Nunc dimittis, Señor, nunc dimittis


Simeon’s song of praise, Aert de Gelder. Entre 1700-1710. Royal Picture Gallery Mauritshuis


Como aquel venerable anciano que esperaba el momento de Dios y pronunció su cántico de agradecimiento a la vista del niño en el atrio del templo de Jerusalén, así también yo quisiera hacer mío esta plegaria que Antonio López Baeza ha dejado caer en el aire. Es el oxígeno que necesito para seguir respirando.
Demasiado ha tardado en llegar, en darme cuenta de que no tenía que venir, que ya estaba entre nosotros. Aún no me lo creo, me cuesta descubrirlo.
En este día tan especial, en la Fiesta del Bautismo de Jesús en el Jordán, quiero oír la voz poderosa que desde lo más alto proclama «ESTE ES MI HIJO, EL AMADO, MI PREDILECTO» y nos pone ante el mundo como heraldos de la Buena Nueva, como constructores del Reino, como mensajeros de la Paz, para Sanar corazones y encontrar juntos la Dignidad y la Libertad.
Ojala esta vez sea cierto. Ojala esta hora sea la de la verdad.

Gracias por Francisco

1

GRACIAS POR FRANCISCO, Señor, gracias por Francisco.
¿Qué habría sido de tu Iglesia si él no hubiera llegado?
Era mucha contradicción la que se vivía dentro de ella
en aquellos tiempos convulsos de la Edad Media.
Era la religión del temor de Dios, que veía en toda desgracia
y plaga sobrevenidas un castigo divino por nuestras maldades.
Era el tiempo de flagelantes que hacían penitencia corporal,
sin tener en cuenta la verdadera penitencia del corazón.
Eran tiempos de lucha por el poder, en los que,
frecuentemente, Papa y Obispos pugnaban con autoridades civiles
por mantener privilegios y campos de influencias.
Eran los tiempos de las Cruzadas contra el Islám,
en las que se escondía más afán de dominio político
que de defensa de valores evangélicos y de tierras santas.
También de la Inquisición contra herejes,
capaz de llevar a la hoguera, en nombre de Dios,
a mujeres y hombres de buena voluntad,
que mantenían una conciencia crítica dentro de la Iglesia,
o buscaban nuevas maneras de servir a Dios y al prójimo.
En aquel siglo XIII la Iglesia estaba en ruinas.
Pero Tú no podías dejar que se derrumbara totalmente.
Y vino Francisco.
No fue fácil su tarea profética de reforma de la Iglesia.
Pero él sabía muy bien que por sí solo no la podría llevar a cabo.
Él supo que la reforma evangélica de la Iglesia
que Dios le encomendaba
tenía que hacerse con la Iglesia y en la Iglesia.
Con la Iglesia, contando con todas sus fuerzas espirituales,
con todos los dones, carismas y ministerios
con que el Espíritu la enriquece para la construcción del Cuerpo.
Y en la Iglesia, dentro de su realidad santa y pecadora,
asumiendo en la humildad, solidariamente,
cuanto en ella no nos gusta,
sin críticas amargas ni dejaciones desilusionadas,
y alentando, en la Comunión de los Santos,
las obras de las Bienaventuranzas Evangélicas
que construyen el Reino de Dios en este mundo.
En fraternidad. Los hijos de Dios, al igual que Jesús de Nazaret,
actúan en fraternidad, sin liderazgos, desde los últimos,
con los últimos, huyendo de llamar la atención sobre sí mismo,
a fin de aparecer ante el mundo como imagen viviente de Dios,
el que en Jesús, el Cristo, se anonadó y tomó la forma de esclavo
como la mejor manera de prestar al mundo un servicio eficaz.
La Luz encendida por el Espíritu en Francisco de Asís,
llegó, ya en su momento histórico, lejos, muy lejos;
y por ser Luz eminentemente evangélica,
ha llegado hasta nosotros, mujeres y hombres del siglo XXI,
cristianos que necesitamos renovar los cimientos de nuestra fe,
a fin de que nuestro cristianismo -la Iglesia de nuestro tiempo-
no deje de ser luz del mundo y sal de la tierra.
Conscientes del inapreciable legado sanfranciscano,
que ha llegado espléndidamente hasta nuestros días
llamándonos a la conversión al Evangelio,
invitándonos a hacer de nuestro seguimiento de Jesús
un camino de sencillez y humildad,
de presencia y de servicio gratuitos en el corazón del mundo…,
damos gracias a Dios
que nunca se olvida de su Pueblo Peregrino en la Tierra,
y lo enriquece con dones de Mansedumbre, Justicia y Paz,
dándole su Palabra como espada de doble filo,
que hiere y sana con la verdad que nos hace libres.
¿Qué habría sido de la Iglesia si Francisco no hubiera llegado?
Con su profecía de amor a la Pobreza evangélica,
con su llamada a ser en medio de los pueblos
un pueblo humilde y servidor,
firmemente comprometido con la dignidad humana,
con la defensa de los derechos de los más desfavorecidos…,
vuelve Francisco a reconstruir hoy la Iglesia de Cristo,
siempre necesitada de reforma, a fin de ser,
cada vez más y mejor, Icono de la Misericordia Divina.

2

FRANCISCO, he tocado tu corazón,
cuando, con tu palabra de rabia incontenida y de ternura desatada,
tocaste tú el mío, que saltó de gozo,
como quien ha visto la luz que nunca ya se ha de apagar
¡He esperado tanto tiempo una palabra
cuya verdad no fuese el resultado de un largo discurso,
sino la explosión entusiasta de un corazón enamorado!
Y un día, me pareció escuchar ese suave susurro
que musita razones convincentes del espíritu universal,
que convoca al abrazo que derriba toda frontera
y que tiene su mirada clavada en el dolor de los últimos,
con quienes se identifica.
¡No podía ser de otra manera la palabra brotada
de un corazón enamorado de la vida!
¿Quién amara la vida, la vida real, la que es de todos
-y por eso mismo es mía-,
si no acudo con todo mi ser y mi poseer
a abrir espacios de fiesta y libertad para todos los humanos?
¿Quién podrá hablar en nombre de Dios, del Dios Viviente,
si no lo hace defendiendo la vida,
la vida que es el espacio común
en que Él nos sale al encuentro?
Y vino Francisco. Y tocó mi corazón con el suyo.
Y sentí que mi corazón ardía con el fuego de la ira divina,
incontenible ante el sufrimiento de hombres y pueblos
sometidos a la miseria, la esclavitud y la violencia.
Pero mi corazón, tocado por el suyo,
ardía a la vez con otro fuego más purificador, más reconfortante,
más capaz de hacer sentir el gozo de estar vivo
en el hecho de no poderlo estar si no era
amando con el que ama,
luchando con el que lucha,
muriendo con el que muere.
¡En mi corazón de hijo de Dios y hermano de Jesucristo,
el corazón de un Papa había entonado
la más bella canción de la esperanza
fundada en el amor más firme,
dispuesto a dar la vida por los que ama!
Sí; he tocado tu corazón, Papa Francisco;
pues tus palabras no son fragmentos de verdades perdidas,
ni propósitos de un talante olvidadizo,
ni enseñanzas ex cáthedra para mantener un poder sobre la verdad;
tus palabras salen empapadas del lagar de amor,
del solidario caminar con los pobres de la Tierra,
del haber situado la Dignidad Humana
como principio y valor que ha de regir
todos los otros principios y valores de la marcha humana.
Permíteme que te lo diga una vez más: ¡he tocado tu corazón!
No ha sido fácil para mí,
pues he tenido que remontar largos tiempos de sequedad espiritual
con respecto a una Iglesia que parecía más reina que madre,
más defensora de su propia dignidad que de la de los pobres.
No ha sido fácil. Pero pronto prendió en mí el fulgor de tu sonrisa;
y con más garra, prendió aún la sencillez de tu talante;
y, como si estuviera en un sueño largamente acariciado
del que ya no podría despertar jamás,
se me evidenció que era un hecho presente el Reino de Dios,
como aseguraba el de Nazaret.
Pues tu corazón había tocado el mío;
mi corazón había tocado el tuyo;
muchos corazones -creyentes y no creyentes- habían sido tocados por tu palabra,
y una cultura del corazón se había puesto en marcha,
contra todas las otras -demostradas inservibles- culturas del poder,
culturas de la violencia, culturas de la explotación y el desarraigo,
¡culturas todas de la razón del más fuerte!
Tu palabra, Papa Francisco.
Tu corazón, hermano Papa Francisco.
He tocado tu corazón; y ahora sé
que puedo tocar muchos corazones de hermanos,
y encontrar en todos ellos el mismo fuego del Amor único que nos salva.

3

¡AH, hermano Papa Francisco!, creo que también tenemos mucho que llorar los dos juntos.
Y nuestro llanto, unido al de miles y millones de seres humanos,
acabará siendo un río caudaloso de aguas fecundas y refrescantes.
(¡Cuánto poder el del dolor solidario
para derribar muros de odio secular y bastiones de orgullosa hegemonía!)
Lloramos, sí; pero no lloramos por nada personal que hayamos perdido o podamos perder.
Lloramos al reconocer nuestras cobardías e incoherencias personales.
Y lloramos más todavía por tanta humana dignidad herida y pisoteada,
de tantos hombres y pueblos privados de sus derechos más elementales,
y uncidos a fuerzas de explotación e incremento del poder del dinero en pocas manos.
Lloramos juntos, sí; lloramos juntos;
porque si tú eres el pastor de una Iglesia universal,
yo quiero ser fiel a mi profesión de fe en el Dios de Jesús,
el que vino, no a ser servido, sino a servir, y a entregar su vida
a fin de que comprendiésemos que sólo el amor vence al odio,
sólo el canto de la fraternidad universal puede desterrar las tinieblas que hoy cubren la faz de la Tierra.
Lloremos; no nos avergoncemos de llorar.
Mostremos al mundo lo saludable de unas lágrimas que salen del corazón,
limpian la mirada para captar mejor la realidad que nos circunda,
y enardecen con su fuego la pasión de la defensa de los últimos y oprimidos.
En la Iglesia de Cristo, son bienaventurados los que lloran.
¡Qué triste si los seguidores de Jesús de Nazaret dejáramos de verter nuestras lágrimas sobre el Mundo!

4

ME has devuelto lo mejor de mi juventud.
Sí; me has hecho retornar a aquellas vivencias de plenitud
que el Concilio Vaticano II pusiera a disposición de nuestros más nobles anhelos
de servir a la causa del Evangelio de los pobres.
He tornado a ver que la Iglesia es el Pueblo de Dios Peregrino en la Tierra,
distanciado, lo más posible, de los poderes que oprimen,
y a creer que está en el Mundo para colaborar con la obra que Dios
nunca cesa de realizar dentro de las coordenadas de la historia.
Me has hecho, por un lado, cantar el nunc dimittis,
pues con tu ser obispo de Roma mis ojos han visto un renacer evangélico de las iglesias cristianas.
Mas, por otro lado, me has hecho lamentar no tener veinte o treinta años menos,
a fin de ser un colaborador entusiasmado (aunque reconozco mis muchas limitaciones),
de tu programa eclesial: una misión basada en la alegría del Evangelio,
en la que Dios es Misericordia al servicio del hombre,
y el hombre es colaborador con Dios en la instauración del Reino de la Verdad y la Libertad,
de la Paz y la Justicia, en que todos los pueblos se abrazan,
y todos, mujeres y hombres, se saben portadores de una gracia para el desarrollo del bien común.
No; no es lo mejor de mi juventud lo que me has devuelto, hermano Papa Francisco;
¡me has devuelto mi íntegra e imperecedera juventud!:
esa que es patrimonio del alma enamorada,
del espíritu abierto a las mejores posibilidades de futuro,
de la contemplación de la propia existencia como fuente belleza,
en la que habita la certeza de un amor que no ha de morir.
Gracias a Dios; gracias también a ti, hermano Papa Francisco.
El Espíritu moldeó el cauce de tu personalidad,
abonándolo con semillas de sencillez y humilde cercanía.
Tú, como la Doncella de Nazaret, no te negaste, y dijiste ¡hágase en mí!
Y se hizo la Alegría para muchos corazones desilusionados.
Y se hizo la Esperanza para muchas vidas desahuciadas.
Y se hizo la Luz para un mundo entenebrecido por la ley del más fuerte.
Y se hizo Dios el encontradizo, en los caminos y medios de los humanos,
llamándonos, exhortándonos a no renunciar a nuestro ser Divinos.

Antonio López Baeza

2 comentarios:

Laura dijo...

Νυν απολύεις τον δούλον σου, Δέσποτα, κατά το ρήμα σου εν ειρήνη,
ότι είδον οι οφθαλμοί μου το σωτήριόν σου,
ο ητοίμασας κατά πρόσωπον πάντων των λαών,
φως εις αποκάλυψιν εθνών και δόξαν λαού σου Ισραήλ.

Ahora, Señor, puedes, según tu palabra, dejar que tu siervo se vaya en paz;
porque han visto mis ojos tu salvación,
la que has preparado a la vista de todos los pueblos,
luz para iluminar a los gentiles
y gloria de tu pueblo Israel.

Ahí estamos y permanecemos.

Abrazos

Miguel Ángel Velasco Serrano dijo...

A mí me sacas del «χαῖρε, κεχαριτωμένη Μαρία, ὁ Κύριος μετὰ σοῦ», y ya no doy pie con bola en griego, ni siquiera en koiné que lo estudié de jovenzuelo.

Muchas veces lo he recitado de esta otra manera:

«Nunc dimittis servum tuum, Domine, secundum verbum tuum in pace:
Quia viderunt oculi mei salutare tuum
Quod parasti ante faciem omnium populorum:
Lumen ad revelationem gentium, et gloriam plebis tuae Israel»
(Lucas 2, 29-32).

Junto con el Magnificat y el Benedictus es puritita delicia, evangelio de la alegría. ¿O viceversa?

Besos

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