¿Cachondeos conmigo?


La limosna de San Lorenzo. Bernardo Strozzi. Hacia 1638-1640

Esto fue lo que respondió aquel funcionario romano al diácono de la Iglesia Lorenzo cuando le presentó la plaza romana atestada de pobres. ¡Te vas a enterar!, continuó el magistrado, y le preparó una barbacoa, que era verano y ya por entonces se estilaba.
La historia empieza mucho antes y aún está por concluir; pero la memoria es olvidadiza, especialmente si no interesa y hace daño al bolsillo, donde solemos guardar bien atrincherado nuestro corazón.
Corría el año 258, y el imperio tenía declarada la guerra a los cristianos y cristianas. Por feos, por molestos y porque se creía que ocultaban tesoros que a Roma le hacían falta para mantenerse. Está claro que no hay poder si no hay riqueza. Así que la orden fue tajante: en tres días me traerás toda vuestra riqueza, que el emperador lo requiere.
El diácono Lorenzo, muy diligente él, recorrió Roma entera y atropó una multitud de pordioseros, a los que había asistido durante su ministerio con los medios que los cristianos y cristianas habían ofrecido. Así llenó una plaza entera. Y se la presentó al romano: Esta es la riqueza de la Iglesia.
Cabreado le condenó a ser asado hasta la muerte. Y Lorenzo, siguiéndole la corriente, continuó con el cachondeo y antes de dejarse ir le conminó a que le diera la vuelta porque de un lado ya estaba bien pasado de punto.
A San Lorenzo lo recordamos ahora por varias razones. Por el Escorial, que Felipe II mandó construir en su honor al haber ganado una batalla en el día de su fiesta. Por la lluvia de lucecitas nocturnas que conocemos como “lágrimas de San Lorenzo”. Por las damas de San Lorenzo, venerables señoras que en mi ciudad se ponen tacón de aguja, peineta y mantilla negra, y salen en procesión porque son la créme de la créme de las vallisoletanas. Por la parrilla en que murió.
Pero curiosamente no se le conoce tanto por lo que hizo desde su oficio y ministerio. San Lorenzo era diácono encargado de los dineros de la Iglesia, que dilapidó caritativamente porque para eso era el tesorero. Era, como si dijéramos, el Ministro de la Caridad.
Por entonces no había procesiones con la Hostia, sino que se adoraba a las personas en quienes Jesús, el Cristo, quiere ser reconocido. Siguiendo la tradición más firme de la Iglesia, y en comunión con los que ahora denominamos Santos Padres, Lorenzo atendió a los Vicarios de Cristo, los pobres. Y a lo que se ve, no sólo vivió, sino que también murió por ello.
Hay frases que nunca se debieran ocultar, porque es del todo seguro que, si las olvidamos, nos las recordarán para nuestra vergüenza.
Aquí van algunas:

San Basilio (330-379)
“Si llamamos ladrón a aquel que desnuda a un vestido, ¿vamos a llamar de otra manera al que no viste a un desnudo, pudiéndolo hacer? El pan que tú retienes es del hambriento. Los vestidos que guardas en tus arcas son del desnudo. El calzado que se pudre en tu casa es del que va descalzo. Y en resumen: estás ofendiendo a todos cuantos puedes socorrer”. (PG 31, 261 ss)

San Gregorio de Nisa (335-394)
“¡Poned, pues, medida a vuestras necesidades vitales! No penséis que todo es vuestro. Que haya también una parte para los pobres y amigos de Dios. Pues la verdad es que todo es de Dios, Padre universal. Y nosotros somos hermanos de un mismo linaje. Y los hermanos han de entrar por partes iguales en la herencia, si queremos ser justos. Y aunque uno o dos se apropiaran la mayor parte, por lo menos debe quedar algo para los otros. Pero si alguno quiere apoderarse de todo absolutamente, y excluye a sus hermanos aún de la tercera y cuarta parte, ese tal será un dictador tiránico, un bárbaro implacable, una fiera insaciable que quiere regalarse ella sola en el banquete. O mejor dicho: ese tal será más fiero que las fieras…” (PG 46, 455-468)

San Juan Crisóstomo (344?-407)
“Decidme vosotros, por favor: ¿de dónde proceden vuestras riquezas?, ¿de quién las habéis recibido? «De mis abuelos por medio de mi padre». Y bien: ¿sois capaces de iros remontando así por la familia y demostrar que lo que poseéis lo tenéis justamente? No sois capaces. El principio y raíz siempre es forzosamente la injusticia”. (PG 62, 562-563)

Asterio de Amasea
“Hombre, nada es tuyo. Todo es de Dios y tú no eres más que un esclavo. Y el esclavo no puede disponer a su gusto de los bienes que administra. Llegaste al mundo desnudo de todo. Lo que tienes lo has recibido, según la ley establecida por Dios: bien sea de tus padres, o por matrimonio, o por adquisiciones sancionadas legalmente, o por la industria, el comercio, la agricultura y cualquier otra forma de adquirir que sea conforme al orden establecido por Dios y secundado por sus leyes y su concurso. Esta es la fuente de tus riquezas.
Por tanto, de todo lo que posees no te pertenece nada. Lo que hay que ver es en qué condiciones posees, qué te ha sido prescrito respecto al uso de tus bienes, cuál debe ser la administración de lo que has recibido. Pues hela aquí: «da pan al hambriento, viste al desnudo, cuida al enfermo», no descuides al pobre caído por los caminos, no te inquietes por lo que te va a pasar mañana. Si obras así, te premiará el que te impuso estas leyes. Si las violas, serás castigado”. (PG 40, 184 y 188)

Tertuliano (155-220)
“Así, pues, todos formamos un solo corazón y una sola alma y por eso no dudamos en comunicarnos los bienes materiales. Todas las cosas son comunes entre nosotros, excepto las mujeres…” (PL 1, 531)

Lactancio (250-317?)
“Pero tú procura dar con preferencia a aquel de quien no esperas nada. No elijas ni examines las personas: has de estimar como hombre todo el que te pide precisamente por esta misma razón: porque te considera hombre. Rechaza esta sombra y apariencia de justicia, y adopta esa otra justicia verdadera y tangible: dar copiosamente a los ciegos, enfermos, cojos, desvalidos, a quienes fallecerán a no ser que se les socorra. Serán inútiles a los hombres, pero son de utilidad para Dios, quien conserva su vida, les da el espíritu y les juzga dignos de la luz. Protégelos en cuanto de ti dependa, y sustenta con humanidad sus vidas para que no mueran. Pues el que puede socorrer a uno que está a punto de perecer y no lo hace, lo mata…
Y si alguien presta dinero, no reciba usura, para que no pierda todo su mérito de socorrer en la necesidad, y se abstenga de tomar lo ajeno. Conténtese con recibir lo suyo, y esté dispuesto incluso a perder algo de ello para hacer el bien. Que es injusto recibir más de lo que se presta. El que obra así se enriquece a costa de la necesidad del otro…” (PL 6, 698-699)

San Jerónimo (347-419)
“Con razón habla el evangelio de riquezas «injustas», pues todas las riquezas no tienen otro origen que la injusticia, y no se puede hacer uno dueño de ellas a no ser que otro las pierda o se arruine. Por lo cual, me parece muy exacto aquel refrán popular que dice: los ricos lo son por su propia injusticia o por herencia de bienes injustamente adquiridos…” (PL 25, 758-759)
“Aquel al que despreciamos y no podemos mirar porque su vista nos da náuseas, es un semejante nuestro, hecho del mismo barro y los mismos materiales que nosotros. Todo lo que sufre él podemos sufrirlo nosotros. Por eso debemos mirar sus heridas como nuestras, y esta mirada misericordiosa hacia nosotros mismos reblandecerá la dureza de nuestra corazón hacia los demás”.  (PL 22, 394)

San Ambrosio de Milán (339-397)
“Vosotros, ricos, deseáis tanto poseer como quitar a los demás lo que tienen. Cuidáis más de expoliar a los pobres que de vuestra ventaja. Os creéis injuriados si el pobre posee algo que vosotros juzgáis digno de que lo posea un rico. Pensáis que todo lo que es ajeno es un daño vuestro. ¿Por qué os atraen tanto las riquezas de la naturaleza? El mundo ha sido creado para todos, y unos pocos ricos intentáis reservároslo. Y ya no sólo la propiedad de la tierra: hasta el mismo cielo, el aire y el mar los reclaman para su uso unos pocos ricos…”
“Yo he visto cómo se detenía a un pobre para obligarle a pagar lo que no tenía; he visto cómo le encarcelaban porque había faltado el vino en la mesa del poderoso; he visto cómo se ponía en subasta a sus hijos para diferir el momento de la pena…”
“Vosotros, en cambio, desnudáis a los hombres y revestís vuestras paredes. Gime a tu puerta el pobre desnudo, y ni te dignas mirarle, preocupado sólo de los mármoles con que vas a cubrir tus pavimentos. Te pide pan el pobre y no lo obtiene, mientras tus caballos tascan el oro bajo sus dientes. ¡Qué juicio más severo te estás preparando, oh rico! El pueblo tiene hambre y tú cierras tus graneros. ¡Ay de aquel que tiene facultades para librar tantas vidas de la muerte, y no lo hace! Las piedras de tu anillo habrían podido salvar las vidas de todo un pueblo”. (PL 14, 765 ss)

San Agustín (354-430)
“En realidad, el oro y la plata pertenecen sólo a aquel que sabe usarlos. Incluso entre los mismos hombres, se dice que uno es digno de poseer algo cuando lo usa bien. Y es que quien no usa justamente no posee legítimamente. Y si alguien que no posee legítimamente, se proclama dueño de algo, no será ésta palabra de poseedor justo, sino injusticia de usurpador sinvergüenza”. (PL 38, 327)

San Pedro Crisólogo (406-450)
“«Dichoso el que entiende en el necesitado y el pobre» (Sal 40, 21). ¿Cómo puede hablarse de entender en aquello que salta tan a la vista? Pues la tarea de la inteligencia es escudriñar las entrañas, ver lo oculto, descubrir lo secreto. Pero lo que está ante los ojos y expuesto a todos no necesita inteligencia: basta con mirarlo… Pidamos, pues, hermanos, para que el Señor nos conceda entender lo que ha de ser entendido aquí, y por qué se puede hablar de «entender en el necesitado y el pobre». Comprender que en el pobre está desnudo el mismo que vista a los cielos, que en el hambriento pasa hambre la saciedad de todas las cosas, que en el sediento padece sed la fuente de las fuentes, ¿cómo no ha de ser grande?, ¿cómo no ha de ser magnífico comprender que le venga ancha la pobreza a aquel para quien el cielo es estrecho, o que padezca necesidad en el indigente aquel que enriquece al mundo, o que busque un pedazo de pan y un vaso de agua aquel que es dador de todas las cosas, y que Dios se abaje tanto por amor al pobre que ya no simplemente está presente en el pobre, sino que él mismo se hace pobre? Aquel a quien Dios conceda comprender esto, ése es el que entiende en el pobre”. (PL 52, 231)

San León Magno (390-461)
“Los bienes terrenos no se nos han entregado para nuestro uso, de modo que hayan de servirnos para saciar el deseo de los sentidos materiales. Si así fuese no nos distinguiríamos en nada de los animales ni de las bestias, que no saben mirar por las necesidades ajenas, y únicamente saben tener cuidado de ellos y de sus crías”. (PL 54, 189)
Lorenzo, hijo de españoles, los santos Orencio y Paciencia, de la Hispania Tarraconensis, nacido bien en Valencia, bien en Huesca, ¡qué igual da!, es hoy recordado como el santo de la parrilla; pero sería más fiel a su vida hacer lo que él con los dineros a su cargo.
San Lorenzo con la cruz y los evangelios. Mosaico. Mausoleo de Gala Placidia. Rávena, Italia
¿Alguien dijo cachondeo? Cuidadín, que no todo lo que sale por la tele es realidad, y la realidad es mucho mayor que la pantalla de la tele. Invito al personal a darse una vueltecita por lugares donde funcionan, como pueden y les dejan, esforzados y esforzadas “diáconos” y “diaconisas” al estilo de Lorenzo.

3 comentarios:

Julia dijo...

No puedo estar más de acuerdo con todos y cada uno de los párrafos que transcribes y no pueden estar estos mismos párrafos más de actualidad, merecerían por sí solos una homilía en todas y cada una de las iglesias católicas y su equivalencia en el resto de las religiones. Pero ciñéndonos a la católica, puesto que la mayoría de sus autores (o todos, no sé) fueron santos o pensadores de ésta ¿cómo es posible que haya degenerado tanto?. Pienso en todos y cada uno de los obispos, cardenales y etcéteras que dirigen la iglesia y creo que el título de tu entrada de hoy les sería de aplicación, ligeramente modificada: ¿Están de cachondeo estos servidores de la iglesia? ¿Están de cachondeo al ponerse SIEMPRE del lado de los poderosos en lugar de llenar la plaza con todos los pobres y desheredados y mostrar a los poderosos (banqueros, multinacionales, políticos...) los bienes de la iglesia?.

La riqueza SIEMPRE se obtiene ilícitamente y la iglesia se calla: cobardes y mezquinos y mediocres. Deberían dejar sus vestimentas e hipocresías y dedicarse a otros menesteres.

Me irritan, no me gustan, sólo tú y los/as que, como tú de verdad viven por y para servir a los más desfavorecidos en nombre de sus creencias y de su Dios.

He dicho. Y ya es demasiado porque me repito pero tú me has provocado con esta entrada...lo siento.

Besos

Miguel Ángel Velasco Serrano dijo...

Verás Julia, esos autores son los llamados Santos Padres griegos y latinos, que constituyen la Tradición de la Iglesia, y que junto con la Escritura y el Magisterio forman el fondo de donde mama la Iglesia de todos los tiempos. A los Santos Padres nadie les discute, como al resto. Y no hay clérigo que no los haya leído, estudiado e, incluso, rezado. De modo que aunque no se repitan sus palabras, su doctrina es la doctrina de la Iglesia. Del mismo modo que no se puede ir por la vida dando golpes en las cabezas con la Biblia, tampoco con los Santos Padres ni con las Encíclicas.
Claro esto no sale en los papeles porque la prensa pertenece a quien pertenece. Pero te puedo asegurar que forma parte de la práctica interna de los creyentes. Claro que cada quien lo hace a su manera. Hubo quienes agarraron un fusil, otros en silencio trabajaron en el mundo obrero, otros en los barrios periféricos y otros en la selva tropical. Y los despachos también funcionan, y no necesariamente para el cachondeo ni el conchabeo.
Tal vez esté faltando un poco de perspectiva. Mirar solamente a Roma o a Madrid no es suficiente. Dejarse llevar por estereotipos o prejuicios, tampoco.
Habla con Paco Pu, que seguro que te dirá que está en ello.

Y me alegro de pro-vocarte, porque respondes a la llamada con prontitud, exactitud y prodigalidad.

Besos.

Anónimo dijo...

Pues nada, que los diáconos, diaconisas empezando por vd. y toda la santa madre iglesia reparta sus bienes entre los pobres a ver si se acaban de una vez por todas.

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