Hoy tengo el cuerpo un poco revuelto. Aparte del día que ha amanecido tristón, hay dos motivos de suficiente entidad como para que me afecten de semejante manera. Voy a comentarlos por orden de desigual importancia.
1º. La violencia de género.
¿Cómo es posible que estemos como estamos a estas alturas de la vida, digo de la historia, de la evolución del género humano, de nuestra civilización?
Es algo que me obnubila. ¿Cabe en cabeza pensante expresiones como esas de “la maté porque era mía”, “si no conmigo, con ninguno”, “con lo mío hago lo que me da la gana"…? ¿A qué suenan estas expresiones?
Mal por quienes las manifiestan, mal por quienes tan sólo las piensen, fatal por una sociedad que ha producido semejantes “productos decidores (y, más aún, hacedores) de tamañas burradas”.
Reclamar un espacio para la Mujer, se me haría ridículo; en este nudo espacio temporal, ¡qué ridiculez! Pero vistas las cosas como están, habrá que caerse del burro y habrá que gritar lo que, a fuer de evidente, parece que no se entiende ni se comprende.
¡Viva el ser humano! ¡Vivan las mujeres! (Que vivan, que no muera ya ninguna más) y, por supuesto, ¡Vivan, también los hombres!
[Otra cosa a tratar, pero será en otro momento, es el uso del lenguaje que, a fuerza del mal uso, ha degenerado en ofensivo, no sólo molesto, para quien se considera, porque así se ve, víctima.]
[Y otra cosa como colateral a ésta: el machismo eclesial, que no cristiano. Tengo que pensar cómo lo hago. Pero he de hacerlo, porque es de justicia y es también cristiano.]
2º. El crucifijo en lugares de público y laico acceso.
¡En qué follón nos metió el dichoso Constantino cuando se ligó a San Melquíades para hacer un todo uno imperio y cristianismo. Se jodió desde entonces el asunto de tal manera, que hemos estado toda la historia amarrados a esta estaca podrida, y así estamos.
¿Quién salió ganando? El imperio, por supuesto.
¿Quién perdió? El Evangelio. Desde entonces ya no es lo mismo. No sé cómo fue antes de, si tan bonito y ejemplar como se dice, pero si sé que a partir de todo esto es una mandanga.
Ahora estamos en que si crucifijo sí o crucifijo no, que ¡crucifijos fuera!, que están de más, que además molestan…
Y digo yo: si están de más, están de más. Es decir, si cabe pensar que pueden estar de más, es que están de más, así de simple. Su presencia o sirve, orienta, reconforta, ilumina, ayuda…, o no tiene sentido. Si ofende, no hay más que hablar.
¿Cabe pensar que Jesús, el de Nazaret, quisiera estar presente a la fuerza, en alguna parte? ¿Puede siquiera pensarse que el Buen Hombre pretendiera imponerse a quien no le aceptase? ¿Decir que reina en “alguna parte” significa que avasalla?
Sólo una vez alzó la voz el “manso de corazón”: cuando se tocó lo intocable del Abba, cuando se mercadeó, cuando se prostituyó, cuando se utilizó para humillar y oprimir y sojuzgar a los preferidos del Reino.
Fuera los crucifijos que molestan, y también aunque no molesten. Que nuestra fe no se apoya en imágenes, sino en vida.
Dejemos ya de nombrar tanto a, ¿cómo dices que se escribe?, YHWH, el impronunciable, el que no se puede expresar ni definir ni conceptualizar ni, por supuesto, encasillar ni manejar, mucho menos manipular.
Aquel pueblo de esclavos lo experimentó como presencia viva que acompañó su liberación.
Jesús lo vivió como el Abba, el aliento paterno-materno que llenaba su pequeñez, que agrandaba su fe, que fortalecía su empeño.
Si así es lo que Jesús vivió, ¿vamos ahora nosotros a pegarnos por si crucifijo si o crucifijo no? ¿De nuevo volveremos a convertir las cruces en espadas? ¿No habíamos quedado en que de las lanzas haríamos podaderas, y las armas las transformaríamos en arados?
¿Para cuándo vamos a dejar la Nueva Era?
«Hoy comienza una nueva era,
las lanzas se convierten en podaderas,
de las armas se hacen arados
y los pobres son liberados.»
(Isaías 2, 1–5)
1º. La violencia de género.
¿Cómo es posible que estemos como estamos a estas alturas de la vida, digo de la historia, de la evolución del género humano, de nuestra civilización?
Es algo que me obnubila. ¿Cabe en cabeza pensante expresiones como esas de “la maté porque era mía”, “si no conmigo, con ninguno”, “con lo mío hago lo que me da la gana"…? ¿A qué suenan estas expresiones?
Mal por quienes las manifiestan, mal por quienes tan sólo las piensen, fatal por una sociedad que ha producido semejantes “productos decidores (y, más aún, hacedores) de tamañas burradas”.
Reclamar un espacio para la Mujer, se me haría ridículo; en este nudo espacio temporal, ¡qué ridiculez! Pero vistas las cosas como están, habrá que caerse del burro y habrá que gritar lo que, a fuer de evidente, parece que no se entiende ni se comprende.
¡Viva el ser humano! ¡Vivan las mujeres! (Que vivan, que no muera ya ninguna más) y, por supuesto, ¡Vivan, también los hombres!
¡NO A LA VIOLENCIA MACHISTA!
[Otra cosa a tratar, pero será en otro momento, es el uso del lenguaje que, a fuerza del mal uso, ha degenerado en ofensivo, no sólo molesto, para quien se considera, porque así se ve, víctima.]
[Y otra cosa como colateral a ésta: el machismo eclesial, que no cristiano. Tengo que pensar cómo lo hago. Pero he de hacerlo, porque es de justicia y es también cristiano.]
2º. El crucifijo en lugares de público y laico acceso.
¡En qué follón nos metió el dichoso Constantino cuando se ligó a San Melquíades para hacer un todo uno imperio y cristianismo. Se jodió desde entonces el asunto de tal manera, que hemos estado toda la historia amarrados a esta estaca podrida, y así estamos.
¿Quién salió ganando? El imperio, por supuesto.
¿Quién perdió? El Evangelio. Desde entonces ya no es lo mismo. No sé cómo fue antes de, si tan bonito y ejemplar como se dice, pero si sé que a partir de todo esto es una mandanga.
Ahora estamos en que si crucifijo sí o crucifijo no, que ¡crucifijos fuera!, que están de más, que además molestan…
Y digo yo: si están de más, están de más. Es decir, si cabe pensar que pueden estar de más, es que están de más, así de simple. Su presencia o sirve, orienta, reconforta, ilumina, ayuda…, o no tiene sentido. Si ofende, no hay más que hablar.
¿Cabe pensar que Jesús, el de Nazaret, quisiera estar presente a la fuerza, en alguna parte? ¿Puede siquiera pensarse que el Buen Hombre pretendiera imponerse a quien no le aceptase? ¿Decir que reina en “alguna parte” significa que avasalla?
Sólo una vez alzó la voz el “manso de corazón”: cuando se tocó lo intocable del Abba, cuando se mercadeó, cuando se prostituyó, cuando se utilizó para humillar y oprimir y sojuzgar a los preferidos del Reino.
Fuera los crucifijos que molestan, y también aunque no molesten. Que nuestra fe no se apoya en imágenes, sino en vida.
Dejemos ya de nombrar tanto a, ¿cómo dices que se escribe?, YHWH, el impronunciable, el que no se puede expresar ni definir ni conceptualizar ni, por supuesto, encasillar ni manejar, mucho menos manipular.
Aquel pueblo de esclavos lo experimentó como presencia viva que acompañó su liberación.
Jesús lo vivió como el Abba, el aliento paterno-materno que llenaba su pequeñez, que agrandaba su fe, que fortalecía su empeño.
Si así es lo que Jesús vivió, ¿vamos ahora nosotros a pegarnos por si crucifijo si o crucifijo no? ¿De nuevo volveremos a convertir las cruces en espadas? ¿No habíamos quedado en que de las lanzas haríamos podaderas, y las armas las transformaríamos en arados?
¿Para cuándo vamos a dejar la Nueva Era?
«Hoy comienza una nueva era,
las lanzas se convierten en podaderas,
de las armas se hacen arados
y los pobres son liberados.»
(Isaías 2, 1–5)
1 comentario:
Hacemos complicada la vida simple...tu lo explicas muy bien...
un saludo
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