulos, hombres y camellos en las grandes fiestas que vivía Jerusalén, tres veces al año. Y, sobre todo, en la Pascua. Entonces, cuando la taberna estaba rebosando de gente y de animales y el aire se espesaba con el olor a vino, a sudor y a boñiga, era cuando Lázaro se sentía completamente feliz.

Lázaro - ¿Qué me dicen de esta sopa, eh? ¡Sírvanse, sírvanse más, que aún tengo otro caldero! ¡No quiero que nadie pase hambre en mi casa! ¡Aquí se duerme bien y se come mejor! ¡Para que lo cuenten después por todo el norte!

Lázaro era un hombre gordo y grande, con una tamaña barba que terminaba donde empezaba su abultada barriga. Había nacido en Galilea y fue de muy joven a Judea. Desde entonces, se encargó de levantar aquel negocio. No había tenido mujer. Cuando le preguntaban, contestaba siempre que él estaba casado con su taberna y se relamía de gusto sus bigotes negros.

Lázaro - ¡Marta, ve preparando cuatro cabezas de cordero! ¡Estos paisanos quieren probar la especialidad de la casa!
Marta - Te advierto que tardarán un poco en hacerse. No puedo estar en todas partes a la vez.
Lázaro - No hay prisa, mujer, no te apures…
Marta - Tú no tendrás prisa, pero ésos sí tienen hambre. Y no me gusta hacer esperar a la gente.
Lázaro - Prepara las cabezas de cordero y calla. ¡Si no las quieren ellos, nos las zamparemos nosotros!
Marta - ¡Pero si acabas de comer, Lázaro! ¡Pareces un saco sin fondo!

Marta, la hermana mayor de Lázaro, era una mujer fuerte, de brazos robustos y piernas ágiles. Trabajaba en la fonda desde hacía unos años cuando quedó viuda. Y trabajaba mucho. Lázaro la quería y confiaba en ella. Desde que Marta lo ayudaba en la taberna, el negocio había subido como la espuma del vino al fermentar. María, la otra hermana de Lázaro, era muy distinta.

María - ¡Ay, Lázaro, ay!
Lázaro - ¿Qué pasa, María?
María - No sabes lo que me ha estado contando ese Salim, el camellero que acaba de llegar. Dice que por Samaria se encontró con una docena de ladrones. ¡Llevaban un cuchillo en la boca y salían de debajo de las piedras, como los alacranes!
Lázaro - Cuentos, cuentos…
María - Pero, Lázaro, ¡imagínate que alguno de los que han llegado ayer del norte sea uno de ésos! Hay un manco que no me gusta nada.
Lázaro - Si es manco, ¿cómo va a ser ladrón, María?
María - ¡Le queda una mano, Lázaro! Ese hombre está raro, te lo digo yo. Estuve registrando en el saco y allá en el fondo brillaba una cosa… ¿No será de esa pandilla? Este camellero que te digo me contaba que esos ladrones lo que buscan son joyas.
Lázaro - Bueno, pues si es eso lo que buscan, se van a ir con las manos limpias. ¡Aquí lo único que encuentran son calderos de sopa y ratas!
María - Lázaro…
Lázaro - ¿Qué pasa, María? No me asustan tus cuentos de ladrones.
María - No, si no es eso. Mira, ese camellero que te digo… yo creo que sería un buen marido para Marta, ¿no crees? Parece muy honrado. Y tiene unas manos grandes y fuertes. La sabría defender.
Lázaro - ¿Defenderla de quién? ¡Marta se sabe defender solita! Anda, no enredes más. ¿Ya preparaste las esteras que te dije?
María - ¡Uy, se me había olvidado! Hablando con el camellero…
Lázaro - ¡Diablos, todo se te olvida! ¡Corre a prepararlas! ¡Anda, corre!

María era la otra hermana de Lázaro. Tenía los ojos grandes y algo bizcos, como dos pájaros sueltos que se iban detrás de todo lo que veían. Era fea, pero tan alegre, que al poco rato de estar hablando con ella, uno no se fijaba más que en su boca, que sonreía siempre. Su marido la había abandonado hacía unos meses. Y desde entonces, también trabajaba con Lázaro en la taberna.

Lázaro - ¡María, ve preparando más esteras de las que te dije! ¡Ahí vienen otros galileos!

Pasado el mediodía, llegamos a la Palmera Bonita. En Jerusalén nos dijeron que allá podríamos encontrar posada. Veníamos cansados del camino, llenos de polvo y con las tripas vacías. Cuando nos acercábamos a la taberna, Lázaro salió a recibirnos a la puerta.

Lázaro - Eh, ustedes, ¿cuántos son?
Juan - Cuenta, cuenta… todos los que ves aquí.
Lázaro - Seis, ocho, doce… trece. Trece: dicen que ese número trae mala suerte.
Tomás - Ya lo de-de-decía yo.
Lázaro - ¡Pero a mí nunca un galileo me ha traído mala suerte! ¡Al contrario! ¿Son de por allá, no?
Pedro - Casi todos. Bueno, éste del pañuelo amarillo, no. Y el de las pecas, tampoco.
Tomás - Yo soy de Judea tam-tam-también.
Jesús - Bueno, amigo, ¿hay sitio para nosotros o no?
Lázaro - ¡Pues claro que sí, galileos, claro que lo hay! Donde caben siete ovejas, cabe el rebaño entero, ¿no es así? Además, llegan ustedes a tiempo de hincarle el diente a unas cabezas de cordero que se están haciendo. ¿Qué? ¿No les llega el aroma? Se las iban a comer otros clientes, pero no tuvieron paciencia de esperar a que los sesos se pusieran bien blanditos! Estaba escrito en el libro de los cielos que esas cabezas irían a parar a la panza de ustedes. ¡Ea, vengan adentro!

Cuando entramos en la taberna de Lázaro, Marta estaba recogiendo las sobras de la comida que había servido un poco antes a más de cuatro docenas de paisanos. En los rincones del amplio patio todavía quedaban algunos bebiendo y jugando a los dados. Los chivos mordisqueaban en el suelo pedazos de pan y un camello paseaba lentamente sus jorobas ante nuestros ojos.

Lázaro - ¡Eh, Marta, prepara también una olla de garbanzos! ¡Y saca vino! ¡Aquí hay más clientes y tienen hambre! ¡Y tú, María, ven acá corriendo! Siéntense por ahí, camaradas, que podrán comer enseguida. Bueno, y cuéntenme, ¿qué noticias hay por Galilea? ¿Cuándo le cortan el pescuezo a Herodes? ¿De dónde vienen ahora?
Juan - De Cafarnaum. Nos juntamos allá para venir a celebrar la Pascua.
Pedro - Y cuéntanos tú qué hay por Jerusalén. Hemos visto muchos soldados.
Lázaro - Todos los años es lo mismo. Pero este año hay más guardias que ratas. Y cada uno tiene cuatro ojos delante y otros cuatro detrás. ¡Hay que andarse con mucho cuidado!
María - ¿Qué, Lázaro? ¿Cuántos han venido?
Lázaro - Son trece, María. Vete a preparar trece esteras.
María - Pero, Lázaro, ¿no sabes cómo está eso? Se pisan unos a otros.
Lázaro - Busca trece agujeros donde Dios te dé a entender, María. Pero antes atiéndeme a estos compatriotas mientras yo voy recogiendo por ahí… Y ustedes, no le hagan mucho caso a esta hermana mía. Si se descuidan, los enreda en su madeja y de ahí no salen.
María - ¿De dónde eres tú? ¿Galileo, verdad?
Juan - Sí. Vivo en Cafarnaum.
María - ¡Ay, mira, de Cafarnaum! De ahí conocí yo a un tal Pánfilo… ¡me contaba cada cosa! Decía que Cafarnaum es una ciudad muy bonita y con más jardines que Babilonia, y tan grande que hacen falta dos pares de sandalias para recorrerla de una punta a otra. Y me decía también que en el lago hay unos peces así de grandes, de cuatro colores, bendito sea Dios, y unas palmeras así de altas, que tapan el sol con los penachos… ¡Ay, caramba, lo que me gustaría a mí viajar allá al norte y conocer todo aquello! Pero, imagínense, paisanos, una aquí, amarrada a esta taberna para sacarla adelante. Ah, pero eso sí, cuando sea vieja, ya verán, entonces le voy a dar la vuelta al país entero, aunque sea montada en ese camello. Así que de Cafarnaum, de donde Pánfilo. Y tú, ¿qué? ¿También eres de allá?
Pedro - No, yo soy de más arriba. De Betsaida.
María - ¿De la grande o de la chica? Por aquí vino un tipo de Betsaida que andaba enamorado de mí. Pero era bizco, así como yo. Bueno, peor que yo. No nos entendíamos. Cuando yo miraba para un lado, él miraba para el otro… ¡era un lío! ¡Dos bizcos no se pueden casar! Oye, ¿y de dónde eres tú?
Jesús - De Nazaret.
María - ¿De Nazaret? ¡Uy, en mi vida había oído hablar de ese pueblo!
Jesús - Ni yo tampoco, María, hasta que nací en él.
María - ¿Y dónde queda eso, tú?
Jesús - Lejos, muy lejos. Donde el diablo dio las tres voces, y nadie lo oyó.
María - ¡Ay, qué risa!
Jesús - Aquello es muy pequeño, ¿sabes? No es como Cafarnaum. Pero también las cosas pequeñas son importantes, no creas. Fíjate en ésta: Pequeña como un ratón y guarda la casa como un león. ¡Una, dos y tres: dime qué cosa es!
María - Pequeña como un ratón y… ¡la llave! ¡Adiviné, adiviné!
Jesús - Escucha ésta entonces: Pequeño como una nuez, sube al monte y no tiene pies.
María - Espérate… una nuez sube al monte… ¡el caracol! ¡Otra, otra!
Jesús - Ésta sí que la pierdes. Escucha bien: No tiene hueso, nunca está quieta, y con más filo que una tijera.
María - No tiene hueso… Ésa no la sé…
Jesús - ¡La lengua tuya, María, la lengua tuya que no se cansa de hablar!
María - Ah, no, eso no se vale, no… ¡ay, qué risa!… Oye, ¿y tú cómo te llamas?
Jesús - Jesús.
Tomás - Le di-di-dicen el mo-mo-moreno.
María - ¿Tienes mal la garganta? Mira, si quieres, te doy una receta: dos medidas de agua y dos de yerbalinda que haya estado en remojo durante tres días. Haces gárgaras y la lengua se te suelta a hablar que da gusto.
Juan - Ésta debe haber tomado mucho de ese jarabe, ¿no?

Al fondo de la taberna, Marta comenzó a impacientarse…

Marta - ¡Lázaro, Lázaro! Pero, ¿es que no te enteras que María no para de darle a la lengua y me ha dejado sola con todo el trabajo que hay en la cocina? ¡Dile que me ayude!
Lázaro - ¡Al diablo con estas mujeres! ¡Arréglenselas ustedes como puedan!

Entonces Marta se acercó a donde estábamos sentados. Sobre su vestido de rayas llevaba un delantal grande, lleno de grasa, que olía a cebolla y a ajo.

Marta - Miren, ustedes me perdonarán, pero si hay que preparar comida para trece y esta hermana mía no hace más que parlotear, no vamos a acabar nunca. No le hablen más, a ver si viene a echarme una mano.
María - Marta, oye esto: “pequeña como un ratón y guarda la casa como un león”… ¿Eh?… ¡La llave!
Marta - Vamos, María, por Dios, que no acabamos nunca.
Jesús - Pero, Marta, no te preocupes tanto. Tenemos hambre y a buen hambre no hay pan duro. Con cualquier cosa nos arreglamos. No te apures, no es necesario. Verás, María, oye ésta otra: Pequeña como un pepino y va dando voces por el camino…

María se quedó todavía un buen rato conversando. Se reía con nosotros y nosotros nos reíamos con ella. La alegría que contagiaba era más necesaria que el pan y que la sal. De todas formas, cuando Marta nos trajo aquellas cabezas de cordero que tanto había elogiado Lázaro, nos las zampamos en un momento. Recuerdo que no dejamos ni los huesos.



Lucas 10,38-42


En los días de fiesta era difícil encontrar posada o alojamiento en Jerusalén, por la aglomeración de peregrinos. Tantos llegaban a reunirse, que un dicho de la época afirmaba que uno de los diez milagros que Dios realizaba desde el Templo era que todos cupieran en la ciudad. Era imposible que todos se alojaran en albergues situados dentro de las murallas y los que no cabían tenían que irse a los pueblos vecinos. Es improbable que los peregrinos acamparan al raso, pues en tiempo de Pascua las noches en Jerusalén, rodeada por el desierto, son muy frías. Así como los distintos sectores de la población tenían sus barrios fijos en la capital, así también los distintos grupos de peregrinos tenían sus lugares habituales de hospedaje. Todo hace suponer que el campamento de los que llegaban de Galilea estaba situado hacia la parte occidental de la ciudad, por donde está Betania.

Betania es un pequeño pueblo situado a unos seis kilómetros al este de Jerusalén, más allá del Monte de los Olivos, en el camino que va a Jericó. Actualmente, se le llama también El-Azariye, en recuerdo de Lázaro. En los sótanos de una iglesia dedicada a Marta, María y Lázaro se conserva una gran prensa de aceitunas y un pozo de la época de Jesús.

En toda ciudad israelita relativamente grande había albergues o tabernas para alojar a los peregrinos que iban de paso o a las caravanas de comerciantes. Estas hospederías consistían en un gran patio cercado, con pequeños cuartos alrededor, donde encontraban cobijo tanto los hombres como las cabalgaduras y otros animales. En la actualidad, en los países orientales hay aún hospederías de este tipo, a las que se llama “kans” (caravasares). En Israel hay una muy antigua en la ciudad de San Juan de Acre, puerto estratégico en tiempo de las Cruzadas.

Aunque de Lázaro y de sus hermanas Marta y María, nos dan poco datos los evangelios, una tradición cristiana bastante extendida los ha presentado como una familia de clase media o alta, que en una casa cómoda y tranquila recibían como huésped a Jesús, que iría allí como consejero espiritual cuando estaba cansado de andar mezclado con la gente. Esta imagen no tiene ninguna base. Los datos históricos acerca de las hospederías que había en la zona de Betania, cercana a Jerusalén, dan pie para imaginarlos en otro marco: gente del pueblo, que vivía de su trabajo, nada refinados seguramente. Su amistad con Jesús sería fruto del frecuente contacto que tuvieron con él y sus amigos cuando viajaban a la capital. En el relato, Lázaro aparece como un hombre vital, expansivo y generoso, feliz en su trabajo, buen comedor y mejor bebedor. Marta es viuda. Una mujer práctica, trabajadora y seria. María, la hermana pequeña –a quien el marido abandonó– es alegre, dicharachera, espontánea, atolondrada. Los tres hermanos dedican todos sus esfuerzos a sacar adelante «La Palmera Bonita», que es su negocio y su hogar.

El texto de Lucas que sirve de base a este episodio ha servido en multitud de ocasiones para contraponer oración y acción, vida contemplativa y vida activa, e incluso se ha llegado a limitar el mensaje de estas palabras a religiosos: Los de vida activa frente a los de clausura. En el episodio se ha querido eludir deliberadamente semejante contraposición que no tiene nada de cristiana. Para el creyente no hay una doble alternativa. Mientras se hable de oración y de acción como realidades separadas o contrapuestas, se está sacando la fe de la vida. Y esto no tiene ninguna base ni en la actuación de Jesús ni en su mensaje.

El reto para el cristiano que lucha por la liberación de sus hermanos es el de vivir la oración en la acción. No se trata de orar por un lado y de actuar por otro, sino de orar en el mismo proceso de la liberación, de contemplar a Dios allí donde está: En el rostro del pobre. El coraje necesario para «dar la vida» por el pueblo y la paciencia que hace falta para acompañar desde dentro el camino de los pobres hacia la liberación, maduran en la oración.

Un tal Jesús». José Ignacio y María López Vigil. Salamanca 1982. Volumen 1, págs. 368-375]




* Como precedente del recurso velazqueño a la duplicidad espacial y la composición invertida —que empleará también en La cena de Emaús y muchos años después en La fábula de Aracne—, relegando la escena principal al segundo plano e introduciéndola en un contexto narrativo diverso, de modo que el hecho religioso aparezca inmerso en el mundo cotidiano, se ha señalado el ejemplo de los pintores flamencos Pieter Aertsen y su discípulo Joachim Beuckelaer (Cristo en casa de Marta y María, 1568, Museo del Prado), cuyas obras pudo conocer Velázquez a través de las estampas de Jacob Matham. Pero estas cocinas de la gula, según las definió Vicente Carducho, se apartan de las sobrias cocinas de Velázquez, localizadas en el ámbito de una pequeña estancia en penumbra, tratada con recogimiento casi conventual, en la que se respira la afirmación teresiana según la cual Dios anda también entre los pucheros. Un precedente más inmediato y cercano al modo de componer de Velázquez se encuentra en su maestro Francisco Pacheco, quien había empleado este recurso en su San Sebastián atendido por santa Irene (1616, antes en el Hospital de la Caridad de Alcalá de Guadaira, destruido) construido en dos planos, con el santo en cama hospitalaria en el primero, atendido por la santa que le lleva la sopa en una escudilla a la vez que con la ramita de olivo, que es su atributo, ahuyenta las moscas, y la escena cronológicamente precedente de su martirio —imitado de una estampa de Pieter Aertsen— en segundo plano y ocurriendo de forma simultánea, pues se ve al mártir sujeto a un árbol a través de una ventana como indica el batiente.
A diferencia de las composiciones flamencas que podrían haber inspirado a Velázquez, la escena que dota de significación sagrada a este «bodegón a lo divino» —en expresión de Emilio Orozco— no se encuentra comprendida dentro del mismo espacio de la cocina, como lo está en aquellas, según reglas perspectivas fácilmente discernibles, sino en un recuadro enmarcado de difícil interpretación, que se ha entendido como un «cuadro dentro del cuadro» por José Camón Aznar entre otros, un espejo para José López-Rey o un ventanuco abierto en la cocina, según Jonathan Brown, que advierte la presencia de líneas diagonales en la parte inferior con las que se crea el alféizar e interconectan los espacios, aunque el punto de fuga no es el mismo que el empleado para la mesa; en cualquier caso, el recurso pictórico de enmarcar la escena del fondo, que rompe la ilusión de mostrar el hecho histórico como si fuera presente, realza según Peter Cherry su función como clave interpretativa, a la vez que establece una conexión entre los dos planos, vinculados por el gesto de la anciana, que estaría conduciendo la mirada del espectador hacia el asunto de la ventana y llamando la atención de la sirvienta a la que a la vez amonesta, de modo que el ejemplo bíblico se muestra como comentario de un hecho cotidiano traído al presente.
También existen dudas al interpretar el papel de las mujeres del primer plano, que podrían entenderse como parte del relato evangélico, narrado sucesivamente, o como elementos de enlace entre el episodio sagrado y la lección moral de valor universal que de él se desprende. La mayor confusión se da con la figura de Marta, que para algún crítico sería tanto la anciana que en el segundo plano dialoga con Jesús como la que en primer plano instruye a la cocinera. Para Julián Gállego, al contrario, Marta estaría representada en la joven cocinera afanada en las tareas domésticas y la anciana tendría el papel de intermediaria entre las dos escenas, como correveidile, acusando a María ante Marta de inactividad, de donde el gesto enfadado de la cocinera que no tardará en presentar sus quejas a Jesús. Fernando Marías, por el contrario, habla de bodegón «desdoblado», en el que interrelacionan dos realidades, la cocina, formando parte del mundo del espectador, y la ilustración evangélica, que dota de valor trascendente a la composición, en este caso exhortando, por medio de la anciana, a reflexionar sobre las palabras de Jesús también cuando se «anda entre los pucheros». En esta dirección, Jonathan Brown, seguido por Peter Cherry y Manuela Mena, interpreta el cuadro como una alegoría de las vidas activa y contemplativa, representadas respectivamente en la tradición cristiana en Marta y María, ambas necesarias, pero debiendo subordinar el sustento material al espiritual, que al final será el único que cuente, lo que vendría a recordar la anciana, «llena de sabiduría» según Manuela Mena, que desviando la atención de la cocina dirige la mirada del espectador hacia el fondo.
(Tomado de Wikipedia)

 

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