Comenzamos con los seis jesuitas. Después de Medellín, 1968, y tocados por el sufrimiento del pueblo se convirtieron. Aceptaron que ser jesuita es luchar, no sólo trabajar.
 Luchar por la fe, y más sorprendente aún,  luchar por la justicia. Así 
lo exigía la realidad y así lo dijo la CG XXXII (D 2. 2). Su muerte 
confirmó lo que la misma congregación había previsto lúcidamente: "No 
trabajaremos en la promoción de la justicia sin que paguemos un precio" 
(D 4. 46).
Los mártires de la UCA lo hicieron cada uno según sus talentos, y es bueno recordarlo para que todos nos podamos sentir cuestionados y animados. Permítanme detallarlo mínimamente. 
Ellacuría, 59 años, filósofo y teólogo, rector. Repensó la universidad desde y para los pueblos crucificados. Puso todo su peso para combatir la opresión y represión, y para conseguir una paz negociada.
Segundo Montes, 56 años, sociólogo, fundador del Instituto de 
Derechos Humanos. Se concentró en el drama de los refugiados dentro del 
país y sobre todo de los que tenían que abandonarlo, los emigrantes, que
 entonces huían de la represión violenta y ahora del hambre y la falta 
de trabajo. Los visitaba en los campos de refugiados en Honduras.
Ignacio Martín-Baró, 44 años, psicólogo social, pionero de la 
psicología de la liberación, fundador del Instituto de Opinión Pública 
de la UCA para facilitar que se conociese la verdad y dificultar que 
ésta quedara oprimida por la injusticia. Cada fin de semana visitaba 
comunidades suburbanas y campesinas con las que celebraba la eucaristía.
Juan Ramón Moreno, 56 años, profesor de teología, maestro de 
novicios y maestro del espíritu, acompañante de comunidades religiosas. 
En Nicaragua participó en la campaña de alfabetización. Amando López, 53
 años, profesor de teología, antiguo rector del seminario de San 
Salvador y de la UCA de Managua. En ambos países defendió a perseguidos 
por regímenes criminales, a veces escondiéndolos en su propia 
habitación.
Por último Joaquín López y López, 71 años, el único 
salvadoreño de nacimiento, hombre sencillo y de talante popular. Trabajó
 en el colegio y fue el primer secretario de la UCA en 1965. Después 
fundó Fe y Alegría, institución de escuelas populares para los más 
pobres.
Fueron muy distintos, pero todos ellos fueron seguidores de Jesús y jesuitas.
 Es lo que nos dejan. En ellos podemos mirarnos para saber lo que 
debemos ser y hacer. Digamos una palabra sobre lo que fue más suyo.
Seguidores de Jesús. Reprodujeron en forma real, no intencional o devocionalmente, la vida de Jesús
 Su mirada se dirigió a los pobres reales, aquellos que viven y mueren 
sometidos a la opresión del hambre, la injusticia, el desprecio, y a la 
represión de torturas, desaparecimientos, asesinatos, muchas veces con 
gran crueldad. Y se movieron a compasión. "Hicieron milagros", poniendo 
ciencia, talentos, tiempo y descanso, al servicio de la verdad y de la 
justicia. Y "expulsaron demonios".
Ciertamente lucharon contra los demonios de fuera, los opresores, 
oligarcas, gobiernos, fuerza armada, y de ellos defendieron a los 
pobres. No les faltaron modelos, Rutilio Grande y Monseñor Romero.
 Y fueron fieles hasta el final, en medio de bombas y amenazas, con 
misericordia consecuente. Murieron como Jesús, y han engrosado una nube 
de testigos, cristianos, religiosos, también agnósticos, que han dado su
 vida por la justicia. Estos son los "mártires jesuánicos", referente 
esencial para los cristianos y para cualquiera que quiera vivir humana y
 decentemente en nuestro mundo. Su bautismo fue de Espíritu de sangre y 
siguieron a Jesús.
Con el espíritu de san Ignacio. En este punto me voy a detener
 un poco más pues hoy se habla mucho de espiritualidad ignaciana. Creo 
que nos pueden ayudar a historizar a san Ignacio ciertamente en el 
tercer mundo y a hacerlo útil para comprender mejor a Jesús.
El otro Ignacio, Ellacuría, hizo una relectura de los Ejercicios desde la realidad del tercer mundo.
 Tres puntos me parecen fundamentales, y pueden fungir como presupuestos
 ignacianos de la opción por los pobres y la lucha por la justicia.
1) Mirar la realidad de nuestro mundo y captarla como "pueblos que 
están crucificados". Ante ellos la reacción fundamental -sin necesidad 
de discernimiento- es "hacer redención".
2) Ser honrados con nosotros mismos, jesuitas, y preguntarnos "qué 
hemos hecho para que esos pueblos estén crucificados y qué vamos a hacer
 para bajarlos de la cruz".
3) Tomar en serio -quizás lo más difícil y menos frecuente- que hay 
dos modos de caminar en la vida, de ser jesuitas, construir la sociedad y
 la universidad.
 

 
Son caminos opuestos y están en pugna. Uno es el camino de la 
pobreza, que lleva a oprobios y menosprecios; hoy diríamos 
humillaciones, difamaciones, amenazas; y de ahí a la humildad, a la 
hondura de lo humano, a la verdadera vida. El otro es el camino de la 
riqueza, que lleva a los honores mundanos y vanos; hoy diríamos al 
prestigio entre los grandes de este mundo; y de ahí a la arrogancia, a 
una vida falseada, personal e institucional. En resumen, uno conduce a 
la salvación -humanización- y el otro a la perdición -deshumanización. Se trata de ganar o perder la vida, como dice Jesús. Y de estar dispuestos a pagar el precio.
En términos de estructuras, Ellacuría insistía en que hay que elegir 
entre una civilización de la pobreza -afín a una civilización del 
trabajo- y una civilización de la riqueza -afín a una civilización del 
capital. Ésta, que predomina en el mundo, ha generado una civilización 
gravemente enferma. Aquélla, la que hay que construir, puede revertir la
 historia y sanar la civilización.
Estos tres puntos: pueblo crucificado, necesidad de liberación, camino de la pobreza -más
 la honradez con nosotros mismos- son, en mi opinión, lo que más 
resplandece en la ignacianidad de los mártires de la UCA y lo que mejor 
explica por qué acabaron como acabaron. En la tradición de san 
Ignacio ciertamente hay otras muchas cosas importantes a tener en 
cuenta: el "magis", "a mayor gloria de Dios", "en todo amar y servir", 
"el bien cuanto más universal más divino" -todo lo que se menciona con 
frecuencia en la explosión ambiental de ignacianidad que hoy existe.
Los tres puntos que hemos mencionado son más fácilmente 
comprensibles, también por los no iniciados en ignacianidad, y 
ciertamente por los pobres. Y en mi opinión tienen menos peligro de 
perderse en el ámbito de lo conceptual e intencional. Expresan 
realidades claramente históricas y verificables.
En este contexto me parece oportuno recordar un hecho singular: los
 mártires de la UCA nunca discernieron si era voluntad de Dios 
permanecer en el país, con riesgos, amenazas y persecuciones, o salir. 
Ni se les ocurrió. Para ver cuánto de explícitamente ignaciano había
 en ese proceder pienso que hay que ir al primer tiempo de hacer 
elección: "sin dubitar ni poder dubitar" (Ejercicios n. 175). Hay que 
preguntarse "que movía y atraía la voluntad". Si era "Dios nuestro 
Señor" comunicándose al alma, como en la formulación de san Ignacio, o 
si eran realidades históricas: "el sufrimiento del pueblo", que no 
dejaba vivir en paz; "la vergüenza que daba abandonar al pueblo"; "la 
fuerza cohesionante de la comunidad"; "el recuerdo enriquecedor de 
Monseñor Romero, de nueve sacerdotes y cuatro religiosas asesinadas"; 
incluso el "haberse acostumbrado a la persecución". Pienso que todo ello
 movía la voluntad e iluminaba las decisiones y el camino a seguir. En 
el lenguaje de los ejercicios, en ello y a través de ello Dios estaba 
realmente causando el sin dubitar ni poder dubitar. Pero Dios no actuaba
 a través de cualquier cosa, sino de las que hemos mencionado.
El Espíritu de Dios mueve a caminar, pero su fuerza pasaba a través del pueblo sufriente. Así ha parafraseado Pedro Casaldáliga el conocido poema de Antonio Machado: Camino
 que uno es,/ que uno hace al andar./ Para que los atascados/ se puedan 
reanimar./ Haz del canto de tu pueblo/ el ritmo de tu marchar.
Así, pienso yo, discirnieron los jesuitas de la UCA. Se dejaron atraer y llevar por la realidad. Es la sinergia de Dios y del pueblo sufriente. Y no se me ocurre otra manera de explicar por qué se quedaron.
Quisiera terminar esta reflexión sobre su ser jesuitas recordando que "murieron en comunidad".
 Pudo no haber sido así, y pudiera haber sido asesinado sólo Ellacuría, 
el enemigo principal. Pero hay una verdad importante -providencial si se
 quiere-, en que su muerte fuese "en comunidad". Así había sido su vida y
 trabajo, con alegrías y tensiones, con virtudes y pecados, pero 
siguiendo una sola línea bien trazada. Y así expresaron que la Compañía 
está hecah de "todos". Es "cuerpo", no suma de individuos, algunos de 
ellos geniales, otros normales.
Esta comunidad de seis jesuitas se integró en una comunidad mayor, el
 cuerpo de la Compañía universal. 49 son los jesuitas que han muerto en 
el tercer mundo, asesinados de una u otra forma, después de la CG XXXII.
 Entre ellos se cuentan tres estadounidenses. Francis Louis Martiseck, 
66 años, nacido en Export, Pennsylvania, muerto por arma de fuego en 
Mokame, India, 1979; Raymond Adams, 54 años, nacido en New York, muerto 
por arma de fuego en Cape Coast, Ghana, 1989; Thomas Gafney, 65 años, 
nacido en Cleveland Ohio, asesinado en Katmandú, Nepal, 1997.
No es infrecuente recordar "las glorias de la Compañía", las 
reducciones del Paraguay, Mateo Ricci en China... Hoy, estos mártires, 
unos más famosos, otros menos, son la gloria de la Compañía. Y sobre 
todo son ellos los que mantienen a la Compañía con vida. Una semana 
después del asesinato del Padre Rutilio Grande el Padre Arrupe escribió:
"Éstos son los jesuitas que necesita hoy el mundo y la Iglesia. 
Hombres impulsados por el amor de Cristo, que sirvan a sus hermanos sin 
distinción de raza o de clase. Hombres que sepan identificarse con los 
que sufren, vivir con ellos hasta dar la vida en su ayuda. Hombres 
valientes que sepan defender los derechos humanos, hasta el sacrificio 
de la vida, si fuera necesario" (19 de marzo, 1977).
 
+ La gracia de los mártires
Hemos recordado a mártires. Su vida y su muerte son de gran dureza, y
 por eso mis palabras pueden sonar fuertes. Pero también es verdad que a
 ellos se dirigen las bienaventuranzas de Jesús. Y que para 
nosotros son -pueden ser- una bendición: nos animan a entregarnos a los 
demás y a tener esperanza, ánimo que no se encuentra, con esa fuerza, en
 ninguna otra parte, ni en la liturgia ni en la actividad de la 
academia.
En navidad decimos que en Jesús de Nazaret "ha aparecido la 
benignidad de Dios". En semana santa escuchamos en boca de Pilato que 
ese Jesús es "el hombre verdadero", "el que cargó con la realidad por 
amor a los pequeños". De ahí el "ecce homo". Ambas cosas, la aparición 
de Dios y de lo humano en un mundo en oscuridad es una buena noticia.
Eso es lo que celebramos en este acto universitario. Los seis jesuitas de la UCA nos llevan en su fe, de la que podemos tener alguna noticia, aunque sea caminando en silencio y de puntillas. Julia Elba y Celina nos llevan en la suya, pero de manera distinta.
 Yo al menos, no puedo entrar hasta el fondo en su misterio. Pero Dios 
sí les conoce y ellos -Dios sabe cómo- nos llevan a Dios.
Y contra toda ciencia y prudencia, los mártires generan esperanza.
 Miles de campesinos pobres, con familiares muertos, se juntan la 
víspera del 16 de noviembre en la UCA para celebrar unos con otros, 
rezar y cantar. Jürgen Moltmann lo ha teorizado muy bien: "no toda vida 
es ocasión de esperanza, pero sí lo es la vida de Jesús, quien, por 
amor, tomó sobre sí la cruz".
Termino. Quiero agradecer muy sinceramente a la Universidad de Santa Clara
 por la oportunidad que me ha dado de dirigirles estas palabras. Me han 
permitido hacer presente de algún modo el sufrimiento y la esperanza de 
un pueblo admirable y la memoria de mis hermanos y hermanas de la UCA. 
También quiero agradecerles el honor personal que me hacen. Me remite al
 cariño que me mostraron hace veinte años. Y lo interpreto como símbolo 
de solidaridad de esta Universidad con la UCA y con todo el pueblo 
salvadoreño.
 + Mis palabras finales son las que escribí aquí hace veinte años
Descansen en paz Ignacio Ellacuría, Segundo Montes, Ignacio 
Matín-Baró, Amando López, Juan Ramón Moreno, Joaquín López y López, 
compañeros de Jesús. Descansen en paz Julia Elba y Celina. hijas muy 
queridas de Dios. Que su paz nos transmita a los vivos la esperanza, y 
que su recuerdo no nos deje descansar en paz.
 
Jon Sobrino